26 agosto 2022

Embraer 190


Ayer volé a San Juan, Puerto Rico, en un Embraer 190. Más que un avión, parece un ómnibus interprovincial. Quizás por eso la gente se comporta dentro de él de una manera diferente: se saludan y conversan como lo hacen en los viajes por carretera. 
Cuando estábamos cruzando sobre el canal de La Mona, el cielo se cerró y el aparato empezó a zarandearse. Al principio algunos hicieron chistes, pero no mucho tiempo después la mayoría puso cara de preocupación.
El silencio era ya absoluto cuando se oyó a un dominicano desde el fondo: "¡Y en esta vaina no le dan a uno ni un Brugal para poderse morir contento!". La voz del comandante interrumpió las risas y los aplausos. Comenzábamos el descenso sobre la Isla del Encanto.

24 agosto 2022

Otra de Bobby


Siempre que Radio Rebelde transmitía los juegos de Las Villas, yo abandonaba a los narradores de CMHW. Nadie como Bobby Salamanca sabía convertir a un juego de pelota en un espectáculo superlativo. Sus frases, sus apodos y sus ocurrencias valían tanto como las jugadas.
Hace poco, en un documental, supe de otra de Bobby. Ocurrió en la Selectiva del 81 o el 82. Héctor Rodríguez, quien ofrece el testimonio, no puede precisar la fecha. Se enfrentaban Ciudad de la Habana y Pinar del Río en el estadio Capitán San Luis. Anglada abrió con un doble y el segundo bate conectó un hit. El tiro llegó a tiempo a home, pero el árbitro decretó quieto. “La jugada parecía más out que quieto”, admite Héctor. Más de 9.500 pinareños comenzaron a protestar. La sublevación del público acabó provocando la suspensión del juego. A duras penas los narradores de la televisión y Radio Rebelde llegaron al parqueo.
Bobby Salamanca y Roberto Pacheco se subieron a un primer carro. Héctor y Eddy Martin al segundo. Los aficionados, al descubrir a Bobby, se prestaron para abrirle paso. Cuando ya tenía vía libre, sacó la cabeza y llamó a uno de los que más protestaban.
—No le digas a nadie que yo te lo dije, pero al árbitro lo metieron en el maletero de Héctor Rodríguez.
Los insubordinados pinareños se negaban a creer que era una broma. Eddy Martin tuvo que bajarse para suplicarles que no viraran al Lada gomas arriba. Cuando llegaron al hotel, Bobby ya estaba en el bar con un doble en la mano. La risa no lo dejaba hablar.
—Por el retrovisor vi que se les complicó la salida del estadio — dijo por fin.

SOBRENOMBRES DE BOBBY SALAMANCA 
El Gigante del Escambray (Antonio Muñoz)
El Señor Jonrón (Pedro José Rodríguez)
El Ciclón de Ovas (Rogelio García)
El Gamo de Jovellanos (Wilfredo García)
El Meteoro de La Maya (Braudilio Vinent)
El Señor Pelotero (Luis Giraldo Casanova)
La Explosión Naranja (Víctor Mesa)
Los Tres Mosqueteros (Wilfredo Sánchez, Félix Isasi y Rigoberto Rosique)
La Trituradora Naranja (equipo Las Villas)
Las Avispas Negras (equipo Orientales)

20 agosto 2022

Torreznos de Soria


Mi paladar es muy rudimentario. La geografía a la que pertenezco y las circunstancias en las que crecí, apenas le ofrecieron los elementos básicos para distinguir notas de sabores y olores. Aun así, frente a destilados como el ron y carnes como la del cerdo, puedo presumir de ciertos conocimientos.
No olvido la primera vez que mi hija Ana Rosario probó un chicharrón. Yo me había empecinado en convertir aquel bebé, nacido en Maternidad de Línea, en el corazón del Vedado habanero, en una campesina. Por eso, en uno de los viajes a mi pueblo, la llevé a un cañaveral para que aprendiera a comer caña. 
Llegó mascando un canuto a casa de Ignacio Yero, quien acababa de matar un cerdo y empezaba a freír en un caldero enorme. Contradiciéndonos a todo, mi tío le alcanzó un chicarrón. Fue una de las primeras elecciones que tuvo que hacer mi hija. En una mano tenía un trozo de caña y en la otra el crujiente cuero de cerdo.
Probó ambos. Primero uno y después el otro. Se debatió entre lo dulce y lo salado. Nos miró desconcertada y, finalmente, tiró el canuto. Feliz, se llevó el chicharrón a la boca. Una vez llegamos a su casa en Madrid y me dijo que me tenía una sorpresa. Llenó un sartén de aceite y empezó a freír.
Desde entonces, siempre que vamos a España, me aseguro de echar en las maletas torreznos de Soria. Con el perdón de mis tíos Ignacio y Rao Yero (que hacían los mejores que probé en el Paradero de Camarones) y de los cibaeños del cruce de San Francisco de Macorís, esos son los mejores chicharrones del mundo.

14 agosto 2022

Taquillón castellano


Cuando uno se marcha al exilio, se ve forzado a abandonar cosas que hubiera querido que lo acompañaran siempre. Nunca dejaré de lamentar el haber dejado atrás a la máquina de escribir Underwood de mi abuelo Aurelio, donde aprendí a mover los dedos sobre un teclado y escribí mis primeros poemitas.
También le echo de menos al aparador de mi abuela Atlántida, cuyas gavetas registraba minuciosamente en busca de tesoros. Luego las usaba para hacer huacas, donde escondía lo que no quería que nadie más viera. La vitrina que hacía juego con el aparador fue, durante mucho tiempo, el mayor lujo que tuve a mi alcance.
A este taquillón castellano lo iban a tirar. Era parte del mobiliario de un apartamento que debían vaciar. Desconocemos su historia, pero con toda seguridad algún niño buscó tesoros en él y lo usó para hacer huacas (no sé cómo le llaman en Madrid a los escondrijos que hacen los infante). Parados frente a él, sin ni siquiera hablar, Diana y yo decidimos quedárnoslo.
Después de restaurado, empezará a ser parte de nuestra historia. Espero que mis nietos no tengan que renunciar a él como yo tuve que renunciar a las pertenencias de Atlántida y Aurelio. Yo mismo me ocuparé de esconder cosas en él para que ellos se asombren al encontrarlas.
Lástima que el taquilló castellano no pueda contarme su pasado. Eso me obligará a reinventarlo. Ya veré qué se me ocurre para que los Venegas por venir hallen en él lo mismo que yo hallé en el aparador y la vitrina. Parado frente a él, justo antes de despedirnos por unos meses, le conté todo esto.