13 diciembre 2022

Las luces de Arecibo


Me despertaste con un grito
porque creías
que ya no podías respirar.
Cruzábamos
el exaltado canal
que media
entra las dos islas.
Las luces de Arecibo
se habían quedado
bien atrás,
confundiéndose
con un cielo
lleno de estrellas.

Comentamos lo largo
que resulta siempre
el camino
de regreso a casa.
Luego me dijiste
que lo repetirías todo,
de principio a fin.
Exhaustos,
bajamos al camarote
y encendimos el televisor
para quedarnos dormidos.
Me despertaste con un grito
porque creías
estar debajo del agua.
Aliviada,
hundiste la cabeza en mi pecho.
Traté de acompañarte
en el sueño, pero no pude.
Desvelado,
busqué la escotilla.
Afuera, las constelaciones
imitaban a las luces de Arecibo.

07 diciembre 2022

Los compadres


“No me dejes llorar”, le pidió mi madre a Freddy Ginebra aquella mañana de diciembre de 2001. Estaban en el aeropuerto de La Habana y Lérida se despedía de su única nieta. Ana Rosario viajaba con aquel “extraño” a Santo Domingo, donde la esperábamos sus padres.
Hoy Freddy me volvió a contar, por enésima vez, aquella escena. Cuando se aseguró de que mi madre ya no lo veía, del otro lado de los cubículos de Migración, él no pudo más y estalló en llanto. Mi hija, con apenas siete años, no alcanzaba a comprender la gravedad de lo que sucedía y permaneció en silencio.
21 años después, antes de casarse, Ana Rosario ha decidido bautizarse. Ni su madre ni yo le inculcamos nunca ninguna creencia. Preferimos que ella eligiera por sí misma y, a sus 29, ha querido hacer la comunión para fundar una familia. Desde que era niña, Freddy y su esposa Miry se habían ofrecido como padrinos.
Fijar la fecha del bautizo fue más que difícil. Primero queríamos que fuera en el Monasterio Cisterciense de Jarabacoa. Pero cuando los monjes podían, los padrinos no… Y viceversa. Luego, optamos por el Monasterio de los Dominicos de Santo Domingo. 
Gracias a la paciencia del padre Pepe, después de incontables intentos, por fin logramos un día en que todos podíamos. Lezama Lima diría que es azar concurrente, pero según Freddy es una señal. Resultó que la fecha elegida coincide con la de aquel día de diciembre en que mi madre pidió que no la dejaran llorar.
—Ya no me puedes decir más Freduco —me dijo hoy, mientras almorzábamos en un hotel junto a dos queridos amigos.
—¿Y por qué? —le pregunté alarmado.
—Porque a partir de mañana vamos a ser compadres.
Aunque siempre que estamos juntos nos damos muchos abrazos, hoy nos dimos uno larguísimo. Luego nos reímos como niños, mientras nos llamábamos compadre mutuamente. Solo siento que mi madre no alcanzara a ver a su nieta decidir bautizarse, algo que ella siempre quiso que hiciéramos.
Por eso mañana, cuando esté celebrando con mi compadre, tendré que pedirle que no me deje llorar.

30 noviembre 2022

Travesías


Mi padre me enseñó las lomas de Manicaragua en un viejo Jeep Willys. A esos viajes a Guanayara, Pico Blanco, Jibacoa o La Lima le debo mi gran pasión por las montañas. Por eso, cuando andamos en nuestro Jeep por la Cordillera Central dominicana, me imagino subiéndolo a un barco y llevándolo a conocer el Escambray de mi infancia. 
Como un ensayo de esa aventura, que solo podría ocurrir en una Cuba libre, lo llevamos en las bodegas del ferry Kydon a conocer las rutas puertorriqueñas. Fue una experiencia inolvidable. Ahora solo deseo ver, en lugar de los carteles de Carolina, Bayamón o Aibonito, los de Hanabanilla, El Nicho o Topes de Collantes.

22 noviembre 2022

Yo pisaré las calles nuevamente

© Mario García Joya, años 70.

Soy un hombre que fue creciendo con las canciones de Pablo Milanés. Incontables veces he acudido a ellas para que me acompañen, ayuden o alivien. Otras, en que han sido ellas las que me han salido al paso de una manera inesperada, han acabado cumpliendo el mismo cometido. 
Desde mi niñez hasta hoy, he asociado su voz con la esencia del lugar de donde vengo. En cada uno de sus discos, desde el primero hasta el último, hay piezas que no pueden faltar en la banda sonora de mi vida. No olvido la primera vez que asistí a un concierto suyo: parque Martí de Cienfuegos, verano de 1983.
Aquella noche, por muchas razones, cambió mi vida. Pero sin las canciones de Pablo (y de Silvio, que también estaba allí) no hubiera sido lo mismo, porque fueron ellas quienes inspiraron todo lo demás. Asistí a su último concierto en Santo Domingo. A mis 55, canté como un adolescente.
Poco a poco fui dejando de creer en todo, pero nunca pude dejar de creer en Pablo. No me atrevería a pedirle más de lo que dio, porque fue demasiado. Siempre admiraré y estaré agradecido de ese último gesto suyo, al admitir con valentía que la causa por la que muchos de sus versos clamaron había fracasado. 
El domingo en la tarde, mientras volvíamos de Portillo, Diana puso a Pablo en el Jeep. Me pareció raro, porque llovía a cántaros y no solemos oír música durante los aguaceros (los dos preferimos ese sonido a cualquier otro). En un momento en que solo sonaba el piano de Emiliano Salvador, pensé en todo esto.
Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue La Habana y, en una hermosa plaza liberada, pondré a Pablo para llorar por los ausentes.

13 noviembre 2022

Reencontrarse y celebrar


Freddy Ginebra, mi padre dominicano, no se cansa de repetir que a la vida más que vivirla hay que celebrarla. Siendo fiel a su prédica, ayer celebré junto a dos queridos amigos.
Raúl Martin y yo estudiamos teatro en la Cuba de los 80. Fuimos (perdonen la petulancia) los únicos dos de nuestra promoción que nos graduamos con Diploma de Oro.
Ayer, mientras preparábamos el escenario de Casa de Teatro para el concierto de Lázaro Horta, nos hizo mucha gracia vernos como en los años de Cubanacán: poniendo luces, cargando utilería y haciendo una escenografía de la nada.
A Lázaro también lo quiero desde los 80 y de aquella Matanzas a la que me llevaron las Ediciones Vigía y el corazón artesano de Alfredo Zaldívar. Desde entonces me acompañan sus canciones y su inconmesurable talento.
Ese es uno de los grandes privilegios de hacerse mayor: poderse dar el lujo de tener amigos de más de 30 años con los que uno pueda reencontrarse y celebrar la vida.

