28 noviembre 2012

Quiero que Hamlet y yo también podamos discutir en Cuba


Hamlet Otañez es un político dominicano. Lo conocí en el Centro León, donde participamos en varios debates sobre el desarrollo urbano de Santiago de los Caballeros. Tenemos muchas cosas en común. Algunos libros y no pocas canciones fueron construyendo nuestra amistad.
La última vez que lo vi fue en el Típico Bonao. Yo acababa de escribir un tweet sobre la bacanal que estaba protagonizando un funcionario delante de todos. Hamlet me respondió con humor, en otro tweet, y luego se paró a saludarme. Él también estaba allí, pero en otra mesa.
De ahí en adelante solo hemos coincidido en las redes sociales. La mayoría de las veces acabamos polemizando. Él milita en el PLD, el partido de gobierno, y yo me he sumado a los miles de indignados que protestan por el hoyo financiero que dejó Leonel Fernández al ceder, a regañadientes, la banda presidencial.
 Nos hemos dicho cosas duras, pero nunca ha faltado un abrazo de despedida. En ningún momento Hamlet me ha reclamado que no soy dominicano, jamás me ha echado en cara que en mi segunda patria apenas soy un residente. Siempre que hemos discutido, ha sido en igualdad de derechos.
Justo ahora, que acabamos de cruzar algunas palabras sobre el último discurso de Danilo Medina (donde solo habló de un futuro promisorio y evadió los escándalos de corrupción y la impunidad), pensé en ello: Quiero que Hamlet y yo también podamos discutir en Cuba.
Me gustaría que en mi país fuera posible está libertad que me ha regalado República Dominicana. No es mucho pedir, solo reclamo el derecho a disentir sin que me vaya el honor y hasta la vida en ello.

25 noviembre 2012

Al fin se despertó Santo Domingo, Janio


(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

Santo Domingo no ha tenido mucha suerte con las canciones. A la capital de los dominicanos no le han dedicado tantas melodías célebres como a San Juan o a La Habana. Los cantores de este país han preferido para inspirarse el paisaje de los campos y el sabor de la gente de los pueblos.
A Santiago, San Pedro de Macorís, Villa Vázquez, Yamasá o Juan Gómez se le ha cantado más que a la Capital. De no ser por la “Luna sobre el Jaragua”, algunas crónicas de Juan Luis y una que otra pieza efímera, el inmerecido anonimato de la ciudad fuera aún más grande.
El día que oí por primera vez “Santo Domingo despierta”, de Janio Lora, subí unas largas escaleras para mirar a la ciudad desde bien alto. Siempre he desconfiado de los himnos, prefiero creer en las canciones que son cantadas como si lo fueran. Ese rock and roll es una de ellas.
“Están gozándose nuestro trabajo/ y nos quejamos con la boca cerrada./ Votamos por nuestros asesinos como si nada./ Vives pagando lo que te roban,/ los niños ruedan por las cunetas/ cambiamos todos los ideales por botellas./ Pero despierta, Santo Domingo, despierta…”, casi grita Janio.
El domingo 11 de noviembre, desde una calle aledaña al Parque Independencia, Mario Dávalos hizo una foto de Santo Domingo despertándose. Más de siete mil dominicanos habían acudido a una convocatoria que solo circuló en las redes sociales.
Poco minutos después, alguien estableció una curiosa analogía. En su muro de Facebook puso la fotografía de la marcha del “DomingoDeLuto” (así se le llamó a la convocatoria), junto a la de otra manifestación en el mismo lugar, pero en los años 60 del siglo pasado.
Por primera vez en décadas, la ciudadanos que viven en Santo Domingo marchaban de manera voluntaria y sin que ningún interés político los movilizara. Pero al dejar claro su rechazo a la Reforma Fiscal que procura rellenar un escandaloso hoyo financiero, lograron algo aún más importante.
En el Parque Independencia, Santo Domingo le demostró a Janio Lora que se había despertado. Y cuando las ciudades responden las preguntas que les hace una canción, entre las dos entonan algo que ya será muy difícil de olvidar.
Joaquín Sabina describió un Madrid que ahora reconocemos por sus estrofas. Montevideo era una ciudad que cada vez escuchábamos menos antes de que Jorge Drexler comenzara a decir su nombre. El Buenos Aires de Charly García, Fito Páez y Andrés Calamaro puede vivir sin el de Carlos Gardel.
Las canciones logran algo que los edificios, las avenidas y los puentes no consiguen. La memoria de las ciudades necesita ser cantada para que no se olvide. Cada generación precisa de un melodía que le recuerde el espacio donde vivió y compartió lo que luego será su nostalgia.
Una de las obras más conmovedoras de Juan Luis Guerra describe la demolición del antiguo Hotel Jaragua: “Le dién dinamita/ to’ el pueblo lo sabe/ la Luna reía/ los buenos no caen./ Le dién dinamita,/ lo dije, compadre/ por más que le dieron/ Jaragua no cae”.
Entre ese “Réquiem…” de Guerra y el rock de Lora hay un diálogo. Ambas composiciones se basan en dos momentos graves de la historia nacional y, encima, le ponen música al descontento de la gente. Juan Luis alaba la capacidad de resistencia, Janio reclama una reacción.
Por eso sospecho que los dos durmieron felices el domingo 11. Aunque sigue siendo una ciudad de caos, ya sabemos que no amanecerá muerta. ¿Verdad, Janio?    

