31 mayo 2020

Felices 90, Clint

Soy un fetichista. En el caso específico de Clint Eastwood, soy un fetichista. Durante mucho tiempo lamenté no fumar. Peor aún, detesté mi intolerancia al olor del tabaco. Me hubiera encantado torcer la boca como él, tener la habilidad de poner esa cara justo antes de dejar ir una bocanada de humo. 
Primero fueron sus personajes (de adolescente, estuve semanas tratando de aprender a escupir como él), luego sus películas y al final sus posturas políticas, siempre despojadas de compromisos y ajenas a la corrección. Hoy cumple 90 años uno de los pocos genios coherentes que le quedan a este mundo de ñoños ignorantes e ingenuos. 
Con los años he ido pareciéndome cada vez más a él. No en el físico (para un guajiro cubano resulta inimitable, más allá del parao), sino en la manera de pensar y entender el mundo, en su obstinación por ser un hombre libre y estar dispuesto a pagar las consecuencias por comportarse como tal.
Gracias por cada una de esas películas que ha cambiado mi vida. Felicidades, Clint, lástima que los malos y los feos sean infinitamente más.

29 mayo 2020

Claribel trajo un salmón

En 1983, yo cursaba el último año del bachillerato en los confines de mi provincia. En un lugar llamado El Guanal, al borde de la ciénaga de Zapata. Nuestra escuela había ganado la emulación y hasta allá llegó el jeep del periódico local para hacer un reportaje. Así conocí a Claribel Terré Morel.
El azar, las afinidades y los amigos nos han seguido conectado a través del tiempo, incluso desde las más distantes geografías. Desde hace años ella reside en Argentina, por eso acabamos chateando sobre Andrés Calamaro, a cuyas canciones acudo constantemente.
Claribel es amiga de Andrés y por ella recibí un email que incluía a otro calamariano de mi estrecho círculo: 

Iré, y sin falta, a Dominicana, donde tengo amigos muy queridos. Cantantes de inmensa categoría. Decir Julio, decir Diego, qué República la isla. 
No es de mi gobierno disponer de fechas próximas. Mía, la excelente soledad de Schopenhauer.
Mis hermanos, Camilo y Renay, saben que somos hermanos. Y cubanos a la vez… Como el equilátero triángulo que divide al mundo en tres, Cádiz, Sevilla y Jerez.
Fraternales Camilo y Renay, dispongan de la vida entera para nosotros, que vidas quedan.
Andrés Calamaro.

En el más reciente número de la revista BeCult, Claribel entrevista a Calamaro y menciona a cubanos que siempre han andado con la música del Salmón a cuestas. Uno de ellos, cargó con Honestidad brutal por el estrecho de la Florida. En la balsa solo llevaba música, una grabadora, una linterna y un cuchillo.
Eso me hizo recordar al Camilo Venegas del año 2000, aquel que no sabía qué hacer con tanta libertad. Todos los cambios que se produjeron en mi cabeza tuvieron la música de Calamaro de fondo. De la misma manera que las canciones de algunos dejaron de servirme, las suyas me eran imprescindibles.
Veinte años después, los versos y las convicciones de Andrés me siguen inspirando. Fue uno de los primeros que se atrevió a revelarse contra la tiranía del buenismo y la cacería de brujas del Me Too. Sus muros en las redes sociales son el caótico ideario de alguien que no está dispuesto a claudicar.
"Abramos nuestros ojos libertarios. A los bohemios, como a los escribientes y a los rebeldes, nos dejaron sin sustento, trabajo y herencia, hace ya veinte años en la batalla digital... Ahora se van a quedar con el mundo, les gusta esta crisis total", escribió recientemente.
Claribel trajo un salmón entre las manos, incluso fuera del agua insiste en ir contra la corriente.

27 mayo 2020

Aurelio lee el periódico

Aurelio Yero Alonso (1908- 1987).
Años de hotel, el volumen de Acantilado que recoge las crónicas de viajes de Joseph Roth, empieza con “Alguien lee un periódico”. “El rostro de quien lee un periódico tiene una expresión seria, que unas veces se endurece hasta resultar sombría y otras se disuelve en una sonrisa”, dice.
Aurelio lo hacía al revés. Primero sonreía, luego se ponía sombrío y al final, con rabia, lanzaba el periódico hacía el sillón vacío que tenía al lado. Un día se molestó tanto con el triunfalismo y las loas del Granma, que fue a casa de Cebollón para pedirle que no se lo llevara más.
—Tengo que seguir llevándotelo porque tú estás suscrito —le explicó Cebollón.
El repartidor de periódicos del Paradero de Camarones era uno de los hermanos Herrera, que vivían juntos y solterones en una pequeña casa con techo de zinc. Mi abuelo y él tuvieron enconadas discusiones. La última, el día en que Cebollón insistió en seguir tirando el periódico por la ventana del comedor, acabó en una persecución.
Enfurecido, Aurelio le cayó detrás con el Granma en alto: “Te dije que no me lo trajeras más”. Mientras se ponía a salvo, con un paso demasiado rápido para su edad, Cebollón trataba de justificarse: “Tengo que dejártelo, me vas a meter en un problema...”.
Al final, Aurelio se mantuvo suscrito por la programación de la televisión. Auxiliado por una regla, extraía el pequeño recuadro y lo ponía sobre la mesa de centro de la sala. Al resto del periódico lo rasgaba en pequeños pedazos y lo colgaba de un clavo que tenía en la pared del baño, junto al inodoro.
Entonces sí, como el personaje de Joseph Roth, su expresión sombría se disolvía en una sonrisa. “Solo para esto sirve”, sentenciaba.

