Hace unas semanas descubrimos que una cigua amarilla (Spindalis dominicensis) había construido un nido en la terraza de nuestra habitación. Usó la canasta de una de las lámparas como estructura. Aproveché un momento en que salió a comer para quitar la bombilla y desconectar la electricidad.
La Loma de Thoreau está llena de nidos, pero es la primera vez en cuatro años que construyen uno en la cabaña. Ayer, cuando llegamos, oímos una algarabía tremenda en la terraza. Tres hambrientos polluelos no paraban de llamar a su madre. La esperé para tratar de hacerle una foto, pero fue más veloz que yo.
Aunque da la impresión de que se siente muy a gusto y que no nos teme, entró al nido sin darme tiempo a reaccionar. Hoy en la mañana, con mucho cuidado, acerqué la cámara del iPhone para tratar de hacerle una foto al interior del refugio. Apenas se distingue un ojo expectante de mamá cigua. No volveré a molestarlos.
La cigua amarilla es endémica de La Española y un residente común de las montañas dominicanas. Su población, sin embargo, se ha reducido notablemente desde 1930 por la pérdida de hábitat. Por eso estamos orgullosos de las ciguas que la Loma de Thoreau le aportará a la Cordillera Central.
Olvidaba un detalle muy importante: ahora tendremos que convivir con otros tres lunáticos sentimentales. Los polluelos son cáncer, como yo.
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