28 noviembre 2020

Ahora los cubanos también le temen a las ambulancias

Artistas cubanos en el plantón frente al Ministerio de Cultura.

Una ambulancia tripulada por fornidos paramédicos se detuvo frente a la casa en ruinas donde integrantes del Movimiento San Isidro se mantenían en huelga de hambre. Uno de los ocupantes del vehículo derribó la puerta de una patada. No era un paramédico, era un paramilitar.
En lugar de dirigirse a un centro de salud, la ambulancia fue directo a una estación de policías. En el camino, represores se deshicieron de sus disfraces. La dictadura se apresuró a comunicar que la operación procuraba evitar una crisis sanitaria. La nota de prensa no se refiere en ningún momento al origen del hecho.
Los voceros del régimen (conocidos como ciberclarias, en “homenaje” a ese asqueroso pez que ha destruido los hábitats en Cuba) justificaron lo injustificable. 
Horas después, en una reunión que sostuvieron 30 de los plantados frente al Ministerio de Cultura con funcionarios de esa institución, se denunció que “la Seguridad del Estado se ha convertido en una fuerza paramilitar”. ¿Alguna vez no lo fue? Apenas a unas cuadras de allí lo estaba demostrando.
En Paseo y 15 tenían listo un acto de repudio, una de las más bochornosas invenciones del Fidel Castro para silenciar a los que su régimen no quería, no necesitaba. Con gases lacrimógenos y amenazas de cárcel, impedían que más jóvenes se sumaran al plantón y le llevaran agua a los que habían permanecido allí por horas.
Nadie logró verlas, pero no lejos de la manifestación seguro que aguardaban las ambulancias. Ahora ellas también son parte del terror en Cuba.

27 noviembre 2020

En la Loma de Thoreau todos somos San Isidro

En la Loma de Thoreau apoyamos a cada cubano que quiera una Cuba libre. No tenemos que coincidir en todo ni ponernos de acuerdo siempre, basta con desear el fin de la dictadura y una nación con salida al futuro. 
Por eso hoy en esta Loma todos somos San Isidro.

26 noviembre 2020

Por una vez, llamemos a las cosas por su nombre

Se puede estar de acuerdo o no con el Movimiento San Isidro. Se puede estar de acuerdo o no con sus maneras de exigir libertad y de clamar por una Cuba diferente. Pero no se puede estar indiferente ante el criminal proceder de una dictadura, que ha llegado al extremo de envenenarles el agua. 
Se puede estar de acuerdo o no con el Movimiento San Isidro. Pero mantenerse callado ya no es una opción. Cuba ha forjado a muchos artistas y escritores bilingües. No es que hablen dos idiomas (aunque algunos lo hacen), es que hablan con dos lenguas. 
Por ejemplo: cuando van a hablar de Donald Trump, dicen Donald Trump y punto. Ahora, cuando se van a referir a la dictadura o a uno de sus desmanes, empiezan a bordar parábolas y a tejer metáforas ininteligibles. Se enredan tanto, que al final uno no sabe de qué coño están hablando. 
Por eso cada día admiro más a cubanos como Carlos Lechuga o Mario Guerra, porque ejercen con responsabilidad ese oficio tan necesario hoy que es el de llamar a las cosas por su nombre. Se puede estar de acuerdo o no con el Movimiento San Isidro. Pero hasta el más cobarde merece ser valiente en este momento.
Por una vez, llamemos a las cosas por su nombre.