26 mayo 2020

El conductor del mixto

Este es el tren que más vi en mi infancia. Pasaba cuatro veces al día por el Paradero de Camarones, mientras circulaba entre Mataguá, Cumanayagua, Santo Domingo y Cruces. Era mixto. Llevaba vagones de carga y pasajeros. Una vieja locomotora General Motors, una deshecha casilla de Expreso y dos coches armados con antiguas guaguas Camberra.
La tripulación del tren estaba integrada por los más viejos ferroviarios de Cruces. Como eran los primeros en el escalafón, elegían este lento convoy que siempre dormía en casa. Arrastrándose por ramales a punto de desaparecer, llegaba hasta los pueblos más aislados: San Juan de los Yeras, Potrerillo, San Fernando de Camarones, Ojo de Agua, Santa Isabel de las Lajas…
Siempre que los trenes están llegando a la última estación, los conductores deben recoger los boletines para asegurarse de que todos los pasajeros pagaron. Elpidio Ávalos, uno de los conductores del mixto, me regalaba paquetes de boletines. Con ellos jugaba a ser conductor en un tren que armaba con todos los taburetes y las sillas de mi casa.
Ya a punto de jubilarse, Elpidio fue sancionado por no recuerdo qué. Lo rebajaron a guardafrenos de un tren de carga. Ya era una persona mayor y estaba medio ciego. Recuerdo verlo pasar con las manos llenas de grasa. Gritaba el apellido de mi abuelo y le decía adiós con una cara a punto de caérsele de la vergüenza.
Un día, dos horas después de ver pasar a Elpidio, Aurelio abrió la puerta que comunicaba la estación con la casa para darnos una noticia. Estaba pálido. Tuvo que tomarse un vaso de agua antes de decirnos que, en la estación de Santa Clara, Elpidio sufrió un mareo mientras desenganchaba unas tolvas.
Atlántida se llevó las manos a la cabeza y mantuvo los ojos cerrados por un largo rato. Eso quería decir que se había caído entre las ruedas y el tren lo había matado. Todavía conservo algunos de los boletines que me regaló Elpidio. Hace poco, gracias a Juan Carlos Portales, recuperé una foto del mixto en el andén de Cruces, a punto de salir hacia el Paradero de Camarones.
Aunque las fotografías no tienen sonido, escucho claramente el ronroneo de esa máquina. También recuerdo el tono de voz de Elpidio cuando saludaba a mi abuelo. Nunca dejó de decirle “¡Yerooooo!” mientras se alejaba. Ni siquiera cuando llevaba la cara a punto de caérsele de la vergüenza.



25 mayo 2020

Frituras de bacalao

Mi padre siempre me adelantaba el día que iba a verme con un telegrama. Los suyos eran muy peculiares, porque escribía los signos de puntación con palabras. “VOY EL VIERNES POR LA TARDE PUNTO TE QUIERE TU PAPI PUNTO”. A la hora señalada, yo clavaba los ojos en la carreterita de la estación.
Cuando el Dodge aparecía, encendía y apagaba las luces para confirmarme que era él. Siempre venía cargado de cosas inimaginables en el Paradero de Camarones: helados de Coppelia, quesos de Cumanayagua, chocolates de Baracoa, piñas de Ciego de Ávila, galletas de soda de La Habana y pescados de Casilda.
La pesca submarina era la gran pasión de mi padre. Cada vez que iba a verme, llevaba el pescado más grande que había sacado del mar. Una vez se apareció con una cubera que no cabía en el maletero. La cabeza salía por un lado y la cola por el otro. Todo el pueblo se congregó alrededor de aquel leviatán.
Entre las cosas que llevaba mi padre, nunca faltaba un paquete de café del Escambray para Atlántida y una botella de ron para Aurelio. “A nosotros no tienes que traernos nada”, siempre le decía Atlántida, mientras olía emocionada todo el aroma que había concentrado dentro de aquel cartucho.
—Ahí queda un poco de aporreado de pescado —agregaba mi abuela con un tono agradecido— ¿quieres que te haga frituras de bacalao?
—No tiene que molestarse —decía mi padre mientras le daba un puñetazo al fondo de la botella de ron para que soltara el corcho.
Mis padres solo se volvieron a dirigir la palabra cuando yo ya era un hombre casado. Eso explica los telegramas de Serafín anunciado su visita. Sin embargo, Papi y mis abuelos siguieron tratándose como familia durante las dos o tres horas que él me visitaba. 
Mientras Aurelio y Serafín se bebían un doble de Caney (el nombre que le pusieron a Bacardí después de la expropiación), Atlántida preparaba las frituras. Dos tazas de aporreado, una taza da harina, dos huevos, sal y una cucharadita de bicarbonato.
Este fin de semana hicimos frituras de bacalao en la Loma de Thoreau. Diana las acompañó con un vino verde y yo con un Brugal Extra Viejo. Siempre que abro una botella de ron, le dedico el primer trago a Serafín y Aurelio. Mientras las freía, el olor me llevó de regreso al Paradero de Camarones.
Justo al momento en que el Dodge aparecía en la carreterita de la estación y mi padre encendía y apagaba las luces para confirmarme que era él.

23 mayo 2020

Una historia contada por una lata de café La Llave

Café cosechado, tostado y molido en la Loma de Thoreau.
Mi abuela Atlántida Mosteiro Góngora miraba a las matas de café como mi abuelo Aurelio Yero Alonso a los cañaverales. Sus vidas podían ser contadas a través de aquellas plantas. Mientras Aurelio nació y se crió en un pueblo que dependía de la zafra, Atlántida vivió toda su infancia entre montañas. 
Muy cerca del pico San Juan, la cumbre del Escambray, su padre tenía una plantación de café. Las tierras del gallego José Mosteiro colindaban con las de los hermanos Gaviña, dos vascos que, además de cosechar café, lo despulpaban, secaban, tostaban y molían. 
Todas las cosechas de Mosteiro eran compradas por los Gaviña, fundadores de La Llave. Cada paquete de ese café cuenta la historia de una marca que, al poder irse de Cuba en las maletas de una familia, acabó convirtiéndose en la favorita de “los latinos que disfrutan el café fuerte y aromático”.  
En séptimo grado fui enviado a una escuela al campo en las montañas del Escambray. Todos los que estuvimos en la secundaria de El Nicho, debíamos trabajar cuatro horas diarias en el cultivo del café. El día que le conté a mi abuela que habíamos terminado un enorme vivero, le brillaron los ojos.
—¡Hagamos un cafetal aquí también! —me dijo.
El clima del Paradero de Camarones no es bueno para el café. Aun así, con el excesivo cuidado de Atlántida, una veintena de matas lograron salir adelante en el patio de nuestra casa y cada año producían algunas libras. Los ojos le volvían a brillar cada vez que se ponía a moler los granos recién tostados.
En La Loma de Thoreau hemos sembrado ya más de mil matas de café. Ayer Diana molió granos recién tostados y los guardó en una lata de café La Llave. Hoy en la madrugada, cuando la saqué para hacer la primera colada del día, me di cuenta de que, sin proponérselo, le había hecho un homenaje a Atlántida.
La finca Buenos Aires, donde nació mi abuela, ahora es un páramo improductivo y yermo. Pero en la Cordillera Central dominicana, un biznieto de José Mosteiro siembra café y lo guarda en una lata de La Llave, la marca de los hermanos vascos a los que el gallego les vendía su cosecha. 
Los mejores homenajes suelen ocurrir de la manera más inesperada.

