10 septiembre 2022

Blood, Sweat & Tears


En 1967, justo en el año que nací, el pianista y organista Al Kooper, después de grabar con Bob Dylan, Jimi Hendrix y los Rolling Stones, armó una banda en Nueva York. Para el nombre eligió el título de una canción de Johnny Cash, quien a su vez se refería a una célebre frase de Winston Churchill.
—Oigan a este grupo —nos propuso Pepillo—, se llama Sangre, Sudor y Lágrimas.
No recuerdo el nombre de Pepillo, le llamábamos así porque tenía montones de libretas donde anotaba nombres de roqueros y sus discografías, letras de canciones y extensísimas listas de hit parades.
Era el comienzo de los años ochenta y estábamos a 2.000 kilómetros de Nueva York, debajo del tanque de agua de una escuela en los campos de tabaco de Manicaragua. Las flautas, las trompetas y el fliscorno que oí en la bocina de aquella radiocasetera cambiaron para siempre mi gusto musical.
Tres años después, en los primeros días de clases en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán, armaron un escenario para que Silvio Rodríguez nos presentara los resultados de un proyecto que acababa de comenzar con el grupo Afrocuba. El concierto empezó por la flauta de Oriente López seguida por las trompetas.
—Oye —le dije al que tenía al lado—, eso suena como Sangre, Sudor y Lágrimas.
—Tú sabes de música, asere —me respondió Alexis Díaz de Villegas. Ese breve diálogo fue el santo y seña de nuestra amistad, pues pocos días después ya éramos inseparables. 
Eso le impidió hacerme cualquier tipo de reclamación cuando se dio cuenta de que yo no sabía tanto de música como él había supuesto al principio. Por eso se esforzó en profundizar mis conocimientos del rock de los 60 y los 70. Un amigo suyo, que estudiaba cerca, me pasó unas libretas muy parecidas a las de Pepillo.
Es muy duro hacer reposo absoluto por un mes y medio. Desde que me fracturé el peroné, mis días son interminables. Eso me ha obligado a leer, releer y oír más música que nunca, porque me cuesta mucho trabajo escribir. Así fue como volví a los discos de Blood, Sweat & Tears. Sobre todo al de 1968, que fue el que oí debajo del tanque de agua de la escuela de Manicaragua.
El tiempo pasó sin que me diera cuenta. Hacer un viaje tan largo me dejó exhausto y feliz. Ya Diana dormía a mi lado. Por eso me limité a apagar la lámpara de noche y regresar al silencio de la noche, consciente de que estaba a solo 8 horas de distancia de otro día interminable. 
La flauta de Blood, Sweat & Tears siguió sonando dentro de mi cabeza por un rato.

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