El
arroyo Cercado es la colindancia entre Quintas del Bosque (donde está la Loma
de Thoreau) y un monasterio cisterciense. Del lado de los monjes, toda la
orilla está sembrada de mariposas. Las trajo de Cuba un religioso que vivió un largo
tiempo en la isla.
Al
principio, cada vez que Diana y yo bajábamos a la cascada, subíamos con algunas
posturas. Luego Alito, nuestro jardinero, siguió sembrando las zanjas y los lugares
más húmedos. Hoy, al cabo de todos los temporales que han caído, ya tenemos un
enorme monte de mariposas.
Mi
abuela Atlántida también tenía muchas en el patio de la estación de ferrocarril
del Paradero de Camarones. Todas las mañanas bajaba a cortar dos o tres puchas
para ponérselas a sus muertos. Durante mi infancia, nunca le faltaron mariposas
al recuerdo de José Mosteiro y María Góngora (los padres de mi abuela).
Luego,
cuando mi abuelo Aurelio murió, también cortaba mariposas para su retrato. Las
cambiaba al amanecer, mientras le ponía una tacita de café y le decía algo en
voz muy baja. Nunca supe lo que murmuraba junto a la fotografía de mi abuelo.
Ahora,
cada vez que bajamos de la Loma, Diana viene cargada de mariposas. Las pone
junto a la Virgen del Carmen de madera que trajo de Guatemala. Desde entonces,
las mañanas de El Bohío huelen igual que las de mi infancia. Le debo eso a las flores,
a los rituales de mi abuela y al monje que las trajo de Cuba.
A
todos ellos y a Diana les doy las gracias por la extraña felicidad que me
acompaña cuando amanece, mientras el olor de las mariposas se riega por toda la casa.
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