27 noviembre 2019

Mi amigo Daniel Lozano

Al día siguiente de llegar a República Dominicana, en noviembre del año 2000, comencé a laborar en el periódico El Caribe. Entonces, el más innovador y reconocido del país, por su revolucionario diseño y la calidad de sus contenidos. Daniel Lozano era uno de nuestros consultores. 
Él y sus colegas de Innovation, una firma española especializada en medios de comunicación, fueron claves para que aquel diario marcara un antes y un después en la historia del periodismo dominicano. En cuestion de días, Daniel y yo nos hicimos grandes amigos.
Yo venía de Cuba, un país indiferente al paso del tiempo, donde nos tomábamos dos meses para hacer una revista de 64 páginas. En El Caribe debíamos lograr eso mismo en apenas 8 horas. Daniel me ayudó mucho en eso, como también en deshacerme de palabras que nunca más me han hecho falta.
Aunque él era del Real Madrid y yo del Barça, teníamos muchas otras cosas en común. Esa es la razón por la que, 20 años después, seguimos intercambiando ideas y enviándonos abrazos virtuales. El lunes en la mañana recibí un mensaje suyo por el chat de Twitter.
—Camilo, amigazo, ¿cómo estás? —Me escribió—. ¿Te animas con una pregunta para una crónica sobre Elián?
—Sí, claro.
—¿Qué representa hoy Elián en la Cuba oficial y que representa hoy para el exilio?
—Estoy en una reunión. En cuanto salga te mando la respuesta.
—¿Cuánto calculas? Jeje, ya sabes, cierre europeo…
—Me salgo y te respondo. Ya va.
😇
Me fui al bar de Casa Brugal y, con el skyline de Santo Domingo delante, recordé una de las más oscuras habanas.
—Fidel Castro usó a muchas personas para librar sus batallas personales contra sus enemigos (reales y ficticios), pero a nadie usó de una manera más abyecta que a Elián González. Para la Cuba oficial, Elián sigue siendo de adulto lo mismo que de niño: un instrumento (aunque cada vez menos necesario). Para el exilio, una frustración, otra de las tantas. El balserito náufrago pudo ser el Robinson Crusoe de la Cuba libre y acabó siendo el prisionero de la máscara de hierro. Un pobre hombre encerrado en su propia cabeza.
—Recibido y aplaudido —respondió Daniel—. Yo sabía muy bien que eras el adecuado para describirme esta vaina. 
—Eres el mejor, asere —le escribí después de leer la crónica en El Mundo—. Es realmente una pena lo del Madrid.
—Uf, de eso hace muuucho —Reaccionó de inmediato—. Mierdinho, CRmenos7 y el cacique Florentino me alejaron. Caí enamorado en brazos de Xavi, Iniesta y Messi.
Ahora que los dos somos del Barça, quedan zanjadas las pocas cosas que no teníamos en común. A veces, de la nada, aparece un tipo y te cambia la vida, porque no vuelves a ser el mismo después de conocerlo. Eso fue para mí Daniel Lozano.

18 noviembre 2019

Nuestra casa está cada vez más lejos

Durante muchísimo tiempo mi peor pesadilla fueron los exámenes de matemáticas. Un túnel muy oscuro me devolvía hasta mis años escolares. Una vez allí, de completo uniforme, me veía frente a una terrorífica página en blanco que debía llenar solo con números, sin poder usar ni siquiera una palabra. 
Ningún sueño me produjo más sobresaltos hasta que, ya en el exilio y después de haber tomado conciencia de que era un hombre libre, me veía en el aeropuerto de La Habana. La única manera que tengo para salir de esa pesadilla es la asfixia. Solo me despierto cuando me quedo sin aire.
Por más que le explico a los hombres y mujeres de verde olivo, ellos solo se burlan. Les digo que al día siguiente debo volver a mi trabajo en Santo Domingo, que hace 20 años vivo en República Dominicana. Pero ellos siguen riendo y me señalan un túnel muy oscuro. “¡Entra, dale, entra!”, me gritan.
Al escritor Ronaldo Menéndez le pasa algo muy parecido. “Acabo de volver de la ingrávida isla. Como siempre, fue pisar el aeropuerto de La Habana y ponerme muy nervioso, como si llegar fuese estar haciendo algo malo”, compartió en su muro de Facebook. 
El aeropuerto de La Habana, al menos para los cubanos, es uno de los lugares más horribles del planeta. Todo en ese edificio atemoriza. Es como si cada detalle estuviera pensado para amedrentar, desde los colores de las paredes hasta la vestimenta y la actitud de los funcionarios.
“Ay, Cubita, qué horrible te pones con cada día que pasa. Qué miedo me da pisar tu aeropuerto. Ya he vuelto a España, ya estoy en casa”, escribe Ronaldo al final de su post. Eso es justamente lo que logra el aeropuerto de La Habana en los exiliados. 
Nos obliga a reconocer que nuestra casa está cada vez más lejos, que ya no podríamos volver a vivir en Cuba.

