28 julio 2020

Los héroes del arroyo Cercado

Yiyo, Alito, El Rubio y Luis Miguel en el arroyo Cercado.

La Loma de Thoreau está dentro de Quintas del Bosque, un desarrollo inmobiliario que se encuentra en un entorno único: frente al Mogote, la montaña más alta de Jarabacoa, y junto al Parque Nacional Baiguate, en la Cordillera Central dominicana.

Uno de los grandes tesoros de Quintas del Bosque son las cascadas del arroyo Cercado. Agua pura, acabada de salir del vientre de las montañas, desciende con rapidez hasta alcanzar el Yaque del Norte. Muy pocas personas tienen acceso a esas cascadas. Aun así, no todas tienen el cuidado de protegerlas.

Hoy recorrí el sendero que va de una cascada a la otra acompañado de cuatro héroes: Yiyo, Alito, El Rubio y Luis Miguel. Ellos nacieron y se criaron en estas lomas, este entorno es su lugar en el mundo. A machete (el arma que los dominicanos le enseñaron a usar a los cubanos) limpiamos la maleza del camino. De regreso, recogimos toda la basura.

Antes, cuando alcanzamos la cascada grande, brindamos con Brugal Extra Viejo por esa satisfacción increíble que produce hacer algo útil. Cuando ando entre cibaeños (sobre todo con los campesinos de la Cordillera) siento que estoy en un lugar que me pertenece. 

Si no existiera el Paradero de Camarones, pudiera decir que soy de aquí. El Rubio ni siquiera había almorzado. Entre un trago de Brugal y el otro, se zampó un plato de yuca y cerdo que trajo en su mochila. Hicimos el compromiso de repetirlo cada dos meses, no como un trabajo, sino como un pretexto para juntarnos.

Luis Miguel es el más joven del grupo y aún no conoce bien los palos del monte. Me encantó escuchar a El Rubio cuando le decía qué cortar y qué respetar. El Rubio no es un técnico forestal, su conocimiento es mucho más importante aún, porque se trata de alguien que se relaciona con la naturaleza por instinto.

Vengo de andar por el monte con los héroes del arroyo Cercado. Hemos dejado impecable un sendero que no conduce a Dios, pero que produce una sensación muy parecida a la que deben sentir los que llegan hasta él. 

El llamado de lo salvaje

A María le he enseñado todo lo que he podido de la vida en el campo. Incluso en la ciudad, cuando vamos camino al colegio, jugamos a identificar árboles y aves. En la Loma ha aprendido a montear. Cuando bajamos a la cascada, ella siempre se va delante, disfruta abrirse camino y superar obstáculos sin mi ayuda.

También le he enseñado a no tenerle miedo a la oscuridad. “Perderse en los bosques es una experiencia tan sorprendente y memorable como valiosa”, dice Thoreau en Walden, donde asegura que a veces llegó a su casa dejando que sus pies lo guiaran, porque no podía ver nada.

Anoche vimos con María la nueva película de El llamado de lo salvaje. Ella conoce bien a la novela y al autor. De hecho, nuestros labradores se llaman Buck y Jack. Sé que le gustó mucho. La prueba es que se mantuvo una hora y cuarenta minutos (el tiempo que dura la película) sin mirar ni una sola vez la pantalla de su teléfono.

En la madrugada nos despertaron los ladridos de los perros. Cuando salí a ver qué pasaba, encontré que María se me había adelantado. Salió descalza (también le adiestré en eso) y ya sabía lo que pasaba. Los perros de un amigo se habían escapado y estaban peleando, a través de la cerca, con los nuestros.

Cuando volvíamos a la cabaña, María se agachó y pasó la mano por la hierba. “¡Esto es sangre!”, me dijo mostrándome sus dedos. En efecto, en su pelea a través de los alambres de púas, Buck se había hecho una pequeña cortadura. Entró después que yo, se quedó mirando a ver si los perros volvían.

Nada de eso se le enseñé yo, lo aprendió con Jack London.

27 julio 2020

Imitaciones

El colibrí real sobrevoló
la lámpara que lo imita.
Por un momento pareció
ser parte de ella.

Él prefiere el néctar

de la mañana

y los otros

se iluminan

al final de la tarde.

Esa es, pienso yo,

la mayor diferencia 

que hay entre ellos.


Las imitaciones

hoy en día

están cada vez

más cerca

de ser ciertas.

Tarde o temprano

perderemos

esa habilidad

que nos permite

identificarlas.

 

Por eso

el colibrí real

se esfuerza tanto.

En apenas

unos segundos

es capaz 

de mostrarme

su virtuoso

manejo

de la gravedad.

 

Sabe bien

que cuando

oscurezca

sus congéneres

de plástico,

sin saber

ni siquiera volar,

deslumbrarán

al mundo.