21 noviembre 2012

Delio Gómez Ochoa, el héroe que no sé murió a tiempo


Hay una foto histórica donde Delio Gómez Ochoa es llevado, en calidad de prisionero, a reconocer el cadáver de Enrique Jiménez Moya. El comandante del Ejército Rebelde es muy joven y mira a la cámara con tristeza, por debajo de una boina calada. La escena sucede en una morgue trujillista.
El 14 de junio de 1959, una expedición de luchadores dominicanos intentó desembarcar por tres puntos de la geografía de su país: Constanza, Maimón y Estero Hondo. Su propósito era derrotar la tiranía de Rafael Leonidas Trujillo. Entre ellos venía Gómez Ochoa, quien apenas había tenido tiempo de sacudirse el polvo de la victoria en Cuba.
República Dominicana ha sido más agradecida con Delio que Cuba. Por eso el viejo luchador, en calidad de Héroe Nacional, pasa la mayor parte del tiempo en Santo Domingo. Una pensión gubernamental y los constantes convites donde le piden que cuente su historia, lo mantienen a salvo de la decadencia habanera. Allí tendría que vivir como un cubano más.
Por estos días, miles de indignados dominicanos se han manifestado en las calles y en las redes sociales contra la corrupción y la impunidad. Leonel Fernández, máximo responsable del desastre que ha llevado al país al borde de la insolvencia, llegó a ser trending topic mundial como consecuencias de las protestas.
Un autoproclamado “Bloque Histórico Patriótico”, integrado en su mayoría por viejos luchadores que dependen de un sustento gubernamental, salió en defensa del mandatario. Delio Gómez Ochoa asumió el rol de líder y se sentó en la mesa presidencial, a la diestra de Leonel.
“Creo que con una movilización se puede dar la gran batalla contra esos delincuentes de la política, delincuentes que deberían estar tras las rejas y no vivir con tanta infamia y tanta basura, porque ellos son los más podridos”, dijo el viejo cubano de los jóvenes dominicanos.
Si Gómez Ochoa hubiera caído durante los dos días que duró su gesta en suelo dominicano, su nombre ya estuviera inscrito en más de una tarja, quizás tendría un busto en algún parque y, con toda seguridad, alguna calle se llamaría como él.
Pero sobrevivió y envejeció. La vida le alcanzó para protagonizar otra foto histórica. En calidad de rehén, fue llevado a reconocer a Leonel Fernández. Esta vez no hay un cadáver de por medio, pero igual la escena parece suceder en una morgue.
Ya no lleva boina calada. Esta vez la tristeza se esconde detrás de una sonrisa, dentro de una barba cana. 

18 noviembre 2012

Una mujer de 500 años


A Javier Iglesias, el último habanero que he conocido,
y a Eloy Ganuza, uno de los que me enseñó a mirarla.