Atlántida Mosteiro en la Finca Buenos Aires.

21 mayo 2020

Llévame a la pelota

Mi mujer es financiera, pero su verdadero mundo es la costura. A veces subo muy despacito las escaleras de madera que llegan a hasta su refugio en la Loma de Thoreau, donde tiene su máquina Bernina y hace quilts durante todo el fin de semana. Siempre sonríe, por difícil que sea lo que está haciendo.
Su pasión por el patchwork nos llevó a Saint Louis, Missouri. Nos hospedamos en el Hilton, justo frente al Busch Stadium. Los pasillos del hotel están llenos de fotos de peloteros. La épica de los Cardenales, el equipo que más series mundiales ha ganado después de los Yankees, cuelga de aquellas paredes.
—¡Llévame a la pelota! —Me pidió Diana.
Después de pararnos frente al Mississippi, mi paisaje literario preferido, traicionamos a los Red Sox por unas horas y nos pusimos la misma gorra que llevaba toda la ciudad. Hoy Facebook me ha recordado una foto de mi Cucha justo antes de entrar al estadio.
El juego se fue a extra inning y lo sellaron por lluvia a las 12 de la noche. Volvimos al hotel bajo un torrencial aguacero. Un torrencial aguacero de Missouri. Uno como ese empapó seguramente, en esas mismas calles, a Tennesse Williams o Miles Davis. 
Nos refugiamos en un pequeño restaurante a comer comida sureña. Justo frente a mí, desde un enorme retrato, Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain, no dejaba de mirarnos. Daba la impresión de que nuestras caras le resultaban conocidas.
¿Qué más se le puede pedir a una noche en que llevas a tu mujer a la pelota?

20 mayo 2020

¡Felicidades, cubanos libres!

Dos 31 de diciembre han decidido la suerte de Cuba en 119 años. En el último día de 1958, Fulgencio Batista recibió una terrible noticia: sus tropas estaban totalmente desmoralizadas. Los jefes de un tren militar que permanecía estacionado en Santa Clara, habían sido sobornados y acabaron entregándolo. 
Primero, Ernesto Guevara destruyó las vías con un buldócer. Luego, el maquinista recibió la orden de hacer retroceder el tren hasta que se descarrilara. Esa obra de teatro, que fue llevada al cine meses después por Tomás Gutiérrez Alea, marcó el inicio de la dictadura que aún somete a Cuba. 
El último día de 1901, con el apoyo de Máximo Gómez, Tomás Estrada Palma ganó las primeras elecciones celebradas en Cuba. Cuando Bartolomé Masó, el otro candidato presidencial, lo recibió con un abrazo en Bayamo, quedó todo listo para que el 20 de mayo de 1902 un cubano gobernara por primera vez en la isla.
En los próximos 56 años, el país tuvo que enfrentar intervenciones militares, golpes del estado, dictaduras y la incurable epidemia de la corrupción, pero nunca dejaron de construir una de las naciones más prósperas de América. Las cifras del desarrollo alcanzado en ese periodo son impresionantes.
Son esas cinco décadas las de mayor prosperidad en toda la historia del país. El ferrocarril unió la isla de extremo a extremo. En apenas cuatro años, se construyó la Carretera Central (la dictadura castrista hace 41 años que labora en la Autopista Nacional y aún no rebasa la región central).
La mayoría de los artistas, intelectuales y escritores más trascendentes de la cultura cubana también se le deben a la República: José Lezama Lima, Fernando Ortiz, Beny Moré, Alicia Alonso, Wifredo Lam, Virgilio Piñera, Alejandro García Caturla, Alejo Carpentier, Celia Cruz y Lydia Cabrera, entre muchos otros.
Por eso yo, como el arco de triunfo de la ciudad que más me gusta a mí, celebro el 20 de Mayo. ¡Felicidades, cubanos libres!

19 mayo 2020

JOEL CANO: “Sigo siendo una semilla llena de defectos que no soporta la falta de libertad”

Foto: Vanessa Castro
Joel Cano es uno de los escritores cubanos que más admiro. Joelito, como siempre le he dicho, es también una de las criaturas más lúcidas con las que he dado. Nos conocimos en la Escuela de Arte de Cubanacán. Entonces era muy callado. Muchas veces respondía con una expresión. 
Por eso tuve que aprender a descifrar su mirada, que tiene un vocabulario tan amplio como su escritura. Estas preguntas se las envié hace dos años, pero las respuestas no llegaron hasta hoy, en que aparecieron sin previo aviso en Messenger. Gracias a eso, incluyen temas que no existían cuando le propuse esta entrevista.
Los primeros textos de Joel Cano eran tan agudos y provocadores, que siempre me obligaban a pensar y repensarme. Lo mismo me ha ocurrido con sus respuestas. Hoy le dije que me había hecho muy feliz con su envío. Espero que a los lectores de El Fogonero también y que, como yo, se vean obligados a pensar y repensarse.

En Timeball le tiras las cartas al destino de los cubanos y tratas de demostrar que nuestro deporte nacional no es el béisbol sino “el juego de perder el tiempo”. Cuando escribiste esa obra, nadie en nuestra generación era capaz ni de sospechar lo que nos esperaba, ni a Cuba ni a nosotros. Desde la perspectiva que te da 2020, ¿qué más hemos perdido en Cuba, aparte del tiempo?
Hemos dejado que secuestren nuestra historia individual, que el revisionismo de un sistema político nos secuestre el pasado. De ahí nace esa imposibilidad de proyectarnos al futuro. Llevamos más de medio siglo padeciendo la historia fabricada por los demás. Hemos perdido la oportunidad de apropiarnos el presente para poder ser protagonistas de nuestra existencia individual. 
Los cubanos (al menos mis contemporáneos) contemplamos los acontecimientos como la carroza de un lento carnaval que se dirige al cementerio donde enterraremos nuestra cultura. Aplaudimos, o gritamos, o blasfemamos, o nos encomendamos a cualquier Dios, pero no actuamos; eso lo dejamos a otros, o a la geopolítica que terminará por decidir qué rumbo toma el país. 
Quizás pensamos que las conexiones entre ciertos hechos mayores que tejen esa narración llamada Historia se crean por sí mismas. Tenemos una fe absoluta en el azar. Nuestra generación perdió la oportunidad de una revisión crítica de nuestra historia reciente. No fuimos capaces de generar una "Perestroika" nacional... 
Luego durante el mal llamado "período especial" (que a pesar de todo creo que fue el único momento en el que Cuba ha sido realmente libre de todo compromiso económico), tampoco fuimos capaces de asumir el futuro de manera independiente y nos lanzamos a los brazos de la doble moneda, del turismo fácil, y convertimos al país en un parque temático congelado, en un socialismo de zarzuela y de bembé. 