25 noviembre 2020

Mi amor y mi odio por Maradona

Recuerdo con exactitud la fecha en que me aprendí las reglas del fútbol. Fue en junio de 1978. Mario Kempes se veía deforme en el tembloroso vidrio del televisor soviético. Aún así, llegó un momento en que los grises de aquella pantalla en blanco y negro se convirtieron en un eufórico azul celeste.
También recuerdo con exactitud la fecha en la que mi padre se aprendió las reglas del futbol. Junio de 1986. Serafín Venegas estaba a punto de cumplir 60 años, pero seguía cada pisada de Diego Armando Maradona con la pasión de un niño. Aplaudía como si estuviera en el estadio Azteca.
El 29 de junio, cuando Argentina acabó derrotando a Alemania 3 a 2, mi padre y yo nos dimos el abrazo más grande de nuestras vidas. Ni antes ni después nos mantuvimos tanto tiempo entrelazados. Todo eso se lo debemos al pie izquierdo de un genio, a su manera irrepetible de perseguir a una pelota por la hierba.
De ahí en adelante, Diego Armando no se cansó de desilusionarme. Está mal visto juzgar a las personas el día de su muerte. Me extendí en el amor, seré breve con el odio. Nadie logró darle más alegría a mi corazón y hacerme sentir tanta vergüenza ajena.
Lo segundo es imperdonable. Lo primero, siempre acabaré celebrándolo cada vez que oiga a Calamaro cantar que Maradona no es una persona cualquiera. Tiene razón el Salmón, “es un ángel y se le ven las alas heridas”. Si Dios existe, en unas horas sabrá por fin de quién fue la mano.

Vigencia de las palabras a los intelectuales

Muy cerca de la calle donde nació José Martí, Cuba se muere. Al menos la Cuba que él propuso fundar, con todos y para el bien de todos. La Cuba por la que un día llevó el remo de proa. La Cuba por la que dio la cara, encima de un caballo espantado, al sol y a una bala. 
A propósito del cerco criminal que la dictadura ha tendido sobre un grupo de jóvenes activistas (que se han parapetado en una casa en ruinas del barrio de San Isidro, armados de libros, ideas propias y del valor que nos ha faltado a tantos), el escritor Joel Cano le hizo llegar unas “palabras a los intelectuales”.
“¿Qué prueba necesitan para darse cuenta de que no es tolerable vivir así? ¿Cuántas muertes y sacrificios? ¿Cuántos éxodos y lágrimas para que salgan de sus cómodos oportunismos y en unánime grito pidan justicia para Cuba y los cubanos?”, les pregunta Joelito.
La mayoría de los escritores y artistas que residen en Cuba siempre evitan referirse a la represión criminal de la dictadura contra los que piensan diferente o manifiestan su desacuerdo públicamente. Eso no quiere decir que sean apolíticos o que no hagan comentarios políticos. 
Una prueba de ello fue el reciente proceso electoral de Estados Unidos. Muchos escritores y artistas que residen en la isla no se cansaron de opinar en las redes sociales. A pesar de que nunca han tenido derecho a votar y que jamás han exigido nada al respecto, señalaban a los cubanos libres lo que pensaban diferente a ellos.
“De nada sirven todos los libros que han leído, de nada los que han escrito, de nada los cuadros que han pintado, la música que han compuesto, las canciones que han cantado (…), de nada sus demagógicas opiniones sobre la injusticia cuando en nuestro propio país la libertad es secuestrada cada día en nombre de ideales vacíos”, les advierte Joel. 
Abel Prieto ha llamado “marginales” a los que permanecen asediados en San Isidro. Sin quererlo (o, a lo mejor, sin pensarlo) el presidente de Casa de las Américas ha dejado por escrito el desprecio de la dictadura por el arte y la cultura que se produce al margen de sus instituciones y de sus reglas.
Joel Cano piensa todo lo contrario: “Ellos son nuestro hoy, son nuestra esperanza por más imperfecta que les parezca. Mi voto de hombre, de cubano, de artista va para ellos. Y a aquellos que tienen indignaciones selectivas les diría que la historia nos da siempre la oportunidad de escoger, siempre se puede elegir de qué lado nos ponemos para participar de ella”. 
Muy cerca de la calle donde nació José Martí, Cuba se muere. De ahí la gran vigencia de las palabras a los intelectuales… Las de Joel Cano, quiero decir.

