26 abril 2024

La lectora de Agatha Christie


Lérida Yero, mi madre, fue una gran lectora de novelas. Desde que tengo memoria, recuerdo un libro en su mesita de noche. También recuerdo a mi abuelo regañándola, porque siempre perdía los marcadores y acababa doblando la esquina de la página donde paraba de leer.
Aurelio, como yo, era obsesivo en el cuidado de los libros y no toleraba el más mínimo maltrato hacia ellos. Un día estuvo a punto de zafarse el cinto porque mi prima Lazarita insistía en doblar el libro hacia atrás cada vez que empezaba a leer la página de la derecha. “¡No lo hagas más!”, fue su ultimátum.
Con Lérida, sin embargo, se dio por vencido. Ella tenía una excusa. La mayoría de las veces, en los trayectos entre el Paradero de Camarones y Cienfuegos, se veía obligada a leer de pie y acababa perdiendo los marcadores. Aunque leía de todo, incluyendo a Tolstoi, Stendhal, Dostoievski, Balzac y Faulkner, su escritora preferida era Agatha Christie.
Siempre que daba con un nuevo caso de Hércules Poirot, dejaba lo que estaba leyendo para irse tras el célebre detective. Ya en su vejez, le gustaba repasar los títulos de los libros que se le quedaron en Cuba. Siempre empezaba por los de Agatha. Aunque se estaba quedando sin memoria, los recordaba todos:
Asesinato en el Nilo, El club de los martes, Diez negritos, El asesinato de Roger Ackroyd, Cinco cerditos, Cita con la muerte, Un puñado de centeno, El misterioso caso de Styles, Muerte en las nubes, El tren de las 4:50, Un triste criprés…
Me di a la tarea de conseguirle algunos y eso la hacía sobreponerse de la tristeza en la que la había sumido su enfermedad. Se frotaba las manos feliz. “Algo bueno tenía que tener esto que me pasa —me dijo el día que le regalé Muerte en el Nilo—. No recuerdo quién es el asesino”.
Ayer me puse a ver un documental sobre Agatha Christie y le perdí el hilo a la narración. La cabeza se me llenó de recuerdos de Lérida Yero, su gran lectora. La volví a ver en la guagua de Cruces a Cienfuegos, aferrada a uno de los tubos con una mano y sosteniendo el libro con la otra.
Leía justo hasta que llegaba al final del viaje. Entonces doblaba la esquina de la página, guardaba el libro en su cartera y descendía al mundo real.

25 abril 2024

Los camiones Berliet


Hace unos días, en YouTube, hice una búsqueda de camiones Berliet. Di con uno que avanzaba a través de un pueblo de los Pirineos. Aunque frío paisaje no tenía nada que ver con la abrasadora llanura villareña, el ruido de aquella máquina me bastó. Aparté la vista de la imagen para quedarme sólo con el sonido.
En mi infancia casi todo era en blanco y negro: los periódicos, la televisión y la mayoría de las películas que pasaban en el cine Justo. Sospecho que por eso nos llamaban tanto la atención los vehículos que llegaban de los países capitalistas. Sus colores brillaban y sus formas rompían la monotonía del paisaje.
La construcción de una represa y un canal en las cercanías del Paradero de Camarones, hizo que un enjambre de Berliet irrumpiera en nuestra cotidianidad. Me gustaba verlos pasar por el crucero de San Fernando. En las horas que no había transmisiones televisivas, los trenes y aquellos camiones, que iban y volvían con la insistencia de las hormigas, eran mi entretenimiento.
Cuando terminaron el canal (que se extiende desde Paso Bonito, en Cumanayagua, hasta las inmediaciones de Ciego Montero), los Berliet dejaron de pasar. En una ciudad ese hecho pasaría inadvertido, pero en un pueblo tan pequeño como el mío se tradujo en un silencio insondable.
Por eso quise recuperar su sonido y volver a través de esa represa que son los años en Cuba. Casi todo era en blanco y negro, menos sus brillantes colores. La marca francesa, de la que también llegaron a la isla unos autobuses que circularon en Santa Clara, desapareció en 1981. La sociedad donde nací y me crié, unos doce años después.

23 abril 2024

Felicidades a la embajadora del Ron de los Dominicanos

Diana y yo junto a Luis y Susan en el Santuario de Nuestra Señora
de Covadonga, Asturias.

