17 julio 2020

Un helado de malta por Víctor Víctor

“¿Tú eres el cubano que trajo Freddy Ginebra?”, dijo alguien que se había parado delante de mi mesa. Era mi segundo día de trabajo en el periódico El Caribe y mi tercer día en República Dominicana. Cuando levanté la cabeza, mi vista tropezó con una mole con cara de burla. Era Víctor Víctor.
“Quiero colaborar en el suplemento que vas a dirigir”, agregó. La próxima vez nos encontramos en Thesaurus, una famosa librería de Santo Domingo que desapareció hace años. Entonces conocí a Tommy García, su más cercano amigo. Aquellos encuentros acabaron convirtiéndose en un ritual.

Fue a Tommy al que se le ocurrió la idea de que Vitico y yo tuviéramos sendas columnas en Pasiones, frente a frente. Siempre que iba a llevarme su colaboración, acabábamos en la cafetería del periódico, cada uno con un helado Bon de malta. Así planificábamos las próximas entregas.

Las discusiones que sosteníamos en las páginas del periódico, nunca lograron ser mejores que las que teníamos en aquella cafetería. Víctor Víctor, además de ser uno de los más grandes revolucionarios de la música dominicana, era un maestro de la polémica. Disfrutaba tanto discutir como hacer bachatas.

Coincidíamos en muchísimas cosas, pero teníamos una diferencia irreconciliable. Él admiraba a la revolución cubana y yo odiaba (odio) con todas las fuerzas de mi corazón a la dictadura que destruyó a mi país y a mi cultura. Llegó un momento en que el desacuerdo pudo más que nosotros y acabamos distanciándonos.

Eso no cambió en un ápice mi cariño hacia él y mi admiración por su obra. No siempre se reconoce el papel que jugó Víctor Víctor para que la bachata saliera de marginalidad y se convirtiera en uno de los signos más universales de la cultura dominicana. La luz de su mesita de noche fue un auténtico faro en eso.

Más de una vez nos reencontramos, como en la penúltima página del periódico, pero ninguno de los dos cedió. Ahora me arrepiento muchísimo no haber ido a darle un abrazo. Siempre temí que me saliera con uno de sus sarcasmos. A veces se nos hace demasiado tarde para correr los riesgos que de verdad valen la pena.

Lamenté muchísimo que Bon dejara de hacer el helado de malta, por su riquísimo sabor y por todos los recuerdos que me traía. Hoy levanto una copa imaginaria de aquella delicia por Vitico, a quien voy a seguir disfrutando siempre, tanto su cara de burla como su incontrolable necesidad de provocar, crear y cantar.

Me hubiera gustado decirte todo esto frente a frente, asere.

2 comentarios:

Janio Lora dijo...

Qué dolor tan grande.

Anónimo dijo...

TU HONESTIDAD ES TAN GRANDE COMO TU ARTE PARA ESCRIBIR.