24 noviembre 2020

Esa parte del aire

He agradecido muchas veces el apoyo y el cariño que recibí de todos los dominicanos que encontré en la redacción de El Caribe en noviembre del 2000. Ese gesto suyo y la confianza de Luis Canela, el director, que me ofreció el puesto de editor apenas a unas horas de mi llegada a República Dominicana, fueron salvadores.
Tiempo después de que Luis regresara a sus funciones en el Banco Popular (dirigía de manera interina), nombraron a Fernando Ferrán al frente del periódico. Ferrán es un jesuita cubano, filósofo y antropólogo, que colgó los hábitos por una cibaeña. Sus largos silencios fueron siempre grandes lecciones para mí.
—Todos los martes —me propuso un día—, piérdete en una camioneta del periódico. Vete a conocer la geografía dominicana y a la gente. Mi única condición es que vuelvas los miércoles con un reportaje.
Le tomé la palabra y, ayudado por un mapa a relieve que había en la redacción, me hice de un plan de viajes. Así fue que un día (martes, con toda seguridad), me desvié en La Vega y, después de subir la empinada cuesta de Bayacanes, alcancé un estrecho y largo valle que acaba en un pueblo.
En ese momento la nostalgia me estaba carcomiendo. Recuerdo que apagué el aire acondicionado de la camioneta y bajé los vidrios. Las calles me olían a Manicaragua. La gente caminaba despacio (típico del que vive entre montañas) y se saludaba con un eco, como en el Escambray: “¿Qué haaay?”, “¡Ya usté veee!”.
Aunque siempre encontré algo de qué escribir, no recuerdo qué reportaje hice aquella vez. Lo único que quedó claro para mí fue que, si llegaba a tener la más mínima oportunidad, acabaría viviendo allí. Todavía lo hago. Cada vez que llego a Jarabacoa, bajo los vidrios del Jeep y le digo a Diana que respire.
—Así huele Manicaragua —le digo.
Ayer, recibí un mensaje de una querida amiga: “Estoy recogiendo en La Habana. ¡Me voy! No puedo más. Esto ya esto es invivible”. Como esa misma sensación de asfixia llegué a la puerta del avión la última vez que estuve en Cuba. Entonces, Diana y yo nos prometimos no volver. 
El Paradero de Camarones está donde quiera que estoy. El Escambray, probablemente el lugar donde viviría hoy si no me hubiera tenido que marchar, también está aquí conmigo. Siempre que huelo a Jarabacoa lo compruebo. Aún sigo respirando esa parte del aire de mi país que no ahoga.

23 noviembre 2020

La neblina de los amigos

La única manera de poseer un amigo es serlo.
Ralph Waldo Emerson

Tengo amigos que nunca han salido del pueblo donde nacimos. Otros jamás necesitaron salir. A estos últimos los envidio profundamente. Tengo amigos que no han sabido qué hacer con sus vidas y otros que se la han quitado. Son actos que no se juzgan, solo se lamentan.
Tengo amigos que han hecho muy pocas o ninguna concesión en sus vidas. Siempre estaré de su lado, aun cuando a veces no llegue a tener su valentía. Tengo amigos que siempre acaban cediendo. Yo también cedo ante ellos, aunque me cueste tanto trabajo comprenderlos.
Tengo amigos a los que he decepcionado y amigos que me han decepcionado. Cero mata a cero, suelen decir los dominicanos cuando el más complicado cálculo puede solucionarse de la manera más sencilla. Tengo amigos que siempre han hecho lo correcto. Por más que me asusten, los sigo queriendo.
Tengo amigos que nunca aparecen cuando hacen falta. No los culpo, a veces, solo a veces, he hecho lo mismo. Tengo amigos que siempre han estado ahí. Son poquísimos, es cierto. Pero si no se es Roberto Carlos, basta con dos o tres verdaderos a un millón que solo sirvan para el estribillo de una canción.
Tengo amigos genios y amigos normales. Citadinos y guajiros. Pacifistas y matarifes. Honrados y ladrones. Amigos que terminan en o, en a y hasta en x. Tengo amigos que me lo perdonan todo y amigos imperdonables. Tengo, por último, amigos que debieron ser enemigos y enemigos que quisiera de amigos.
Todas estas ideas me vinieron a la cabeza como una neblina. La tarde estaba cayendo en la Loma de Thoreau y yo andaba con unas tijeras de podar, siguiendo instrucciones de Renay Chinea, uno de esos amigos que hasta la peor persona del mundo quisiera tener.
Jack y Buck, mis amigos inseparables en esta montaña, andaban conmigo. Un enorme aguacero, que permanecía agazapado detrás de unos pinos, por fin se lanzó sobre nosotros. Entonces volví a la cabaña, me serví el Brugal de por las tardes y me puse a escribir esto.
Cuando volví a levantar la cabeza, la neblina estaba ya por todas partes.