Diana Sarlabous y yo estamos orgullos de que nuestra hermana Susana Ortega, taratanieta de Andrés Brugal y embajadora de Ron Brugal, acaba de recibir el premio The Ultimate Rum Brand Ambassador 2024, un certamen organizado a través de Women Leading Rum y que celebra la creatividad, la visión, el liderazgo y el avance de las mujeres en la industria del ron a nivel global.
Ahora tenemos una nueva razón para seguir celebrando junto a ella y a Luis Concepción, una de las personas de las que más he aprendido y que más tiempo se ha tomado en enseñarme desde mi primer día laboral hasta hoy.
¡Felicidades, querida Susan!

16 abril 2024

El primer libro que leí

Hace unos días, en una de nuestras conversaciones por WhatsApp, Salvador Lemis me confesó que el primer libro que leyó fue Cómo entre todos salvaron al chivito, del escritor ruso Serguéi Mijalkov. Después de dar con él, enviárselo en PDF y dejarlo mudo por un buen rato, corrí a buscar el primer libro que leí.
Al repasar sus páginas, pude comprobar que sigo estando en deuda con ese libro rojo (tuvo una sobrecubierta blanca que perdió por culpa de mis primos, que no eran tan cuidadosos como yo). Ahí estaba la primera lección que recibí sobre cómo contar una historia con introducción, desarrollo, clímax y desenlace.
Los Cuentos y estampas de Vladimir Suteiev (Editorial Progreso, 1970), también me enseñaron a imaginarme diálogos muchos años antes de que, en clases de dramaturgia, me dejaran de tarea las obras de Henrik Ibsen, Antón Chéjov, Eugene O'Neill, Tennessee Williams y Edward Albee. 
Mucho antes de enfrentarme a Nora y Torvaldo, Irina Arkádina, Ephraim Cabot, Blanche DuBois, Martha y George; el pollito y el patito, los tres gatitos, el gallo y la gata caprichosa fueron personajes igual de sorprendentes, que me llenaron de inquietudes, interrogantes y, sobre todo, misterio.
Hoy, con esa injustificada felicidad que sólo se halla en la infancia y luego en la nostalgia, volví a leer varias fábulas de Cuentos y estampas. Nunca le había dado las gracias Suteiev, jamás había reconocido mi deuda con él. Y ese es, probablemente, uno de los actos más injustos que he cometido en mi vida.
Aquí estoy, Vladimir, pidiéndote disculpas, a bordo de un barquito hecho con una nuez, una pajita, un hilo y la hoja de un árbol. Gracias por ser uno de los mayores responsables de que yo acabara teniendo imaginación.


15 abril 2024

Michel Camilo: "sólo que el guaya la yuca cosecha el éxito"


(Publicada originalmente en Diario Libre, el 10 de febrero de 2004)

Michel Camilo apenas ha dormido y está prácticamente afónico. Aún no se recupera de una de las noches más felices de su vida. El pianista dominicano declinó asistir a la gala de los Grammy para dar un concierto en el Festival de Jazz de Boston. Por ello, recibió un diploma de gratitud a nombre del senado de Massachusetts. Un minuto antes de que empezara el concierto llegó la noticia. Primero oyó una ovación. Luego supo que era por él, por su Grammy. El auditorio estuvo varios minutos de pie. No contentos con eso, muchos hicieron una larga fila para saludarlo en persona.
 

¿Cómo pudo empezar a tocar después de una algarabía semejante?

Ni yo mismo lo sé. Tuve apenas unos minutos para recuperarme de la euforia. El público no cesaba de aplaudir y sólo pude callarlos con el sonido del piano. Luego supe que se habían agotado todos los discos en apenas una hora. Fue un concierto muy emotivo y la fiesta duró hasta el amanecer. Creo, sobre todas las cosas, que ese premio es la prueba de que ha valido la pena tanto sacrificio.

 

¿Lo esperaba, creía que tenía posibilidades?

Todos los trabajos nominados son muy buenos. Uno de mis maestros y uno de los músicos que más admiro, Chucho Valdés, estaba en la lista. Es muy difícil pensar en las posibilidades que uno tiene si sabe que se enfrenta a un verdadero dios del jazz latino. Cuando se recibe algo así enseguida se piensa en ellos, en los que lo han influido, por eso no trataba de no darle mucha mente a lo de las posibilidades.

 

¿Qué significó para usted hacer un disco en vivo en el Blue Note?

No lo puedo decir con palabras, es demasiado. Hay cosas que prefiero decirlas delante de un piano, las palabras no me alcanzan para resumirlas. El Blue Note es un templo, es la catedral del jazz. Allí sólo toca lo mejor de lo mejor. El que se me permitiera tocar allí ya es un premio, poder hacer el disco es un premio doble. 

