30 junio 2013

Nuestra tierra

Dice José Saramago que para poder construir en un terreno, primero es necesario darle nombre. Antes de sembrar o levantar algo, el hombre realiza la “operación lingüística de nombrar las cosas”. Justo esa acción provocó que Eliseo Diego escribiera uno de los más hermosos textos de la poesía cubana. 
Al Paradero de Camarones no encontraron cómo llamarle. Mi pueblo tiene uno de los nombres más literales que conozco. En ese punto se bajaban del tren los viajeros que iban para San Fernando de Camarones. Esa parada, esa acción, nos describe a todos, incluso a los que nunca llegaron a salir de aquí. 
Luego nuestra tierra empezó a tener otros nombres y tuvimos cómo llamar a cada esquina de este reducido lugar: la Vía Estrecha, la represa de Ciprian, la tienda de Luis Vada, la bodega de Chena, la barbería de Felipe Marín, la poza de El Tranvía, la quinta de Ojeda, el garaje de Luzbel, el barrio de Las Latas, el bar de Roberto, el Callejón de La Flora, la valla de Rigo, el potrero de Felo López… 
Nada aquí se basta por sí mismo para tener un nombre, como el pueblo, acaba adoptando la denominación que le dio origen. Quizás todo hubiera sido distinto si antes de clavar la primera tabla de lo que fue el primer anden, se hubieran dignado a llamar al lugar con un nombre propio, independiente al de un caserío que distaba 7 kilómetros al Este. 
Nuestra tierra debe todos sus nombres, nunca tuvo uno que fuera suyo y de nadie más.

20 junio 2013

La primera vez que somos campeones sin Víctor Mesa


En un principio, a Víctor Mesa teníamos que escucharlo jugar. Los estudiantes de la escuela de El Nicho, en lo alto de las montañas del Escambray, hacíamos un círculo alrededor de un radicieto Taíno. A duras penas aquel pequeño artefacto lograba sintonizar la señal de Radio Rebelde.
Bobby Salamanca describía cada gesto del número 32. Entonces, ya lo había bautizado como la “Explosión Naranja” y narraba con pasión sus carreras en círculos por el jardín central, sus brincos, sus manoteos, sus gritos. Luego, cuando por fin pudimos verlo en un televisor, comprobamos que era tal como lo describía el gran Bobby.
Ese año Villa Clara implantó un récord que aún está vigente en el béisbol cubano: 41 victorias y solo 8 derrotas. La revista Bohemia publicó una foto donde Víctor Mesa llegaba a home con los brazos abiertos, envuelto en una nube de polvo, después de conseguir una de sus estafas más memorables. La recorté y la pegué encima de mi litera.
Luego, en los años 90, fuimos campeones por tres años consecutivos. El héroe indiscutible volvió a ser Víctor, quien convertía cada juego en un espectáculo inolvidable. Desde entonces, a muchos les pareció que esa inteligencia natural de la Explosión Naranja para jugar al béisbol, podía convertirlo en un gran mánager cuando llegara el momento del retiro.
Así fue. Víctor primero dirigió a Villa Clara (hasta que la relación fue insostenible), luego a Matanzas y por último acabó consiguiendo las riendas del Cuba. Justo al mando de esa última escuadra, decidió prescindir de los servicios de Ariel Pestano, el mejor receptor que ha tenido Cuba y viejo compañero de equipo. “Se había acostumbrado a perder”, fue su excusa.
A la final del campeonato nacional llegaron Villa Clara y Matanzas. Un jonrón con bases llenas de Pestano nos devolvió la corona y derrotó una vez más a Víctor Mesa como mánager. “Fue justicia divina”, dijo Ariel, quien le hizo un gesto desafiante a Víctor cuando pasó frente a él, mientras corría las bases y celebraba el batazo.
Es la primera vez que somos campeones sin que Víctor Mesa sea uno de los nuestros, mejor dicho, sin que Víctor Mesa sea el mejor de los nuestros. 

