Foto: © Mario Dávalos |
Primero fue un aguacero
de mariposas amarillas.
Salían de todas partes
y eran arrastradas
por el viento
hasta caer
sobre el pasto
y despejar
a la tarde.
Luego comenzó
una llovizna
de arena.
Ni el silencio
de la mañana
logró
salvarse
de sus tenaces
tambores.
La lluvia ya no es
lo que era.
Aquellas aguas
límpidas
que nos daban
en la cara
por esta época
del año,
ahora
son un torrente
de mariposas
y arena.
La lluvia ya no es
lo que era
y nosotros,
con las bocas
tapadas,
seguimos
el ritmo
de unas mariposas
y de los tambores
de la arena
para domesticar
nuestra impaciencia.
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