28 noviembre 2014

El génesis y la trayectoria del compromiso

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos) 

Tracé una línea recta en Google Earth. Recorrí 1.480 kilómetros entre Santiago de los Caballeros y Orlando, en la Florida. Esa distancia me sirve para comparar la política cultural del Centro León con la iniciativa del Ministerio de Cultura de que los museos dominicanos cuenten historias de la misma manera que lo hace Walt Disney World.
Según el ministro José Antonio Rodríguez, fue un viaje a Disney que le dio "el banderazo de arranque y le trazó el camino de por dónde deberían ir las políticas para captar público [en los museos]" (¡sic!). Afortunadamente, los gestores del Centro León no creen en cuentos de hadas.
La institución cultural fundada por la Fundación Eduardo León Jiménes no busca producir espectáculos. Desde su mismo origen se ha concentrado en promover los valores más trascendentes y los signos de identidad de los dominicanos.
República Dominicana era, en 1964, un país que acababa de sufrir una dictadura y un golpe de estado; la amenaza de una guerra civil era inminente. Pero nada de eso detuvo a Eduardo León Asensio, quien vislumbró la importancia que tenía promover la creatividad de los dominicanos y conservar lo más significativo de sus expresiones artísticas.
Este año se cumple medio siglo de la primera convocatoria del Concurso de Arte Eduardo León Jimenes,  que pocos años después se convirtió en uno de los más importantes organizados por la iniciativa privada en América Latina. Ese fue también el origen del Centro León.
Desde 2004, el año en que fue inaugurado, República Dominicana aparece en el mapa de las principales instituciones culturales del continente. Los programas, las exposiciones, los congresos y cada una de las actividades realizadas por el Centro León han promovido un auténtico diálogo con sus públicos, que es algo mucho más enriquecedor que el frívolo ‘waooo!’ que provoca Disney.
A propósito de la muestra del XXV Concurso de Arte Eduardo León Jiménes, el Centro León se replanteó la exposición “Génesis y trayectoria”, donde se presenta una selección de la colección de arte de la institución y de las obras ganadoras en diferentes ediciones del certamen. La primera versión estaba ordenada cronológicamente, esta se concentra en los significados.
Es por eso que se ‘contamina’ con textos literarios de autores dominicanos y hasta con una ‘banda sonora’, que saca de su antiguo silencio a los merengueros de Yoryi Morel y a las bulliciosas obras de muchos artistas contemporáneos.
La música siempre ha sido una parte esencial de las exposiciones y el  programa de actividades del Centro León. La inclusión ahora de la literatura, a través de autores que han contribuido de una manera determinante a descifrar las identidades dominicanas, permite profundizar aún más en lo que significa ser parte de esta cultura.
Antes de entrar a la nueva “Génesis y trayectoria”, uno se encuentra con “El fósil”, una obra de Mario Dávalos, Maurice Sánchez y Ángel Rosario que establece las ‘reglas del juego’. Se trata de una enorme piedra de ámbar donde ‘quedó atrapado’ una motor 70, la icónica motocicleta que ha movido a generaciones de dominicanos.
Las obras premiadas en la XXV edición del Concurso Eduardo León Jiménes le dan continuidad a la provocación que “El fósil” hace en la antesala. Artistas muy jóvenes se expresan libremente sobre la sociedad en la que viven. Su paradigma, también muy alejado de Disney, está apenas unos escalones más abajo: son los creadores que desde 1964 alimentan su imaginación.
Hace unos años un amigo cubano me dijo que la cultura dominicana le parecía muy pobre y reiterativa. Evité discutir. Preferí llevarlo al Centro León y pedirle que me acompañara por los diferentes ámbitos de la exposición “Signos de identidad”. Puede parecerles melodramático, pero es literal: salió llorando, muy emocionado.
El génesis y la trayectoria del compromiso de Eduardo León Asensio se ha renovado a través de dos exposiciones. Allí se demuestra que no es Disney, son los dominicanos.

