30 junio 2020

Un poeta solo

Para Alfredo Zaldívar

Todos los ríos de Matanzas

desembocan en poemas.

La bahía,

ancha como los versos

que la ciudad inspira,

es solo una excusa.

 

Un poeta solo,

delante del agua,

tiene el valor

de admitir

todo lo que se creía

capaz de callar.

José Jacinto,

dime tú

si tengo razón

o no

en lo que digo.

Plácido, ninguno 

de tus fusilamientos

me dejará mentir.

 

Un poeta solo

es un puente 

por el que nadie

se atreve a cruzar.

Pero en una ciudad

que se sienta

a mirar sus cauces

como si fueran espejos,

debería 

ser distinto.

 

Todos los ríos de Matanzas

desembocan en poemas.

Aquí el mar no importa

porque siempre

queda demasiado lejos.

El mar es solo eso 

que los poetas

siempre ocultan

cuando juran

haber dicho 

lo que saben.

No caeré en la red de las avispas

No tendré una opinión sobre la película de los espías cubanos. No podré escribir ni siquiera un párrafo sobre ese anuncio pagado. Diana y yo nos negamos a verla. Al dar con ella en Netflix, pulsamos el dedo que apunta hacia abajo. Desde entonces, la aplicación no nos la ha vuelto a mostrar en su pantalla de inicio.
Escribí varias veces sobre los personajes reales, esa red de miserables que se infiltraron entre hombres libres para servir a una dictadura. También manifesté mi rechazo al ingenuo acercamiento que Barack Obama tuvo con Raúl Castro, gracias al cual los espías aún presos se libraron de cumplir sus condenas.

Admito que me desconcertaron algunos de los artistas que se prestaron para un anuncio publicitario de un régimen criminal. O son muy infantiles o no tienen escrúpulos. Cualquiera de las dos posibilidades los deja muy mal parados frente a los que aún padecen el oprobio que ellos ensalzan.

No caeré en la red de las avispas. Tengo una enorme lista de películas y documentales que no me quiero perder. Desde que me suscribí al Smitsonian Channel, me abruma la cantidad de contenidos pendientes. Todo lo que necesitaba saber sobre esos abyectos personajes, ya lo sé.

Nunca estaré de acuerdo en que se prohíba una película, ni Lo que el viento se llevó (que me fascina) ni La red avispa (aunque me parezca deleznable). Ya tuve suficiente con todo lo que nos prohibió y todo de lo que nos privó la dictadura. 

Solo estoy defendiendo mi derecho a mirar para otra parte, a cuidar mi estómago.

29 junio 2020

Los goces de familia

En la cabaña de Mayitín y Soraya, en Jarabacoa Montain Village, descubrí que las noches de la Cordillera Central dominicana era idénticas a las noches del Escambray cubano. Entonces, ni por la cabeza me pasaba que yo también llegaría a tener un techo propio en esas montañas.

Tengo una colección de días inolvidables en la cabaña de Mayitín y Soraya. En muchos están Ana Rosario y María Eugenia, nuestras hijas. En otros, Lérida y Maguín, mi madre y la de Soraya. Incluso mis tíos Aramís y Miriam pasaron allí un día que ellos a menudo lo recuerdan con nostalgia.

Luego apareció Diana y desde entonces ella es el centro de todos mis recuerdos en esa casa. Allí le empecé a enseñar a María los secretos del monte. Allí, también, tomamos la decisión de comprar un pequeño terreno donde sembrar y envejecer. Ese fue el primer paso en el camino que nos llevó hasta la Loma de Thoreau.

Este fin de semana, por primera vez, Mayitín y Soraya se quedaron en nuestra cabaña. Viajaron directo desde Santo Domingo, como si ellos no tuvieran donde quedarse en Jarabacoa. Hicimos el sendero de Quintas del Bosque, bajamos hasta el salto más alto del arroyo Cercado y monteamos en el buggie.

Así fue que llegamos a esta apartada cabaña, que vigila al valle del Cibao desde la cima de una empinada loma. Era la primera vez que compartíamos desde el comienzo de la pandemia y esa debe ser la razón por la que aprovechamos tanto el tiempo. Como siempre, todo giró alrededor del fuego, es decir, de las comidas.

Desde el día que llegué a Santo Domingo, Mayitín se ha comportado como mi hermano. Soraya dice que somos gemelos separados al nacer, por todas las afinidades que tenemos y las obsesiones que compartimos. 20 años después, nos hemos convertido en una verdadera familia. 