La Habana no es una ciudad, ni un punto en los mapas, ni un lugar al que llegan los barcos y los aviones. Mucho menos la llave de un Golfo o el muro contra el que chocan las corrientes del océano. En el sentido más estricto, La Habana es el corazón de una identidad en peligro de extinción.
Los cubanos, todos y cada uno de ellos, son hoy una flota de barcos a la deriva. La suma de sus desilusiones los llevó a creer en una utopía y, lo que es peor, a tratar de construirla. Medio siglo después todo en su interior (y en el de su país) es puro naufragio. Pocas veces la esperanza fue tan inviable.
En 1959, La Habana era una de las más impresionantes ciudades del mundo. Hecha por patriotas, emigrantes, emprendedores, ilusos y facinerosos, la capital cubana logró convertirse en uno de los extremos cardinales de la vida moderna. Pero, y he aquí su gran paradoja, la palabra revolución determinó su inmensa decadencia.
Dentro de unos meses, La Habana será una mujer de 500 años. Me puse a imaginarme su cumpleaños y se me hizo un nudo en el pecho. Si alguien no se mereció nada de lo que acabó paseándole, si hay tan solo una criatura inocente, ajena a todo lo que le deparó el destino, esa es la ciudad que hiere el Almendares.
Ay, Habana, qué viejos somos ante esa decrepitud que tiene tu eterna lozanía.

10 noviembre 2012

Vargas Llosa está asustado


(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

Cuando uno acaba de leer “La civilización del espectáculo”, le da la impresión de que Mario Vargas Llosa está asustado. Durante las 226 páginas del libro, publicado por Alfaguara hace apenas unos meses, el escritor peruano trata de explicarse un mundo que no ha tenido tiempo de entender: el de la web 2.0.
El punto de partida del Premio Nobel de Literatura es un ensayo de T. S. Eliot que él leyó de joven y que mantuvo su vigencia por mucho tiempo. Luego, pasa a otro de George Steiner y de ahí da unos pocos saltos hasta caer en “Cultura Mainstream”, un libro Frédéric Martel editado en 2010.
Se queja Vargas Llosa de que Martel no hable de libros, ni de pintura, escultura, música o danza clásica en su fascinante y aterradora (sic) descripción de la “cultura del entretenimiento”. Una y otra vez el autor de “La verdad de las mentiras” recuerda con nostalgia los tiempos en que no había dudas sobre qué era cultura y qué no lo era.
“La diferencia esencial entre aquella cultura del pasado y el entretenimiento de hoy es que los productos de aquélla pretendían trascender en el tiempo presente, durar, seguir vivos en las generaciones futuras, en tanto que los productos de éste son fabricados para ser consumidos al instante y desaparecer”, asegura.
Hay una diferencia aún más importante: la participación. La cultura antes era definida, producida y promovida por una élite. Por eso Joaquín Balaguer hizo amurallar la plaza donde estarían los museos, la biblioteca  y el teatro de la nación. Necesitaba delimitar y santificar, que el acervo de los dominicanos se percibiera como un templo cerrado y no como algo vivo y libre.
Nada de eso es posible en 2012. No se necesita de una cinemateca para atesorar videos, con YouTube es suficiente. Es imposible almacenar un tweet en un estante de la Biblioteca Nacional. Un grafiti, pintado en la baranda de un puente, no puede ser trasladado a una sala del Museo de Arte Moderno.
El Centro León y el Instituto de Estudios Caribeños (INEC) han convocado al V Congreso de Música Identidad y Cultura en el Caribe (MIC), el cual estará dedicado al folclore musical y danzario de la región. Las ediciones anteriores abordaron el merengue, el son, el bolero y el jazz.
La música que oyen los caribeños actuales sigue ausente de esos eventos. Recuerdo que en el primero, cuando se elegía el tema del segundo, alguien propuso el reguetón. Un reconocido comunicador dominicano protestó airado y aseguró que eso no era música.
Esa misma persona, poco antes, había compartido una pregunta con todos los participantes: “¿Por qué los dominicanos están dejando de bailar merengue?”. Nadie pudo responderla. Quizás si la hubiera hecho al revés habría tenido más éxito: ¿Por qué el merengue está dejando de hacer bailar a los dominicanos?
Mientras uno lee “La civilización del espectáculo”, tiene la impresión de que Vargas Llosa mira todo el tiempo por un espejo retrovisor. Y ese es quizás el mayor valor del libro, porque escenifica el enfrentamiento de uno de nuestros más grandes intelectuales con las nuevas formas en que se produce la cultura.
Ojalá que en uno de sus próximos libros, don Mario reconozca que un mínimo tweet puede llegar a tener tanto impacto como una gran novela; que un reguetón, dicho por alguien que tiene muy poca idea de lo que es la música, llega a despertar en su audiencia algo parecido a lo que lograba Mozart con una sinfonía.
Ese día, se le pasará el susto.