16 noviembre 2019

Felicidades, Habana mía

No soy habanero. Nunca logré serlo. A pesar de que estudié y viví muchos años en ella, jamás sentí que sus espacios me pertenecían. Ni siquiera en la calle 50 de los Venegas, esos pocos metros cuadrados donde Cipriano, Monga, Sixta y Paulino dirimían sus angustias. Tampoco bastaron los años que compartí con mi hija.
Soy campesino. Me debo a esa Cuba que media entre Jatibonico y Aguada de Pasajeros. El centro de la isla delimita mi sentido de pertenencia. Sin embargo, no sería cubano del todo sin la Calzada de Puentes Grandes, esa serpiente que, después de superar tantas ruinas, une al Almendares con el cielo.
Tampoco podría ser totalmente yo sin la calle 11, ese atajo que sube desde el mar hasta el corazón sentimental de El Vedado, allí donde las puertas, las verjas y los jardines se proyectan como Memorias del subdesarrollo. Algunos metros cuadrados de esa vía me definen.
No soy habanero, pero aprender a vivir sin La Habana me tomó más de la mitad de mi vida. Muchísimas veces he soñado que vuelvo a llegar en un tren nocturno a su bahía. Nunca olvidaré todos los años que me mantuve dándole a los pedales para subsistir en ella.
Feliz aniversario, La Habana. No creo que me quede tiempo para volver a ti, pero estaré recordándote mientras me quede memoria. Si eso no te parece suficiente, es porque eres una mal agradecida. Feliz aniversario, La Habana. Si nos volvemos a ver algún día, es muy probable que ninguno de los dos nos reconozcamos.

15 noviembre 2019

El Rey pasmado

Obra de © Alen Lauzán.
Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco I y Felipe VI tienen algo más en común que los números romanos que acompañan sus nombres: la ingenuidad con la que viajaron Cuba, juntándose con los líderes de una dictadura criminal que ha arruinado una nación y obligado a su pueblo a vivir sin libertad o a tener que escapar.
Todos, algunos un poquito más que otros, hablaron de democracia, de derechos humanos y de tolerancia. Pero lo hicieron siempre dentro de frases camufladas y párrafos encriptados, como si hasta ellos mismos temieran acabar en lo más oscuro de Villa Marista, a solas con el torturador de turno.
El viaje de Felipe VI y su impertérrita consorte, en teoría, era para celebrar los 500 años de La Habana, que a estas alturas es como festejar los treinta siglos de Pompeya. Pero empezaron por retratarse delante de la silueta del Che Guevara (el extranjero que más cubanos ha fusilado) y acabaron saludando en privado al dictador Raúl Castro.
Antes de la pasmosa llegada de Felipe VI, la dictadura encerró a periodistas independientes y activistas políticos. Al mismo tiempo, perpetró la más grande matanza de perros callejeros que se recuerde en la isla. Se aseguraron de que el Rey paseara tranquilamente con dos seres visiblemente demacrados: Eusebio Leal y La Habana.
Mientras la visita oficial transcurría, en una de las tantas mazmorras de la dictadura, José Daniel Ferrer seguía siendo salvajemente torturado. Aunque no llegó al extremo de Barack Obama (a quien por poco le levantan el brazo en un descuido, como al camarada Leonid Ilich Brézhnev), no tiene excusas Felipe VI.
En la celebración de sus 600 años, La Habana será aún más parecida a Pompeya. Entonces un nieto de Felipe VI deberá ser el rey de España y será recibido en Rancho Boyeros por Puesto a Dedo IV o V. Con seguridad para esa fecha ya habrán sido exterminados en Cuba los perros callejeros, los periodistas independientes, los activistas políticos… puede que hasta los cubanos.