21 noviembre 2020

Popi

Mi prima Lucy y Popi, con sus hijos Harold y Yanelis. Años 70.

Mi prima Lucy fue a Manicaragua acompañando a mi madre, cuando Lérida aún era novia de mi padre, y así conoció a Popi. Tres años después, en 1970, se casaron. Él era hijo de un pinareño, Melo, y de una villareña, Bello. Pero siempre fue un fanático de los equipos de La Habana y de todo lo que no fuera el mundo que le rodeaba.
Esa inconformidad le provocó no pocos ataques de asma. Tener que soportar la victoria de los contrarios en su propio territorio lo asfixiaba. Cuando yo era niño, la mayoría de mis familiares ocultaban su inconformidad con la realidad del país delante de los menores. Solo mi tío Rao y Popi eran radicalmente honestos.
Más de una vez lo vi pararse de la mesa sin acabar de comer. Con el poco aire que le quedaba en los pulmones, aun antes de pedirle ayuda al salbutamol, profería un insulto contra el régimen. Si alguien le hablaba de Cheíto o Muñoz, el mencionaba a Hank Aaron. Actuaba siempre como si Cuba le quedara chiquita.
En 1999, pocos meses antes de mi viaje al exilio, asistí a un evento del Grupo de Teatro Escambray. Omar Valiño me acompañó en un viaje, con dos bicicletas prestadas, desde La Macagua hasta casa de Popi y Lucy. Aunque lo volví a ver años después, esa fue nuestra despedida.
Bebimos, discutimos de pelota y nos dimos un fuerte abrazo que ahora interpreto como un punto final. Ese día me contó una historia cuyo trasfondo ya no recuerdo. En mi memoria solo quedan mi padre y él, en un portal de Güinía de Miranda, poniendo a “Pastilla de menta” una y otra vez en un traganíquel. 
Cuando supe que había muerto, lo recordé parándose de la mesa sin acabar de comer, profiriendo un insulto antes de pedirle ayuda al salbutamol. Nunca salió de Cuba, pero era un lector empedernido y eso le permitía hablar del mundo como si lo hubiera recorrido de punta a cabo. 
Espero que ya esté en un lugar que no le quede chiquito, donde pueda respirar sin que nunca más le falte el aire.

20 noviembre 2020

Un mito cubano y un arte dominicano

Uno de los grandes mitos cubanos tiene que ver con el ron. He escuchado incontables veces que los mejores añejos de Cuba son los que se envejecen en las antiguas barricas de Bacardí, porque tienen más de 60 años de “curación”.
Estas barricas (que ahora usaremos como maceteros en la Loma de Thoreau) fueron descartadas por Brugal porque ya estaban próximas a cumplir los 20 años. Su madera y su tostado interior poco pueden ofrecerle a un buen ron. 
Su primer uso fue, durante 7 años, en Jack Daniels. Luego viajaron desde Lynchburg, Tennessee, hasta Puerto Plata. Brugal, además del roble blanco americano ex bourbon, envejece en roble rojo español con un con un uso en vino de Jerez o Pedro Ximénez. 
Los rones se envejecen en barricas con un uso en otra bebida. El roble blanco (que casi siempre es el punto de partida) da notas de vainilla, caramelo, toffee y chocolate. El roble rojo, da notas de frutos secos y frutas maduras.
Un amigo dominicano, gran conocedor del mundo de los destilados, se sorprendió cuando oyó a un maestro ronero cubano asegurar que, en las bodegas de Havana Club, se atesoraban barricas con más de seis décadas de uso. 
—¿Cómo es posible eso? —preguntó el dominicano desconcertado. 
—Con amor —respondió el cubano como si contara un secreto—, con mucho amor.