19 junio 2013

La vuelta a Cuba en 16 días


(Introducción al libro La vuelta a Cuba, que Capital Books presentará en septiembre de 2013)

La inmensa mayoría de los textos que aquí se recogen están publicados en mi blog El Fogonero. Ninguno de ellos fue concebido para que resistiera la prueba de la tinta. Su hábitat es una bitácora virtual, donde rehago, corrijo y borro constantemente. Estas son las más recientes versiones, pero no las últimas. Es probable que, si se vuelve a la web, se hallen más cambios y recreaciones. Esa obsesión es ya incorregible.
El mismo día que Diana Sarlabous me propuso que hiciéramos juntos un viaje de regreso a Cuba, decidí llevar un diario. Lo hice tratando de no volver a caer en una trampa. Muchas veces, cuando intento recordar alguna experiencia, los detalles son tan insuficientes que no puedo resolver nada con ellos. Siempre acabo haciéndome la misma pregunta: ¿por qué no hice apuntes?
Me compré un cuaderno Black n’ Red, tijeras y lápices. Pegué en ellas los itinerarios que haríamos, la tabla de distancias y un sinnúmero de claves que nos guiarían durante los trayectos. Cada vez que llegábamos a un hotel, Diana sacaba el cuaderno y me lo ponía delante. Pero nunca funcionó. No escribí casi nada y lo poco que puse apenas tiene relevancia.
Cuba me dejó sin palabras, literalmente. Una vez de regreso en Santo Domingo, se me deshizo el nudo que tenía en la cabeza y comencé a publicar los posts en el blog. Debo confesar que, de no haber sido por las interacciones de muchos amigos y no pocos desconocidos, no habría escrito tanto. Este libro existe por ellos y por Diana, que tiene una manera de dar aliento que no deja cabida al reposo.
Llegamos al aeropuerto de Rancho Boyeros en la tarde del 17 de septiembre de 2011. Nos fuimos de Cuba el 2 de octubre. Entre esas dos fechas ocurrieron la mayoría de las cosas que aquí se cuentan. Al principio advertí que estos textos están sacados de su ambiente original, que es la web. Es probable que el papel aumente sus defectos. Si alguna queja tengo de ellos, es que no alcanzan a traducir la intensidad de todo lo que vivimos.
Mientras estaba en el proceso de copiar y pegar los posts en un archivo de Word, di con otros textos que también encontraron cabida aquí. Me cuesta mucho trabajo respetar la pureza de los géneros, me agobia atenerme a los hechos; prefiero intercambiar formas literarias y subvertir fechas. Eso me ayuda a que las cosas se parezcan más a lo que hubiera querido que fueran.
Cuando era niño, mi padre solía llevarme de vacaciones al Hotel Hanabanilla, en las montañas del Escambray. Hasta allí llegaban unos ómnibus enormes con una gran cartel en el costado: “La vuelta a Cuba”. Mi cara de asombro durante este viaje de regreso, debió parecerse mucho a la de aquellos turistas, que por lo regular eran soviéticos, húngaros o búlgaros. Los lugares me parecieron tan extraños como a ellos.
A Diana se la llevaron de Cuba a los cinco años y no volvió hasta cuatro décadas después (justo unos meses antes de nuestro viaje). Por eso insistía en que le enseñara el país que ella no pudo vivir. Eso me convirtió, sin quererlo, en un guía turístico. Pero no previmos algo y eso nos hizo cometer un error de cálculo. Ninguno de los dos, ni Cuba ni yo, éramos los mismos.
No intentamos conocer ni entender la Cuba actual. Las experiencias que vivimos sucedieron dentro de la ruta que nos habíamos trazado: los amigos más entrañables que quedan en La Habana y los familiares que aún viven en Las Villas y Oriente. Este libro es fruto de esos encuentros y de varios cotejos: nostalgia y presente, pasado y realidad, literatura y olvido.
La ilustración de la portada del libro, realizada por Basic, está basada en una fotografía que hizo Diana Sarlabous de la puerta de la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones.