25 noviembre 2014

Luis Rogelio Nogueras, un joven poeta de 70 años

A principios de 1986 yo estudiaba en la Escuela de Arte en Cubanacán. Entonces creía que me pasaría el resto de mi vida en un grupo de teatro. La experiencia del Escambray me había marcado en mi infancia, soñaba con estar en el medio del monte, haciendo representaciones para los campesinos.
Por eso en el segundo semestre me fui junto a tres compañeros a Moa, un pueblo minero del extremo oriental de Cuba. Allí, en medio de constantes nubes de polvo rojo, dirigí una obra de Salvador Lemis sobre un niño al que le crece un árbol en una oreja.
En la mochila llevaba mis escasísimas pertenencias, muchos libros de teatro y todos los cuadernos de Luis Rogelio Nogueras (un poeta cubano que acababa de morir). Durante esos meses, escribí incontables imitaciones de sus textos. Dos bailarinas que nos acompañaban llegaron a creer que aquellas ideas tan ingeniosas se me habían ocurrido realmente a mí.
Aunque él pertenecía a una generación sobre la que teníamos muchos recelos, sus referencias culturales y su escritura lo desmarcaban de sus coetáneos. Él no era ‘cheo’ como la mayoría de ellos, sus ídolos eran otros: Walt Witman, Edgar Allan Poe, Dashiell Hammett…
Ahora soy siete años mayor que él (murió a los 40) y aún no logro imitaciones convincentes de sus textos. Muchas veces me he preguntado cómo sería Luis Rogelio Nogueras de haber alcanzado los 70 años. ¿Se habría convertido en un patético esperpento (como algunos de sus amigos más cercanos) o seguiría siendo el escritor radicalmente ingenioso y consecuente que sedujo a mi generación?
Desafortunadamente, esa pregunta jamás podrá ser respondida. Wichy será siempre un joven poeta que nunca dejará de jugar, con una seriedad apabullante, a encontrar la forma de las cosas que vendrán.


EL ÚLTIMO CASO DEL INSPECTOR

El lugar del crimen
no es aún el lugar del crimen:
es sólo un cuarto en penumbras
donde dos sombras desnudas se besan.

El asesino
no es aún el asesino:
es sólo un hombre cansado
que va llegando a su casa un día antes de lo previsto,
después de un largo viaje.

La víctima
no es aún la víctima:
es sólo una mujer ardiendo
en otros brazos.

El testigo de excepción
no es aún el testigo de excepción:
es sólo un inspector osado
que goza de la mujer del prójimo
sobre el lecho del prójimo.

El arma del crimen
no es aún el arma del crimen:
es sólo una lámpara de bronce apagada,
tranquila, inocente
sobre una mesa de caoba.

Luis Rogelio Nogueras (1945 - 1986)

15 noviembre 2014

La noche de la iguana amaneció en República Dominicana

(Escrito para la columna Como si fuera sábadode la revista Estilos)

Hace 45 años, Punta Borrachón era uno de los lugares más olvidados e ignorados de República Dominicana. Tras el ajusticiamiento de Trujillo, una nueva generación soñaba con construir un país democrático y próspero. Entre ellos estaba un muchacho que solía llamar la atención por sus empecinamientos en lograr cosas ‘imposibles’.
Por una iniciativa de Lyndon B. Johnson, llegó al país un grupo de líderes sindicales de Estados Unidos. Venían con el objetivo de crear una escuela de marina mercante. Mientras los promotores del proyecto recorrían la media isla para elegir el sitio, tuvieron varios inconvenientes por la barrera del idioma.
Como él joven emprendedor hablaba inglés de manera fluida y conocía el país como la palma de su mano (trabajaba en un negocio de maquinaria agrícola), el general Antonio Imbert Barrera lo propuso como traductor. Fue así que entró en contacto con los inversionistas y supo de sus planes.
Aunque la salida de Johnson de la Casa Blanca paralizó el proyecto de la escuela naval, los inversionistas decidieron comprar 56 millones de metros cuadrados en Punta Borrachón. Por esos días, el joven ‘traductor’ había leído un reportaje en la revista “Life” sobre una película que iban a filmar en un lugar de la costa del Pacífico mexicano. Para poder alojar a los artistas y al equipo técnico, tuvieron que construir un hotel.
Los promotores del hotel pensaban que, una vez que se estrenara el filme, aquel sitio se convertiría en un nuevo destino turístico. La película era “La noche de la iguana”, basada en una obra de Tennessee Williams, dirigida por John Huston y protagonizada por Richard Burton, Deborah Kerr y Ava Gardner.
El sitio era Puerto Vallarta y la fotografías mostraba escenarios en el Hotel Rosita, el Río Cuale y las playas del Pacífico. En un momento del reportaje, Tennessee Williams recuerda un comentario que le hizo John Huston: “Puerto Vallarta es Acapulco hace treinta años”.
El filme tuvo un enorme éxito en todo el mundo. Cuando el joven dominicano se volvió a encontrar con los inversionistas norteamericanos, no les habló de su lectura en “Life”, tampoco mencionó a John Huston y mucho menos a Puerto Vallarta. Se guardó el secreto de su fuente de inspiración y les dijo directamente lo que él pensaba que había que hacer.
“Con mucha decisión les propuse construir unas cabañas para poder pernoctar. Una vez que gente famosa como ellos fueran al lugar, pasaran sus vacaciones y comenzaran a salir en la prensa, todos querrían conocer y disfrutar del nuevo paraíso que prefería la sociedad de Boston y Nueva York”, recuerda, 45 años después.
El arquitecto José Horacio Marranzini, el célebre Sancocho, acababa de hacerse una cabañita al lado de la casa de su mamá. Tenía dos habitaciones, un baño y una cocinita. Le había costado 4,800 pesos. Por eso el joven calculó que las suyas acabarían costando 5 mil, sumando el transporte hasta un sitio tan apartado.
Una semana después le preguntaron qué se necesitaba para empezar: “Un tractor —fue su respuesta—, para abrir una trocha por la costa”. De Higüey al sitio donde por fin se construyeron las cabañitas había, en ese momento, 86 kilómetros. Con el tractor se aplanaría el terreno y se abriría paso. Eso podía reducir el trayecto a 6 horas.
Luego compraron dos plantas eléctricas y, por último, construyeron una pequeña pista de aterrizaje. La mayoría de los que supieron de su empeño lo tildaron de loco. Más de una vez las fotografías de las avionetas aterrizando dentro de nubes de polvo provocaron risas y hasta burlas.
Cuatro décadas después, la cabañitas se convirtieron en uno de los destinos turísticos más lujosos del planeta. La pequeña pista de aterrizaje acabó siendo el primer aeropuerto internacional privado del mundo y el mayor de la región del Caribe.
Aunque hubo momentos tormentosos, días devastadores y años difíciles; el final de la historia, fuerza de trabajo y constancia, es feliz. Como Punta Borrachón no era un buen nombre para su sueño, Frank Rainieri decidió hacerle honor al paisaje donde acabó construyéndolo.
A Tennessee Williams le hubiera encantado conocer Punta Cana, el verdadero paraíso donde amaneció “La noche de la iguana”.

