28 septiembre 2017

Hugo Lois

Al principio me costó trabajo reconocer a Hugo Lois en esta fotografía, que me llevé del Facebook de su hija Belkis. Hacía más de 20 años que no lo veía. El último jefe de estación de San Fernando de Camarones ya se parece más a su padre que a él mismo.
Su moña negrísima, engominada y meticulosamente peinada, se ha perdido en canas. Queda, eso sí, su mirada noble y astuta, capaz de acompañar lo mismo un gesto amabilísimo que una frase socarrona, tajante. Era un gran amigo de mi familia y uno de los personajes más queridos de mi infancia.
A finales de los años 70, Hugo fue jefe de estación en el Paradero de Camarones. Mis abuelos le tenían tanta confianza, que dejaban abierta la puerta que comunicaba la oficina con nuestra vivienda. Se sentaba a la mesa a almorzar con nosotros, a veces nos sorprendía por un postre hecho por su esposa.
Mi padre, que también lo apreciaba mucho, siempre le traía un mazo de tabacos del Hoyo de Manicaragua. Los recuerdo sentados en el banco del andén, hablando de los jonrones de Cheíto Rodríguez, de lo buena que estaba una mujer que se acababa de bajar del tren y de lo mal que iba Cuba.
—Esto no se cae, Hugo —decía mi padre con pesimismo y en voz muy baja, tratando de que yo no lo oyera—, pero tampoco se arregla.
Una vez mi abuelo se enfermó y tuvieron que llevárselo de urgencia para Cienfuegos. Para que no perdiera clases, me dejaron solo con Hugo. Él cocinaba para los dos y me llevaba a la escuela. Me pasé varios fines de semana en su casa, iba a jugar con Huguito y Belkis.
Había dos cosas de la estación de San Fernando que me encantaban: el molino de viento y el sistema de señales del cruzamiento del central Hormiguero. Desde una caseta, se manipulaban las veletas que dirigían el movimiento de trenes, tanto en la vía estrecha del ingenio como en la principal del ramal Cumanayagua.
Aunque al principio me costó trabajo reconocerlo, mientras más lo miro más historias me vienen a la cabeza. ¿Todavía será capaz de escribir con su impecable letra Palmer? Ahí está Hugo Lois, mi infancia y el Camilo Venegas que soy hoy le están muy agradecidos.

27 septiembre 2017

De Casablanca a Hershey

Cuando el viejo tren le da la espalda
a la bahía y se deshace de los portales,
recupera su instinto animal.
Mientras olfatea el rastro de la línea
bajo la yerba, avanza
lo más rápido que puede,
tratando de llegar cuanto antes
a los antiguos cañaverales.

Cuando ya no puede más,
el viejo tren se echa a descansar
frente a un cementerio abandonado.
Nada más se mueve en el holgado valle.
Hasta el cansado vagón parece un fantasma
(uno de los tantos que la República
dejó a su suerte la madruga
en que abandonó a la isla).

Mientras olfatea el rastro de la línea
bajo la hierba, avanza
lo más rápido que puede,
como si quisiera llegar cuanto antes
al día en que por fin
lo dejen descansar en paz,
frente a un cementerio abandonado.

General Carrillo

Ahí nacieron los siete hermanos Venegas Nodal. Cuatro hembras y tres varones. Uno de ellos, Serafín Erundino Apolinar, fue mi padre. En un punto que no puedo señalar, levantaron su casa Lázaro y Eloísa. Primero fue de tablas de palma y guano. Luego de madera y tejas.
Mi padre, que casi nunca se dejaba tentar por la melancolía, hablaba de General Carrillo como si estuviera fuera de su alcance y no a menos de 100 kilómetros de Manicaragua, el lugar donde estableció su mundo y decidió vivir el resto de su vida.
Cuando comparo el mapa del Atlas de Cuba con la imagen de Google Map, puedo reconstruir el antiguo trazado del ferrocarril de vía estrecha que entraba al pueblo para enlazarlo con Yaguajay y Caibarién. Por encima, se distingue perfectamente la Norte Cuba, la línea que todavía une a Santa Clara con Morón y Tarafa.
No hay ningún Venegas Nodal enterrado en el cementerio del pueblo. Casi todos, incluyendo a Lázaro y Eloísa, murieron en La Habana y permanecen juntos en una bóveda del cementerio Colón. Pero en General Carrillo dejaron su sentido de pertenencia, que significa mucho más que la tumba.
El satélite no me permite acercarme más. Solo puedo ver a General Carrillo a vista de pájaro. No tengo manera de aterrizar en una de sus calles y ponerme a caminar hasta encontrar alguna huella de los Venegas Nodal. Inmóvil, inaccesible y con nombre de prócer.
Esto es todo lo que puedo hacer para (re)conocer el lugar donde nacieron mi padre y sus seis hermanos.