Aunque vives en Paris y has logrado escribir poesía en francés (“las flores del bien”, según dijo en broma Salvador Lemis), vuelves de vez en cuando a Falcón, el pequeño pueblo en el medio de Cuba donde naciste. ¿Qué le debe tu sensibilidad a esas cuatro calles atravesadas por la Carretera Central? 
Le debe casi todo. Como ni siquiera vivía en el pueblo, sino en la finca de mi familia, ese aislamiento fue para mí un espacio mágico en el que mis hermanos y yo estuvimos fuera de toda influencia directa de la revolución marxista leninista; sólo vagos ecos llegaban hasta nosotros. 
No teníamos luz eléctrica, así que nuestro vocabulario era el de los campesinos de las islas Canarias, y también el de los malagueños. Por casa de mi abuela Aurora pasaban todos los ancianos que iban para la ciudad y hacían un alto en su cocina a cielo abierto. Dejaban los caballos amarrados a una mata de naranja, se tomaban un café y conversaban de cosas concretas como las cosechas, la muerte de alguien, la gallina desaparecida de una vecina, de injertos, y de recetas milagrosas... 
La sintaxis comunista la aprendí luego, en la escuela y también por mi padre que, como tantos, era un miliciano fascinado por la nueva sociedad que le proponía Fidel. Pero el uniforme de mi padre, sus juegos militares con nosotros, sus largos períodos fuera de casa en retiros ideológicos... todo eso era incomprensible para nosotros porque finalmente en la casa no se hablaba de política.
A mi pueblo le debo una creencia real en el poder de la solidaridad humana, de hablar con los animales y los árboles exactamente como lo haría con los humanos; le debo una noción de que lo verdaderamente cubano en mí es haber podido entrar en el vientre de la realidad, andar con los pies descalzos hasta los veinte años y sentir palpitar la tierra que me enviaba su frecuencia tibia.
Le debo las noches iluminadas por la luz de una lámpara de petróleo, fabricada con una lata rusa de leche en polvo. Esa débil llama jugaba a fabricar toda suerte de imágenes, nos traspasaba los dedos cuando los poníamos frente a a ella para que nos descubriera la silueta de nuestras falanges. 
Le debo a Falcón las voces narrando cuentos de aparecidos,  le debo los libros que robábamos del baúl de mi tío Exiquio, cuyo refinado gusto literario todavía me es inexplicable, puesto que en aquel cofre de madera sólo había clásicos de la literatura universal.
Le debo los domingos de dominó de mi tío Mongo amenizados por las voces de Nat King Cole, y Elvis Presley, y Barbarito Diez, y Roberto Faz derramándose del tocadiscos como un espeso aburrimiento. Luego comprendí que esas melodías de un mundo pasado me ayudaron a comprender esa Cuba sensual que en aquellos mismos momentos estaban tirando al olvido. 
Le debo las horas interminables de los programas de radio que entraban en la casa para que pudiéramos escuchar el sonido de otras geografías, lugares exóticos en los que El mastín de los Baskerville aullaba a las nueve de la noche para aterrorizarnos. Esas palabras pronunciadas con todas sus letras que me nos educó el oído en la ruralidad cubana nada tiene que ver con la urgencia atropellada del verbo citadino.
Siento que esa distancia con la realidad urbana politizada me permitió vivir una Cuba que ya había desaparecido en la ciudad y apropiarme de un lenguaje que luego pude utilizar en mis obras me dio la libertad de llamar al pan pan y al vino vino sin pensar en consecuencias.  
Creo que la muerte programada de nuestro español insular fue la primera masacre que perpetró el nuevo régimen comunista.

Todos los Camilo que he sido desde que cumplí 20 años, le deben muchas cosas a lo que viví y aprendí en la Escuela de Arte de Cubanacán. ¿De todas las enseñanzas que recibiste allí, cuáles te han sido más útiles, que es lo que más agradeces hoy de aquel bosque sembrado de cúpulas?
Agradezco una gran enseñanza: el hecho de descubrir y afirmar quien soy, y agregaré una segunda: que puedo ser concretamente el dueño de mi destino, al menos como intelectual. Mi moral no puede ser dictada desde el exterior, y el guión de mi vida prefiero escribirlo yo. 
Había muchas cosas que quería aprender y que la escuela nunca me enseñó, pero la escuela hay que entenderla como un espacio físico y temporal que nos permite descubrir, discrepar, confrontar ideas, dudas, criticar mucho, reírnos, relativizar y hacernos adultos en medio de un ambiente de irresponsable libertad que no existía en otras escuelas cubanas en aquel momento. 
Lo que la escuela no me podía ofrecer lo busqué por otras vías, con personas ajenas a la institución. El artista busca sus propias conexiones. La formación que allí se impartía no era la que yo esperaba. Abundaba la incompetencia, la aproximación, el conformismo, la falta de medios… 
Pero yo siempre he mirado para el lado luminoso de la realidad. Tuve el privilegio de tener algunos profesores que permitieron a mi escritura desplegarse sin tropiezos, que dejaron a mi imaginación expresarse sin censura. Eso es lo que más agradezco quizás, que esos profesores me dejaran ser yo mismo.

