05 julio 2016

CARLOS CELDRÁN: “Detesto la sensación habanera de ser sobreviviente”

El 19 de agosto de 2006, abrí una cuenta en Blogger y publiqué el primer post en El Fogonero. Para celebrar los 10 años de esta bitácora, le haré pequeñas entrevistas a creadores cubanos que han sido importantes para mí por alguna razón. Quiero que sus palabras se conviertan en mi fiesta.

La noche que leí el manuscrito de 10 millones apenas dormí. Algunos fragmentos de la obra de Carlos Celdrán se quedaron retumbando en mi cabeza.  Aunque el teatro se escribe para ser representado y aún no he visto la puesta en escena, pude intuir claramente los gestos y la luz, llegué a escuchar el tono de cada voz.
Lo conocí a principios de los 80, cuando ambos estudiábamos en la Escuela de Arte de Cubanacán. Una tarde, Salvador Lemis me llevó a su casa. Tarde en la noche pusieron un disco de Chico Buarque y oí por primera vez “Geni y el zepelín”.
Con la promesa de que se lo cuidara mucho y se lo devolviera, al final Carlos me prestó el volumen de Ediciones R con el teatro completo de Virgilio Piñera. “Qué linda era Lilian Llerena, ¿verdad?”, dijo mientras hojeaba el libro por última vez.

¿Qué diferencia hay entre el Carlos Celdrán que aún no había escrito 10 millones y el que, además de escribirla, la puso en escena?
Nunca seré tan personal otra vez como en 10 millones. Algo que siento con una fuerza tremenda. Que asusta. Todo lo que hago y digo en ese espectáculo me interesa, en ningún momento hay relleno, cada segundo de él cuenta, pesa.
De un modo que aún no puedo definir estoy descubriendo que el teatro también es para uno, tu sanación, tu método. Durante años trabajé por un teatro cívico, honesto, profesional, donde los demás encontraran espacio, sentido. Aquí también lo hago, pero  más cerca de la experiencia del poema, de ese estado que deja hacer un poema, un texto.
No sé, estoy en un territorio distinto, casi físico, donde respiro libertad, cercanía, emociones. 

Muchos artistas y escritores cubanos que viven dentro la isla aseguran que no podrían crear fuera de ella. ¿De qué te sirvió escribir 10 millones en Estados Unidos?
Estar en Nueva York, lejos de Cuba, estudiando, otra vez, teatro y sometido a ser actor, quizás me abrió a la escritura, a la memoria, al dolor  de escribir lo que fue la infancia y la adolescencia en Cuba. También los ejercicios de actuación que hacía cada día me abrieron a eso, a recordar, a despertar lo pasado.
Recuerdo salir de clases y caminar por el Village donde vivía, bajo el calor de aquel verano, a finales de mis treintas, la excitación de vivir allí, de ser uno más allí, un estudiante más de teatro en Nueva York.  Todo eso creó, quizás, un estado que está en el texto, una mirada, un tipo de voz.
No sé cuánto influye un espacio en el acto de escribir, no soy un escritor profesional, no escribo todos los días ni lucho con esa materia a diario, por lo que no puedo comparar experiencias, sin embargo, en Nueva York escribí mucho, de golpe, como nunca lo había hecho antes. Ni siquiera aquí, en La Habana.

Has viajado mucho más que la inmensa mayoría de los cubanos. Después de todos esos trayectos y al final de tantas experiencias vividas en tantos lugares diferentes, ¿qué te hace seguir siendo cubano?
Es curioso, he sido un cubano raro, casi toda mi vida me he sentido extraño como cubano, no sé si has sentido ese malestar, esa presión, pero desde joven sufrí por ello, por no reconocerme en las cosas que para un cubano eran esenciales, definitorias.
Sin ser una persona elitista, odio las élites, siempre me he sentido ajeno aquí, entre mi familia, incluso, entre mis amigos. Quizás es una experiencia bastante generalizada, imagino que a los ingleses, a los alemanes les pase lo mismo, que no se vean ingleses o alemanes. No hablas de ello, es complicado y puede tergiversarse.
He hecho un teatro que escapa al énfasis que es la cubanidad, sin embargo, las contradicciones sociales e históricas que hemos vivido, las paradojas, el destino que nos ha tocado si está en mi teatro y es lo único cubano que reconozco, eso que no puedo dejar de sentir, de padecer.
Soy cubano porque he padecido cosas inevitables. Soy cubano por esa herida que también me sostiene, quiero curarla, entenderla, explicarla, supongo que también a ti te pase lo mismo, no dejar de pensar a Cuba, de atraparla. Después de viajar tanto siento que eres lo que eres a donde quiera que vayas, un cubano, un simple cubano.