26 julio 2020

Risas y más risas con Sigfredo Ariel

Cada vez que Sigfredo Ariel llamaba a casa para hablar conmigo, pedía que le pusieran a Ernestina Trimiño. “¡Avanzada campesina!”, gritaba cuando yo respondía. Inmediatamente, empezaba a imitar a Plutarco Tuero: “Óyeme lo que te voy a decir, Cheo Malanga, la alcaldesa consiguió una botella. ¡Ven para acá!”.
Cuando Sigfredo y Zaida del Río vivían juntos, solíamos reunirnos muy a menudo. Un día llegué a su casa y encontré una turba de muchachos. Habían tenido una discusión con Cristian y querían caerle en padilla. La cosa se puso fea y tuve que darle un galletazo a uno.
—La suerte es que Cheo Malanga llegó a tiempo —dijo imitando la voz y los gestos de Enrique Santiesteban, ya con un ron en las manos.
Una tarde, Bladimir Zamora y él me llamaron. Iban para casa de Celeste Mendoza a entrevistarla. Insistieron y me uní a ellos. Aunque se habló muchísimo, la entrevista nunca se hizo. Tarde en la noche y muy borrachos, coincidimos en el ascensor con dos vecinas de Celeste. Al ver nuestro estado, una de ellas murmuró: “¡Jum! Seguro que vienen de casa de esa”.
“Chico, oye como se refieren a la Reina del Guaguancó”, dijo Sigfre para sonsacar al Bladi. “Señora —reaccionó—, ‘esa’ es una gloria de Cuba y usted es una piltrafa humana”. Los segundos en que el ascensor demoró en llegar al lobby del edificio, han sido de los más largos y tensos de mi vida.
Cuando salimos al Vedado llovía a cántaros. Pero en aquel país esas cosas no importaban. Caminamos debajo del agua muertos de la risa. De todas las historias que compartí con Sigfredo en aquella época, la más divertida fue en un campamento donde los artistas y escritores iban a trabajar en el campo.
Aunque hacía un frío tremendo, había que quitarse de encima esa tierra pegajosa que tiene la llanura Habana-Matanzas. Al llegar a las duchas, Sigfredo se encontró con Bacallao y Pepe Holmos enjabonados y tal como habían venido al mundo. 
—Qué tristeza más grande, caballeeero —dijo paralizado—, miren lo que nos queda de la orquesta Aragón.
No me da la gana de seguir poniéndome triste. Hoy va a ser un día de risas y más risas con Sigfredo Ariel.

No, Sigfredo, tú no

Reencuentro con Bladimir y Sigfredo en 2011.

No, Sigfredo, tú no. Si alguno de nosotros merecía llegar a viejo, a muy viejo, para contar de verdad quiénes fuimos, ése eras tú. Siempre pensé que no envejecías por eso. Primero la noticia no me cabía en la cabeza. Después, cuando ya no me quedó más remedio que aceptarla, la tristeza no me cupo en el cuerpo.
Anoche tuve que batirme con un enorme murciélago. Es la única vez que ha entrado uno a la cabaña desde que vivimos en la Loma de Thoreau. Nos habíamos acostado todavía de día (soy un guajiro irremediable). Estábamos viendo la balacera en el O.K. Corral cuando Diana dio un grito de horror.
Pensé que era por miedo a que esta vez mataran a Wyatt Earp, pero las enormes alas negras pasaron sobre nosotros y tuve que mentir. “Es una tatagua, Cucha, yo la saco”. Subí encendiendo luces y abrí la terraza. Fue todo el tiempo detrás de mí. Voló en dirección al bosque, es decir, a lo oscuro.
Diana siempre busca señales en todo y la visita del murciélago la dejó intrigada. Cuando despierte, le diré que era el de Bacardí. Vino a darnos una terrible noticia que Juan Carlos López Popa acaba de confirmarme. “Camilín, qué triste mi hermano”. Casi al mismo tiempo, se abrió la ventana de Aleisa Ribalta.
“Se nos ha muerto un pedazo de cada uno hoy”, me puso. Yo me siento incapaz de contabilizar todo lo que he perdido. Aún no había cumplido los veinte y ya tenía el privilegio de emborracharme con Sigfredo Ariel y Bladimir Zamora. Eran encuentros interminables donde no se paraba de oír música.
Solo comíamos si el panadero de los bajos de La Gaveta tenía la conmiseración de vendernos algo. Aquel Sigfredo me deslumbraba. A pesar de que solo era cinco años mayor que yo, su influencia me cambió por completo. Verlo hacer un programa de radio delante de mí es uno de los grandes lujos que me he dado.
En 2011, cuando volví a La Habana después de 10 años, una de las primeras cosas que hice fue abrazarme con Sigfredo y Bladimir. Ahora resulta que han amanecido juntos. Si la sobrevida es cierta, como tanto me insiste Diana, la cumbancha que esos dos deben tener armada no va a acabarse nunca.
Al murciélago que vino anoche lo guié con la luz, esa que tú convertiste en el verso más inolvidable de nuestra generación. “La rumba está formada ya con ellos allá arriba, no dejemos de encender luces por él hoy”, me puso Aleisa. Le haré caso. Así que ya sabes: ¡Ponle el cuño, orquesta Aragón!

24 julio 2020

Las palomas de la terraza

El amanecer les pertenece.

Por eso quito las cortinas

si hacer ruidos

y salgo sigiloso.

No me atrevo 

a interrumpir

su silencio

ni a espantar 

esa luz

que dura tan poco.

 

Siempre las encuentro

a primera hora

del verano.

No puedo decir

cuando ni cómo

se marchan.

Seguro 

que desaparecen

en cuanto comienzan

los estruendos 

de la mañana.

 

Hechas del mismo albor

que nos despierta,

las palomas de la terraza

solo suben hasta aquí

para tratar

de demostrarnos

cuán efímera es la belleza.

23 julio 2020

Feliz cumpleaños, Papi

Hoy mi padre, Serafín Venegas Nodal, cumple 94 años. Aunque murió en 1993, pocos días después de conocer a su nieta, nunca ha dejado de acompañarme. Por eso celebro su avanzada edad y me sirvo un ron que de seguro vamos a compartir. La orquesta Aragón, su preferida, suena alrededor de nosotros.

Papi siempre creyó que su mundo no me interesaba, que yo prefería la llanura y los trenes de mi abuelo materno a sus montañas y sus trayectos en Jeep. Una vez me llevó a Can Can, el punto más inaccesible de la geografía manicaragüense, y no paró hasta que sembró el vehículo en el lodo.