 

¿Cómo es el público del Blue Note, ese que se oye aplaudir en el álbum?

Es un público exquisito y extremadamente exigente. Los que van al Blue Note saben muy bien lo que es el jazz, no se les puede timar. Ellos saben cuándo hay que aplaudir, reír, llorar o hacer silencio. El público del Blue Note ha sido testigo de noches verdaderamente inolvidables. Muchos de los hitos del jazz moderno han sucedido allí. Noche a noche, improvisación tras improvisación, en el Blue Note se escribe la historia del jazz de hoy en día.

 

¿Cómo ve al jazz latino en estos momentos?

Muchos pensaban que cuando los precursores del jazz latino desaparecieran, caeríamos en una crisis irreversible. Pero han surgido jóvenes muy talentosos y los que llamábamos jóvenes hasta hace poco ya se han convertido en maestros, en figuras claves.  El jazz latino está en un momento de esplendor. Cuando digo esto pienso, para sólo poner un ejemplo, en David Sánchez, el saxofonista boricua que a pesar de su juventud se ha convertido en un referente obligatorio.

 

Siempre hace referencia a su deuda con Paquito D'Rivera. ¿Qué significó realmente su encuentro con él?

Paquito, allá en Nueva York, debe haber celebrado este premio como si fuera suyo. Él fue esencial en mi formación. En el tiempo en que yo formé parte de su agrupación se convirtió en un perenne tutor, en un padre.  Paquito fue mi padrino en la diáspora. Él vive en carne propia eso de estar lejos de la patria y me ayudó muchísimo. Su ejemplo, su rigor, determinaron mi desempeño posterior. 

 

Además de Paquito, ¿tuvo algún otro padrino?

Sí, don Mario Rivera, el único dominicano que hacía y hace jazz latino en Nueva York. Mario también jugó un papel muy importante en aquellos años tan duros.

 

¿Por qué escogió el Centro León para presentar su disco aquí?

Porque me conmovió descubrir que en mi país ya había una institución como esa. Cuando entré me llené de orgullo. Me dije: caramba, esto está en República Dominicana.

 

¿Cuándo vuelve al país?

Vuelvo para el Casandra. Ojalá que pueda tocar ese día. En esa fecha estaré cumpliendo compromisos en México, pero volaré a Santo Domingo para estar con los míos y celebrar con los míos.

 

¿Podría enviarles un mensaje a los más jóvenes músicos dominicanos, en especial a los que hacen jazz?

Sí, claro. Este premio no es un regalo, es una recompensa por mucho, muchísimo sacrificio. Por eso le pido de corazón a los jóvenes músicos dominicanos que trabajen duro, muy duro, que estudien y toquen todos los días. Sólo que el guaya la yuca sin descanso es el que cosecha el éxito y los aplausos.

12 abril 2024

Luis Gómez: Un puente que cruza el olvido


En el número 4 de 2001, La Gaceta de Cuba publicó esta entrevista que le hicimos Lenay Blasón y yo a Luis Gómez. Esae encuentro nuestro con el gran poeta cienfueguero, animó a la Casa de las Américas a producir un disco que es una auténtica maravilla. Si tuviera que elegir una sola de todas las entrevistas que he hecho, me quedo con esta. Le agradezco a Norberto Codina y Vivian Lechuga el haber podido recuperarla. Gracias a ellos, ahora puedo compartirla en El Fogonero.




Las locomotoras de Espartaco

Aunque viví toda mi infancia en un pequeño pueblo rodeado de ingenios azucareros, nunca había visto uno por dentro. Por eso, a finales de los años 80, le pedí a un amigo de la familia (que en ese entonces era dirigente en Espartaco) que me permitiera conocer al central por dentro, en plena zafra.
Fue un largo y minucioso recorrido, empezamos por el basculador y acabamos en el lugar donde ser cargaban las tolvas de azúcar. Disfruté todo, desde el calor sofocante que provocaban los chorros de vapor, hasta el estruendo de las máquinas y las voces de los obreros que se escuchaban siempre como un lejano eco.
Al final abandonamos el edificio principal y caminamos hasta el taller de locomotoras. Allí estaban las máquinas que tanto había visto pasar por el cruzamiento de San Fernando y por el puente sobre el río Caunao. Una permanecía con el vientre apagado, en espera de que le donaran un órgano que nunca llegó.
Pero las otras dos respiraban agitadas, ya listas para salir en dirección a Paso del Medio y Manaquitas. Tuve una larga conversación con uno de los maquinistas. Le prometí que volvería para hacer el recorrido hasta el último centro de acopio. “Ese día serás el fogonero”, me prometió.
No tuve tiempo de hacerlo. El Espartaco, que antes se llamó Homiguero y había sido por más de un siglo el reloj de las zafras cienfuegueras, fue paralizado, primero, y demolido, después. En 2011, cuando volví con Diana a Cuba, me reencontré con las locomotoras. Permanecían expuestas a la sal del abandono en Cienfuegos.
Sigo arrepentido de no haber hecho ese viaje. Nadie lo ha dicho de una manera más clara que Joaquín Sabina: “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Hoy di con esta foto en Facebook. Ella es todo lo que queda de un lugar que fue borrado de la faz de la tierra.
Puedo oír la respiración agitada de esas máquinas, las veo hacer equilibrio en el cruce sobre el Caunao, el olor de su humareda aún va conmigo. Al menos dentro de mi cabeza, todavía hacen zafra.

