El 19 de agosto de 2006, abrí una cuenta en Blogger y publiqué el primer post en El Fogonero. Para celebrar los 10 años de esta bitácora, le haré pequeñas entrevistas a creadores cubanos que han sido importantes para mí por alguna razón. Quiero que sus palabras se conviertan en mi fiesta.
A mediados de los años noventa, las visitas de Antonio José Ponte a mi casa del Vedado se hicieron cada vez más frecuentes. A esos encuentros debo muchísimas lecturas y una visión mucho más iconoclasta de la historia y la cultura cubana. De él también aprendí a ver La Habana desde la altura de una bicicleta, lo cual hizo que fueran mucho más llevaderas las travesías.
A mediados de los años noventa, las visitas de Antonio José Ponte a mi casa del Vedado se hicieron cada vez más frecuentes. A esos encuentros debo muchísimas lecturas y una visión mucho más iconoclasta de la historia y la cultura cubana. De él también aprendí a ver La Habana desde la altura de una bicicleta, lo cual hizo que fueran mucho más llevaderas las travesías.
Su novela La
fiesta vigilada es un volumen que dedica buena parte de sus páginas al arte
de apreciar ruinas. Eso ayuda al escritor y al lector a entender una Cuba que
sufre un deterioro físico y social muy parecido al de su capital, pero a escala
de país. Quería que entrevista tratara de eso, pero al final pudo más el deseo
que tengo de hablar con Ponte.
Hace 16 años que no nos vemos. Debo confesar que,
aunque he armado este texto para que pueda ser publicado, la única excusa que
me movió al hacerlo fue el deseo de que volviéramos a conversar. Antonio José
Ponte es, al menos para mí, uno de los individuos más lúcidos de mi generación.
Desde que lo conozco, una de las cosas que más disfruto es buscarle la lengua.
La fiesta vigilada
tiene poco de ficción y mucho de testimonio. Más que una novela, a mí me parece
un diario en el que no importan las fechas sino los sucesos y las consecuencias
de éstos. ¿Cómo lo defines tú?
"La cosa cuyos ojos y orejas no vemos y cuya
nariz y cabeza apenas vemos, en pocas palabras, nuestro cuerpo", escribió
Lichtenberg. Y su descripción, tan elusiva, me permite explicar la idea que me
hacía de ese libro mientras lo escribía. No alcanzaba a ver sus ojos y orejas,
y apenas alcanzaba a ver su nariz y su cabeza. Tiene mucho de testimonio, me
parece. Algo, más que nada, de ficción. Y me gustaría pensar que es de amena
lectura. (Amenidad y Perseverancia son dos calles habaneras que podrían servir
de lema a cualquier autor.)
En casi todos tus textos
La Habana aparece, y la mayoría de las veces es más un personaje que un
escenario. Fuera de la literatura, ¿qué siente Antonio José Ponte por La Habana
y cómo te despediste de ella?
Mientras no tenga suficientemente caminada Madrid,
La Habana es mi ciudad. Antes lo fue Matanzas, donde nací. Y espero que La
Habana no llegue a desdibujárseme como se me ha desdibujado Matanzas.
Me despedí sin saber que me despedía. Dejé mi casa
del mismo modo en que lo había hecho tantas veces, para volver a ella. Escribí La fiesta vigilada sin saber que era mi
despedida de La Habana. Y me puse ante la cámara de los documentalistas Florian
Borchmeyer y Matthias Henstchler sin saber que en Habana. Arte nuevo de hacer ruinas filmaban mis últimos paseos por
esas calles. Mejor que haya sido así.
Recuerdo que en La Habana
solías tener ciertas rutinas y costumbres. ¿Cuán diferente eres de aquel
individuo que atravesaba La Habana a grandes trancos, con un paraguas como
única protección? ¿Cuáles son tus rituales madrileños?