19 noviembre 2020

El fuego que encendió Diana

La lluvia no paró ni por un momento. Avanzamos por los tres valles (Villa Altagracia, Bonao y Cibao) debajo de una cortina de agua. Una piedra, que vi acercarse como un asteroide, impactó contra el parabrisas (el lunes tengo que reportarlo al seguro). No pusimos música en ningún momento.
En Buenavista, justo antes de que tuvieran que desviarse, descubrimos que el carro que iba delante de nosotros era el de Mayitín y Soraya. Les tocamos bocina y le hicimos cambios de luces hasta que se detuvieron. Nos abrazamos debajo del agua, con ese comportamiento brechtiano que impone la pandemia.
Ya en la Loma de Thoreau, Diana encendió la chimenea y yo tiré unas salchichas irlandesas en la parrilla. Hoy tuvimos un día difícil y largo. No hubo mejor manera de resumirlo que ese trayecto tan complicado que fue salir de Santo Domingo y atravesar los campos anegados de un país que el agua ya satura.
Mientras sonaban viejas canciones cubanas y un Brugal a las rocas se consumía junto a las llamas, me puse a pensar en todas mis vidas. Mínimo identifico cinco. Si fuera un gato, entraría en pánico. Porque apenas me quedan dos. Aun así, me sentiría dichoso. Vivo, desde hace nueve, con la mujer que busqué por décadas.
Si me hubieran dado a elegir, preferiría estar escribiendo esto desde el Paradero de Camarones. Pero mi pueblo tuvo la mala suerte de quedar en un país que se fue borrando de los mapas hasta desaparecer. Tampoco puedo quejarme. Tengo aún un pedazo de tierra próspero bajo mis pies y espacio para seguir sembrando. La lluvia sigue sin parar. 
El fuego que encendió Diana arde con más fuerza.

18 noviembre 2020

El muro

Aunque le debo mucho a demasiados, nunca aprendí tanto de alguien como de mi abuelo. Tomás Aurelio Yero Alonso nació en el Paradero de Camarones en 1908, cuando el siglo XX acababa de empezar y Cuba era un país por hacer. Era todavía un adolescente cuando se casó con Atlántida y se hizo ferroviario.
Aunque su sentido del humor era invencible y sus carcajadas incontenibles, siempre me pareció un hombre que se había despedido de su felicidad en alguna de las tantas estaciones donde trabajó. Era muy apasionado, pero todas sus pasiones, salvo Atlántida, sus hijos y sus nietos, quedaban en el pasado.
Hubo una época en que mi abuela le prohibió ver el Noticiero Nacional de Televisión. “Un día de estos te va a dar una embolia, viejo —le advertía—. Mira que estás acabado de comer”. A veces yo no entendía su inconformidad y se lo hacía saber. “Si tú hubieras visto lo que era Cuba”, se limitaba a responderme.
Es muy probable que mis nietos tampoco lleguen a comprenderme. Soy muy apasionado, pero todas mis pasiones, salvo mi familia y la vida que llevo en una loma dominicana, quedan en el pasado. A veces evito leer noticias, aun cuando tengo el estómago vacío. 
Cuando cayó el muro de Berlín, muchos creímos que la humanidad había aprendido la lección y que algo tan atroz como el totalitarismo comunista jamás se repetiría. Pero hoy se está construyendo una tapia aún más alta y muchísimo más difícil de derribar, porque no está hecha de ladrillos sino de ignorancia. 
El día que los hijos de Ana Rosario, Lorenzo, Gabriel o María no entiendan mi inconformidad y me lo hagan saber, les diré lo mismo que me decía mi abuelo cuando discutíamos de sillón a sillón, en un andén del siglo pasado: “Si ustedes hubieran visto lo que era el mundo”, me limitaré a responderles.