24 septiembre 2017

Candelita

Junto a la terraza de nuestra cabaña, en la Loma de Thoreau, hay un pequeño monte. Cuando rompe el día y justo antes del anochecer, pueden verse muchas aves entre las ramas. Gracias a dos libros, uno sobre las de Cuba y otro sobre las de República Dominicana y Haití, he logrado identificarlas.
Ya sus voces me son familiares. Al más mínimo sonido, sé de quién se trata. Ayer en la tarde, mientras Diana servía un cocido (que, dicho sea de paso, le quedó delicioso), escuché un algo que nunca antes había salido del pequeño monte. Sonaba tal como lo describen los libros: tsit, tsit, tsit…
Empecé a buscar entre las ramas hasta que por fin di con el macho, que tiene la garganta y el pecho negro con parchos anaranjados en las alas, la cola y los costados. Con esa imagen en la cabeza me fui a las láminas y enseguida lo identifiqué. ¡Es inconfundible!
Tanto en Cuba como en República Dominicana le llaman Candelita. El Setophaga ruticilla vive y se reproduce desde el suroeste de Alaska y el sur de Labrador hasta Texas, Alabama y Carolina del Norte. A República Dominicana y Cuba llegan las hembras en septiembre y los machos en octubre.
Cuando le comenté mi hallazgo por chat a Mario Dávalos, me hizo notar que este año los machos se han adelantado. ¿Los habrán alertado los huracanes Irma y María?, me pregunté. Traté de hacerle una foto, pero ya había oscurecido demasiado y él estaba muy inquieto, como si aún se estuviera adaptando a su nueva residencia.
En todo el Caribe solo hay documentados dos nidos, uno en Camagüey y el otro en La Habana. Aunque es improbable que hagan un nido aquí, les deseo una feliz estancia en la Loma de Thoreau. Es por eso que le doy la bienvenida en todos sus nombres: Ti Tchit demidè, Demi-deuil, Black-and-white Warbler… ¡Esta es tu casa, Candelita!

22 septiembre 2017

Salvavidas de hielo

Al principio me pareció terrible que las tiendas de discos empezaran a desaparecer. El exilio está lleno de cosas tristes, pero uno de mis recuerdos más alegres que tengo del momento en que abandoné Cuba, fue el descubrimiento de Musicalia, la gran tienda de discos de Santo Domingo.
Los días 15 y 30, pasaba por Musicalia a comprarme un disco caro, uno barato y uno de oferta (Ahora caigo en cuenta de que, inconscientemente, repliqué el modelo de los tres juguetes: el básico, el no básico y el dirigido. Solo que en el socialismo me tocaba una vez al año y en el capitalismo, dos al mes).
Poco a poco, en la medida en que Musicalia se hacía más pequeña, mi iTunes crecía. Llegó el día en que ya dejé de usar los CDs (mi iBook y mi Jeep ya no tienen dónde reproducirlos). Todo mi ecosistema sonoro de pronto se convirtió en algo intangible, que solo podía verse a través de una pantalla.
Ahora, mientras andaba por Google Earth, buscando una rara estación cuya foto han subido en la página de Trenes de Cuba, recibí la alerta de que se me estaba descargado Salvavidas de hielo, el nuevo disco de Jorge Drexler. Una a una, las canciones fueron cayendo en mi disco duro.
Vengo de pasar la noche vigilando a un ciclón, estoy todavía en cama, saboreando el primer Bustelo del día y empiezo a oír "Movimiento", la genial canción con la que empieza el álbum. Los golpes de varias manos sobre varias guitarras me sacan de Alquízar, el punto de la Línea Oeste que sobrevolaba.
Entonces pensé que la vida moderna no es tan mala como uno a veces se imagina, que solo hay que aprender a convivir con ella de una manera responsable, como algunos tratamos de hacer con la naturaleza. Como Diana se está bañando y el ruido del agua al caer no la deja oírme, comparto esa idea con ustedes primero.