—Creo que vamos a tener que dormir aquí —me dijo.

La neblina se cerraba alrededor de nosotros y un aguacero enorme estaba a punto de caer. Yo debía tener nueve o diez años y me asusté muchísimo. Aquella selva parecía sacada de un libro de Salgari y con nosotros no andaban ni Sandokán ni el Corsario Negro.

Haciéndome creer que buscaba madera para hacer una hoguera, reunió troncos y, pulgada a pulgada, logró que el Jeep avanzara sobre ellos. Al Camilo Venegas de hoy, le hubiera encantado la idea de dormir con su padre en aquel lugar. Incluso sería capaz de mentir y decir que eso fue lo que ocurrió realmente.

Por eso muchas veces me imagino que él me ve, mientras voy Cibao arriba, camino a la Loma de Thoreau. Allí, siempre que abro una botella de ron, se la dedico. A él y a los míos. “Aurelio, Serafín y Aldo, cuiden a Lérida y Atlántida”, les digo en voz muy baja.

Acabo de repetir eso, mientras me sirvo un Brugal Extra Viejo. Mañana, camino de la Loma, como de costumbre, pensaré muchas veces en él. Siempre creyó que su mundo no me interesaba y acabé replicándolo en una isla de la que me habló muchísimo. 

Porque, en uno de sus tantos arrebatos, estuvo a punto de enrolarse en la expedición de Cayo Confites.


Con Susana

Hoy almorzamos un delicioso potaje de frijoles blancos. Diana Sarlabous le pone ajo, cebolla, pimentón de la Vera y chorizo oreado. Pero el secreto no está en los ingredientes sino en que los frijoles sean Goya. Porque si son Goya, tienen que ser buenos.

Al final de la comida, hice algo que no suelo hacer. Me paré de la mesa antes de terminar la taza de Bustelo. No pude contenerme. Necesitaba dejar constancia cuanto antes de mi solidaridad incondicional, mi respeto y mi cariño por Susana Pérez, quien hoy es víctima de la rabia buenista. 

Ella fue uno de los primeros amores de mi vida (aunque se llamaba Cruz, era gitana y estaba enamorada de otro). Cada vez que aparecía en la pantalla, mis ojos se clavaban en los suyos. Luego, personaje tras personaje, se convirtió en una de las actrices cubanas que más he admirado. 

Los cazadores de brujas ya son, como el coronavirus, una pandemia. El tribunal de Salem ahora juzga por todo el mundo. Lo mismo boicotean a un sazón que persiguen a una bella cubana. Son capaces de todo por tal de quitarle la palabra a los que piensan diferente (y una vez que se la quitan, hacen lo indecible para no devolvérsela).

Aunque sé que los ataques la harán aún más fuerte, le mando un abrazo grande desde la Loma de Thoreau, territorio libre de buenismo. Con Susana, todo. Contra Susana, nada.

22 julio 2020

Ese parásito que todo cubano lleva adentro

© Alen Lauzán.
© Alen Lauzán.

A principios de los años 90, cuando la tenencia de dólares todavía estaba prohibida en Cuba, gané un premio literario en México. Senel Paz me hizo el impagable favor de llevarme el monto del mismo a La Habana. Llegué a su casa agradecidísimo, flaquísimo y con un enorme malestar en el estómago.
Cuando le conté lo que me pasaba, me dijo una frase que he seguido usando (con su debido crédito) el resto de mi vida: “Todo guajiro que se respete, debe tener un buen parásito adentro”. Me ofreció dos remedios para mi mal: una tisana o un trago de ron. Elegí el segundo.
En el camino de regreso, de la casa de Senel a la mía, me sentí un delincuente. Aunque los dólares que llevaba en el bolsillo me los había ganado con mis versos y eran el primer pago que recibía en mi vida por ellos, no me sentía capaz de disfrutar aquella felicidad. Atravesé El Vedado como un fugitivo.
Conozco casos que me dan más pena. Pedro José Rodríguez, el héroe de mi infancia, el más grande jonronero que ha nacido en Cuba, perdió su carrera deportiva porque le encontraron unos pocos dólares en la maleta. Aunque se trataba de un obsequio de un pelotero venezolano, fueron implacables.
Un querido amigo, Omar Mederos, uno de los hombres más honestos y buenos que he conocido, tuvo que irse de Cuba para no ir a la cárcel. Su terrible experiencia cupo en una canción de Polito Ibañez. Aunque eso ocurrió hace muchos años y Omar recuperó su vida, la canción me sigue estremeciendo.
Cuando el dictador Fidel Castro despenalizó el dólar, obligado por una crisis económica que provocó él mismo, las cárceles de la isla estaban llenas de cubanos que habían sido condenados por tenerlos. Ninguno fue liberado, tuvieron que pagar hasta el último día por un delito que ya no existía.
Años después, el dólar fue penalizado con un ominoso impuesto y sustituido por una moneda falsa. El propósito de cada una de esas medidas, ha sido tirar sobre los hombros de los cubanos (sobre todo los del exilio) el peso de una economía incapaz y de un país inviable.
Ahora, de la noche a la mañana, la dictadura ha logrado poner en funcionamiento una cadena de tiendas en divisas. En ellas solo se puede comprar con tarjetas electrónicas que deben ser recargadas con remesas. Marcas blancas y enseres de la más baja calidad son vendidos al precio de productos premium. 
“Los mal nacidos por error”, como Miguel Díaz-Canel llamó una vez al exilio cubano, deben ocuparse una vez más de mantener a los 11 millones de sobrevivientes que permanecen en la Isla. Solo así el país podrá huir hacia delante y evitar, por ahora, la hambruna.
Todo cubano, respétese o no, tiene un buen parásito adentro. Se llama Cuba.