Una vez me prestaste el Teatro completo de Virgilio Piñera y no te lo puede devolver, porque me lo robaron en el albergue de la Escuela de Arte. Eso me hizo pensar en esta pregunta: ¿Qué libros temes perder, cuáles te llevarías contigo a donde quiera que vas?
No recordaba ese préstamo. Igual he perdido muchos libros así. Y me he quedado con otros muchos también. Creo, como Virgilio Piñera, que no conservaba sus libros después de leerlos, que no hay nada más intenso que prestar y que te presten libros, ese ritual que en Cuba es tan fuerte. Lees lo que leen tus amigos, al mismo tiempo, en complicidad, con sus anotaciones.
Me gusta leer bajo ese mandato, para después conversar del libro, no sé qué me gusta más, si leer o si compartir la lectura con amigos. No me gusta leer solo para mí, me gusta el cruce de opiniones, la incitación, la vigilancia de leer con otros. Cuando no tengo eso el impacto que deja el libro es amargo, solitario, leer es complicidad también, euforia.
Me llevaría mucha poesía, una antología personal que no está editada, con los poetas de mi juventud y los nuevos que dejo entrar de a poco, acostumbrarse a un lenguaje lleva tiempo,  familiaridad. Estaría allí mi Rimbaud de adolescente, el Borges de mi juventud, el Rilke de las elegías que leí una vez para siempre, Pessoa, Whitman, Cernuda, Eliot, Kavafis, todo ese pasado que es un sedimento que no cabe en listas. Que releo cuando no hay nada que leer.
Hablo de la poesía porque fue lo primero que leí con más intensidad cuando descubrí en serio la lectura. El teatro es mi oficio, leo teatro como obligación, aunque Chéjov o Beckett escapen a eso definitivamente. Y después, la lista solo podría llevarla  en un ebook, diversa, caótica, Virginia  Woolf completa, Bernhard, Coetzee, Gombrovic, Durás, Sebald, Piñera,  Lezama,  Baquero, Reina María Rodríguez. 

Eres un gran habanero y La Habana es una de las protagonistas de tus obras, aún cuando no aparece en ellas o ni siquiera la mencionas. ¿Qué es lo que más amas y lo que más detestas de La Habana? ¿Qué cosas te hacen feliz cuando vuelves a ella?
De La Habana detesto su irrealidad. Cada vez que regreso y no encuentro a mis amigos y tengo que comenzar a relacionarme con generaciones nuevas, que en algún momento se irán y despoblarán los lugares, la memoria. Detesto la sensación habanera de ser sobreviviente, de ser fantasma, de ver lo que otros, que acaban de empezar, no ven, esa falta de continuidad que impide que La Habana sea real, tenga realidad.
Sin embargo, cuando vuelvo a ella encuentro la necesidad de trabajar, de hacer teatro, de ser lo que soy. En otros lugares soy turista, emigrado de paso, que puede luchar y trabajar profesionalmente si lo quisiera, pero sin esa oscura necesidad que encuentro aquí, desesperadamente.

3 comentarios:

salva33125 dijo...

Muy buena celebración, esta es la mejor manera..y este trabajo es excelente.

Liliana dijo...

lo dicho Carlos, no estamos tan solos, solo que no nos vemos.


Salvador Lemis dijo...

Qué lindo todo lo que cuentas! Y qué memoria tienes!!!!!!!! Un abrazo a ti, felicidades por el Fogonero. Fui el primero que entró a leerlo. Un abrazo a Carlos Celdrán y a su bella familia!!!!!