Giuseppe Mazzini decía que “los únicos goces puros y sin mezcla de tristeza que le han sido dados sobre la tierra al hombre, son los goces de familia”. Siempre que compartimos con Mayitín y Soraya, Diana y yo lo comprobamos.

25 junio 2020

Un pedazo de pared que vale más que todo el edificio de CNN

El 11 de febrero de 2019 (quien usa a Facebook como diario, nunca olvida sus fechas), debimos asistir a un tour por Atlanta. Era parte del programa de una feria internacional en la que Diana participaba. “No tengo nada que buscar en CNN”, le advertí a mi Cucha y llamé a Manuel Sosa para ir a ver una pared.
Sobre Georgia caía una llovizna finísima. Un par de Jack Daniels nos llenaron de valor para hacer el trayecto hasta un desolado parqueo. Estuvimos un largo rato en el sitio exacto por dónde salió, el lunes 8 de abril de 1974, el jonrón 715 de Hank Aaron. 

El terreno del antiguo Fulton County está marcado en el asfalto. Gracias a eso, se puede apreciar dónde estaba parado Aaron, desde donde le lanzó Al Downing Manuel y todo el trayecto que hizo la pelota hasta pasar por encima de las cercas del jardín izquierdo.

Manuel jugó a ser el jardinero de los Dodgers y trató de imitar el enorme esfuerzo que hizo capturarla (el video está disponible en YouTube). Solo le faltó tratar de subirse en el muro. De regreso, nos metimos en Hard Rock Cafe. Cuando nos sirvieron otro par de Jack Daniels, sonaba The Allman Brothers Band.

Ya en el hotel, el coordinador de la feria me preguntó por qué no había ido a CNN. “Para mí es como ir a Granma, el periódico de la dictadura de mi país —le respondí—. Solo que tiene más recursos y colaboradores más talentosos. Pero la línea editorial y la obsesión por manipular son igual de deprimentes”. 

Solo atinó a encogerse de hombros, después de asimilar mi inapropiada respuesta. Luego, en la cena, me volvieron a preguntar dónde me había metido. “Fui a ver un pedazo de pared que vale más que todo el edificio de CNN”, dije. Solo uno, que profesa la misma religión que Manuel y yo, entendió lo que decía.

—Si llego a saber eso —me dijo—, me hubiera ido contigo.

24 junio 2020

La lluvia ya no es lo que era

Foto: © Mario Dávalos

Primero fue un aguacero

de mariposas amarillas.

Salían de todas partes

y eran arrastradas 

por el viento

hasta caer

sobre el pasto

y despejar 

a la tarde.

Luego comenzó

una llovizna

de arena.

Ni el silencio

de la mañana

logró

salvarse

de sus tenaces

tambores.

 

La lluvia ya no es

lo que era.

Aquellas aguas 

límpidas

que nos daban

en la cara

por esta época

del año,

ahora 

son un torrente

de mariposas

y arena.

 

La lluvia ya no es

lo que era

y nosotros,

con las bocas

tapadas,

seguimos

el ritmo

de unas mariposas

y de los tambores

de la arena

para domesticar

nuestra impaciencia.

23 junio 2020

Power Wagon

He perdido muchas fotos en mudanzas y acarreos. Hay tres, especialmente, que les hecho mucho de menos. Una es de mi madre. Lérida camina por el andén de la estación de Cienfuegos. Lleva un pañuelo en la cabeza y la felicidad en los ojos. Le dice adiós al fotógrafo con una sonrisa que será incapaz de envejecer.
La otra es de mi padre. Es en el secadero de café de Daniel Peñate. Veguitas, valle de Jibacoa, años setenta del siglo pasado. Abraza a la madre de su querido amigo. Tienen el mediodía del Escambray encima. La demasiada luz (tan bien descrita en tantos poemas cubanos) no logra borrar el bosque que tienen de fondo.
La última es mía. No tengo más de cuatro años. Es enero o febrero, a juzgar por lo abrigado que estoy. Trato de subirme al camión de mi padre. Un destartalado Dodge que ya había dejado lo mejor de sí en los caminos intransitables del Escambray. Power Wagon, se leí aún entre tanto hierro oxidado.
Algunas fotos extraviadas se ven cada vez más nitidez en nuestras cabezas. Quizás por eso se pierden, para que las conservemos de la mejor manera posible.

