30 noviembre 2022

Travesías


Mi padre me enseñó las lomas de Manicaragua en un viejo Jeep Willys. A esos viajes a Guanayara, Pico Blanco, Jibacoa o La Lima le debo mi gran pasión por las montañas. Por eso, cuando andamos en nuestro Jeep por la Cordillera Central dominicana, me imagino subiéndolo a un barco y llevándolo a conocer el Escambray de mi infancia. 
Como un ensayo de esa aventura, que solo podría ocurrir en una Cuba libre, lo llevamos en las bodegas del ferry Kydon a conocer las rutas puertorriqueñas. Fue una experiencia inolvidable. Ahora solo deseo ver, en lugar de los carteles de Carolina, Bayamón o Aibonito, los de Hanabanilla, El Nicho o Topes de Collantes.

22 noviembre 2022

Yo pisaré las calles nuevamente

© Mario García Joya, años 70.

Soy un hombre que fue creciendo con las canciones de Pablo Milanés. Incontables veces he acudido a ellas para que me acompañen, ayuden o alivien. Otras, en que han sido ellas las que me han salido al paso de una manera inesperada, han acabado cumpliendo el mismo cometido. 
Desde mi niñez hasta hoy, he asociado su voz con la esencia del lugar de donde vengo. En cada uno de sus discos, desde el primero hasta el último, hay piezas que no pueden faltar en la banda sonora de mi vida. No olvido la primera vez que asistí a un concierto suyo: parque Martí de Cienfuegos, verano de 1983.
Aquella noche, por muchas razones, cambió mi vida. Pero sin las canciones de Pablo (y de Silvio, que también estaba allí) no hubiera sido lo mismo, porque fueron ellas quienes inspiraron todo lo demás. Asistí a su último concierto en Santo Domingo. A mis 55, canté como un adolescente.
Poco a poco fui dejando de creer en todo, pero nunca pude dejar de creer en Pablo. No me atrevería a pedirle más de lo que dio, porque fue demasiado. Siempre admiraré y estaré agradecido de ese último gesto suyo, al admitir con valentía que la causa por la que muchos de sus versos clamaron había fracasado. 
El domingo en la tarde, mientras volvíamos de Portillo, Diana puso a Pablo en el Jeep. Me pareció raro, porque llovía a cántaros y no solemos oír música durante los aguaceros (los dos preferimos ese sonido a cualquier otro). En un momento en que solo sonaba el piano de Emiliano Salvador, pensé en todo esto.
Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue La Habana y, en una hermosa plaza liberada, pondré a Pablo para llorar por los ausentes.

13 noviembre 2022

Reencontrarse y celebrar


Freddy Ginebra, mi padre dominicano, no se cansa de repetir que a la vida más que vivirla hay que celebrarla. Siendo fiel a su prédica, ayer celebré junto a dos queridos amigos.
Raúl Martin y yo estudiamos teatro en la Cuba de los 80. Fuimos (perdonen la petulancia) los únicos dos de nuestra promoción que nos graduamos con Diploma de Oro.
Ayer, mientras preparábamos el escenario de Casa de Teatro para el concierto de Lázaro Horta, nos hizo mucha gracia vernos como en los años de Cubanacán: poniendo luces, cargando utilería y haciendo una escenografía de la nada.
A Lázaro también lo quiero desde los 80 y de aquella Matanzas a la que me llevaron las Ediciones Vigía y el corazón artesano de Alfredo Zaldívar. Desde entonces me acompañan sus canciones y su inconmesurable talento.
Ese es uno de los grandes privilegios de hacerse mayor: poderse dar el lujo de tener amigos de más de 30 años con los que uno pueda reencontrarse y celebrar la vida.

06 noviembre 2022

Conduce el cohete hasta la tierra


Siempre asocié esta lámina con el universo de Ray Bradbury. Fue publicada en el reverso de contraportada de una revista Bohemia de 1976. Después de responder las preguntas y completar el pequeño crucigrama, la pegué en una de las paredes de mi cuarto.
Estuvo por años allí hasta que, ya adolescente, puse en su lugar una foto de Silvio y Pablo (nunca me voy a arrepentir de eso, aquel Camilo le debe demasiado a los dos). He disfrutado tanto el reencuentro, que la voy a imprimir para no volver a extraviarla.
Disfruto mucho dar con las piezas perdidas del rompecabezas que soy.