06 noviembre 2022

Conduce el cohete hasta la tierra


Siempre asocié esta lámina con el universo de Ray Bradbury. Fue publicada en el reverso de contraportada de una revista Bohemia de 1976. Después de responder las preguntas y completar el pequeño crucigrama, la pegué en una de las paredes de mi cuarto.
Estuvo por años allí hasta que, ya adolescente, puse en su lugar una foto de Silvio y Pablo (nunca me voy a arrepentir de eso, aquel Camilo le debe demasiado a los dos). He disfrutado tanto el reencuentro, que la voy a imprimir para no volver a extraviarla.
Disfruto mucho dar con las piezas perdidas del rompecabezas que soy.

20 octubre 2022

Comunicado Extra Brut


A mis clientes, relacionados, amigos y seres queridos. Tienen de plazo hasta el jueves a las 24:00 horas para resolver conmigo los temas pendientes. A las 00:00 del viernes se lanza la versión Extra brut de Honestidad brutal, el mítico álbum de Andrés Calamaro. 
Se trata de 99 canciones (entre el disco original, versiones alternativas, covers y 17 temas totalmente inéditos). 
En diciembre de 2000, cobré mi primer salario como hombre libre. Entonces en Santo Domingo había una inmensa tienda de discos, Musicalia, en la que uno podía estar horas enteras buscando música. Entre tantos cedés que deseaba tener, acabé eligiendo Honestidad brutal.
Ese hecho convirtió a "La parte de adelante", "Clonazepán y circo", "Los aviones", "Ansia en plaza Francia" y "El tren que pasa", entre muchas otras, en parte esencial de la banda sonora de aquellos difíciles días en que vi con dos mitades: una con 33 años y otra recién nacida.
Por todo lo que significó y significa Honestidad brutal para mí, les recomiendo que no me interrumpan el viernes, estaré intratable.

16 octubre 2022

La muerte de un viajante

El mixto de Cumanayagua en San Fernado de Camarones.

“Luego, durante meses, flotó una atmósfera de tristeza en muchos trenes”
ARTHUR MILLER

Nunca había visto esa cara de Aurelio. Era aún más grave que la “cara de pocos amigos” que tanto mortificaba a Atlántida. Le hizo una seña a mi abuela para que lo siguiera hasta la estación. Cuando estaban a punto de cruzar la puerta que va de su cuarto a la oficina, hizo otra señal para que yo me detuviera.
Mia abuela volvió a la casa con las manos en la cabeza. Abrió el chiforrober y empezó a buscar entre las cosas que ya no se usan. Al final sacó una vieja sábana y volvió con ella a la estación. Antes de cerrar la puerta, me pidió que no saliera de la casa. Ni siquiera al patio, me advirtió.
No recuerdo que me dejaran solo en la casa sin poder ir a la estación o bajar al patio. Algo grave había ocurrido y, por ahora, no tenía manera de averiguar de qué se trataba. Desde la casa solo se oían los esporádicos sonidos de los timbres. Mis abuelos permanecían callados o hablaban en voz demasiado baja.
Por la carreterita vi venir a Meneses. Esta vez yo estaba solo en el panóptico de Atlántida. Venía con más prisa que de costumbre. Eso, al parecer, lo había sofocado. Porque al llegar frente a casa de Felo López se detuvo y se inclinó hacia atrás para tomar la mayor cantidad de aire posible.
El farolero salió a saludarlo. Después de oír a Meneses, Felo levantó los brazos. Parecía no creer lo que estaba oyendo. Felo le gritó algo a Carmen, su esposa, y ella le respondió con otro grito. Pero no entendí ninguna de las dos frases. Meneses continuó su marcha hacia la estación. Felo lo siguió.
Aurelio los recibió en la punta del andén. Eso es algo muy extraño. Normalmente, mi abuelo jamás iría hasta la punta del andén a recibir a Meneses. Los tres hombres estuvieron conversando un rato. Luego salieron caminando para la estación y ahí los perdí de vista. 
Para poder saber lo que ocurría tenía que salir a la puerta de la calle. Pero si me había prohibido salir al patio, al andén menos que menos. Por eso no me arriesgué. Pegué al oído a la puerta de la estación. Nada. Ni siquiera parecían estar murmurando. Entonces ocurrió algo aún más extraño.
El carro que traía el pan desde Cruces, un viejo pisicorre pintado de naranja, entró por la carreterita envuelto en una nube de polvo. No me imaginaba que ese destartalado Chevrolet era capaz de correr tanto. Al bajarse, el chofer tomó una gran bocanada de aire, como si la carrera la hubiera hecho él y no el vehículo.
Meneses se le acercó, parecía estarle dando instrucciones. Cada vez que el guardia le decía algo, el chofer asentía. Luego volvió al pisicorre, abrió las puertas traseras y las ató con alambres para que no se volvieran a cerrar. Por último, se sacudió las manos. Pero antes se había persignado. Todo estaba cada vez más extraño.
Una mujer con un coche de bebé apareció por la carreterita. Le costaba mucho trabajo lograr que las pequeñas ruedas avanzaran por el camino de piedras. El chofer del carro del pan corrió a alcanzarla. Ella tomó al niño en sus brazos y él cargó con el coche. Ella pareció darle las gracias y él dijo algo, seguro que “de nada”.
Me asomé por uno de los postigos del primer cuarto con mucho cuidado, para que mi abuela no me descubriera. Los cuatro hombres esperaron al tren de Cumanayagua en atención, con las manos hacia atrás. Detrás de ellos, muy seria y también parada en atención, Atlántida apretaba la vieja sábana contra su pecho.
Los rostros de los pasajeros del 3710 también pasaron muy serios. El tren retrocedió hasta que la casilla del expreso quedó frente a los cuatro hombres. En el piso del vagón había un cuerpo. Al verlo, Atlántida se persignó. Todos ayudaron a bajar al cadáver, por eso la mujer pasó tanto trabajo para subir al tren con el coche y el bebé. 
Tendieron al hombre en el andén. Llevaba una pequeña libreta y varios bolígrafos en el bolsillo de la camisa. Entre Meneses y Felo López lo cubrieron con la vieja sábana. Aurelio buscó la carretilla grande del expreso y en ella llevaron el cuerpo hasta el carro del pan. 
Luego el chofer desató los alambres, se persignó y se sacudió las manos. Meneses también se subió al pisicorre, que se alejó envuelto en una nube de polvo. Oí a mi abuelo decir que cuando Fito Álvarez, el conductor del mixto de Cumanayagua, pasó pidiendo los boletines el hombre no se movía. 
Se había quedado sentado, se dieron cuenta de que estaba muerto porque no pestañaba. ¿Qué sería lo último que vio por la ventanilla? ¿Las lejanas montañas del Escambray? ¿El crucero de la carretera de Cienfuegos? ¿El puente del Guajiro? ¿La estación de San Fernando? ¿el cruzamiento de Hormiguero?
Aunque todo ocurrió alrededor del mediodía, siempre que lo recordaba era de noche o por lo menos con mucho menos luz de la que realmente había. No dejamos de ir a buscar el pan a la tienda de Chena, pero tardamos más de una semana en volver a comerlo.