Ristretto

Este rincón de la kitchenette de la sala es uno de mis preferidos en El Bohío. Me he dado cuenta de que me paso largos ratos aquí, de pie, mientras disfruto de un ristretto sorbo a sorbo. Aunque desde ahí se ve gran parte de Santo Domingo, casi siempre mantenemos todo cerrado. Los buenos rincones necesitan de cierta oscuridad.
Arriba, una foto de Marío Gacía Joya (Mayito) me recuerda el mundo totalitario y sin futuro del que logré escapar. Fue tomada en Santa María del Rosario en mayo de 1962 e impresa once años más tarde. Lo sé porque el autor anotó todos esos detalles a lápiz en el borde de la imagen. 
Justo abajo, una guataca de la finca El Abra de Isla de Pinos (con la que probablemente Martí desbrozó alguna mala hierba). Siempre que fui a Nueva Gerona fui hasta ese lugar. Más abajo, el candado de la estación de Ferrocarril del Paradero de Camarones. Un estricto resumen de la Cuba que me define.
A la izquierda, nuestra máquina de Nespresso. Ese regalo de Mayitín García Haya (hijo de Mayito, para colmo de casualidades) y Soraya Thomas, me recuerda en qué mundo vivo ahora y me da muchísimo ánimo. Son increíbles las maravillas que salen de la pequeña máquina de vapor que esconde su hermosa figura.

21 junio 2020

Bezújov, Bolkonsky, Rostov y Kuraguin

Mi padre me miró desconcertado el día que me sorprendió leyendo La guerra y la paz. Le hablé de León Tólstoi. Le comenté que era el más grande escritor ruso. Le dije que, casualmente, había muerto en una estación de trenes. El nombre de Astápovo le resultó tan ajeno como el de Yásnaia Poliana.
Su cara se puso peor cuando le hablé de las familias Bezújov, Bolkonsky, Rostov y Kuraguin. “Te puedo presentar a los Peñate, a los Abreu, a los Guitérrez, a los Donato…”, me respondió con sarcasmo. Serafín era un hombre que detestaba a la poesía y nunca pude convencerlo de que vivía sumergido en ella. 
Su mayor afición era la pesca submarina. Disfrutaba esas aventuras al extremo. Cada vez que mi madre necesitaba que yo recapacitara, me contaba la tarde en que Eulogio, uno de sus amigos, por poco se ahoga en el lago Hanabanilla. Bajó y se enredó con alambres de púas (en el lugar de la presa antes hubo potreros). 
Afuera ya lo lloraban, sus compañeros de pesquería lo daban por muerto. Pero Serafín no se rindió. Es cierto que estaba muy borracho, pero también que era muy apasionado y no daba su brazo a torcer. Como tuvo que resucitarlo, le puso Besito. “Te he besado más que a Cachi”, le decía cada vez que se ponían a beber.
Aunque nunca viví con él, le debo el amor por las montañas y la incapacidad para darme por vencido. Cuando todos se rinden, me gusta zambullirme por última vez y tratar de salvar la situación. Ahora me arrepiento de no haberlo entendido cuando se burlaba de mí y pronunciaba mal los apellidos de La guerra y la paz.
Sobre todo, porque los dos teníamos la razón. Bezújov, Bolkonsky, Rostov Kuraguin, Peñate, Abreu, Guitérrez y Donato quieren decir lo mismo. La literatura está debajo del agua que siempre trata de ahogarnos. Muchos años después entendí que a ese drama le llamábamos olvido.

20 junio 2020

Altos honores

Nuestra María hoy se reencontró, después de meses sin verse físicamente, con su curso. Como no es posible celebrar una fiesta de graduación, hicimos un recorrido en caravana hasta las casas de cada uno de los profesores. 
Le tocó despedirse de la secundaria en el Año del Virus Chino. Por eso no hubo abrazos ni algarabía. Todo se redujo a conmovedores saludos a distancia y a un largo trayecto con los ojos llenos de lágrimas.
Se graduó con altos honores. Nos tiene acostumbrados a esos resultados excepcionales desde preescolar. Es tan exigente y exitosa como su madre. Lo cual es bueno y malo (al menos para mí). Mi otra niña, en Madrid, también ha logrado notas sobresalientes en su maestría.
Mis chicas son perfectas y me llenan de orgullo. Con toda seguridad, soy el peor y el más inútil de esta casa.