Muchas veces me he hecho esta pregunta y me la he contestado de muchas maneras diferentes. Como confío tanto en tu agudeza, sospecho que mi próxima respuesta se parecerá a la que tú des ahora. ¿Cómo sería Joel Cano hoy, de haberse quedado en Cuba?
Sería seguramente un exiliado interior por voluntad propia, contemplando de nuevo los lugares que me formaron moralmente, desintoxicándome de todo tipo de ideología colectiva, trabajando en el campo, o quizás simplemente me hubiera suicidado de una manera mucho más racional y concreta porque no entiendo la muerte como el punto final de un destino, sino como una liberación, como algo de lo cual también podemos ser dueños en ciertas circunstancias. 
No creo que pudiera estar haciendo teatro porque los compromisos ideológicos y económicos serían demasiados para que el teatro me diera alguna satisfacción espiritual. A lo mejor estaría escribiendo obras a las que nadie tendría acceso, en mi casa en el campo, lejos de toda la frivolidad habanera.
Ya una vez me fui a la provincia sediento de libertad y de esperanza en el arte, pero los obstáculos de la realidad administrativa pudieron más que mi optimismo juvenil.  Como voy a Cuba con regularidad, sé que muy poco del arte que se hace allí me estremece. La superficialidad ha invadido los escenarios al punto de que extraño muchas de las malas obras que se hacían en los ochenta porque al menos en esa época una suerte de esperanza ingenua animaba la creación de los jóvenes. 
Justamente parecería que hablo como un viejo, pero lo raro es que compartiendo con los jóvenes de la isla siento que soy yo el que duda, el que rabia, el que todavía tiene fe en que el mundo se puede cambiar con la singularidad del arte. Veo en ellos sólo cálculo, mucha falta de compromiso, mucho exhibicionismo en el lugar de la transgresión. Como me dijo una amiga actriz que todavía trabaja allí: “Ahora todos son extrovertidos”. Se desnudan fácilmente en escena, pero nunca logramos ver una sola parcela de sus corazones.
Nunca me fascinó el poder ni en la sociedad ni en el teatro. Fundé y dirigí varios grupos porque mis amigos actores siempre me pusieron en el papel de líder por cuestiones de conocimientos técnicos y de cultura general. Del arte me interesa la construcción intelectual y cómo un proceso de pensamiento se estructura. Te diría que el arte es una forma más compleja y hermosa que la filosofía porque es una filosofía que incluye a la estética como vehículo. 
Y como el poder nunca me ha interesado pienso que de haberme quedado en Cuba estuviera contemplando desde lejos todo ese proceso lento, demoledor, constante, de destrucción de una identidad cultural, de nuestro idioma… Hoy estuviera analizando cómo encontrar la manera de convencer a los demás de que la verdadera lucha contra la violencia se hace desde la más completa indiferencia. 
Es lo que he sido siempre: un indiferente con razones para serlo. 
Raquel Revuelta nunca criticó la calidad de mis obras, pero no compartía lo que ella consideraba el nihilismo fundamental que las atravesaba. Desde su ideología marxista, ella necesitaba catalogar mi desacuerdo con la sociedad que su generación había ayudado a construir para no mirar de frente la hecatombe social que había provocado. 
Yo, por el contrario, pienso que me animaba una fe profunda en que Cuba puede ser un país mejor del que nos han propuesto hasta ahora. Yo estaría refugiado como siempre en la poesía, que es para mí el territorio de los indiferentes. De esos que son capaces de dar la espalda a los discursos y a las manifestaciones multitudinarias que nutren a los políticos. Frente al egocentrismo de estos, considero siempre puse mi total desconocimiento de sus personas. La ideología sólo prospera en las urbes donde el hombre depende de una estructura social para alimentarse. Trataría de vivir allí enajenadamente, como un asceta.