15 noviembre 2020

Trampero

Cuando se acerca la época más fría del año, los ratones del campo buscan refugio en las cabañas. Eso lo aprendí con Jack London y Horacio Quiroga. En la Loma de Thoreau ocurre lo mismo que en Alaska y Misiones. Hace unas semanas empezamos a notar que estábamos invadidos. 
Había llegado el momento de sacar las trampas. Eso también me trae recuerdos de mis lecturas de London y Quiroga, a quienes nunca solté en mi infancia. Gracias a eso, cuando la cañada de Felo López crecía se convertía en esos mares de hielo o agua dulce donde ocurren sus historias.
Como un niño de 53 años, ayer releí “Historia de dos cachorros de coati y de dos cachorros de hombre”. También busqué, en los cuentos de London, donde los tramperos, los cazadores y los buscadores de oro van dejando sus huellas en las páginas como los osos en la nieve.
He atrapado cinco ratones en dos días, uno de los tres que cayeron anoche es, probablemente, el más grande que he visto en mi vida. Lo que hago con ellos no lo aprendía con London ni Quiroga, sino con mi padre. “¡Cayó un bicho!”, decía Serafín mientras llenaba un cubo de agua para ahogarlo. 
Acabo de venir de un barranco, lejos de la cabaña, donde suelo ofrecerle los ratones muertos a los carroñeros del monte. Aunque suene ridículo (un querido amigo, Mario Dávalos, ahora mismo está en Alaska y se ha retratado junto a las huellas de un oso en la nieve), me siento como London cuando hago esto.
Revisar las trampas en la madrugada de alguna manera me acerca a Yukón, ese territorio tan conocido por el niño que fui.

12 noviembre 2020

Guabairo, a lo lejos

El 29 de mayo de 1980, en presencia de Erich Honecker, presidente de un país que nueve años más tarde sería derribado a mandarriazos, fue inaugurada en mi provincia la fábrica de cemento Carlos Marx. Una de las más grandes de América Latina, según se dijo en el discurso inaugural.
En una llanura tan grande, la fábrica y su nube de polvo eran visibles lo mismo desde el techo de la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones que desde los pasillos de la escuela al campo Mártires del Escambray, donde cursé el décimo y el onceno grado. 
Cuando la tarde estaba cayendo sobre el valle de Manicaragua, yo solía buscar la polvareda de Guabairo (nunca nadie llamó a la fábrica por el nombre del filósofo alemán). Aquella nube de tierra, a 50 kilómetros de distancia, era mi camino de regreso a casa.
En el 2011, regresé con Diana Sarlabous a Manicaragua. Solo quería para pararme frente a la puerta de la casa que fue de mi padre. Luego busqué un lugar alto para volver a ver a Guabairo. Ahí seguía, sacudiéndose el polvo como un elefante, en medio de la sabana cienfueguera. 
Aún sigo teniendo lugares distantes para mirar caer la tarde. En el apartamento de Santo Domingo, busco entre la larga sombra de la Cordillera el punto donde debe de estar la Loma de Thoreau. Allá arriba, siempre miro al sol caer. En esa misma dirección está Cuba.
Aunque ya no busco un camino de regreso, apenas sigo reflejos incondicionados. En el discurso inaugural de la fábrica de cemento se dijo que, solo en una sociedad pura como el socialismo, crecen los hombres que se necesitan para construir el futuro. Leyendo eso advertí que, respecto a mi país, solo me interesa levantar el pasado.