20 julio 2020

Esperando al tren de Cumanayagua

El tren que circulaba por el ramal Cumanayagua se pasaba todo el tiempo, como decían los ferroviarios, en el suelo. Estaba en tal mal estado aquel antiguo ramal, que aun a una velocidad muy reducida la locomotora acababa perdiendo los rieles y zozobrando en un mar de yerba de guinea y marabú.
Los domingos en la tarde, cuando me tocaba viajar en él hacia la escuela en el campo, cruzaba los dedos e imploraba que se descarrilara antes de llegar a Camarones. Nunca lo conseguí. Más puntual que nunca, hacía andén para llevarme hasta el punto donde el Escambray se encaja en el llano.
Hace dos años, Diana y yo volvíamos a Madrid después de pasarnos unos días con Elina y Renay en Calella de Palafrugell. Estábamos en la estación de Girona y por el audio local nos avisaron que nuestro tren había atropellado a una persona en Figueres. No podían calcular cuánto tardarían en levantar el cadáver.
A pesar de la tragedia y del exceso de información, sentí un raro entusiasmo. “¡Volvamos para Calella!”, le dije a Diana, después de recordar al tren de Cumanayagua y de mis ruegos para que no llegara en pie a Camarones. Casi la tenía convencida cuando nos trasbordaron al Marsella-Madrid.
Solo una vez he lamentado que el tren de Cumanayagua se descarrilara. Fue en el aeropuerto de La Habana en 2013, durante nuestra última visita a Cuba. Por el audio local anunciaron que todos los vuelos de Copa estaban cancelados. Ya tenía muchos deseos de volver a casa, o sea, a Santo Domingo.
Los domingos en la tarde, cuando llega la hora de irnos de la Loma de Thoreau, siempre pienso en el tren de Cumanayagua. Como todo depende de mí (soy el chofer) y el Jeep está en óptimas condiciones, cruzo los dedos e imploro que llegue una tormenta que no nos deje bajar. Aún no lo he conseguido.
Siempre todo se despeja a la hora de salir. Entonces llega el destartalado tren, más puntual que nunca, para llevarnos.

17 julio 2020

Un helado de malta por Víctor Víctor

“¿Tú eres el cubano que trajo Freddy Ginebra?”, dijo alguien que se había parado delante de mi mesa. Era mi segundo día de trabajo en el periódico El Caribe y mi tercer día en República Dominicana. Cuando levanté la cabeza, mi vista tropezó con una mole con cara de burla. Era Víctor Víctor.
“Quiero colaborar en el suplemento que vas a dirigir”, agregó. La próxima vez nos encontramos en Thesaurus, una famosa librería de Santo Domingo que desapareció hace años. Entonces conocí a Tommy García, su más cercano amigo. Aquellos encuentros acabaron convirtiéndose en un ritual.

Fue a Tommy al que se le ocurrió la idea de que Vitico y yo tuviéramos sendas columnas en Pasiones, frente a frente. Siempre que iba a llevarme su colaboración, acabábamos en la cafetería del periódico, cada uno con un helado Bon de malta. Así planificábamos las próximas entregas.

Las discusiones que sosteníamos en las páginas del periódico, nunca lograron ser mejores que las que teníamos en aquella cafetería. Víctor Víctor, además de ser uno de los más grandes revolucionarios de la música dominicana, era un maestro de la polémica. Disfrutaba tanto discutir como hacer bachatas.

Coincidíamos en muchísimas cosas, pero teníamos una diferencia irreconciliable. Él admiraba a la revolución cubana y yo odiaba (odio) con todas las fuerzas de mi corazón a la dictadura que destruyó a mi país y a mi cultura. Llegó un momento en que el desacuerdo pudo más que nosotros y acabamos distanciándonos.

Eso no cambió en un ápice mi cariño hacia él y mi admiración por su obra. No siempre se reconoce el papel que jugó Víctor Víctor para que la bachata saliera de marginalidad y se convirtiera en uno de los signos más universales de la cultura dominicana. La luz de su mesita de noche fue un auténtico faro en eso.

Más de una vez nos reencontramos, como en la penúltima página del periódico, pero ninguno de los dos cedió. Ahora me arrepiento muchísimo no haber ido a darle un abrazo. Siempre temí que me saliera con uno de sus sarcasmos. A veces se nos hace demasiado tarde para correr los riesgos que de verdad valen la pena.

Lamenté muchísimo que Bon dejara de hacer el helado de malta, por su riquísimo sabor y por todos los recuerdos que me traía. Hoy levanto una copa imaginaria de aquella delicia por Vitico, a quien voy a seguir disfrutando siempre, tanto su cara de burla como su incontrolable necesidad de provocar, crear y cantar.

Me hubiera gustado decirte todo esto frente a frente, asere.