10 noviembre 2014

Mi familia

La tragedia de Cuba se puede resumir en una certeza: es el único país del hemisferio occidental que está peor que en 1959. Pero hay algo aún más grave y tiene que ver con la familia. Ninguno de los daños infligidos por la dictadura de Fidel Castro a mi país es mayor que la desintegración del núcleo donde nacimos.
El mío era el mejor del mundo. Mis abuelos, Aurelio y Atlántida, lograron que sus cuatro hijos fueran muy unidos. Caridad, Argelia, Lérida y Aldo crecieron en estaciones de ferrocarril, mientras sus padres trabajaban duro para que ellos aprendieran que esa era la única manera de tener éxito y salir adelante.
Los cuatro fueron ferroviarios. Mi tía Cary llegó a ser jefa del puerto más importante del centro de Cuba. Mi tía Titita dirigió, desde muy joven, el tráfico de los trenes de caña en los ramales de las zafras. Mi madre llegó a tener grandes responsabilidades en los Ferrocarriles de Cuba.
Mi tío Aldo, el mejor de todos, fue un verdadero artista en el arte de hacer que los trenes circularan y llegaran a su destino en hora. Pero todo eso está en el pasado. Ahora yo vivo en un país donde los trenes circulan bajo tierra y el único primo real que tengo ni siquiera mantiene comunicación conmigo.
Pero a pesar de los pesares puedo asegurar que hoy, 10 de noviembre de 2014, que tengo una familia inmejorable. Por eso estoy tan agradecido de Alejandro, Diana, Freddy, Luis, Marianela, Mario, Mayitín, Soraya y Susan. La mayoría de las veces no veo pasar un tren en todo el día, pero gracias al amor de ellos no me siento solo.

El tiempo de las ruinas

Como a muchas otras cosas en la Isla, la revolución de enero de 1959 le cambió el nombre al ingenio Hormiguero. De un día para otro, aquel próspero territorio, cubierto de cañaverales, ramales de ferrocarril y chuchos de caña, empezó a llamarse Espartaco, como el esclavo tracio.
Durante más de un siglo, Hormiguero hizo historia por su gran eficiencia. Sus cosechas duraban justo lo que necesitaba la industria para producir la cuota que le habían asignado. Por años, la fiesta de fin de zafra se celebró con la Orquesta de Chapottín, el Louis Armstrong del son cubano.
Cuando mi tío Aramís quiere recordar esa época, deja que la voz de Miguelito Cuní se oiga en los cuatro costados de su casa. Durante el medio siglo que duró la República, el batey del ingenio Hormiguero no paró de crecer. La prosperidad levantó un cine, tiendas, bodegas, pequeños chalets y  hermosos jardines.
Justo después que le cambiaron el nombre comenzó la decadencia. Nunca más volvió la Orquesta de Chapottín, jamás se oyó allí la voz de Miguelito Cuní. Durante el medio siglo que ha durado la Revolución, el batey del ingenio no ha parado de arruinarse.
Es como si una tormenta invisible hubiese demolido todo, todo excepto las antiguas chimeneas y una pequeña torre de ladrillos. Dentro de la torre hay un reloj. Aunque está intacto, permanece inmóvil, como si se negara a medir el tiempo de las ruinas. 