15 octubre 2022

Fecha de vencimiento


Diana es muy estricta con las fechas de vencimiento. Nunca le da un día de gracia a nada, ni siquiera a las cosas que más le gustan. Nos hemos visto en problemas más de una vez por su inflexibilidad en ese sentido. Sobre todo en la Loma de Thoreau, donde a veces se hace difícil salir a buscar algún reemplazo.
Yo, que me crié en Cuba socialista (como rezaba un cartel a la entrada de la bahía de Cienfuegos), le hago mucho menos caso a las fechas que ponen en el fondo de las latas. Vengo de un internado en las montañas del Escambray (la secundaria de El Nicho) donde comíamos carne rusa con dos o tres años de vencida.
En 1991 pasó un temporal por el Paradero de Camarones. La luz se fue por varios días (no tantos como ahora, en honor a la verdad). El cocinero del campamento de una brigada de pintores de puentes (un tren dormitorio que rotaba por los pueblos de la provincia) nos regaló unas latas de sardinas.
Mi madre me hizo notar que estaban vencidas desde 1989. “Si los pintores no se han muerto, no voy a ser yo el que dé el espectáculo”, le respondí. Me las sirvió con arroz blanco y cebollas. Todavía busco, en las sardinas actuales, la remota delicia de aquellas parientas lejanas de las anchoas.
Este fin de semana me he quedado solo en El Bohío. Aunque ya puedo apoyar el pie, mi movilidad sigue siendo muy reducida. Por eso me he dedicado a explorar a profundidad la nevera. Entre las cosas que hallé, estaba un paquete de pepperoni Boar’s Head que venció hace unas semanas.
Con él enriquecí pedazos de una pizza que María pidió el jueves. Quedaron deliciosos. Hoy di con un pirex de arroz blanco. Cojeando llegué al estante donde se guardan las cebollas. Lo único que me faltaba era la lata de sardinas. Me hubiera gustado que estuvieran vencidas para que el homenaje fuera perfecto.
Aunque estas eran portuguesas y estaban deliciosas, no logré que supieran tan ricas como aquellas que nos regalaron los pintores de puentes. La única explicación que se me ocurre es que mi paladar también tiene fecha de vencimiento.

14 octubre 2022

Las jirafas


Mi viejo Salvador Dalí,
quien te escribe
se fascinó con tu obra
en un país
donde era imposible
que los relojes
se derritieran
y las jirafas acabaran
envueltas en llamas.
Solo los cañaverales
ardían
en el lugar
de dónde vengo.
Aunque ya
no me asombras tanto,
debo reconocer
que mi amor
por Gala sigue intacto.
Solo que ahora
la mujer de mi vida
tiene otro nombre.
Diana,
Salvador,
es aún más posesiva.
Pero, eso tendría
que explicártelo
en Cadaqués,
cuando la marea alta
inunda su espalda
no hay
nada que hacer.
Lo demás tendrás
que tratarlo
con el adolescente
que fui.
Solo te adelanto
que nunca
en un país
tan aburrido
las jirafas ardieron
por una mejor causa.

El vaso lleno de agua


Con esa muchacha tan pixelada que ustedes ven ahí, tuve una terrible discusión la semana pasada. Fue por una bobería, pero llegó un momento en que nos dijimos cosas que somos incapaces de decir. Los que se aman de verdad discuten por lo más inverosímil y, lo peor, se lo toman muy en serio.
Cuando se fue a New York sentí un inexplicable alivio. Creía que tantas millas de por medio nos haría un bien que por ningún mal podría venir. Pero la misma noche de su viaje empecé a tener serios problemas. No tuve que llenar el vaso de agua que va en su mesa de noche, nadie me destapó cuando empecé a sentir frío.
Traté de resistir, como si estuviera al frente de un batallón de invencibles ucranianos, pero la valentía nunca ha sido una de mis virtudes. Apenas me llamó y encendió la cámara, dije las cosas que siempre digo al verla lejos de mí. Ella, en honor a la verdad, correspondió cada una de mis debilidades.
Regresa el domingo. La esperaré con el vaso lleno de agua en su mesa de noche. Mi felicidad será indescriptible cuando sienta mucho frío y me destape.

02 octubre 2022

Carta de Mayitín a sus amigos y a los amigos de Mario García Joya y María Eugenia Haya

De izquierda a derecha: Mario García Joya (Mayito), 

María Eugenia Haya (Marucha), Iván Cañas, Cristina y Pirol.


A los amigos de mis padres, Mario García Joya y María Eugenia Haya.

A mis amigos:

En días pasados, a través de GoFundMe, se hizo una petición para recaudar fondos a nombre de Mario García Joya. Agradezco a cada una de las personas que, movidas por la solidaridad, el cariño y la admiración colaboraron con esta iniciativa. 
Por ellas, por mi familia y por el legado de mis padres me veo en la necesidad de hacer una importante aclaración: Mario García Joya cuenta con todos los recursos económicos y con toda la asistencia que necesita actualmente. 
También ha contado siempre con el apoyo y la atención de sus hijos. Yo mismo, en todo momento me he asegurado de que nunca le falte nada. Incluso cuando él estaba en plenas facultades, siempre estuve atento a cada una sus necesidades.
También es importante aclarar que su seguro médico le garantiza toda la asistencia que necesita, desde los equipos, los medicamentos y la enfermera, hasta las raciones de la dieta diaria que él, por su estado actual, debe seguir. 
Sumado a eso, recibe mensualmente la cobertura de su retiro. Es muy lamentable que se utilice el estado actual de salud de Mario García Joya como pretexto para recaudar fondos en su nombre. Estoy convencido de que él jamás habría permitido algo así. 
Quiénes de verdad conocieron a Mayito y Marucha, saben de sobra cómo pensaban, qué principios los movían y cómo hicieron su obra. Por ese legado, que vi hacerse delante de mí mientras crecía, me siento en la obligación de hacer esta aclaración.
Me apena que usaran el nombre de mi padre, aprovechándose de su estado de salud, y que no tuvieran en cuenta las consecuencias que algo así podía tener para el legado de un artista como Mario García Joya.
En nombre de mi familia, de la memoria de María Eugenia Haya y de mi padre, les pido las más sinceras excusas.