La caída del zorzal

Diana estaba sirviendo el primer Bustelo de la mañana cuando oímos el golpe seco, inconfundible. levanté la vista rápido y alcancé a ver el cuerpo en caída libre. Sin saber de quién se trataba, salí corriendo para evitar que los perros le hicieran daño. A fuerza de duros regaños, logré llegar primero que ellos.
No ocurre con tanta frecuencia, pero varias aves han chocado contra los cristales más altos de la cabaña. Que tengamos constancia, una paloma ceniza, un carpintero, dos colibríes, un pegapalo y el de hoy, un zorzal (Turdus plumbeus). La paloma y uno de los colibríes murieron en el acto. Los otros lograron sobrevivir.
Hace unas semanas, Mario Dávalos me hizo notar cómo ha crecido la población de chua chuá (así le llaman los dominicanos al zorzal) tanto en Santo Domingo como en Quintas del Bosque, donde se encuentran la Loma de Thoreau y Quinta Rosa (la propiedad de Mario). “¡No sé de dónde han salido tantos!”, exclamó.
Como en Cuba, que le llaman zorzal real, el Turdus plumbeus es residente en La Española y se adapta con facilidad a una gran variedad de hábitats. Me encanta verlos saltando por el césped, bien atentos, con la cabeza inclinada para escuchar los sonidos de gusanos y pequeños insectos. 
Aunque se dejó atrapar sin ofrecer resistencia, alertó al resto de los zorzales de que estaba cayendo prisionero. Lo subí a la cabaña, le mojé las patas (un remedio infalible de los guajiros cubanos) y le di de beber. Luego lo puse sobre la baranda de la terraza.
Con mucha torpeza, logró volar hasta un caimito cercano y allí se quedó un buen rato. Ya anda por el césped, bien atento, tratando de escuchar el silencio del subsuelo para no se le escape ni un solo gusano. Al final de la tarde y mañana a primera hora, su canto será lo más hermoso de la Loma de Thoreau.

16 julio 2020

El nido de la lámpara

Hace unas semanas descubrimos que una cigua amarilla (Spindalis dominicensis) había construido un nido en la terraza de nuestra habitación. Usó la canasta de una de las lámparas como estructura. Aproveché un momento en que salió a comer para quitar la bombilla y desconectar la electricidad.
La Loma de Thoreau está llena de nidos, pero es la primera vez en cuatro años que construyen uno en la cabaña. Ayer, cuando llegamos, oímos una algarabía tremenda en la terraza. Tres hambrientos polluelos no paraban de llamar a su madre. La esperé para tratar de hacerle una foto, pero fue más veloz que yo.
Aunque da la impresión de que se siente muy a gusto y que no nos teme, entró al nido sin darme tiempo a reaccionar. Hoy en la mañana, con mucho cuidado, acerqué la cámara del iPhone para tratar de hacerle una foto al interior del refugio. Apenas se distingue un ojo expectante de mamá cigua. No volveré a molestarlos.
La cigua amarilla es endémica de La Española y un residente común de las montañas dominicanas. Su población, sin embargo, se ha reducido notablemente desde 1930 por la pérdida de hábitat. Por eso estamos orgullosos de las ciguas que la Loma de Thoreau le aportará a la Cordillera Central.
Olvidaba un detalle muy importante: ahora tendremos que convivir con otros tres lunáticos sentimentales. Los polluelos son cáncer, como yo.

53

Hoy, 16 de julio de 2020, a las 8:40 de la mañana, cumplo 53 años. Nací en un lugar que ya no existe, la Clínica del Maestro de Santa Clara; en una provincia que desapareció, Las Villas, y en un país al que solo se podría volver si se viajara al pasado. La casa donde viví, la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones, ya se derrumbó.
Eso no quiere decir que he dejado de ser cubano, sino que pertenezco a una Cuba que se quedó sin territorio. Guillermo Cabrera Infante describió muy bien esa sensación en una entrevista. Empezó por recordar a Martí, quien apenas vivió 16 años en la Isla y solo volvió a ella para que lo mataran. 

“No creo que se pudiera encontrar alguien más cubano que José Martí —afirmó el Infante difunto—. Y eso contando que su padre y su madre eran españoles”. Luego se refirió a su propia experiencia: “Es posible ser cubano a pesar de vivir desde el año 66 en Londres, en la misma calle y en la misma casa”.

Como la Cuba actual me es tan irreconocible como ajena, me refugio en Diana Sarlabous y en estos pocos metros cuadrados del Cibao dominicano donde, con la tenacidad que me enseñaron mis abuelos y mis padres, he sembrado árboles y escrito libros (la hija la tuve antes). Esperaré aquí mismo el cumpleaños 54.

Y así sucesivamente, hasta que llegue el momento de que la materia que soy se transforme y (como polvo enamorado) tenga el privilegio de abonar los pinos que yo mismo he plantado. Mientras tanto, pongo a la orquesta Aragón para pedirles, cuando los violines se tranquilicen, que me pregunten cómo estoy.

 

12 julio 2020

Las diez películas cubanas que prefiero

Hace poco menos de 20 años, a propósito de una Muestra de Cine que se organizaba en Santo Domingo, el crítico dominicano Félix Manuel Lora me pidió una lista con las cinco películas cubanas que yo prefería. Organizando carpetas en la MacBook, di con el archivo donde respondía a la solicitud.

Sigo estando de acuerdo con la selección que hice en aquel momento. También con las 50 palabras con las que debía fundamentar cada una de mis elecciones, porque la publicación estaba dirigida a un público no especializado, que probablemente no conocía ninguna de las películas.

Cuando compartí el post original en Facebook, como era de esperarse, generé una discusión. José Manuel Fernández Pequeño protestó por la ausencia de Madagascar y Leonardo Orozco me pidió que llevara la lista a diez. Complaciendo esa petición, extiendo la relación.

 

Memorias del subdesarrollo
(Tomás Gutiérrez Alea, 1968)

Es la única obra maestra que ha producido el cine cubano. Cada secuencia, cada gesto, cada palabra y cada sonido construyen el más contundente discurso que se ha producido sobre la tragedia cubana desde 1959 hasta hoy. Más que una película, Desnoe y Alea crearon un mito.