07 noviembre 2014

El regalo de Mayitín

Mario García Haya me ha hecho muchos, muchísimos regalos. Acabo de hacer un rápido inventario en mi cabeza y llegué a un punto donde perdí la cuenta. Algunos, los más importantes, han sido intangibles; aunque no han faltado los materiales. Todos precisos, salvadores.
Mayitín me regaló la posibilidad de querer a Soraya y a María Eugenia, quienes son parte de mi familia desde hace 14 años. También gracias a él, mi hija Ana Rosario descubrió que tenía tres primos y cuatro tíos, porque él nos llevó a conocer a Julián, Abigaíl, Paloma y Juliancito.
Nos parecemos en muchas cosas, por eso Soraya bromea diciendo que somos gemelos separados al nacer. Ambos llegamos a ser obsesivamente cuidadosos y nos preocupamos mucho (a veces demasiado) por atesorar las cosas que definen a nuestras familias y nuestro origen.
Eso me ha permitido el lujo de poder apreciar la gran obra de sus padres, Mario García Joya y María Eugenia Haya –Marucha–, dos artistas fundamentales en la segunda mitad del siglo XX en Cuba. Establecer una relación familiar con esas imágenes, me ha permitido ver a mi país desde un ángulo que yo desconocía.
Junto a Mayitín he sembrado pequeñas posturas que ahora son árboles, he ensamblado innumerables muebles de Ikea y tracé sobre la hierba lo que luego sería una casa encima de una montaña. Pero si tuviera que elegir uno entre todos sus regalos, me quedaría con esta foto.
Si para él fue importante poner los pies en el Paradero de Camarones, eso quieres decir que todo lo demás tendría que suceder. Ahora, después de esa imagen y de la aparición de Diana, somos hermanos reunidos al volver.

04 noviembre 2014

Huyendo con Fito Cabrales de mí

Supe de Adolfo Cabrales por Andrés Calamaro. El disco que más oí a finales de los años 00 fue 2 son multitud, ese maratónico álbum donde se reúne lo mejor de la gira que emprendieron juntos el vasco y el argentino. Desde entonces, “Soldadito marinero” es uno de mis himnos.
El País publicó ayer un reportaje donde Guillermo Abril —un verdadero maestro en el arte de la crónica que busca a un artista— viaja en un todoterreno hasta la guarida de Fito, en una montaña cerca de Guernica. El texto es suficiente para descubrir al rockero a través del mundo que le rodea.
Lo que se cuenta y lo que hablan también sirve como introducción a Huyendo conmigo de mí, el nuevo disco de Fito. “Espero que sea yo —confiesa Cabrales—. Es lo único que me propongo. Hay canciones que te reflejan, y otras que te salen, pero son mentira. No eres tú. Lo más difícil es encontrar el trazo tuyo. No creo que haya cosas más importantes en la música que eso”.
Fito nació en 1966. Aunque nacimos y nos criamos en dos mundos muy diferentes (él en Europa y yo en el Caribe, él en España y yo en Cuba, él dentro de una dictadura de derecha y yo dentro de una dictadura de izquierda…) nuestras referencias culturales y la edad de nuestras carrocerías (soy del 67) son muy parecidas.
Creo que ese el principio de la empatía que siento por su estética, la cual es muy bien definida por Guillermo Abril como “la marca de la casa”: “Voz aguda y aforismos poliédricos”. Ya incorporé el nuevo disco de Fito & Fitipaldis al playlist del Jeep, que es mi sala de música preferida. Desde ayer ando huyendo con él de mí.
En unos pocos días he tarareado decenas de veces “El vencido”: “Cada vez que estoy perdido/ en la noche oscura/ sé que todo lo que escribo/ a veces me mata/ y a veces me cura. (…)/ Soy el gran triunfador/ soy el vencido/ tengo un diente de oro/ y otro partido./ Mi sentido común, nunca lleva razón,/  es mi enemigo./ Si lo pienso mejor,/ si sucede otra vez/ sé que estoy perdido...”
Eso es lo que espero del rock and roll, lo que sé de mí es eso.