 ¿Qué le agradeces al desarraigo? Desde que te conozco eres un gran disruptor (no encuentro una palabra más exacta en español). Ahora, que vivimos en una época de grandes disrupciones, ¿qué mundo prefiere Joel Cano, el que había que cambiar a empujones o el que nos empuja a cambiar?
El desarraigo es mucho más una creencia que una realidad. Depende de la visión que tengamos de nosotros mismos y de hasta qué punto nuestra decisión de alejarnos ha sido brusca o largamente pensada. El estar lejos del país físico que nos vio nacer puede ser un eterno sufrimiento, o una liberación. 
Cuando me fui sabía muy bien que lo hacía sobre todo para aprender, para enriquecer mi cultura personal y mi escritura. Cuba ya no podía saciar mi sed de conocimiento. Hay quien se va por cuestiones políticas, otros para vestir a la moda, otros pensando convertirse en millonarios, y otros simplemente para comer… otros, como yo, para salvar lo que son, lo cual incluye lo político y la profundamente existencial. 
Somos el producto de una circunstancia, y nos vamos cargando con ella y lo que hacemos con esa carga define nuestra vida futura. Yo seré para siempre un escritor cubano de fines del siglo XX y comienzos de XXI, pero también decidí ser un artista francés, con todo lo que eso implica de disciplina, de entrega, de apertura intelectual, de renunciamientos, de aprendizaje, de zozobra, de crecimiento… 
Vivir es una fiesta de aprendizajes. Siempre quise conocer el mundo que atisbaba en los libros, ver de cerca las realidades que habían engendrado palabras como «nieve», «petirrojo», «abedul», «ventisca», y tantas otras. Me fui para seguir puliendo mis sentidos, eso es lo que me guía. Tú has recreado en tu loma dominicana una Cuba natural llena de árboles y de pájaros, y de música para escuchar y oler, y ver y sentir el país natal a pesar de la distancia con la Cuba en que naciste. 
Yo, por el contrario, he ido hacia el lado opuesto y he reconstruido un viejo castillo en el campo francés con su huerta y sus jardines geométricos, respetando y estudiando estilos y documentos del siglo XIX. Pero de alguna manera sigo viviendo al igual que tú, en el mundo de mi infancia, en aquella finca en la que se comía lo que cultivábamos y en la que recibíamos y dábamos de comer a todo el mundo. 
Digamos que soy profundamente cubano aunque esté en el polo norte, pero teniendo en cuenta la cubanía curiosa que mira hacia afuera también. Si consideramos que somos una planta y que necesitamos tierra para crecer, entonces al desarraigo le agradezco la confirmación de que el mundo es como un largo pasillo lleno de puertas y que la puerta de tu sabiduría a veces no es la que pensabas, un día encuentras la cerradura para la cual estás hecho y entonces puedes empezar a ser tú mismo. 
No sabría elegir qué mundo cambiar, porque el mundo también nos cambia a pesar de nuestra propia moral. Sigo creyendo que el mundo se puede mejorar, que hay cosas que merecen ser rescatadas, conservadas y otras que es mejor dejar atrás. Lo que nos empuja a cambiar es nuestra propia dialéctica en diálogo permanente con la realidad. Esto supone una duda perpetua, un ponerse siempre al borde del abismo. 
Partiendo de esto, elijo el mundo que nos empuja a sorprendernos. Cuba es un territorio que sólo te puede proponer adaptación, y la adaptación desarrolla nuestra inteligencia animal. Todo es inmediatez. Muchos ven esta adaptación perpetua del cubano como creatividad, pero yo la considero como Desnoes “puro subdesarrollo”. Estado de animalidad. 
La estrategia del comunismo que consiste a tenernos siempre en el espacio de la dependencia material e ideológica hace de nosotros unos animales amaestrados. Fuera de Cuba necesitamos adaptarnos, pero tenemos un horizonte espiritual. En Cuba lo tenía también, por supuesto, ese horizonte era un cambio de sistema no sólo político, sino también cultural. 
Siempre he querido que la gente sobrepase sus orígenes raciales, económicos, políticos para que nos encontremos en el verdadero territorio común de la vida espiritual. Pero con hambre y necesidad perpetuas y gente a tu alrededor sólo preocupada por comer no se puede tener combustible para animar la maquinaria del pensamiento crítico ni el de la creatividad. 
Lo que realmente terminó decidiéndome a partir era no poder encontrar un grupo de intelectuales o artistas con los cuales no sólo ejercitar las neuronas hablando sobre el arte, sino también de un cambio real. La mayoría de los artistas que conozco sólo desean para Cuba un socialismo despojado de corrupción, o un comunismo al estilo chino: prosperidad económica con un control férreo de las libertades individuales. 
Los esquemas de dependencia creados por el paternalismo de Estado son hondos y me desconsuelo viendo la bipolaridad de los contestatarios cubanos, que por un lado quieren reformas libertad de expresión sin cambio político y al mismo tiempo culpan de todos los males del país al capitalismo y al bloqueo americanos.
El desafío para el mundo de hoy no es otro que el de lograr dejar atrás los nuevos tribalismos creados por las ideologías de las «identidades», que son las nuevas oposiciones fabricadas por la izquierda monetaria internacional. Los intelectuales, en su gran mayoría los verdaderos reaccionarios contemporáneos, están contribuyendo más que nunca a dividir opiniones en aras de seguir creando moralismo aplicado a las decisiones políticas. 
Nunca antes en aras de la igualdad se ha sido tan diverso, singular, excluyente. Nadie quiere ya ser sólo un ser humano. Lo íntimo ha desaparecido en aras de una transparencia pornográfica que se presenta como auténtica por su simple exhibicionismo. Como si mostrando el corazón abierto y latiendo pudiéramos ver el alma que lo anima. 
Si me pidieras qué literatura es hoy un reflejo de nuestro tiempo te diría que estamos ciertamente de nuevo frente al desafío del héroe romántico, que veía desaparecer su mundo frente a la llegada de la revolución industrial. Hoy nos enfrentamos a una escaramuza moralista. 
Poco a poco se perfila tras las bambalinas una dictadura mundial, quizás una revolución post burguesa, esa que será la revancha de las minorías a las que la izquierda levanta como los cuerpos asesinados por el capitalismo para desatar la compasión de la opinión pública. 
Si fuera a escribir una obra que resumiera esto, tendría que situar la acción en una oficina en la que están creando una estrategia para vendernos un producto industrial con argumentos ecológicos y de respeto hacia los obreros del tercer mundo que los fabrican. 
Esa utopía del post burgués empresario, que se convence a sí mismo de que no es como el capitalista de al lado que sólo busca enriquecerse. El post contestario cubano contemporáneo es igual, está convencido de que para que su causa sea creíble y justa tiene que criticar al imperialismo yanqui, como si los abusos del régimen comunista no fueran suficientes razones para cambiar. 
No se da cuenta de que su crítica al capitalismo valida el experimento totalitario en el que viven y le siguen dando armas conceptuales, para una opresión cada vez más sofisticada. La obra pudiera también transcurrir en un laboratorio en el cual se busca una vacuna contra un virus para lograr con ella controlar la pulsión humana de la libertad.
La escritura es un proceso de purificación conceptual, por eso es tan difícil escribir por escribir como hacen muchas «Cuquita la mecanógrafa» que conozco. 
La actual crisis sanitaria mundial (fabricada o no) perfila un futuro dominado por el control, una suerte de capitalismo transgénico, que integra a sus mecanismos de mercado las armas represivas hacia el individuo desarrolladas durante un siglo por un comunismo brutal.
Yo como escritor sigo siendo una semilla llena de defectos que no soporta la falta de libertad.

Ya estoy muy viejo para ser correcto

Guerrilleros del ELN, de Colombia, posan en La Habana.
A muchos amigos nuestros les dio una crisis de entusiasmo cuando Barack Obama le hizo todas aquellas concesiones a la dictadura de Cuba. Siempre pensé que el presidente de Estados Unidos cometía un grave error y que los viejos zorros de La Habana lo "cogerían de pendejo", como dicen los dominicanos. 
El día que se restablecieron las relaciones diplomáticas, puse por escrito lo que pensaba al respecto. Lejos de tener la más mínima esperanza en aquel hecho, estaba convencido de que cada gesto de buena voluntad (o de ingenuidad, para ser más preciso) sería aprovechado por la dictadura para apretar aún más las tuercas de la represión y el control sobre 11 millones de rehenes.
Así ocurrió. Por eso he estado de acuerdo con todas y cada una de las medidas tomadas por Donald Trump (dicho esto, pueden empezar a eliminarme de amigo en Facebook todo el que se sienta ofendido o lastimado. Ya estoy muy viejo para ser correcto y tratar de acomodar las verdades incómodas). 
Cuba está en manos de una corrupta e insaciable junta militar que ha arruinado al país y ha privado al cubano de toda iniciativa individual para salir adelante y procurarse, por sí mismo, un futuro mejor que esa inmundicia donde se ve obligado a sobrevivir. 
Desde el 1 de enero de 1959, Cuba ha apoyado el terrorismo en Asia, África y América Latina. Los discursos de Fidel Castro son suficientes para probar lo que digo. Fue una hipocresía de Obama (¡una más!) sacarla de la lista de los países que no combaten el terrorismo. Como fue una irresponsabilidad liberar a los cuatro espías que habían contribuido a que la isla cometiera crímenes de estado.
Regresar a Cuba a esa lista, no es más que un acto de sinceridad. Cualquier gesto de buena voluntad con la dictadura solo contribuirá a alargar aún más el oprobio, la miseria. 