 

La última cena
(Tomás Gutiérrez Alea, 1976)

Es la metáfora mejor lograda sobre lo que significó la industria azucarera para la nación cubana y las identidades de los cubanos. Aunque se inspira en una escena bíblica, su trama es muy terrenal. La reconstrucción de la época y la fotografía son un invaluable ensayo antropológico.

 

Los sobrevivientes
(Tomás Gutiérrez Alea, 1979)

La última gran película de Tomás Gutiérrez Alea. De ahí en adelante, ni siquiera en Fresa y chocolate (1993) el más importante director cubano lograría obras de arte tan rotundas. Una metáfora cada vez más valiosa sobre las consecuencias del aislamiento y la destrucción de una sociedad por otra aún más destructiva.

 

El hombre de Maisinicú
(Manuel Pérez, 1973)

Es una película muy controversial y tendenciosa. Fue una de las piezas claves en la propaganda del régimen para encubrir una guerra civil y estigmatizar a uno de los bandos. Sin embargo, sigue siendo una de las películas cubanas mejor logradas, con una revolucionaria puesta en escena y actuaciones memorables.  

 

Vampiros en La Habana
(Juan Padrón, 1987)

Juan Padrón es el Walt Disney de los que nacimos en Cuba después de 1959. Elpidio Valdés, el invencible coronel que luchó contra el malvado general Resoplez, es nuestro superhéroe. Pero es en Vampiros en La Habana, un filme de animación para adultos, donde Padrón logra su obra más rotunda.


De cierta manera
(Sara Gómez, 1974)

Sara Gómez apenas vivió 32 años. Si su cine hubiera alcanzado la madurez que prometía, probablemente estuviera a la altura del de Tomás Gutiérrez Alea y Fernando Pérez, los dos más importantes realizadores cubanos. Aunque De cierta manera fue terminada por Titón, le debe toda su inteligencia y audacia a Sara. 

 

Madagascar
(Fernando Pérez, 1994)

Si la historia y el aliento de Madagascar hubiera alcanzado 20 minutos más, fuera la otra obra maestra de nuestro cine. Es el más desgarrado y hermoso homenaje que se le ha hecho a los cubanos que perdieron la capacidad de soñar y a los que ya nacieron con todos los sueños rotos.

 

La muerte de un burócrata
(Tomás Gutiérrez Alea, 1966)

La divina comedia del cine cubano. Realizada en un momento donde la revolución todavía era capaz de asimilar los golpes de la crítica, se convierte en una crónica demoledora sobre los males que acabarían convirtiendo al socialismo en una utopía inviable y absurda que inspira los chistes más desternillantes.

 

Desarraigo
(Fausto Canel, 1965)

La joya ignorada y olvidada del cine cubano. Un claro antecedente de Memorias del subdesarrollo, pero contada desde el punto de vista de los revolucionarios. El cine de Fausto Canel, como el de Sara Gómez, puede considerarse trunco. Aunque aún vive, el silencio al que fue condenados tanto él como su obra en Cuba equivalen a la muerte.

 

Suite Habana
(Fernando Pérez, 2003)

El más importante documental cubano y un conmovedor réquiem por La Habana y por la revolución que acabó destruyéndola. Sin tener que acudir a las palabras, Fernando Pérez pronuncia un demoledor discurso sobre el fin de toda utopía en Cuba y por el definitivo establecimiento de una sociedad de la sobrevivencia.

11 julio 2020

La muñeca de Diana y la pulsera de María

Ayer en la tarde, Diana y yo tuvimos una larga conversación con María. Como todos los adolescentes y jóvenes de hoy, ella está expuesta a la propaganda casi pornográfica de esa nueva izquierda que, con métodos muy parecidos a los de Torquemada, trata de imponer otra inquisición.
Esa misma conversación la tuve hace muchos años con Ana Rosario y, admito, funcionó. A diferencia mía, mi hija mayor nunca pasó por esa etapa sensiblera en que uno se cree los discursos mesiánicos y quiere cambiar al mundo… para acabar de joderlo. Ella vivió sus primeros 7 años en Cuba, conoció las entrañas al monstruo.

A María, en cambio, tuvimos que advertirle que la izquierda ha matado más que el fascismo. Le explicamos qué fue la Unión Soviética y el campo socialista. Le hablamos en pasado de los horrores de Stalin, Mao y Ceaucescu. Le mostramos en presente lo terrible que es vivir en Corea del Norte, Cuba y Venezuela.

No tratamos de imponerle nada, solo le dijimos cómo pensamos nosotros y que no quisiéramos que la manipulen y acabe simpatizando con unos criminales, condenando a los que piensan diferente y vandalizando estatuas sin tener la más mínima idea de qué está derribando, a nombre de quién y por qué razones. 

Al principio trató de contradecirnos, pero luego escuchó con atención nuestros testimonios. Yo le hablé de los campos de concentración, el adoctrinamiento en las escuelas, los actos de repudio y los médicos esclavos. Luego Diana le contó el momento en que le quitaron sus juguetes en el aeropuerto.

Abrió los ojos con un raro asombro cuando oyó que a su madre, cuando apenas tenía cinco años, una miliciana le arrebató su muñeca preferida de los brazos. Creemos que entendió, porque varias horas después se abrazó a Diana, la llenó de besos y le regaló una pulsera que le había tejido.

10 julio 2020

Un nuevo modo de relectura

No puedo decir desde cuándo lo hago ni con qué libro empezó. Lo cierto es que desde hace ya un tiempo me dedico a pasar los subrayados del papel a la pantalla o viceversa. Esa manía, que empezó de manera inconsciente, se ha convertido en un nuevo modo de relectura.
Ya conservo tantos libros digitales como de papel. Los que más me interesan los tengo repetidos: un ejemplar en los libreros y otro en la nube. Así me aseguro de tenerlos siempre cerca. Algunos, incluso, los tengo triplicados: en el iBook, en la ciudad y en la Loma.

