Crecí en una sociedad donde querer tener algo propio y desear el éxito individual te convierte en una lacra. La dictadura instaurada por Fidel Castro en Cuba, hostiga a los que trabajan por cuenta propia, persigue a los que buscan el bien de su familia, penaliza a los que se benefician de su esfuerzo.
A mí me costó mucho entender que podía tener una empresa propia y, aún más, convertirme en el dueño de mi tiempo y en mi propio jefe. Fui empleado en dos periódicos, un centro cultural y una agencia internacional de relaciones públicas. El contenido siempre fue mi herramienta de trabajo.
Por la naturaleza de lo que hacía, muchos amigos me aconsejaban que me independizara. Pero un raro miedo siempre acababa venciéndome. Gracias a Luis Concepción, uno de los más grandes profesionales de las comunicaciones y las relaciones públicas en República Dominicana, di el salto al vacío.
Luis, además de enseñarme, exigirme y aconsejarme constantemente, fue muy paciente con el "camilocubano" y su colección de pequeños traumas. Nunca podré agradecerle lo suficiente. Luego, llegó Diana y decidimos compartir un mismo proyecto de vida. Así nació mi pequeña compañía de producción de contenidos.
Gracias a la Cucha, mi socia en El Fogonero (tiene el 50% de las acciones), vivo la vida que he imaginado (como me recomendó Thoreau) y contribuyo al bienestar de los que trabajan con nosotros. Por eso nos alegramos con cada progreso de Caro, Alito y Maribel.
Hoy, mientras imprimía unas facturas, me puse a mirar las carpetas de El Fogonero. A veces me cuesta trabajo reconocer que todo ese trabajo lo he podido hacer solo. Me educaron para denigrar a los que desean tener algo propio, a los que trabajan y producen más.
1 comentario:
Qué falta me hacían un par de consejitos en ese sentido. He querido emprender algo desde que llegué aquí, y siempre me paralizan esos mismos miedos. Creo que nos lo ponen en la sangre. También, me queda demasiado del lado de allá.
Publicar un comentario