08 noviembre 2020

Neblina para dos

Ayer sembramos seis robles australianos (Grevillea robusta). A Diana le encantan. Siempre que íbamos subiendo el camino de la cabaña, me echaba en cara que aún no teníamos ninguno. Los busqué por años en todos los viveros de zona hasta que por fin di con ellos en el Puerto del Tarro.
Quintas del Bosque, el desarrollo inmobiliario donde está la Loma de Thoreau, posee cinco bosques. Cada bosque lleva el nombre del árbol que predomina en sus vías internas: Caribea (Isla de Pinos y Pinar del Río se llaman así por él), Grevillea, Ciprés, Araucaria y Occidentalis (el nuestro).
En una esquina donde no se nos dieron unos cipreses (por el exceso de humedad) plantamos los robles. Si les gusta el terreno, crecerán rápidamente hasta alcanzar una altura de hasta de 35 metros. Sus hojas dentadas, que se asemejan mucho a la fronda de los helechos, crearán una hermosa música cuando sople el viento.
Poco después de sembrar los robles, comenzó a llover. La montaña pareció entender que necesitábamos su ayuda para que prendieran. La neblina, llegó poco después. Entonces abrimos una botella de vino y nos sentamos a escuchar el sonido de la lluvia cuando cae sobre el techo de zinc.
—Todavía nos caben dos más —me dijo Diana.
—Sí, todavía nos caben dos más —le respondí.
—Vamos a buscarlos mañana temprano —me propuso.
—Sí, vamos mañana temprano.
Más allá de las dos copas de un Rioja que nos encanta, la neblina estaba servida por el resto de la noche.

06 noviembre 2020

Dice Michel Houellebecq

Dice Michel Houellebecq que el hombre no está hecho para ser feliz en forma permanente. De la misma manera que creo que ya fui lo suficientemente vegetariano en mi otra vida (en Cuba, quiero decir), pienso que he sido lo suficientemente infeliz como para no intentar la felicidad de ahora en adelante.
Cada día encuentro razones más poderosas para encerrarme en nuestra Loma y olvidarme de lo que pasa en el “llano”. El mundo actual es tan patético y ridículo que me da pereza hasta tratar de entenderlo. Estoy harto de los justos, de los correctos, de los diversos y de todas esas siniestras trampas que nos tienden a diario con su superioridad moral. 
Como no puedo contener mis inclinaciones incorrectas y mi animadversión por la dictadura de los buenistas y de los que siempre están en lo cierto, me aíslo monte adentro. Los árboles, las aves del monte y la neblina que nos visita de ven en cuando me parecen los mejores vecinos a los que puedo aspirar.
Es viernes y llueve a cántaros. Pero no se preocupen, sé perfectamente a quién acudir.

05 noviembre 2020

Insilio

Mi hija Ana Rosario vive lejos. A veces, cuando Madrid hace que extrañe a su padre, registra en los rincones de su laptop para sorprenderme con un regalo. Hoy me hizo llegar esta foto que ni siquiera sabía que existía. Ahí estamos mi madre, ella y yo, en los primeros años de nuestra vida dominicana.
En mi casa, allá en la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones, teníamos una tradición. Si se cocinaba algo rico, se le guardaba un poco al ausente. Los viernes, al volver de la beca, encontraba en el refrigerador pequeñas cantidades de las delicias que Atlántida había cocinado durante la semana.
El día que nos planteamos ese viaje sin regreso que es el exilio, mi única condición fue siempre que mi madre viniera con nosotros. Tenerla conmigo desde el principio, me dio unas fuerzas increíbles para empezar de cero. Nada de eso lo supe en aquel momento, al cabo de los años es que uno reacciona y lo advierte.
Entre 2004 y 2006, tuve que irme a trabajar fuera de Santo Domingo. Volvía los viernes en la tarde y, como en los viejos tiempos de la beca, encontraba en el refrigerador pequeñas cantidades de las delicias que Lérida había cocinado durante la semana. Eso, solo eso, me hacía sentir en casa.
La foto que me envió Ana Rosario es en el cuarto de servicio del primer apartamento que tuvimos. Estaba junto a la cocina y, como no teníamos empleada, lo usaba como estudio. A veces,  mientras Lérida preparaba el almuerzo, me llevaba una cuchara para que probara.
Cuando tienes la posibilidad de seguir disfrutando de las comidas de tu madre, no estás del todo en el exilio. De alguna manera sigues habitando ese espacio esencial del que saliste. Mi hija Ana Rosario vive lejos y hoy, después de extrañar a su padre, me mandó una foto de los primeros años de nuestro insilio.

