12 julio 2020

Las diez películas cubanas que prefiero

Hace poco menos de 20 años, a propósito de una Muestra de Cine que se organizaba en Santo Domingo, el crítico dominicano Félix Manuel Lora me pidió una lista con las cinco películas cubanas que yo prefería. Organizando carpetas en la MacBook, di con el archivo donde respondía a la solicitud.

Sigo estando de acuerdo con la selección que hice en aquel momento. También con las 50 palabras con las que debía fundamentar cada una de mis elecciones, porque la publicación estaba dirigida a un público no especializado, que probablemente no conocía ninguna de las películas.

Cuando compartí el post original en Facebook, como era de esperarse, generé una discusión. José Manuel Fernández Pequeño protestó por la ausencia de Madagascar y Leonardo Orozco me pidió que llevara la lista a diez. Complaciendo esa petición, extiendo la relación.

 

Memorias del subdesarrollo
(Tomás Gutiérrez Alea, 1968)

Es la única obra maestra que ha producido el cine cubano. Cada secuencia, cada gesto, cada palabra y cada sonido construyen el más contundente discurso que se ha producido sobre la tragedia cubana desde 1959 hasta hoy. Más que una película, Desnoe y Alea crearon un mito.

 

La última cena
(Tomás Gutiérrez Alea, 1976)

Es la metáfora mejor lograda sobre lo que significó la industria azucarera para la nación cubana y las identidades de los cubanos. Aunque se inspira en una escena bíblica, su trama es muy terrenal. La reconstrucción de la época y la fotografía son un invaluable ensayo antropológico.

 

Los sobrevivientes
(Tomás Gutiérrez Alea, 1979)

La última gran película de Tomás Gutiérrez Alea. De ahí en adelante, ni siquiera en Fresa y chocolate (1993) el más importante director cubano lograría obras de arte tan rotundas. Una metáfora cada vez más valiosa sobre las consecuencias del aislamiento y la destrucción de una sociedad por otra aún más destructiva.

 

El hombre de Maisinicú
(Manuel Pérez, 1973)

Es una película muy controversial y tendenciosa. Fue una de las piezas claves en la propaganda del régimen para encubrir una guerra civil y estigmatizar a uno de los bandos. Sin embargo, sigue siendo una de las películas cubanas mejor logradas, con una revolucionaria puesta en escena y actuaciones memorables.  

 

Vampiros en La Habana
(Juan Padrón, 1987)

Juan Padrón es el Walt Disney de los que nacimos en Cuba después de 1959. Elpidio Valdés, el invencible coronel que luchó contra el malvado general Resoplez, es nuestro superhéroe. Pero es en Vampiros en La Habana, un filme de animación para adultos, donde Padrón logra su obra más rotunda.


De cierta manera
(Sara Gómez, 1974)

Sara Gómez apenas vivió 32 años. Si su cine hubiera alcanzado la madurez que prometía, probablemente estuviera a la altura del de Tomás Gutiérrez Alea y Fernando Pérez, los dos más importantes realizadores cubanos. Aunque De cierta manera fue terminada por Titón, le debe toda su inteligencia y audacia a Sara. 

 

Madagascar
(Fernando Pérez, 1994)

Si la historia y el aliento de Madagascar hubiera alcanzado 20 minutos más, fuera la otra obra maestra de nuestro cine. Es el más desgarrado y hermoso homenaje que se le ha hecho a los cubanos que perdieron la capacidad de soñar y a los que ya nacieron con todos los sueños rotos.

 

La muerte de un burócrata
(Tomás Gutiérrez Alea, 1966)

La divina comedia del cine cubano. Realizada en un momento donde la revolución todavía era capaz de asimilar los golpes de la crítica, se convierte en una crónica demoledora sobre los males que acabarían convirtiendo al socialismo en una utopía inviable y absurda que inspira los chistes más desternillantes.

 

Desarraigo
(Fausto Canel, 1965)

La joya ignorada y olvidada del cine cubano. Un claro antecedente de Memorias del subdesarrollo, pero contada desde el punto de vista de los revolucionarios. El cine de Fausto Canel, como el de Sara Gómez, puede considerarse trunco. Aunque aún vive, el silencio al que fue condenados tanto él como su obra en Cuba equivalen a la muerte.

 

Suite Habana
(Fernando Pérez, 2003)

El más importante documental cubano y un conmovedor réquiem por La Habana y por la revolución que acabó destruyéndola. Sin tener que acudir a las palabras, Fernando Pérez pronuncia un demoledor discurso sobre el fin de toda utopía en Cuba y por el definitivo establecimiento de una sociedad de la sobrevivencia.

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