Con cariño y agradecimiento

Mario García Haya (Mayitín)

01 octubre 2022

El regreso a la barbarie


Hay un texto de Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968) que predice con exactitud la Cuba actual. Lo dice Pablo, mientras transita junto a Sergio por La Habana: “Esta gente dice están haciendo la primera revolución socialista de América. ¿Y qué? Van a regresar a la barbarie, van a pasar un hambre… como los haitianos”.
Luego, en otra escena de la película, Sergio afirma que “todo el talento del cubano se gasta en adaptarse al momento”. Eso es lo único que ha hecho en los últimos 63 años. Ninguna iniciativa de la dictadura de Cuba fue sostenible en el tiempo. Por eso tuvo que exigir a la gente una exagerada capacidad de readaptación.
Ningún plan del mesiánico dictador sobrevive hoy. Sus quimeras solo fueron posibles mientras pudo canjear soberanía nacional por subsidios soviéticos. Luego, intercambió con Venezuela medios represivos por petróleo. Porque en lo único que sí fue eficaz el régimen desde su instauración fue en su capacidad represiva. 
Nunca sabremos los cubanos que murieron por falta de una ambulancia durante la pandemia del Covid-19. Después, empezaron a caer como moscas por la incapacidad del país de producir oxígeno. Sin embargo, jamás faltó un carro patrullero en ese asfixiante territorio para amedrentar, hostigar y perseguir. 
Es indignante ver las largas filas de vehículos destinados a reprimir en un país paralizado y frente a un pueblo hambriento. La historia de Cuba, sobre todo desde 1959 hasta hoy, habrá que rescribirla por completo. Pero toda narrativa debe de empezar por el día de ayer. 
Por esa isla que ya no se distingue de noche. Por ese país totalmente apagado y por esos cubanos que ya solo les queda su propio cuerpo para defenderse de la aplastante obstinación de la dictadura. Anoten la fecha. De aquí en adelante y hasta el desplome total del sistema, solo resta la barbarie. 
Porque por perder, los cubanos han perdido ya hasta la capacidad de adaptarse al momento. Es importante subrayar que, poco a poco, también se les está agotando el miedo.

La mariposa nocturna


Al parecer a esta mariposa nocturna le gusta mucho “Nosotros”, porque cuando empezó a sonar la canción de Pedrito Junco vino y se posó entre Diana y yo. Le expliqué que su autor era de Pinar del Río, un lugar donde justo ahora lo estaban pasando muy mal. 
Se mantuvo inamovible, supongo que por el impacto que le produjo oír que Cuba hace más de 72 horas está totalmente oscuras y que ahora mismo es un país donde no hay cabida para su especie. 
Cuando empezó “Voy a apagar la luz” levantó el vuelo. Se fue para la terraza que aún estaba encendida.

23 septiembre 2022

El deseo del Gigante


“Yo pedí que el día que yo muriera me enterraran en la tierra. Pero que sobre mi tumba sembraran una mata de majagua. De ahí iban a salir los bates de más bote en el mundo”, Antonio Muñoz, el Gigante del Escambray.
Nadie como él y Pedro José Rodríguez le dio más alegría a mi infancia.

18 septiembre 2022

Esperando a Fiona


Aunque tuvimos un hermoso amanecer de domingo, el cielo se ha empezado a cerrar. Apenas son las 8 de la mañana y ya parece estar oscureciendo. Una extraña sensación de calor suprimió el frío de la madrugada.
Las aves, que aún conservan el instinto que nosotros perdimos, no necesitan de los partes del tiempo para saber que hoy habrá tormenta. Por eso andan a toda prisa para recogerse lo más temprano posible.
Aunque esta Fiona ha sido tan impredecible como la de Shrek, es seguro que nos dejará un diluvio a su paso. Por eso mi Cucha y yo decidimos volver temprano a Santo Domingo y dejar la Loma en las mejores manos: Alito, Jack y Buck.

17 septiembre 2022

La orquídea viajera


Esta orquídea se las compramos a mi tía Miriam Clarke por su cumpleaños. La pedimos por Amazon desde Santo Domingo a Plants & Blooms Shop. Después de hacer un recorrido de tres estados y cuatro días, por fin llegó a Miami. Miriam, feliz, compartió fotos de su momento de mayor esplendor en Facebook. 
Engalanaron su sala hasta que, como en el cuento de O. Henry, cayó la última flor. Hace dos semanas, cuando pasamos por Miami, Miriam nos propuso que trajéramos su orquídea para la Loma. Aunque la empacamos con mucho cuidado, no teníamos muchas esperanzas de que sobreviviera.
Sin embargo, resistió la compresión en la maleta y la travesía. Hoy en la mañana, Diana (con la ayuda de Alito) la subió a una horqueta para que empezara a fijarse. La última parte de su trayecto no consta en el envío de Amazon. 
Como las aves migratorias que también vienen del norte, la orquídea de Miriam llegó a la Loma de Thoreau para pasar la Navidad con nosotros. Solo que ella no se volverá a mover. Cuando las aves decidan regresar, ya estará firmemente asida al arrayán (Eugenia montícola).
La orquídea viajera por fin llegó su destino.

15 septiembre 2022

Lázaro Horta, piano & bar


Lázaro Horta, el piano man cubano, se presentará por primera vez en República Dominicana el sábado 12 de noviembre a las 9:30 de la noche. Agradecemos a Casa de Teatro y a Freddy Ginebra por abrirnos las puertas más entrañables del Santo Domingo colonial, a Raúl Martin por coordinarlo todo y a Leonardo Orozco por el diseño del cartel. 
Si te gustan las grandes canciones cubanas, el piano y el bar... ¡esa es tu noche!

14 septiembre 2022

Reportes de un ferroviario



Entre 1995 y 1996, viví casi un año en México. De ese largo viaje aún llevo conmigo cosas esenciales, desde el recuerdo imborrable de amigos muy queridos, hasta mi fanatismo por las canciones de José Alfredo Jiménez y mi incapacidad de comer sin picante.
A los pocos días de mi llegada tuve que hacer un viaje a Guadalajara. Le rogué a mis anfitriones que lo hiciéramos en tren, a pesar de que en autobús el trayecto era más corto y cómodo. Aún puedo ver dentro de mi cabeza, proyectados como una película, cada momento de aquella madrugada en el Tapatío.
Luego convertí al metro mi refugio preferido en la Ciudad de México. Siempre me movía en él y muchísimas veces hice recorridos en vano, con la única intención de explorar y conocer las esenciales vísceras de una de las ciudades más grandes del mundo. Me aprendí de memoria el plano y cada una de sus líneas.
Hace unos días, Esteban Darias me sorprendió con esta postal. Su abuelo fue jefe de estación en el Paradero de Camarones y quien enseñó a mi abuelo todo lo que debía saber de ferrocarriles. Luego Esteban fue compañero de trabajo de mi madre y de mis tíos Aldo, Cary, Titita, Eloy y Rafaelito.
Siempre que visitaba mi casa teníamos largas conversaciones de trenes. Aún hoy, cada vez que tengo una duda sobre locomotoras, ramales y operaciones en específico, lo llamo o le escribo para consultársela. Me conmovió que él cargara con esta postal para el exilio y que aún la conserve.
Como podrá notarse en el mensaje enviado, solo se trata de reportes de un ferroviario.

12 septiembre 2022

Instrucciones para armar un colibrí mexicano


Espere a que llegue el mediodía del domingo, sírvase un Brugal 1888, ponga un poco de cola para madera en un pequeño plato y déjese llevar por la intuición. Asegúrese de tener todas las ventanas de la casa cerradas. Una vez que se le ponen las alas intentan escapar.