Pero nunca, que yo sepa, había llegado al extremo de leer los dos libros a la vez, el físico y el digital. Esta mañana me descubrí con los dos ejemplares de Las montañas de la mente (2003), de Robert Macfarlane, abiertos delante de mí y leyéndolos al unísono.

Cuando pasaba un subrayado al de papel, seguía avanzando en él hasta la próxima marca. Al ir a la pantalla para hacer un nuevo trazo amarillo, me quedaba ahí. Gerard Manley Hopkins dijo que “la mente tiene montañas”. Con esa cita, Macfarlane empieza su fascinante libro.

En la búsqueda de esas cimas, que nos atraen tanto como los abismos (según Théophile Gautier), me quedé atrapado entre los dos formatos, como esos alpinistas que ya no pueden regresar sobre sus pasos y solo les queda la opción de seguir adelante.

Cuando acabe con Las montañas…, me espera El banquete celestial (2016), de Donald Ray Pollock, un escritor de Ohio que me recuerda mucho a Sherwood Anderson y a George Willard. También los tengo repetidos. En ellos seguiré trazando líneas con amarillas, entre el papel y la pantalla, el camino de la relectura.

09 julio 2020

Jabón en los ojos

En la primera escena de El Dorado, Robert Mitchum entra en el baño de una cantina y le apunta con su rifle a John Wayne, quien se lava la cara. “Espera a que me quite el jabón de los ojos”, pide el pistolero después de resultarle conocida la voz.
Mi madre era muy amiga de una de mis primeras novias. En una de mis últimas visitas al Paradero de Camarones, cuando Lérida todavía vivía en la estación de ferrocarril, aquella muchacha llegó de repente y entró hasta el final de la casa. Era algo normal en mi pueblo, al menos en aquella época.

—Espera a que me quite el jabón de los ojos —le pedí tratando de parecerme a John Wayne, pero con un ardor irresistible que me impedía enderezarme y darle la cara.

El sábado pasado me puse a cortar unos bejucos que habían invadido a una mata de níspero. Algo cayó desde lo alto que me produjo una tremenda alergia. Llegué al baño casi a tientas, todavía con el machete en la mano. Me enjaboné bien la cara y entonces sentí el inconfundible ardor.

Justo en ese momento, Diana me llamó y entonces recordé a Robert Mitchum, a John Wayne y a una de mis primeras novias. La imagen de los tres junto a la Diana apareció en la profunda oscuridad de mis ojos apretados. Era incapaz de abrirlos por más que lo intentaba.

En algún lugar leí que el mejor remedio es parpadear lo más posible para que las lágrimas curen el dolor. Lo he intentado varias veces y no me ha servido de mucho. Como John Wayne, siento que cuando por fin logre recuperar la visión tendré delante a un rifle apuntándome…

O a un recuerdo que me hará reír y solo entonces es que de verdad me curo. Porque ya no es jabón en los ojos sino eso que el psíquico francés Émile Boirac llamó déjà vu: la espuma de un suceso que se siente que ya ha sido vivido cuando en realidad acaba de pasarnos por primera vez.

08 julio 2020

MIGUEL COYULA: “Creo que no existe un país libre”

Alfonso Quiñones me llamó para decirme que pasaría por casa con Rafael Alcides y Miguel Coyula. Ambos estaban en República Dominicana para presentar Nadie (2017), un documental sobre el autor de Agradecido como un perro que acabó siendo premiado en el Festival de Cine de Funglode.
Soy un coleccionista de noches inolvidables y esa es una de ellas. Fue la primera vez que vi a Miguel Coyula y la última que le di un abrazo a Rafael Alcides. Aunque teníamos a Santo Domingo de fondo, nunca salimos de La Habana. Miguel proyectó sus cortos, Rafael no paró de darnos lecciones de vida.
Además de admira a Coyula por su obra, me estremece la valentía con la que él y su compañera, Lynn Cruz, enfrentan día a día la fuerza bruta de una dictadura que ha perdido todo escrúpulo y ya no cuida las formas ni mide los actos. La noche que nos conocimos hablamos de todo esto.
Agradezco a Marta Aquino, la madre de Miguel, por prestarnos su buzón para comunicarnos. Admito que la estructura de preguntas y respuestas aquí es solo un formalismo. Es como si el guión de una película se hubiera escrito cuando ya estaba lista para ser proyectada.

 

Hace más de 20 años, tu padre me enseñó una Habana que yo desconocía y me contó sus amores con una ciudad a la que le había dedicado su vida. Si hoy te pidiera que me enseñes La Habana actual, ¿a qué lugares iríamos?

Algunos amigos extranjeros se han quejado de mí como guía turístico. Los he llevado al cementerio Colón, a las ruinas del edificio Riomar en la Puntilla, a la explanada rocosa de la playa del Chivo en la Habana del Este… Son lugares muy específicos los que tienen magia para mí. 

Gran parte de la ciudad es una cacofonía de colores que la hiciera infilmable si no existieran las técnicas de posproducción para transformar espacios y colores. La ciudad está destruida por el tiempo y por los frankensteins construidos por nuevos ricos y, aún peor, por los funcionarios que toman decisiones para proyectos mayores. 

Esto se aplica también al vestuario. El nuevo sentido del gusto ha explotado en todas las direcciones. Cuesta trabajo apuntar la cámara azarosamente y dejar la imagen tal cual, sin tener que retocarla en postproducción. Creo que por eso mi único documental es casi completamente en blanco y negro. 