20 septiembre 2017

TGM8

Desconozco la razón por la que el color naranja se convirtió en el distintivo de la industria azucarera en Cuba. El uniforme de Las Villas, mi equipo de béisbol, tenía un central bordado en la manga y era anaranjado hasta la altura del pecho. Por la fortaleza de sus bateadores, Bobby Salamanca (el más grande narrador que tuvimos) le puso “La Trituradora Naranja”.
Por mi casa, la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones, pasaban a diario decenas de tolveros en dirección a la Terminal de Azúcar a Granel de Cienfuegos. Desde la locomotora hasta el caboose estaban pintados de naranja. Cada vagón llevaba 60 toneladas de azúcar. Aunque estaban herméticamente cerrados, dejaban un empalagoso olor a su paso.
Ahora recuerdo aquellos trenes por los pitazos de sus locomotoras, las TGM8 de fabricación soviética. Melesio Monzoña, el carpintero de mi pueblo, era conductor de una de ellas. Gracias a él hice varios recorridos en aquellas máquinas.
Esa era unas de las ventajas de pertenecer a una familia de ferroviarios, los tripulantes de los trenes hacían ciertas concesiones conmigo. Mi primer viaje en la TGM8 de Mele fue de Cumanayagua a Camarones. Era el día del pase en la secundaria de El Nicho y cuando llegué a la estación supe que habían cancelado al Mixto, el tren de viajero que me llevaría hasta mi casa.
“¡Te vas conmigo, Camilito!”, me dijo Mele mientras pedía vía para su tren de arena extraída del río Arimao. Cuando pasábamos por Breña, la máquina arrolló a varios chivos que dormían en la línea. La cabeza de uno de ellos, como en las peores películas de terror, se mantuvo colgando de la defensa por kilómetros.
Años después, en el crucero del central Espartaco, volví a subirme a la locomotora de Mele para ir a mi casa. “¡Te vas conmigo, Camilito!”, me gritó mientras me hacía señas para que me subiera a la máquina en movimiento. Entonces, ni él ni yo sospechábamos que esa sería la última vez.
Ya no existen ni el ramal Cumanayagua ni el central Espartaco, pero de vez en cuando busco en YouTube los pitazos de las TGM8. Esa es mi manera de volver a viajar en la locomotora de Mele o de ver pasar los trenes de azúcar frente a mi casa.
A veces cierro los ojos y busco dentro de mí el empalagoso olor que dejaban a su paso.

18 septiembre 2017

Mariposas

El arroyo Cercado es la colindancia entre Quintas del Bosque (donde está la Loma de Thoreau) y un monasterio cisterciense. Del lado de los monjes, toda la orilla está sembrada de mariposas. Las trajo de Cuba un religioso que vivió un largo tiempo en la isla.
Al principio, cada vez que Diana y yo bajábamos a la cascada, subíamos con algunas posturas. Luego Alito, nuestro jardinero, siguió sembrando las zanjas y los lugares más húmedos. Hoy, al cabo de todos los temporales que han caído, ya tenemos un enorme monte de mariposas.
Mi abuela Atlántida también tenía muchas en el patio de la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones. Todas las mañanas bajaba a cortar dos o tres puchas para ponérselas a sus muertos. Durante mi infancia, nunca le faltaron mariposas al recuerdo de José Mosteiro y María Góngora (los padres de mi abuela).
Luego, cuando mi abuelo Aurelio murió, también cortaba mariposas para su retrato. Las cambiaba al amanecer, mientras le ponía una tacita de café y le decía algo en voz muy baja. Nunca supe lo que murmuraba junto a la fotografía de mi abuelo.
Ahora, cada vez que bajamos de la Loma, Diana viene cargada de mariposas. Las pone junto a la Virgen del Carmen de madera que trajo de Guatemala. Desde entonces, las mañanas de El Bohío huelen igual que las de mi infancia. Le debo eso a las flores, a los rituales de mi abuela y al monje que las trajo de Cuba.
A todos ellos y a Diana les doy las gracias por la extraña felicidad que me acompaña cuando amanece, mientras el olor de las mariposas se riega por toda la casa.