11 septiembre 2022

Moonshine


Con Gaby, mi amigo de infancia, destilé alcoholes clandestinos en las noches del Paradero de Camarones. De un vagón averiado sacamos miel de purga cuando sabíamos que nadie nos veía. Con un panadero de Cruces conseguimos levadura y, después de una paciente espera, hicimos nuestro propio brebaje.
Moonshine le rinde homenaje a los destiladores clandestinos de Tenneesse y Kentucky que, a la luz de la luna, fermentaban maíz para sacar un whisky muy fuerte y elemental que los ayudara a sobrevivir los difíciles años de la Ley Seca. Siempre trabajaron en la oscuridad y a escondidas.
No sé si llegaré a probar alguna vez este Ole Smoky. Lo encontré en una tienda de licores en México, mientras buscaba algún tequila que traer a Santo Domingo. Al final pudo más mi pasado. Lo compré en homenaje a Gaby y a mí mismo. Por el Camilo clandestino que fui y por los hermanos que me acompañaron en la gesta.
Puede llamarse moonshine, calambuco, chispa de tren, salta pa' trás o como sea, solo se trata de destilar un momento de felicidad imposible de hallar en ninguna otra parte. Cuando las circunstancias te atrapan, siempre se encuentra una manera de escapar.

Sofrito


Nuestras hijas, Ana Rosario y Paloma, han decidido que seamos familia. Si ellas se tratan como primas, nosotros deberíamos ser hermanos. Así es que Julián Fernández y yo hemos acabado siendo familia. Hoy me escribió para preguntarme cómo seguía en la recuperación de mi fractura.
—Excepto la pierna, que sigue en alto —le respondí—, todo lo demás está en el suelo.
Luego, en la medida que el chat avanzaba, le comenté que justo en ese momento estaba oyendo el disco “Sofrito” de Mongo Santamaría. “Lo oigo muchísimo”, subrayé. Julián aprovechó el pie forzado para contarme que, la primera vez que estuvo en Estados Unidos, Mongo lo acogió como si fuera su hijo.
—Hasta hace poco tuve una camisa Givenchy que él me regaló —agregó—. Siempre iba a su casa a almorzar y a comer. Su esposa Ileana me trataba bien cantidad… ¡Tremendas migas que hice con ese viejo!
Luego me contó que todos esos guiños cubanos que hay en la obra de Chic Corea se deben a la experiencia de tocar con Mongo Santamaría. El tumbador habanero cambió la manera de interpretar y crear del compositor de Massachusetts, agregó Julián mientras sonaba “Spring song”.
—Tengo fotos con Chick Corea —me dijo agustiado—, pero ninguna con Mongo.
Poco después Diana abrió la puerta. Había bajado a buscar la comida que pedimos. “Quita la música para sentarnos a la mesa”, me ordenó. “Harina con quimbombó —pareció responderle el coro de Mongo—, la comida pa’ Changó”.
No respondí el último mensaje de Julián, esta conversación sigue inconclusa.

10 septiembre 2022

Blood, Sweat & Tears


En 1967, justo en el año que nací, el pianista y organista Al Kooper, después de grabar con Bob Dylan, Jimi Hendrix y los Rolling Stones, armó una banda en Nueva York. Para el nombre eligió el título de una canción de Johnny Cash, quien a su vez se refería a una célebre frase de Winston Churchill.
—Oigan a este grupo —nos propuso Pepillo—, se llama Sangre, Sudor y Lágrimas.
No recuerdo el nombre de Pepillo, le llamábamos así porque tenía montones de libretas donde anotaba nombres de roqueros y sus discografías, letras de canciones y extensísimas listas de hit parades.
Era el comienzo de los años ochenta y estábamos a 2.000 kilómetros de Nueva York, debajo del tanque de agua de una escuela en los campos de tabaco de Manicaragua. Las flautas, las trompetas y el fliscorno que oí en la bocina de aquella radiocasetera cambiaron para siempre mi gusto musical.
Tres años después, en los primeros días de clases en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, armaron un escenario para que Silvio Rodríguez nos presentara los resultados de un proyecto que acababa de comenzar con el grupo Afrocuba. El concierto empezó por la flauta de Oriente López seguida por las trompetas.
—Oye —le dije al que tenía al lado—, eso suena como Sangre, Sudor y Lágrimas.
—Tú sabes de música, asere —me respondió Alexis Díaz de Villegas. Ese breve diálogo fue el santo y seña de nuestra amistad, pues pocos días después ya éramos inseparables. 
Eso le impidió hacerme cualquier tipo de reclamación cuando se dio cuenta de que yo no sabía tanto de música como él había supuesto al principio. Por eso se esforzó en profundizar mis conocimientos del rock de los 60 y los 70. Un amigo suyo, que estudiaba cerca, me pasó unas libretas muy parecidas a las de Pepillo.
Es muy duro hacer reposo absoluto por un mes y medio. Desde que me fracturé el peroné, mis días son interminables. Eso me ha obligado a leer, releer y oír más música que nunca, porque me cuesta mucho trabajo escribir. Así fue como volví a los discos de Blood, Sweat & Tears. Sobre todo al de 1968, que fue el que oí debajo del tanque de agua de la escuela de Manicaragua.
El tiempo pasó sin que me diera cuenta. Hacer un viaje tan largo me dejó exhausto y feliz. Ya Diana dormía a mi lado. Por eso me limité a apagar la lámpara de noche y regresar al silencio de la noche, consciente de que estaba a solo 8 horas de distancia de otro día interminable. 
La flauta de Blood, Sweat & Tears siguió sonando dentro de mi cabeza por un rato.

08 septiembre 2022

Mi tía Caridad en el andén de Cienfuegos Carga

Andén de la estación de Cienfuegos Carga, 1985. Detrás, de izquierda 
a derecha: Orlando Puerto Mena, María y su hermano, mi tía Caridad Yero
y Bernardo  Zamora. Delante, Mildred Abreus y Jorge Duarte.

He conocido de cerca a escritores y artistas que admiro mucho. A veces, cuando comparto con ellos, les confieso mi asombro y les vuelvo a contar lo que significaron sus obras para mí. Les recuerdo lo que pensaba de ellos el Camilo que no tenía ni la más remota sospecha de que llegaría a ser su amigo.
Pero nunca, en ningún sitio del mundo, he llegado a encontrarme con tantos ídolos como en el andén de Cienfuegos Carga, la estación donde mi madre laboró por años y en la que pasé días inolvidables de mi infancia. Por aquel ancho corredor de cemento vi desfilar a verdaderas leyendas de los ferrocarriles.
Hace unos días recibí un email de María Thoukididou, una cienfueguera que vive en Chipre y que es hija de Orlando Puerto Mena, una de los íconos que andaban por el andén dando órdenes y haciendo señales para que los trenes llenos de mercancías partieran hacia diferentes puntos de la isla.
En mi respuesta, le comenté a María que mi madre (Lérida Yero), mi tía (Caridad Yero) y su esposo (Rafael Serralvo) fueron compañeros de trabajo por años de Puerto Mena y que de ellos escuché incontables anécdotas de su padre. “Si me envías fotos de ellos seguro que los reconozco”, me dijo. 
Aproveché para preguntarle si conservaba imágenes de la estación de Cienfuegos Carga, en cuyos altos vivió con su familia. Me envió varias. En una, donde ella está junto a uno de sus hermanos y su padre, aparecen Bernardo Zamora (otra leyenda de aquel andén), Jorge Duarte y… ¡mi tía Cary!
Asumo la aparición de Caridad Yero un 8 de septiembre como un verdadero milagro. Sobre todo porque está en un lugar que yo siempre consideré un templo. La risa de mi tía, sus besos, sus abrazos y su apasionado cariño siempre fueron para mí una gran protección. Hoy me di cuenta que lo siguen siendo.