La estilización de la imagen se aviene más a la ficción. Por esto en Corazón azul, mi nueva película, estoy construyendo otra ciudad en la pantalla con el uso del collage digital, combinando lo que más me interesa de distintas locaciones. 

 

Hagamos una tercera parte de Memorias…, sentemos al personaje del subdesarrollo frente al personaje del desarrollo. ¿Dónde ocurriría y qué pasaría?

Pudiera ser en una colonia espacial en Marte. Ambos irían a morir allí. 

 

Escribe una biografía de no más de 50 palabras sobre los siguientes personajes: Mario Coyula, Rafael Alcides, Tomas Gutiérrez Alea, Edmundo Desnoes y Lynn Cruz.

Tomás Gutiérrez Alea y Edmundo Desnoes: Siendo adolescente vi Memorias del subdesarrollo. Me enseñaron a pensar el cine cubano como inadaptado en una narrativa subjetiva y abierta.

Mario Coyula: Arquitecto, profesor y mi padre. A su lado viví la apreciación de casi todas las formas artísticas. Principios sólidos en un país donde parecen líquidos.

Rafael Alcides: Poeta prohibido, torrente de emociones, su propia vida era poesía.

Lynn Cruz: Actriz prohibida, musa. Compañera de vida, de cine y de censura.

 

Si hubieras tenido la posibilidad de vivir en un país libre, ¿cómo sería tu cine, de qué tratarán tus películas? 

Viví en Estados Unidos cerca 10 años y creo que no existe un país libre. En Cuba me han censurado los contenidos por razones políticas en Estados Unidos por razones comerciales o puritanas, sin embargo, allí podrías alquilar un cine mostrar tu película sin que te hagan una redada policial para impedirla… pero el cine probablemente estaría vacío. 

El ideal de libertad en Cuba para muchos es no buscarse problemas con el gobierno, en Estado Unidos la capacidad de comprar es la ilusión de libertad de otros tantos. Por eso es importante mantener la libertad individual en cualquier contexto para ser verdaderamente independiente, aunque implique que tu obra no se pueda exhibir.

Siempre aparece un lugar por pequeño que sea. Hay muy pocas cosas en la vida que podemos controlar. Yo he encontrado la libertad en el cine, aunque se traduzca en años para terminar una película. Muchas personas me han apoyado voluntariamente, en gran parte mis películas se hacen con favores. Pero en el momento en que tocas puertas para pedir dinero, casi siempre vienen los compromisos.

Por ejemplo, para mí es un placer poder criticar públicamente a dos gobiernos actuales: El Cubano y el de Estados Unidos. En el campo artístico tampoco podría tolerar que un productor me diga que es lo que está de moda, o qué tengo que cortar. No puedo ver esta profesión como una carrera. Mis personajes siempre son inadaptados en cualquier circunstancia, en cualquier país, y aunque sus conflictos, sean políticos, sexuales, o existenciales, esa premisa permanecerá siempre. 

 

Llegamos a la última pregunta. Hace un momento te pedí contención. Ahora, todo lo contrario. ¿Por qué volviste, hasta cuando te piensas quedar?  

Regresé en cuanto terminé Memorias del desarrollo porque me estaba asfixiando. Nunca me interesó la sociedad de consumo, por eso no tuve problemas al regresar. Mi forma de vida es monacal, única manera de garantizar seguir filmando y arreglar la cámara o la computadora si se rompe. 

Nací aquí y mientras tenga proyectos en esta realidad, permaneceré aquí. Conozco a algunos que pueden hacerlo fuera, yo no. Para mí no tiene sentido hacer cine sobre Cuba desde otro país. Incluso cuando me invitan a dar talleres fuera de Cuba, siempre trato de que no sea más de dos semanas. 

El país para mí es la pequeña burbuja de personas con las que sientes afinidad, fuera de eso existe un mundo físico mucho más grande en esta isla, que hay que transitar de vez en cuando, pero rara vez me interesa. Puede que en el futuro haga películas en otros países, no sé, pero tendrían que darse las circunstancias para crear otras burbujas.

También me gustaría filmar en Marte, pero esa posibilidad no la veo cercana.

05 julio 2020

Chavela

Diana y yo constantemente compartimos las películas y documentales que vemos con Alejandro Aguilar y Marianela Boán. Y viceversa. Ellos fueron los que nos hablaron de Chavela (Catherine Gund y Daresha Kyi, 2017). “Lloramos viéndolo”, nos comentaron casi a dúo.
Nosotros también nos emocionamos mucho. A pesar de que era tarde y estábamos molidos (nos habíamos pasado el día entero monteando en el buggie), no pegamos un ojo. Los testimonios y las canciones que van hilvanando la historia, no te dan un respiro. 

La belleza, honradez y temeridad de Chavela Vargas fueron directamente proporcionales a la calidad y autenticidad de su arte. Y cuando digo arte, refiriéndome a ella, incluyo hasta los momentos en que no hizo ni dijo nada. Cada gesto suyo era un gesto de amor, incluso los más rabiosos y desesperados.

También admiro su decisión de no querer formar una secta ni de abanderarse de nada. Todas sus luchas las llevó a cabo como artista y como ser humano, así de simple... y de estremecedor. Por eso, cuando comenzó a dialogar con el Chalchi, el cerro que veía desde su casa, estuve a punto de ir por un tequila.

Las canciones te enseñan a querer o a odiar, a añorar o a olvidad. Pero cuando las canta Chavela Vargas, te enseñan a vivir. Eso también hace el documental.