15 junio 2013

"Caribe Deluxe", la poesía de los gestos dominicanos


(Publicado en la columna Como si fuera sábado, dela revista Estilos)

Hace más de cuatro semanas que vi “Caribe Deluxe”, la más reciente obra de Marianela Boán, y todavía me está haciendo pensar. El espectáculo del Proyecto de Danza Contemporánea, como cada obra que he visto de la maestra Boán, en cualquier geografía o circunstancia, me llenó de cuestionamientos y reafirmaciones.
Cuando salí de Bellas Artes, en la noche del estreno, llevaba una especie de euforia por dentro. Había visto sobre el escenario, representadas con gestos, música, luces, ironías, silencios y oscuridades, algunas de las esencias más dramáticas de la República Dominicana contemporánea.
Por eso me llamó tanto la atención la crítica, “Caribe Deluxe, crónica de sol y sucesos”, que Carmen Heredia publicó en el periódico Hoy. Por un momento pensé que Heredia se refería a otro espectáculo. Me costaba trabajo entender cómo fuimos capaces de estar en un mismo sitio, a la misma hora, y sacar conclusiones tan diametralmente opuestas.
La única explicación que le encontré es que tenemos concepciones muy diferentes de lo que es la cultura y para qué sirve producirla. A juzgar por su texto, Heredia quiere que la danza sea un espectáculo que exalte la belleza y complazca al espectador. Yo, en cambio, me niego a entrar a un teatro donde no se me convide a pensar.
“Este ballet hecho por dominicanos, por una compañía nacional, no contribuye a elevar la imagen de nuestro país”, subraya Carmen Heredia. Se equivoca por partida doble. Primero, el ballet no solo fue hecho por dominicanos. En él también participaron cubanos y costarricenses, gracias a eso, puede presumir de una gran riqueza multicultural, algo que tanto se agradece en estos días. Segundo, “elevar la imagen de un país” no es algo que le corresponda al arte.
Creo que Heredia confunde la danza contemporánea con esos espectáculos pueriles que se producen en las piscinas de los hoteles para los turistas. Ese tipo de postales complacientes le corresponden al Ministerio de Turismo, no al de Cultura, que está para apoyar a los creadores y facilitar espacios donde se puedan expresar con libertad.
Donde Carmen Heredia ve “habilidades físicas”, yo veo riqueza expresiva. Donde ella solo advierte “proezas gimnásticas”, yo veo una eficaz teatralidad. Lo que para ella es repetitivo, para mí es una necesaria insistencia. Lo que a ella le resulta “falto de poesía” (sic), para mí es simplemente poesía, construida de una manera honesta, sin artificios ni concesiones.
Durante muchos años, el Teatro Nacional fue una vitrina donde se exhibía, con unas galas insultantes para un país tan pobre, lo que una élite reducidísima reconocía por cultura. Por eso Montserrat Caballé era bienvenida y Fefita la Grande despreciada. Afortunadamente ya eso cambió.
Me contaron que una vez José Antonio Rodríguez, el actual ministro de Cultura, tuvo problemas para entrar a un espectáculo. Había pagado su boleta pero andaba en jeans y tenis. Las apariencias eran más importantes que las esencias. Parecería que es justo eso es lo que quiere la crítico que haga Marianela Boán en “Caribe Deluxe”.
Si a Carmen Heredia le parece violento lo que pasa en el preámbulo de la obra, la convido a que baje los vidrios de su carro en cualquier semáforo de la ciudad. A lo mejor respirar ese aire y mirar el paisaje sin el filtro del papel entintado, le ayudará a entender mejor. Vivimos en el exótico trópico, eso es cierto. Pero somos un país, lleno de tragedias y virtudes, insisto, un país, no una postal para turistas.