19 junio 2020

La camioneta que nos trajo el mar

En Jarabacoa, a 9 kilómetros de la Loma de Thoreau, solemos encontrar todo lo que necesitamos. Rara vez nos hace falta traer algo de Santo Domingo. Aquí arriba mi Cucha solo extraña los productos frescos del mar, esos pargos, pulpos y camarones que ella compra en la pescadería de los Berges.
Justo hoy, cuando bajábamos al mercado a buscar frutas y vegetales, me lo comentó: “Este pueblo lo único que necesita es una buena pescadería”. Frente a la iglesia vimos a una señora muy elegante que conversaba con el cura. “Esa es la Aracelia de aquí”, dije, recordando a uno de los personajes más queridos del Paradero de Camarones.
En la puerta del mercado sentimos un raro olor a mar. Entonces descubrimos una vieja camioneta que chorreaba agua salada. Enseguida supimos que viene todos los viernes desde Sánchez, el puerto de la bahía de Samaná. Una afónica bocina anunciaba que todo era fresco, pescado la noche anterior.
Puse en práctica todo lo que aprendí con Serafín a la hora de elegir. “Él sabe más que yo”, le dijo a Diana el señor del mercado. Volvimos eufóricos. Hicimos una sopa con las cabezas y ruedas fritas, con mucho ajo y limón. La casa olía como si estuviéramos en la costa. 
Al final, mientras nos bebíamos el café, hice la inevitable comparación, la odiosa pregunta: “¿Por qué en Cuba nada de esto es posible?”. Hoy una camioneta nos trajo el mar. Estaba destartalada y chorreaba agua salada. Debe ser duro ese trabajo de cargar con una bahía loma arriba.


La primera sopa de cabeza de pescado que hacemos en la Loma.

El colibrí y el torrente


Ayer, 18 de junio, Diana Sarlabous cumplió 55 años. Como siempre estoy tratando de darle alcance en todo, el 16 de julio cumpliré 53. Nada nos hace más felices que el haber llegado a esta edad juntos. Por eso hemos decidido hacerle mucho caso a Henry David Thoreau y “vivir la vida que nos imaginamos”. 
Pronto hará dos semanas que estamos en la Loma. Nunca habíamos podido pasar tanto tiempo seguido aquí. Una vez más, hemos comprobado que queremos envejecer en este pequeño píxel de la Cordillera Central dominicana. Aquí, todo el desarraigo que traíamos con nosotros ha podido enraizar.
Como de costumbre ya había colado el Bustelo y tenía el desayuno listo cuando ella subió. Pan chapata recién horneado, tocineta y un revoltillo con queso, cebolla, tomate, perejil y una pizca de orégano. En los desayunos en la Loma tampoco falta un yogurt delicioso que hacen en Jarabacoa.
Luego bajamos al pueblo a comprar el cake. Nunca me han gustado los bizcochos dominicanos. Pero en la dulcería Abreu los hacen como en Cuba y en Miami, con almíbar en la masa. Compramos uno de dulce de leche acabado de hacer. De regreso, en el colmado Juana Iris, compramos lo que nos faltaba.
A las 11, bajamos con María a la cascada de los Monjes (la llaman así porque está dentro de un monasterio cisterciense que colinda con Quintas del Bosque). El agua estaba helada, pero ya nos hemos acostumbrado. En mi caso, siempre me auxilio de un Brugal Extra Viejo. En ese entorno saca todo su mundo interior.
Estábamos muy cerca de la cascada, solo con las cabezas fuera del agua, cuando pasó un colibrí entre nosotros. Sin el más mínimo, temor nos enseñó su nido. La más hermosa casa que he visto jamás en estas montañas. Colgando sobre el agua, protegido por las piedras y la vegetación.
No me quedó más remedio que tararear una de las canciones más lindas que he oído en mi vida:

 

Crecía una flor a orillas de una fuente,

más pura que la flor de la ilusión.

Y el huracán trónchala de repente,

cayendo al agua la preciosa flor.

 

Un colibrí que en su enramada estaba,

corrió a salvarla solícito y veloz.

Y cada vez que con el pico la tocaba

sumergíase en el agua con la flor.

 

El colibrí la persiguió constante

sin dejar de buscarla en su aflicción.

Y cayendo desmayado en la corriente,

corrió la misma suerte que la flor.

 

Así hay en el mundo seres

que la vida cuesta un tesoro.

