23 mayo 2020

Una historia contada por una lata de café La Llave

Café cosechado, tostado y molido en la Loma de Thoreau.
Mi abuela Atlántida Mosteiro Góngora miraba a las matas de café como mi abuelo Aurelio Yero Alonso a los cañaverales. Sus vidas podían ser contadas a través de aquellas plantas. Mientras Aurelio nació y se crió en un pueblo que dependía de la zafra, Atlántida vivió toda su infancia entre montañas. 
Muy cerca del pico San Juan, la cumbre del Escambray, su padre tenía una plantación de café. Las tierras del gallego José Mosteiro colindaban con las de los hermanos Gaviña, dos vascos que, además de cosechar café, lo despulpaban, secaban, tostaban y molían. 
Todas las cosechas de Mosteiro eran compradas por los Gaviña, fundadores de La Llave. Cada paquete de ese café cuenta la historia de una marca que, al poder irse de Cuba en las maletas de una familia, acabó convirtiéndose en la favorita de “los latinos que disfrutan el café fuerte y aromático”.  
En séptimo grado fui enviado a una escuela al campo en las montañas del Escambray. Todos los que estuvimos en la secundaria de El Nicho, debíamos trabajar cuatro horas diarias en el cultivo del café. El día que le conté a mi abuela que habíamos terminado un enorme vivero, le brillaron los ojos.
—¡Hagamos un cafetal aquí también! —me dijo.
El clima del Paradero de Camarones no es bueno para el café. Aun así, con el excesivo cuidado de Atlántida, una veintena de matas lograron salir adelante en el patio de nuestra casa y cada año producían algunas libras. Los ojos le volvían a brillar cada vez que se ponía a moler los granos recién tostados.
En La Loma de Thoreau hemos sembrado ya más de mil matas de café. Ayer Diana molió granos recién tostados y los guardó en una lata de café La Llave. Hoy en la madrugada, cuando la saqué para hacer la primera colada del día, me di cuenta de que, sin proponérselo, le había hecho un homenaje a Atlántida.
La finca Buenos Aires, donde nació mi abuela, ahora es un páramo improductivo y yermo. Pero en la Cordillera Central dominicana, un biznieto de José Mosteiro siembra café y lo guarda en una lata de La Llave, la marca de los hermanos vascos a los que el gallego les vendía su cosecha. 
Los mejores homenajes suelen ocurrir de la manera más inesperada.

Atlántida Mosteiro en la Finca Buenos Aires.

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