19 junio 2020

El colibrí y el torrente


Ayer, 18 de junio, Diana Sarlabous cumplió 55 años. Como siempre estoy tratando de darle alcance en todo, el 16 de julio cumpliré 53. Nada nos hace más felices que el haber llegado a esta edad juntos. Por eso hemos decidido hacerle mucho caso a Henry David Thoreau y “vivir la vida que nos imaginamos”. 
Pronto hará dos semanas que estamos en la Loma. Nunca habíamos podido pasar tanto tiempo seguido aquí. Una vez más, hemos comprobado que queremos envejecer en este pequeño píxel de la Cordillera Central dominicana. Aquí, todo el desarraigo que traíamos con nosotros ha podido enraizar.
Como de costumbre ya había colado el Bustelo y tenía el desayuno listo cuando ella subió. Pan chapata recién horneado, tocineta y un revoltillo con queso, cebolla, tomate, perejil y una pizca de orégano. En los desayunos en la Loma tampoco falta un yogurt delicioso que hacen en Jarabacoa.
Luego bajamos al pueblo a comprar el cake. Nunca me han gustado los bizcochos dominicanos. Pero en la dulcería Abreu los hacen como en Cuba y en Miami, con almíbar en la masa. Compramos uno de dulce de leche acabado de hacer. De regreso, en el colmado Juana Iris, compramos lo que nos faltaba.
A las 11, bajamos con María a la cascada de los Monjes (la llaman así porque está dentro de un monasterio cisterciense que colinda con Quintas del Bosque). El agua estaba helada, pero ya nos hemos acostumbrado. En mi caso, siempre me auxilio de un Brugal Extra Viejo. En ese entorno saca todo su mundo interior.
Estábamos muy cerca de la cascada, solo con las cabezas fuera del agua, cuando pasó un colibrí entre nosotros. Sin el más mínimo, temor nos enseñó su nido. La más hermosa casa que he visto jamás en estas montañas. Colgando sobre el agua, protegido por las piedras y la vegetación.
No me quedó más remedio que tararear una de las canciones más lindas que he oído en mi vida:

 

Crecía una flor a orillas de una fuente,

más pura que la flor de la ilusión.

Y el huracán trónchala de repente,

cayendo al agua la preciosa flor.

 

Un colibrí que en su enramada estaba,

corrió a salvarla solícito y veloz.

Y cada vez que con el pico la tocaba

sumergíase en el agua con la flor.

 

El colibrí la persiguió constante

sin dejar de buscarla en su aflicción.

Y cayendo desmayado en la corriente,

corrió la misma suerte que la flor.

 

Así hay en el mundo seres

que la vida cuesta un tesoro.

Yo soy el colibrí si tú me quieres,

mi pasión es el torrente y tú, la flor.

Yo soy el colibrí si tú me quieres,

mi pasión es el torrente y tú, la flor.

 

Amable, dejó que me acercara a la intimidad de su nido y le hiciera varias fotos con mi iPhone. Diana asumió el suceso como regalo de cumpleaños. Antes de que oscureciera ya estábamos en la cama. Exhaustos del día que habíamos pasado en solitario, disfrutando las cosas que de verdad queremos disfrutar.

No tengo que contar lo que ocurrirá el 16 de julio. La única diferencia ese día pudiera ser el colibrí. A lo mejor nos saluda cuando estemos en el torrente.


A la izquierda de Diana, junto a las rocas y colgando de unos
juncos, está el nido del colibrí. ¡Salud!

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