Yo soy el colibrí si tú me quieres,

mi pasión es el torrente y tú, la flor.

Yo soy el colibrí si tú me quieres,

mi pasión es el torrente y tú, la flor.

 

Amable, dejó que me acercara a la intimidad de su nido y le hiciera varias fotos con mi iPhone. Diana asumió el suceso como regalo de cumpleaños. Antes de que oscureciera ya estábamos en la cama. Exhaustos del día que habíamos pasado en solitario, disfrutando las cosas que de verdad queremos disfrutar.

No tengo que contar lo que ocurrirá el 16 de julio. La única diferencia ese día pudiera ser el colibrí. A lo mejor nos saluda cuando estemos en el torrente.


A la izquierda de Diana, junto a las rocas y colgando de unos
juncos, está el nido del colibrí. ¡Salud!

13 junio 2020

Freddy Pérez acabó volviendo a Cumanayagua

No recuerdo cómo llegó, pero no olvido la humildad con la que se puso siempre a la altura de las circunstancias. Éramos un grupo de recién graduados de las escuelas de arte de La Habana, teníamos unos deseos incontenibles de cambiar el mundo desde una ciudad de provincia. 
Así fue que el Cienfuegos de finales de los ochenta del siglo pasado fue testigo de la fundación de Teatro Acuestas. Ricardo Muñoz, Eloy Ganuza, Mérida Urquía y yo queríamos hacer teatro de vanguardia. Freddy no estaba muy claro, pero nunca dijo que no. Ricardo, Eloy, Mérida y yo queríamos provocar. Freddy, aun cuando no estaba de acuerdo, siempre nos apoyó.
El día que lo conocí estaba leyendo a un poeta lamentable. Arrogante, le regalé un libro de Borges (acababa de publicarse en Cuba la antología de Retamar). Dos semanas después, humildemente, me demostró que se sabía poemas enteros de memoria. Nosotros hablábamos de París o Praga, él no se imaginaba fuera de Cumanayagua.
Esta mañana leí que Claribel Terré Morell se despedía de un Freddy. Luego me llegó el lamento de Miguel Cañellas, otro amigo entrañable de aquellos años. Pregunté para asegurarme de que era nuestro Freddy. “Sí, amigo, esa es la dolorosa y triste historia de un simple buen hombre”, me respondió Cañellas.
Nunca más nos volvimos a ver. Ahora lamento no haber tenido tiempo para darle la razón. He visto una foto suya a caballo, a la orilla de un río que debe ser el Arimao. Todo largo viaje se acaba en el lugar de donde salimos. Freddy Pérez acabó volviendo a Cumanayagua. 
Ya en la vejez nos damos cuenta de que, de la misma manera que tenemos que cargar con inútiles todas nuestras vidas,  hay personas con las que compartimos muy poco tiempo y dejan una huella que no se borra. Algo fértil nacerá en el lugar donde reposa.

Marianela Boán hace bailar a la Loma de Thoreau

Con la Loma de Thoreau, Diana Sarlabous y yo comprobamos que a la tercera es la vencida. Cuando tuvimos claro que los dos compartíamos el deseo de refugiarnos en una montaña, compramos un terreno cerca de unos amigos muy queridos, 400 metros más abajo (del nivel del mar, quiero decir).
Luego, ante la premura de tener un techo propio en la Cordillera Central, optamos por una cabaña ya construida. Llegamos a cerrar el contrato. Pero la misma noche de la celebración, José Roberto Hernández, el promotor de Quintas del Bosque, nos dijo que ese no era nuestro espacio.
Ebrios (de gozo y de Brugal), salimos a esa hora de la madrugada loma arriba en el Jeep. Nos desmontamos un monte virgen. Cuando solo teníamos oscuridad alrededor de nosotros, una nube de luciérnagas nos alumbró. “¡Es aquí!”, sentenció Diana. Con nosotros iban Alejandro Aguilar y Marianela Boán.
Eso fue en 2006. Cuatro años después, la Loma de Thoreau se ha convertido en nuestro lugar en el mundo. Alejandro y Marianela han sido testigos de excepción de todo lo que hemos construido y —¡sobre todo!— sembrado en esta montaña a más de 900 metros sobre el nivel del mar.
Como ellos llevaban dos meses encerrados en su apartamento de la ciudad, les ofrecimos la cabaña del Arriero para que se pasaran una temporada. Era la primera vez que se quedaban aquí sin nosotros. Aunque se trataba de un territorio conocido, la experiencia acabó resultando toda una exploración.
Cuando volvimos nos tenían esta obra de regalo. Siempre quisimos que la Loma de Thoreau, además de ser una oportunidad única para dialogar con la naturaleza, fuera un espacio creativo. He escrito mucho aquí. Unos metros más abajo, Mario Dávalos compone su testimonio de vida.
Pero nunca antes se había compuesto algo así, de principio a fin, dentro de este bosque. Gracias, Ale, por el poema, y gracias, Boancita, por los gestos. Ustedes dos acaban de darle sentido a la actuación de las luciérnagas.