Estación de Cienfuegos Carga, 1985.
(Fotos cortesía de María Thoukididou)

06 septiembre 2022

Sí hacen falta alas

Escultura Alas de México de Jorge Marin.

Diana llegó a México por primera vez en 1970 (a su padre, después de cumplir una condena de trabajos forzados, por fin le habían permitido marcharse de Cuba). 52 años después, volvió al Paseo de la Reforma para agradecer las alas que le crecieron allí.

Freddy Ginebra: "La felicidad es vivir cada día celebrando"


Evelyn Betancourt, directora de la revista Santo Domingo Times, me encargó una entrevista a Freddy Ginebra. Sería el trabajo de portada de un número dedicado a la felicidad. Freddy, como muchos de ustedes saben, es el máximo responsable de que yo viva en República Dominicana y uno de los grandes culpables del Camilo que soy hoy.
El día que nos presentaron me miró muy serio y me dijo que ya quería a demasiados cubanos, que no había cupo ni para uno más. Dio la espalda y se fue, con esa peculiar manera de caminar que él tiene, que consiste en ir balanceándose a un lado y al otro. 
Volvió dos horas después y al encontrarme todavía desconcertado, soltó una carcajada. Desde ese mismo momento se convirtió en mi padre dominicano. Como me dedica tanto tiempo (regañándome, aprobándome y consintiéndome) he llegado a creer que soy especial para él.
Es falso: todos somos especiales para él. Le he visto dedicarles a otros exactamente las mismas palabras y los mismos gestos que tiene conmigo. Hace poco estuvimos reunidos hasta altas horas de la noche y de pronto noté que se había recostado a mí y roncaba. Eso me hizo tan feliz, que no me atreví a moverme hasta que se despertó. “La felicidad durmió en mi hombro”, comenté.
Días después, camino a Madrid, recibí la noticia de que un querido amigo mío agonizaba en La Habana. Cuando le conté que el viaje se me acababa de arruinar, enfureció. “Ahora es que tienes que disfrutar esos días en España —me dijo—. Hazlo por ti y por él. El mejor homenaje que le puedes hacer durante su partida es ser feliz y hacer felices a los que te rodean”. 
Una vez más, Freddy Ginebra había cambiado mi vida. 
(para leer la entrevista en Santo Domingo Times, hacer clic aquí)

 

Todos los que te conocemos y queremos somos felices cuando estamos a tu lado. ¿Realmente eres portador de esa felicidad o solo la llevas contigo para compartirla con los demás?

La felicidad va conmigo a todas partes, siempre me aseguro de que no se ha quedado atrás. No es que tenga que cargar con ella, no la podría llevar en los bolsillos o en una mochila. La felicidad no pesa, por eso simplemente me aseguro de tenerla a mano y de acudir a ella aun en las peores circunstancias.

Siempre que puedo la comparto, pero antes me aseguro de ser feliz yo. Porque solo se puede hacer feliz a los demás cuando uno ha logrado ser feliz con uno mismo. 

 

¿Qué es para ti la felicidad?

La felicidad es este momento que vivo, sin detenerme a pensar en el segundo siguiente. La felicidad es sentirme útil y hacer lo que me gusta, sano, conforme con lo que tengo, rodeado de la gente que amo. La felicidad es la fe en Dios, que es mi mayor tesoro, porque espero y vivo la esperanza.

 

¿Se puede tomar la decisión de ser feliz?

Sí, es una decisión muy simple. Una mañana te levantas y decides ser feliz. ¡Así de simple! Ser feliz es tan sencillo como tener fe. Es un riesgo que tomas, una apuesta contigo mismo, una opción que muchas veces cuesta trabajo porque las condiciones te indican lo contrario, pero debes de luchar por mantenerla. 

La felicidad, como la vida misma, se alimenta todas las mañanas y cada uno tiene su camino señalado. El día que aceptas que la vida es difícil, ya has comenzado a caminar por el sendero adecuado.

 

Cómo Freddy Ginebra ha encontrado la felicidad en…

La familia. La familia es el mayor tesoro, es la base, es el alimento de todas las energías, es la motivación permanente, una escuela, un camino al aprendizaje permanente, es donde más se cultiva el verdadero y puro amor.

La gente. En la gente encuentro universos diferentes que me permiten ejercer como cristiano. Hace tiempo que miro todo con la mirada del optimismo. Por eso miro solo lo que tiene de hermoso cada ser humano y eso me ayuda a transitar por un mundo con la menor cantidad de tapones emocionales posibles. Se qué hay mucho dolor y que no todos los universos son hermosos, pero también sé que cada ser humano tiene mucho de cielo dentro. Los infiernos los ignoro.

Los lugares. Los lugares son escenarios donde encuentro la gente que ayudan a que el paisaje sea más o menos hermoso, pero solo me interesan cuando están habitados. Definitivamente soy un hombre sociable, diría que demasiado. Por eso creé yo mismo mi lugar en el mundo, que es Casa de Teatro, para encontrarme con todo el que quiera entrar y donde abrazo a los extraños como si fueran conocidos y queridos de toda la vida.

La soledad. La soledad y yo hemos convivido mucho y con el tiempo aprendimos a entendernos y hasta a ser felices. La invoco cada vez que la necesito. Algunas veces le pido ayuda y otras, auxilio. Todo ser humano la lleva dentro, es imprescindible para volver a estar acompañado y vital para replantearse la existencia.

 

¿Qué te hacía feliz a los…

10. A esa edad nada me hizo más feliz que una bicicleta. Andando en ella empezó a rodar mi mundo y logré descubrir mi ciudad, el lugar donde he vivido toda mi vida. Ella bicicleta me inculcó mi espíritu viajero y me enamoró de Santo Domingo, el lugar del que me voy para verme obligado a regresar.

30. A los 30 abrí las puertas de una casa y me prometí a mí mismo que nunca permitiría que se cerraran. Eso me ha costado muchísimo más de lo que he tenido, pero me ha hecho tan feliz, que correría el riesgo mil veces más.  

Casa de Teatro me ha permitido apoyar y promover la creatividad de los dominicanos, que es una de las esencias más auténticas de nuestro país. Cada vez que un artista sin dinero, sin apellido o sin saber que era un artista, ha podido presentar sus creaciones en Casa de Teatro, mi felicidad se hincha. 