07 junio 2013

El más grande sueño hotelero de Héctor Concari


Hay varias maneras de presentar a Héctor Concari. Una, es geográfica: se trata de un uruguayo que vivió muchos años en Venezuela, antes de mudarse a Santo Domingo. La otra, literaria: ha tenido que escribir las novelas y los cuentos que no encontró en sus libreros ni en las pantallas de los cines.
Pero si nos ceñimos a lo estrictamente laboral, hablo del country manager de la cadena Hilton en República Dominicana. Un tipo que disfruta muchísimo su oficio desde que empezó a entender los hoteles como un escenario y a los huéspedes como actores de una película interminable, que todos los días cambia de guión.
Conocí a Concari por Alejandro Aguilar, quien me presentó ante los Búfalos, una “secta secreta” que se reúne cada 15 días para compartir libros, ideas y destilados. En nuestro último encuentro, que estuvo signado por Julio Cortázar y el jazz, hizo una declaración. Cuando ya habíamos avanzado más allá del segundo whisky a las rocas, Héctor confesó cuál era su más grande sueño hotelero.
—Sueño con ser el manager del Habana Hilton —dijo poniendo una cara parecida a la de Harry el Sucio—. Un viernes en la tarde, después de terminar la jornada, me iría al bar del hotel. Pediría un trago del mejor ron cubano y encendería un habano. Luego, llamaría al meitre para hacerle una única pregunta: ¿A qué hora empiezan a tocar Chucho, Arturo y Paquito?
Anoche hice que Héctor contara su sueño varias veces. En cada nueva versión, él le ponía más dramatismo a la historia. Como si de verdad estuviéramos en el Habana Hilton y, con la luz a medio tono, esperáramos que Chucho, Arturo y Paquito comenzaran a tocar.
Al final de su sueño pensé en uno mío. Me imaginé subiendo por la Rampa, en dirección a un cartel lumínico que ya no necesitaba la palabra Libre, porque sería una redundancia. Iba con mucha prisa, pues Héctor Concari y el resto de los Búfalos me esperaban en el bar del hotel. Anochecía. La Habana se veía más esperanzada que nunca.

05 junio 2013

Yasiel Puig, el elefante ausente


El equipo de Cienfuegos tiene que ganar esta noche para seguir con vida en los play off del béisbol cubano. Las muñecas y la inspiración de un hombre podrían ayudar más que nadie a la novena de la Perla del Sur. Pero hay un problema, está a más de 2,400 millas de distancia.
Yasiel Puig, el elefante ausente, juega desde hace dos días con el mítico uniforme de los Dodgers. Después de convertirse en el cubano proveniente de Series Nacionales que firma el mayor contrato de Grandes Ligas (42 millones de dólares por 6 temporadas), el jardinero de Palmira se ha ganado el corazón de Los Ángeles en apenas 18 innings.
En su primera vez al bate con el nuevo azul, acudió al cajón de bateo como si lo hiciera en su casa, el 5 de Septiembre, y no en el imponente Dodger Stadium. Cinco lanzamientos después sacó una dura línea entre center y left.  Dos turnos más tarde, volvió a conectar de hit.
Pero el momento cumbre aún estaba por llegar. En el noveno los Dodgers ganaban por apenas una carrera y los Padres amenazaban con hombre en primera y un out. Kyle Blanks conectó un batazo a lo profundo del jardín derecho. Puig hizo un gran fildeo y tiró de aire a primera para doblar al corredor.
24 horas después, Yasiel sintió que ya estaba en condiciones de echarse a su nuevo equipo sobre los hombros. Conectó dos jonrones e impulsó 5 carreras, suficientes para que los Dodgers volvieran a ganar. Esta noche volverá a enfrentarse a los Padres de San Diego, casi a la misma hora que Cienfuegos se jugará la vida contra Villa Clara.
En medio de un desierto que acaba de conocer, el elefante ausente pensará más de una vez en sus antiguos compañeros. Entonces, su nuevo azul se tornará verde y el esplendor de Los Ángeles, excesivo, casi inabarcable, se le confundirá con la madrugada mortecina de su entrañable Palmira.