10 junio 2020

La última vedette y el próximo olvido

Durante toda mi infancia oí radio y vi televisión junto a mis abuelos. Eso me convirtió, de manera involuntaria, en un conocedor de sus gustos musicales y de la Cuba en la que ellos fueron jóvenes. Gracias a esas largas sesiones entre Aurelio y Atlántida pude apreciar a un país que me hubiera perdido de no ser por ellos. 
El programa Danzonísimo tenía un espacio donde los oyentes debían adivinar el nombre de una pieza musical. Ese reto me llenó la cabeza de nombres de danzones: “El cadete constitucional”, “Central Constancia”, “Fefita”, “El bombín de Barreto”, “La flauta mágica”, “Isora Club”, “Unión Cienfueguera”…
Nunca reuní el valor suficiente para reconocer, delante de mis amigos de infancia, que yo veía Álbum de Cuba,un programa de televisión donde una cantante lírica repasaba el cancionero clásico cubano. Ahora sé que fue un verdadero lujo escuchar, al mismo tiempo, a Esther Borja y a Eagles.
De toda la música que vi y oí en aquel tiempo, la de Rosita Fornés era probablemente la que menos me gustaba. Cuando aparecía en Juntos a las 9, aprovechaba para ir a la tinaja a buscar un vaso de agua o para meter una cuchara en el caldero de dulce de leche acabado de hacer, aún caliente.
Eso no quiere decir que niegue lo que representó en una época determinada (que ella se empecinó en estirar tanto como a su rostro). Es todo un símbolo que la última vedette de Cuba fuera a morir a Miami, el único lugar del territorio cubano donde aún se conserva la cultura a la que ella perteneció.

09 junio 2020

La ciberclaria, la más reciente mutación del hombre nuevo

Ayer fui víctima de varios ataques de ciberclarias. Compartí dos avisos al respecto. Con la primera mantenía una “amistad” de 6 meses. Hibernó (o me observó) durante todo ese tiempo. Supongo que había aceptado su solicitud porque teníamos en común amigos que aprecio mucho. 
Empezó poniendo varios “me gusta” en publicaciones insulsas. Luego arremetió contra una de mis gusanerías. Poco después, otra ciberclaria, con la que tenía en común 46 amigos, también embistió un comentario mío en un post que ni siquiera estaba relacionado con Cuba.
Cuando advertí la presencia de los detestables intrusos, algunos que aún no están familiarizados con el término preguntaron qué era una ciberclaria. Para responderles, le pedí ayuda a amigos que también han sido víctimas de los ataques y los susurros de la más reciente mutación del hombre nuevo.

“Es difícil hacer una definición académica de la ciberclaria. Pero partiendo de que la claria o pez gato es un alimento aborrecible introducido por el estado a la fuerza y en detrimento del ecosistema, parece justo adjudicar estas características a los troles que hacen propaganda oficial en las redes sociales”.
Jorge Luis (Wichy) García Fuentes

“La ciberclaria es un trol en coyuntura. Habita en los comentarios y vive de poner la cosa mala”.
Antonio José Ponte

“Vienen en formas y tamaños diversos. A ratos, son solo voyeristas destinados a escribir grises informes. A ratos, la versión virtual de aquellas Brigadas de Respuesta Rápida que de modo acrítico salían a interponerse entre una idea o un cuerpo y lo que esa idea o ese cuerpo querían expresar. Son víctimas asalariadas de un sistema que les roba, entre tantas cosas, su dignidad y su futuro”.
Mabel Cuesta

Mejor, no lo hubiera podido explicar. En el diccionario de cubanismos del tardo castrismo, muy cerca de ciberchancleteo, habrá que hacerle espacio a la ciberclaria. Ambas definiciones tendrán que estar relacionadas entre sí, porque son producto del mismo oprobio.