18 mayo 2020

Tiempos felices

Apenas unas horas después de haber aterrizado en Santo Domingo, en noviembre del 2000, comencé a laborar como editor en el periódico El Caribe. No me canso de darle las gracias a todos los que encontré en aquella redacción. Aunque sabían más de periodismo y de su país que yo, me ayudaron a disimular mi ignorancia y compartieron conmigo hasta sus platos de comida.
Gina López (editora de Sociales), con ese buen gusto que tiene hasta para respirar, me ayudó a quitarme el disfraz de cubano y me conminó a comprarme al menos una muda de ropa acorde a la época que vivíamos. Mabel Caballero (editora de Cultura), me obligó a deshacerme de ese atroz esquema mental que sacamos de Cuba con nosotros.
Fausto Rosario y Vianco Martínez (periodistas estrellas del equipo de investigación) prácticamente me adoptaron. Con una paciencia de fraile, Fausto me fue enseñando a interactuar con una sociedad tan diferente a la que yo había dejado atrás. Vianco me fue revelando, uno por uno, los secretos mejor guardados de la dominicanidad.
Por aquella época, Fausto tenía una casa en los campos de Pedro Brand, frente al lomerío de Sierra Prieta. Allá nos juntábamos los fines de semana. Desde el primer día, me hicieron sentir como uno de ellos. Todavía suena en mi cabeza la banda sonora de aquella época. Conservo intacto el recuerdo de muchos de aquellos sábados.
Hoy, Fausto nos hizo llegar esta foto a Vianco y a mí. “Tiempos felices, de sueños y amores”, nos dice. Los comprometí a repetirla, 19 años después, en la Loma de Thoreau. En cuanto termine la cuarentena haré que suban. “El pasado siempre está presente”, dijo Maurice Maeterlinck. También puede volver, agrego yo. 
Aquí los espero con los mismos abrazos de siempre.

El nudo en el cuello

Alejandro Aguilar, Marianela Boán, Diana y yo tenemos un grupo de chat. En él compartimos bromas, noticias, videos, links de películas y las más insospechadas boberías. En ciertas noches de cuarentena, encendemos las cámaras para levantar los vasos como en los viejos tiempos. Así, seguimos celebrando a distancia.  
La más reciente recomendación del grupo fue La revolución silenciosa (2018), una película del director alemán Lars Kraume que forma un díptico junto a El caso Fritz Bauer (2015). A Diana, que se fue de Cuba a los cinco años, muchas cosas le resultaban incomprensibles.
En 1956, un grupo de alumnos de bachillerato, que viven en el lado socialista del Berlín, deciden hacer un minuto de silencio cuando se enteran que su ídolo, el futbolista Ferenc Puskás, está entre las víctimas de la feroz represión soviética en Hungría. El aparato represivo cae sobre ellos.
Varias veces tuve que poner la película en pausa para explicarle a Diana que en Cuba fuimos víctimas de la misma opresión. De hecho, la Seguridad del Estado usa las mismas técnicas de interrogatorios que la Stasi. Por suerte para los muchachos de la película aún no existía el Muro de Berlín y, cuando el socialismo los dejó sin futuro, pudieron escapar.
Se suben a un tren. A un vagón Ferkeltaxes, para ser más específicos. Unos equipos ferroviarios que, después de ser descontinuados en Alemania, fueron enviados a Cuba y hoy cubren rutas como la de Santa Clara a Encrucijada y de Zaza del Medio a Tunas de Zaza.
Ya en el tren, camino a Berlín Occidental, los jóvenes se buscan con los ojos, sin decir nada, conteniendo toda manifestación de júbilo. Pero uno de los protagonistas no puede evitarlo, en su rostro se ve muy clara esa clara expresión que solo hacemos cuando de verdad nos sentimos libres.
Entonces se lleva la mano al cuello y se zafa el nudo que hasta ese momento lo estuvo asfixiando. No era la corbata, era el totalitarismo.

Vagones Ferkeltaxes en la estación de Camajuaní.

17 mayo 2020

El arte de acostarse temprano

Mi padre le llamaba “emparrillar”. “Voy para Casilda a emparrillar”, soltaba en cuanto la tarde empezaba a irse de Manicaragua. Sobre todo en los días de frío. Serafín Venegas le ponía nombre a todo. Esa es la razón por la que a su pequeña casa la llamaba como el puerto de Trinidad, donde él solía ir a pescar.
Cuando era niño y me tocaba pasarme días de las vacaciones con él, tenía que adaptarme a sus horarios. Se acostaba poco después de las 6 de la tarde y a las cinco ya estaba en pie. “¡Vamos, que hay que aprovechar el día!”, me decía tirándome de los pies.
Salíamos todavía de noche, rumbo al lago Hanabanilla o a la casa de Daniel Peñate, un querido amigo suyo que tenía un enorme secadero y una despulpadora de café en Veguitas, Escambray arriba. Daniel era hermano de Leonardo, un mítico alzado cuya historia oí siempre entre murmullos.
Después de pasarnos el día entero pescando o monteando, volvíamos Manicaragua justo antes de que cayera el sol. Ahora, de viejo, por fin entiendo a mi padre. Cuando estoy en la Loma, me levanto cuando todavía es oscuro y al final de la tarde ya estoy exhausto. 
Entonces, hago un pequeño recorrido con los perros y le digo a Diana que “voy para Casilda a emparrillar”. Siempre que entro en la habitación, afuera todavía se ve la luz del día.  Leo algo o empiezo una película que nunca acabo, porque antes quedo rendido. A las cinco ya estoy en pie.

16 mayo 2020

SUSANA PÉREZ: "Como Nora en 'Casa de muñecas', di el portazo final sin siquiera mirar para atrás"

Susana Pérez retratada por Korda.
En muchos momentos imborrables de mi vida aparece el rostro de Susana Pérez. A veces se ve en blanco y negro, borroso. Otras, con esa nitidez que la felicidad le da a cada hecho que marca. Todas las noches de mi infancia me senté junto a mis abuelos frente a un televisor. 
Como la inmensa mayoría de los niños cubanos de mi generación, estuve perdidamente enamorado de la Gitana Cruz, el personaje que ella interpretó en las aventuras de Enrique de Lagardere. Luego, me enamoré de Martin, la muchacha irrefrenable de Rosas a crédito.
Cuando una figura pública es querida por los cubanos y toma la decisión de marcharse al exilio, la dictadura de inmediato intenta asesinar su reputación. Es admirable la valentía (¡y la elegancia!) con la que Susana Pérez ha enfrentado los cobardes ataques de las ciberclarias (es decir, los troles del régimen).
Esta entrevista es un homenaje a Susana, por todo el arte que compartió con nosotros, y un regalo para el niño que fui, aquel que no dormía los viernes, cuando la Gitana Cruz se quedaba en peligro. Sobre todo porque no volvería a saber nada más de ella hasta el lunes a las 7:30 de la tarde.

