A los pocos días de mi llegada tuve que hacer un viaje a Guadalajara. Le rogué a mis anfitriones que lo hiciéramos en tren, a pesar de que en autobús el trayecto era más corto y cómodo. Aún puedo ver dentro de mi cabeza, proyectados como una película, cada momento de aquella madrugada en el Tapatío.
Luego convertí al metro mi refugio preferido en la Ciudad de México. Siempre me movía en él y muchísimas veces hice recorridos en vano, con la única intención de explorar y conocer las esenciales vísceras de una de las ciudades más grandes del mundo. Me aprendí de memoria el plano y cada una de sus líneas.
Hace unos días, Esteban Darias me sorprendió con esta postal. Su abuelo fue jefe de estación en el Paradero de Camarones y quien enseñó a mi abuelo todo lo que debía saber de ferrocarriles. Luego Esteban fue compañero de trabajo de mi madre y de mis tíos Aldo, Cary, Titita, Eloy y Rafaelito.
Siempre que visitaba mi casa teníamos largas conversaciones de trenes. Aún hoy, cada vez que tengo una duda sobre locomotoras, ramales y operaciones en específico, lo llamo o le escribo para consultársela. Me conmovió que él cargara con esta postal para el exilio y que aún la conserve.
Como podrá notarse en el mensaje enviado, solo se trata de reportes de un ferroviario.
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