50. Ya con una bella compañera de vida, dos hijos y cuatro nietos, este valle de lágrimas que siempre he sido se convirtió en un parque de diversiones.

70. Comencé a vivir mi futuro. Aprendí tanto de los golpes que me dio la vida, que decidí hacer lo que realmente me importa y vivir la vida que siempre quise vivir. No han faltado ni faltarán los golpes, pero ya no siento miedo, solo disfruto mientras espero por la esperanza prometida.

 

Se suelen asociar las cosas materiales con la felicidad, ¿realmente tienen que ver o es una idea que nos hemos hecho?

La felicidad está dentro, es intangible e invaluable. Todo aquel que la busque fuera, por más que insista o se empecine, acabará defraudado. Jamás encontrará nada. Las cosas materiales son puro decorado, espejismos, nubes pasajeras, mentiras y, no pocas veces, puertas al abismo.

 

¿Alguna persona ha logrado hacerte infeliz alguna vez?

Nunca, nadie. Ni siquiera el asesino de mi padre —que era mi héroe, mi supermán— pudo derrotarme. Sentí un dolor y una desolación tan grandes que toda mi vida se tambaleó, pero saqué fuerzas para seguir adelante y para, en algún momento, aprender a perdonar. 

Ralph Waldo Emerson, ese maestro que fue capaz de decir las cosas más complejas de la manera más simple, nos advirtió de que por cada minuto que estemos enojados perdemos sesenta segundos de felicidad. Para un señor de 80 años, los segundos cuentan como si fueran horas.

 

¿Qué es lo que más feliz te hace de República Dominicana?

Lo que más feliz me hace de República Dominicana es que yo soy dominicano. Me pongo eufórico cada vez que me doy cuenta de que nací en ese país que un poeta descubrió en el mismo trayecto de sol. Si la alegría no existiera, la hubiéramos inventado los dominicanos. 

Somos alegres por naturaleza, no tiene que ocurrir nada ni nadie tiene que convencernos de que seamos felices. Lo somos porque sí, porque no sabemos ser de otra manera. Cada vez que aterrizo en Las Américas y un dominicano me sonríe, me dan taquicardias de la felicidad.

 

¿De todas las decisiones que has tomado en tu vida, ¿cuál es la que te ha hecho más feliz?

Cada mañana tomo una decisión distinta y, no pocas veces, antes del mediodía ya he tomado otra. Mis decisiones cambian con las horas y yo me adapto constantemente a esos cambios. Porque cambia sin parar (¡ahora más que nunca!) y yo me esfuerzo mucho más de lo que mi cuerpo quisiera para ir a la misma velocidad que los tiempos y no quedarme atrás. 

Nada es estático, por eso la felicidad también necesita adecuarse y yo siempre trato de que la mía lo intente.

 

¿Qué hace Freddy Ginebra cuando está muy triste para recuperar la felicidad?

Tengo una receta muy simple. Primero, no comparto mi tristeza con nadie. Me gusta llorar solo. Luego, me consiento un poco. Veo una película, entro en un supermercado o una ferretería (aunque no compre nada), me distraigo caminando sin rumbo fijo, escucho música, leo o llamo a alguien que esté aún más triste que yo para animarlo.

Tengo amigos que necesitan hablar y escucharlos me sana. Nunca anido el dolor ni me compadezco de mí mismo. Soy un espantadolor, cada vez que él aparece le muestro mi mejor sonrisa y él acaba yéndose en busca de alguien que sí esté dispuesto a ser triste. 

 

¿Qué te falta por lograr en la vida para ser aún más feliz de lo que eres?

No me falta absolutamente nada. Epiceto, un Freddy Ginebra que vivió en el siglo I de nuestra era, decía que la felicidad consiste en ser libres, es decir, en no desear nada. Siempre he sido un hombre afortunado desde el mismo día que nací. La vida ha sido un bello regalo. 

He trabajado mucho, todo me ha costado. Valoro y respeto a todas las personas con quienes convivo. Ahora sería más feliz si todos fuéramos felices, si hubiera menos egoísmos, si las riquezas sirvieran para alimentar y educar a los que hoy no tienen acceso a un plato de comida o a un libro.

Eso, solo eso me haría más feliz. 

05 septiembre 2022

Carpigiani


Algunos lo decían de corrido, otros dividido en sílabas y a no pocos se les enredaba la lengua antes de acabar de leerlo. El día que la máquina llegó al antiguo Bar Arelita, el pueblo se congregó para ver cómo funcionaba. Angelina, la madre del maestro Gustavo, fue seleccionada para operarla.
La Carpigiani estaba coronada por un cartel lumínico donde se leía Coppelita y tenía tres palancas. La de la izquierda era para el helado de vainilla, la de la derecha para el de chocolate y la del centro para un rizado con los dos sabores. Se servía en una barquilla que Federico intentó devolver.
Después de golpearse varias veces la frente por las fuertes punzadas que le provocaba el helado, se acercó a Angelina con la barquilla intacta. “Aquí tiene el vasito, señorita”, le dijo agradecido. “Eso se come, Federico”, le advirtió la dependienta. “No gracias, es que el frío me tiene privado”.
Por esa misma época, gracias a comunistas italianos, se construyeron pizzerías en la mayoría de los pueblos. Cantare, se llamaba la de Cruces. Gioventù, la de Cienfuegos. Trovatore, la de Ranchuelo. En Manicaragua, sin embargo, fueron menos cautos y le pusieron Escambray.
En La Habana instalaron una fábrica de salsa que definió nuestra idea de la comida italiana: Vita Nuova. Y al país llegaron automóviles Alfa Romeo (que se convirtieron en nuestra mayor referencia de la velocidad: “¡Ese corre más que un alfita!”), camiones Fiat y motocicletas Guzzi.
De Italia también llegó una fábrica de calzados plásticos que uniformó al país. Nadie de mi generación pudo escapar de los célebres Kikos, unos zapatos que se convirtieron en un verdadero tormento para los estudiantes. Pero, al menos en el Paradero de Camarones, nada produjo más impacto que la máquina Carpigiani.
Dicho su nombre de corrido, dividido en sílabas o con la lengua enredada, aquel aparato nos cambió la vida a todos. Porque durante el tiempo que funcionó pudimos reunirnos en un lugar que se parecía a Cienfuegos, a Santa Clara y a La Habana. En la acera del frente se apostaban una multitud para burlarse.—¡Míralo, míralo, míralo! —gritaban— ¡Está privado, como Federico!