03 noviembre 2020

La muchacha con la que volví a Cuba

—El año que viene cumplimos 10 años —me dijo Diana después de pasarse un rato mirando a la luna llena. 
Acabé el último sorbo de ron que quedaba en el vaso y le di un abrazo. Como suelo hacer en esas circunstancias, llevé mi nariz lo más cerca posible de su cuello. Ese olor me gusta más que es el de la hierba recién cortada (¡que es mucho decir!). Ya hace 9 años que conocí a la muchacha con la que volví a Cuba. 
Yo era un rompecabezas que cada vez perdía más piezas y ella solo quería rearmar su vida. En el andén de la estación del Paradero de Camarones (20 de septiembre de 2011, 2:36 p.m.) ella empezó a encontrar los pedazos de mí que faltaban. En el andén de El Cristo (25 de septiembre, 12:09 p.m.) decidimos rearmarnos.
Luego, en una montaña de la Cordillera Central dominicana, hemos ido construyendo lo que ella tanto extrañaba de la casa de su abuela en Alto Songo y el lugar con el que siempre soñé en El Escambray. Tabla a tabla, árbol a árbol, hemos ido viviendo la vida que imaginamos.
Ahora solo esperamos la edad del retiro para pasar la mayor parte del año en la Loma de Thoreau. Creemos que, aun si Cuba se liberara hoy, ya estamos muy viejos para volver a empezar de cero. Reconstruir esa larga extensión de ruinas tomará décadas y nosotros no tenemos tanto tiempo.
—El año que viene cumplimos 10 años —me dije a mí mismo, después de servirme el segundo 1888. Bruce Springsteen estrenaba para nosotros “Letter To You”. La luna llena colgaba ya del último pino y un olor, que me gusta más que el de la hierba recién cortada, se fue acercando lentamente.

01 noviembre 2020

El monasterio cisterciense

Muy cerca de la Loma de Thoreau,
cruzando el arroyo Cercado,
hay un monasterio
que pende de una montaña.
En un punto que el sol
apenas alcanza
comienza el silencio del día.
Muy temprano en la mañana
y justo antes de que anochezca,
los monjes hacen sonar
sus campanas.
Llaman a callarse en un lugar
donde el sonido crece silvestre,
como esas flores que se marchitan
de solo tocarlas.

Hace unos días acompañé
a Diana al monasterio.
Uno de los monjes salió
a saludarnos.
Compartimos unos minutos
de silenciosa conversación.
Como campanas,
replicamos
nuestro mutismo
por la ladera de la montaña.
En el camino de regreso,
la luz de la tarde
reproducía su estruendo
a nuestro paso.
El día, ya apagándose,
se marchitaba de solo mirarlo.

Un campo lleno de cuerpos


Hoy en la mañana, ya junto al fuego
que encendí para que trajeras
a la mesa el primer día de noviembre,
supe que soñamos lo mismo.
Mientras los perros y la neblina
velaban por nosotros,
pasamos a través de un campo
lleno de cuerpos
que aún no logramos identificar.
No sabemos exactamente
dónde estuvimos,
pero ya estamos claros
de que se trató de una oscuridad
que compartimos mientras el viento
movía las cortinas que hay
en la cabecera de la cama.
Sea lo que sea, me alivia
estar de regreso
a tus manos pequeñas
y a este bosque
donde una larga mañana
recién acaba de empezar.
Ya no me asustan las pesadillas
si al final descubro que sigo a tu lado.