Perdí el paraguas (en Madrid llueve poco) y sigo
siendo un paseante de largas distancias. En La Habana leía los libros de una
sentada, ahora se me demoran más. Intento, sin embargo, ser el mismo lector y
el mismo paseante. Y he tenido que cambiar las casas de los amigos por cafés y
por bares.
Recorridos por librerías. No alejarme de los
enanos: visitar de vez en cuando a los Velázquez del Museo del Prado. Tomar un
buen café (según lo dicta mi experiencia de un año en Portugal). Comprar
billetes en establecimientos de lotería estrictamente fijados por la superstición
personal. No volver al bar aquel donde escuchaba jazz, y que cambió de música
al cambiar de dueño. Meterme en la
oscuridad del cine todos los fines de semana. Caminar de madrugada por calles
vacías.
Entre las cosas que suelen
asociarse con la “cubanidad”, ¿cuáles son las que sigues apreciando y cuáles
las que has empezado a detestar?
Pues es una antología tan variable como mi
carácter. Y, pese a la necesidad de alardear de cubanidad que afecta a la
cultura nacional, yo no me considero muy cubano de carácter. (Aunque no
soportaría que me echaran en cara esa falta.)
…Insisto en la encerrona,
¡haz un pequeño inventario!
Si hablamos de encerrona, voy metido en un taxi
colectivo en La Habana. Es uno de los numerosos auto de los cincuenta que
ruedan todavía, gracias a la inventiva del cubano. La inventiva del cubano: ahí
tienes un buen rasgo. Al taxi, que llaman almendrón por la forma de las
carrocerías de los primeros cincuenta, suben distintos pasajeros hasta
repletarlo. Sin que se hayan visto antes, la conversación entre pasajeros y
taxista está hecha con la confianza de quienes llevan años tratándose. Aquí
tienes otro buen rasgo: simpatía. Aunque no tarda en convertirse en el peor
defecto: asalto a la intimidad, falta de tacto, intromisión y cederismo (de CDR:
Comité de Defensa de la Revolución, organización de vecinos dedicada a la
vigilancia y la delación). Lo que empezara como un hipotético viaje por las
calles habaneras puede desembocar, de la curiosidad y simpatía por el prójimo,
en el atropello de la individualidad, en la chivatería.
Cuándo caíste en cuenta de
que no volverías a Cuba y que tendrías que abandonar tu biblioteca, ¿con qué
libros cargaste? ¿Qué autores cubanos has releído más de una vez? ¿A cuáles no
volverías a leer?
Varios amigos han hecho el favor de traerme algunos
libros de mi biblioteca habanera. Títulos cubanos, que en España se harían
inencontrables. Más mis ejemplares de Isak Dinesen, de Joseph Roth, de Marina
Tsietáieva, de poetas chinos y japoneses traducidos al inglés por Keneth
Rexroth...
De Cuba, he releído a todos los poetas de
consideración. A la mayoría de mis contemporáneos, sean poetas o no. A quienes
han prestado testimonio sobre autores por cuyas biografías siento curiosidad:
Julián del Casal, José Lezama Lima, José Martí, Virgilio Piñera... A quienes me
ayudan a explicarme el país o una época.
¿De qué vale lo que pueda prometerme ahora si en
cuanto me pidan un texto sobre alguno que no quiera releer, aceptaré la
encomienda y volveré a hacerlo? Aún así, no evito tu pregunta, voy a darte
ejemplos. Preferiría no releer La
consagración de la primavera, de Alejo Carpentier. Preferiría no releer la
poesía de Reinaldo Arenas. Preferiría no releer las novelas de Guillermo
Cabrera Infante (ya conozco sus chistes) y las de Severo Sarduy (a diferencia
de sus ensayos y poemas). Preferiría no releer ciertos volúmenes de las obras
completas de José Martí. Preferiría no releer ninguno de los textos dedicados
por García Marruz y Vitier al culto martiano.
Preferiría no hacerlo, como decía el empecinado
Bartebly en el cuento de Herman Melville.
No hay comentarios:
Publicar un comentario