La televisión cubana de los años 70 y 80, a pesar del control de los comisarios políticos y de que era producida de manera totalmente artesanal, logró puestas en escena con una factura impensable hoy. ¿Cómo conseguían hacer tanto con tan poco, por qué se perdió todo ese legado?
Si algo tengo que agradecer, Camilo, es haber comenzado mi carrera cuando todavía estaba viva la cultura de la televisión en Cuba y quedaba toda aquella disciplina, que venía de la formación de los directores, los actores, los técnicos y todo el personal que intervenía en el proceso de creación. 
Era la época en que la televisión y la radio tenían un objetivo muy claro: producir programas, ¡y se hacían!, tanto sobre temas cubanos como universales. Hubo años en que hice varios espacios El cuento y Teatro ICR, una infinidad de programas y hasta dos novelas. Trabajábamos sin parar.
El tiempo fue pasando y todo se fue destruyendo. Todo. Se agotaron los recursos, se perdió la disciplina y desapareció aquel maravilloso sentido de pertenencia. Los cambios en la dirección de la televisión cada vez eran peores, venían “cuadros” que sabían de los medios lo mismo que yo sé de física cuántica. Y lo más triste, sin ningún deseo de aprender ni de entender.
Si me permites, te hago una anécdota: en la radio conocí a un musicalizador que trabajaba allí desde los tiempos de la CMQ y contaba cómo Goar Mestre pasaba todos los días por todo el edificio, chequeando cada detalle, desde la producción de los programas hasta el polvo que podría haber en los resquicios de los estudios y los pasillos. 
Yo estuve en la televisión desde 1972 hasta 2007. Así que pasé por todo, desde el esplendor hasta la decadencia.

Fuiste, durante tres décadas, una de las actrices que más protagónicos hizo en la televisión cubana. ¿Cuáles fueron tus momentos más felices y los más tristes detrás de las cámaras?
Fueron tres décadas y media. 35 años, para ser más exactos, dedicados a la televisión, la radio, el cine y el teatro. Es curioso, pero mi carrera ocurrió al revés, primero fue la radio, después la televisión, luego el cine y finalmente el teatro.
Reconozco que fui muy egoísta en todos esos años. Estaba tan conectada y ensimismada con mi trabajo, estaba tan obsesionada con lo que hacía, que nada me hacía más feliz que trabajar. El mundo, tanto el de todos en general como el mío en particular, podían estarse cayendo a pedazos que no me importaba.
Podía llegar a el set o al escenario arrastrándome de la depresión o del malestar, pero cuando me ponían el vestuario, me maquillaban y oía la voz de “¡acción!”, todos mis problemas desaparecían y era total y absolutamente feliz.
Admito que eso tiene un lado malo. Porque uno es parte de una sociedad y todo lo que ocurre en ella te afecta. Por eso debería interesarle y tratar de hacer algo para cambiarlo. Pero nunca nada me desvió de mi súperobjetivo que era ser la mejor. Mi verdadera vida eran los personajes que interpretaba.

En aquella Cuba que ahora recordamos en colores, a pesar de haber sido en blanco y negro, ¿cómo era la vida cotidiana de una estrella de televisión?
Mi vida de “estrella” de la televisión era de lo más común y aburrida que puedas imaginar. Nunca fui farandulera. Tenía y tengo pocos amigos. Aunque los amigos, también debo reconocerlo, siempre me han sorprendido y me han salvado de muchos momentos difíciles. 
Hacía lo mismo que el resto de las mujeres cubanas. Atendía mi casa, llevaba a mis hijos a la escuela, hacia mandados, cocinaba, lavaba, planchaba, estudiaba, trabajaba… Ahora pienso en todas las cosas que hacía y no se cómo podía la verdad, caminaba muuuuuuucho. 
La única cosa que me diferenciaba del resto de los mortales era que en todas partes me conocían y, tengo que admitirlo, me recibían siempre con una sonrisa.

¿Por qué tomaste de decisión de marcharte al exilio? ¿Cómo fue tu despedida de la televisión y de tus colegas?
Camilo, va a parecerte una contradicción, pero no lo es. Aunque siempre estaba muy metida en el trabajo, no podía evitar que lo que ocurría a mi alrededor me afectara y me influyera. Crecí en un ambiente muy revolucionario. Sobre todo por parte de mi padre, que es de las personas que más he amado en mi vida. Pero poco a poco me fui decepcionando en un proceso muy lento y doloroso. 
¿Qué me ataba a Cuba? Muchas cosas, mis hijos, mis padres, mi carrera. Mis hijos porque estamos hablando de una época en que tú te ibas y además de ser un apestado (como ahora, eso no ha cambiado), no sabías cuándo volvería a ver a tu familia.
Mi carrera, porque tenía la estúpida idea de que el mundo se terminaba en el muro del Malecón y de que no podría hacer nada fuera del país. Y mis padres, porque no quería darle el disgusto a mi padre de que supiera que ya no pensaba como él.
En cuanto mis hijos tuvieron edad y eligieron irse, los apoyé para que lo hicieran. Cuando decidí irme, ya estaba harta de todo. Estaba harta de fingir, de engañar y, sobre todo, de engañarme. Lo he dicho muchas veces, pero no encuentro una mejor manera de describirlo: hice como Nora en Casa de muñecas, di el portazo final sin siquiera mirar para atrás.

¿Qué extraña Susana Pérez de Cuba? ¿Te arrepientes de haber renunciado a todo lo que renunciaste? ¿Volverías?
Cuando llegué a Estados Unidos, comprendí muy pronto que cuando uno decide exiliarse tiene que tener el cuerpo y la cabeza en el mismo sitio. Si te la pasas añorando, extrañando y dando vueltas en círculos alrededor de la nostalgia, no puedes avanzar, no te puedes reinventar. 
Yo extraño a los amigos que dejé, extraño a la parte de ese público que está allá (aunque, también debo decirlo, Miami está lleno de cubanos que me reconocen. Es decir, que aquí sigo sin conocer el anonimato). No me arrepiento para nada de la decisión que tomé. Tengo a mi familia, soy feliz y soy libre.
Lo único que desearía es que los cubanos que están en la isla comprendan que no somos enemigos y que el cambio solo puede llegar propiciado por ellos mismos. En cuanto a si volvería, creo que no. Ya no me veo allí. Todo tendría que cambiar demasiado… No me quedan 61 años más para esperar por la Cuba que quiero, que nos merecemos.