Se me fue el pie


El 4 de junio, mientras caminábamos por los senderos de la Reserva Científica Ébano Verde, Diana resbaló y se fracturó el peroné. Pocos después nos fuimos de viaje por Inglaterra y España. Fue admirable su valentía durante esos días, andando en triciclo por calles empinadas, plazas adoquinadas, botes, trenes, autobuses...
Ayer se cumplían tres meses de aquel mal paso. Poco después de aterrizar en Santo Domingo, subí nuestras maletas a un carrito para llevarlas hasta el estacionamiento del aeropuerto. Al señor que avanzaba delante de mí se le cayó un bolso y eso hizo que mi carga se volcara.
Al tratar de evitarlo y después de acabar perdiendo el equilibrio, caí sentado sobre mi pierna izquierda. Aquí debo reconocer la solidaridad de varios pasajeros de mi vuelo (que abandonaron sus equipajes para auxiliarme) y del personal del aeropuerto de Las Américas que me asistió de inmediato. 
Guajiro al fin, evito ir al médico cada vez que puedo. A pesar de que era tarde en la noche y que tenía muchos deseos de llegar a casa, le hice caso a Diana y nos desviamos hacia una clínica. Hoy nuestro ortopeda no lo podía creer: la misma fractura, en el mismo lugar, el mismo día.
—Es otra prueba más de amor —le dije al doctor—, aunque admito que esta vez se me fue la mano.
—Más que la mano —respondió después de una carcajada— se te fue el pie… ¡literalmente!
Salí de la consulta con la misma bota y en el mismo triciclo que lo hizo Diana hace apenas unas semanas.

03 septiembre 2022

Los sofritos


Por compromisos de trabajo tuvimos que adelantar el regreso de México a Santo Domingo. Como ya no había espacio en los vuelos directos, nos vimos obligados que dar la vuelta por Miami. Cuando estábamos a punto de aterrizar y distinguimos por la ventanilla los alrededores de la casa de mi tío Aramís, Diana y yo nos miramos.
Después de conseguir dos asientos en uno de los vuelos de mañana, llamamos a mi tía Miriam. Le preguntamos qué estaba haciendo de almuerzo. "Garbanzos, arroz y carne ripiada", nos respondió. "Pon dos platos más", le dijimos. "¡Eeeeehhhh!", exclamó aún más contenta que nosotros.
En cuestión de minutos estábamos en la única cocina donde los sofritos huelen y saben exactamente igual que en mi casa del Paradero de Camarones. A veces uno llora de la felicidad. Hoy Diana y yo lo hicimos.

26 agosto 2022

Embraer 190


Ayer volé a San Juan, Puerto Rico, en un Embraer 190. Más que un avión, parece un ómnibus interprovincial. Quizás por eso la gente se comporta dentro de él de una manera diferente: se saludan y conversan como lo hacen en los viajes por carretera. 
Cuando estábamos cruzando sobre el canal de La Mona, el cielo se cerró y el aparato empezó a zarandearse. Al principio algunos hicieron chistes, pero no mucho tiempo después la mayoría puso cara de preocupación.
El silencio era ya absoluto cuando se oyó a un dominicano desde el fondo: "¡Y en esta vaina no le dan a uno ni un Brugal para poderse morir contento!". La voz del comandante interrumpió las risas y los aplausos. Comenzábamos el descenso sobre la Isla del Encanto.

24 agosto 2022

Otra de Bobby


Siempre que Radio Rebelde transmitía los juegos de Las Villas, yo abandonaba a los narradores de CMHW. Nadie como Bobby Salamanca sabía convertir a un juego de pelota en un espectáculo superlativo. Sus frases, sus apodos y sus ocurrencias valían tanto como las jugadas.
Hace poco, en un documental, supe de otra de Bobby. Ocurrió en la Selectiva del 81 o el 82. Héctor Rodríguez, quien ofrece el testimonio, no puede precisar la fecha. Se enfrentaban Ciudad de la Habana y Pinar del Río en el estadio Capitán San Luis. Anglada abrió con un doble y el segundo bate conectó un hit. El tiro llegó a tiempo a home, pero el árbitro decretó quieto. “La jugada parecía más out que quieto”, admite Héctor. Más de 9.500 pinareños comenzaron a protestar. La sublevación del público acabó provocando la suspensión del juego. A duras penas los narradores de la televisión y Radio Rebelde llegaron al parqueo.
Bobby Salamanca y Roberto Pacheco se subieron a un primer carro. Héctor y Eddy Martin al segundo. Los aficionados, al descubrir a Bobby, se prestaron para abrirle paso. Cuando ya tenía vía libre, sacó la cabeza y llamó a uno de los que más protestaban.
—No le digas a nadie que yo te lo dije, pero al árbitro lo metieron en el maletero de Héctor Rodríguez.
Los insubordinados pinareños se negaban a creer que era una broma. Eddy Martin tuvo que bajarse para suplicarles que no viraran al Lada gomas arriba. Cuando llegaron al hotel, Bobby ya estaba en el bar con un doble en la mano. La risa no lo dejaba hablar.
—Por el retrovisor vi que se les complicó la salida del estadio — dijo por fin.

SOBRENOMBRES DE BOBBY SALAMANCA 
El Gigante del Escambray (Antonio Muñoz)
El Señor Jonrón (Pedro José Rodríguez)
El Ciclón de Ovas (Rogelio García)
El Gamo de Jovellanos (Wilfredo García)
El Meteoro de La Maya (Braudilio Vinent)
El Señor Pelotero (Luis Giraldo Casanova)
La Explosión Naranja (Víctor Mesa)
Los Tres Mosqueteros (Wilfredo Sánchez, Félix Isasi y Rigoberto Rosique)
La Trituradora Naranja (equipo Las Villas)
Las Avispas Negras (equipo Orientales)

20 agosto 2022

Torreznos de Soria


Mi paladar es muy rudimentario. La geografía a la que pertenezco y las circunstancias en las que crecí, apenas le ofrecieron los elementos básicos para distinguir notas de sabores y olores. Aun así, frente a destilados como el ron y carnes como la del cerdo, puedo presumir de ciertos conocimientos.
No olvido la primera vez que mi hija Ana Rosario probó un chicharrón. Yo me había empecinado en convertir aquel bebé, nacido en Maternidad de Línea, en el corazón del Vedado habanero, en una campesina. Por eso, en uno de los viajes a mi pueblo, la llevé a un cañaveral para que aprendiera a comer caña. 
Llegó mascando un canuto a casa de Ignacio Yero, quien acababa de matar un cerdo y empezaba a freír en un caldero enorme. Contradiciéndonos a todo, mi tío le alcanzó un chicarrón. Fue una de las primeras elecciones que tuvo que hacer mi hija. En una mano tenía un trozo de caña y en la otra el crujiente cuero de cerdo.
Probó ambos. Primero uno y después el otro. Se debatió entre lo dulce y lo salado. Nos miró desconcertada y, finalmente, tiró el canuto. Feliz, se llevó el chicharrón a la boca. Una vez llegamos a su casa en Madrid y me dijo que me tenía una sorpresa. Llenó un sartén de aceite y empezó a freír.
Desde entonces, siempre que vamos a España, me aseguro de echar en las maletas torreznos de Soria. Con el perdón de mis tíos Ignacio y Rao Yero (que hacían los mejores que probé en el Paradero de Camarones) y de los cibaeños del cruce de San Francisco de Macorís, esos son los mejores chicharrones del mundo.