Aurelio Yero Alonso (1908- 1987). |
Años de hotel, el volumen de Acantilado que recoge las crónicas de viajes de Joseph Roth, empieza con “Alguien lee un periódico”. “El rostro de quien lee un periódico tiene una expresión seria, que unas veces se endurece hasta resultar sombría y otras se disuelve en una sonrisa”, dice.
Aurelio lo hacía al revés. Primero sonreía, luego se ponía sombrío y al final, con rabia, lanzaba el periódico hacía el sillón vacío que tenía al lado. Un día se molestó tanto con el triunfalismo y las loas del Granma, que fue a casa de Cebollón para pedirle que no se lo llevara más.
—Tengo que seguir llevándotelo porque tú estás suscrito —le explicó Cebollón.
El repartidor de periódicos del Paradero de Camarones era uno de los hermanos Herrera, que vivían juntos y solterones en una pequeña casa con techo de zinc. Mi abuelo y él tuvieron enconadas discusiones. La última, el día en que Cebollón insistió en seguir tirando el periódico por la ventana del comedor, acabó en una persecución.
Enfurecido, Aurelio le cayó detrás con el Granma en alto: “Te dije que no me lo trajeras más”. Mientras se ponía a salvo, con un paso demasiado rápido para su edad, Cebollón trataba de justificarse: “Tengo que dejártelo, me vas a meter en un problema...”.
Al final, Aurelio se mantuvo suscrito por la programación de la televisión. Auxiliado por una regla, extraía el pequeño recuadro y lo ponía sobre la mesa de centro de la sala. Al resto del periódico lo rasgaba en pequeños pedazos y lo colgaba de un clavo que tenía en la pared del baño, junto al inodoro.
Entonces sí, como el personaje de Joseph Roth, su expresión sombría se disolvía en una sonrisa. “Solo para esto sirve”, sentenciaba.
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