14 septiembre 2017

Orden de Vía Condicional

La mayoría de mis Yero fueron ferroviarios. Mi abuelo Aurelio y su amada Atlántida, mis tíos Aldo, Cary, Rafelito, Argelia y Eloy, mi madre y mis primos Ale, Lourdes, Alahím y Lazarita. Desde 1930 hasta 2012, tres generaciones de mi familia se dedicaron al movimiento de trenes y autorizaron con su apellido incontables viajes por el centro de Cuba. 
Empezando por mi abuelo, el primero, y terminando por Alahim, el último, fueron jefes en las estaciones de Camarones, Caibarién, Camajuaní, Sagua la Grande, Concha, San Fernando, Cumanayagua, San Andrés, San Juan, Cruces, Potrerillo, Jorobada, Mataguá, Perseverancia, Aguada, Rodas, Cienfuegos...
Esta Orden de Vía fue hecha por mi tía Titita (Argelia) en San Juan de los Yeras el 9 de octubre de 1989. La pidió uno de los carahatas que circulaban entre Ranchuelo y Mataguá. Ese ramal ya no existe, esa estación está en peligro de derrumbe, ese mundo (¡mi mundo!) ya desapareció. Esos trenes ya no vuelven.

13 septiembre 2017

¿Dónde está Raúl Castro?

Diez muertos y la destrucción de toda la costa norte del país no ha sido suficiente. Raúl Castro sigue sin salir de su guarida. Esa es la razón por la que Diario de Cuba —desde una nota editorial— y millones de cubanos —desde el desamparo y la indignación— preguntan dónde está.
“Mientras el presidente de Francia, el secretario del Exterior de Gran Bretaña y el rey de Holanda visitaron el martes los territorios caribeños asolados por el meteoro, el general sigue sin dar la cara a los cubanos, a los que sí ha pedido ‘confianza en la Revolución’”, comenta la publicación.
Aunque Granma publicó un llamado al pueblo donde aseguraba que “la Revolución no dejará a nadie desamparado y desde ya se toman medidas para que ninguna familia cubana quede abandonada a su suerte”, miles de hogares que lo perdieron todo siguen sin recibir la más mínima ayuda.
A sus 86 años, el dictador cubano no está en condiciones físicas ni mentales de comandar la recuperación del país. Esa debe ser la razón fundamental por la que no lo sacan a la calle ni siquiera a proferir consignas o arengar un tumulto de acólitos.
Irma desnudó las miserias de la revolución y dejó en evidencia la ineptitud de sus líderes. Cuba ya se sabe incapaz de alcanzar la gloria que le habían prometido y, tal como vaticinó su Comandante en Jefe, se hunde en el mar… de sus propias ruinas.

11 septiembre 2017

Con el agua al pecho

Encontré esta imagen en un muro de Facebook. Ilustra a la Cuba actual como pocas. En ella se aprecia muy bien ese país en ruinas que sobrevive de catástrofe en catástrofe, sin producir nada que lo haga avanzar en alguna dirección (cuando se está atascado cualquier movimiento es mejor que nada).
El mar, impulsado por el huracán Irma, ocupa las calles de La Habana. Parecería que no hay tiempo que perder; sin embargo, este grupo de habaneros juega a desperdiciarlo. Poco antes de dar con esta foto, leí un diálogo entre dominicanos. Comentaban “la gran disciplina del pueblo cubano”.
“Es admirable —dijo uno de ellos— todo lo que hace la revolución para minimizar el impacto de los desastres naturales”. Otro resaltó el millón de evacuados y hasta un grupo de actores que hicieron representaciones para que los refugiados disiparan el stress.
¿No es acaso Cuba una gran concentración de damnificados? El problema de los cubanos no son las tensiones de una tormenta, sino la paupérrima vida cotidiana que les espera tras su paso. Estuve tentado a compartir con ellos esta imagen, pero ese tipo de discusiones ya me hastía.
Mañana, cuando las aguas vuelvan a su nivel, se robarán algo, comprarán algo robado o —si tienen la suerte de tener un familiar en el exilio— llamarán para que les resuelva sus problemas.  Hoy el mar le da por el pecho, mañana será la realidad quien les provoque la misma sensación de asfixia.
Por eso no se les ocurre nada mejor que darle agua al dominó de sus vidas.

10 septiembre 2017

El miedo también acabará derrumbándose

Mi solidaridad total con mis compatriotas, esos que no tuvieron la más mínima oportunidad de recuperarse de la catástrofe Fidel antes de enfrentar al huracán Irma. Cuba hoy es ruina sobre ruina y el régimen que la oprime hará bien poco por su recuperación, porque consume todas sus energías en reprimir a su pueblo y en sofocar todo intento de mejoría. 
Cuba ya se había quedado sin futuro antes de que Irma demoliera su presente. Ahora, como nación, solo nos queda la intemperie del pasado. Por eso dejo aquí mi solidaridad total con mis compatriotas que viven encerrados entre ciclones. Algún día esos muros dejarán de ser una amenaza, tanto para los de adentro como para los de fuera. El miedo también acabará derrumbándose.