10 abril 2024

Una cita con Salvador Lemis

Salvador Lemis me ha reenviado, desde México, las fechas de los próximos eclipses solares: 30 de marzo de 2052, 23 de septiembre de 2071, 11 de mayo de 2078 y 28 de noviembre de 2198. Segundos después, recibí una invitación suya que no puedo rechazar.
Cuando llegué a La Habana para estudiar teatro, a principios de los años 80, Salvador se convirtió en una especie de tutor para mí. Gracias a él descubrí la mejor polilla de la ciudad (así le llaman en Cuba a los lugares donde se venden libros viejos) y me hice adicto a la cinemateca.
Entonces vendían en los estanquillos una cartelera con la programación cultural de la semana, incluidas las películas que se exhibían en los más de cien cines qua aún le quedaban a ciudad. Más de una vez nos subimos a un autobús para cazar una película en un lejano cine de barrio.
No olvido la noche que fuimos a ver Fitzcarraldo al Chaplin. Durante todo el trayecto de la ruta 32, me fue comentando la obra de Werner Herzog y las fascinantes actuaciones que había dejado en ella Klaus Kinski. Se puso de pie cuando pasamos el puente Almendares, como si temiera perder la parada. 
Tuve excelentes profesores en la escuela de Cubanacán. A cada rato Raúl Martin (compañero de aula) y yo repasamos la lista y no dejamos de sorprendernos. “Eran los mejores posibles”, siempre subraya Raulito. Pero con quien más aprendí en aquellos años fue con Salvador.
—Dicen que el más emocionante es el que veremos en 2198 —me escribió al final de las fechas de los eclipses—. ¡Ya tengo mis lentes!
—Ahí estaré —le respondí—. ¡Yo también tengo los míos!
No pienso faltar a la cita.

08 abril 2024

Nada las eclipsó

Mis amigos en México, en los desiertos de California y al norte de todo eso se retrataron con espejuelos de cartón. Todos miraban al cielo como si esperaran alguna protección de él. A cada una de sus fotos le puse que me gustaba. Y era cierto. Me alegraba que tuvieran la oportunidad de ver a un astro atravesándose en el camino del otro.
Recuerdo los eclipses de mi infancia, los vi a través de un fondo de botella (preferiblemente verde). Si busco las fechas de los eclipses de los años 70 y 80, podría decir dónde me encontraba en ese momento. Paradero de Camarones, El Nicho, Manicaragua, El Guanal, La Habana, el Paradero de Camarones otra vez (no tenía tanta capacidad de movimiento en aquellos años).
Hoy, ya próximo a cumplir los 60, estaba muy pendiente del eclipse. Las personas mayores solemos tomarnos con más solemnidad de la cuenta esos eventos. Pero resulta que en la Cordillera Central dominicana no paró de llover y la Loma de Thoreau fue tomada por la neblina. No pude ver el eclipse, pero vi un día espléndido dominado por los aguaceros y la escasa visibilidad.
Nada eclipsó a la lluvia y a la neblina en mi mundo y no precisé de unos espejuelos de cartón ni de un fondo de botella para verlo. La felicidad se ve a simple vista.

07 abril 2024

El hombre de los dos pies izquierdos

Anoche, por primera vez en los 24 años que hace que vivo en República Dominicana, bailé merengue en público. Afortunadamente no hay testimonios gráficos del incidente. Tengo dos pies izquierdos y rara vez logran coordinarse entre si para seguir cualquier ritmo que vaya más allá de las canciones de Roberto Carlos y de "Hotel California" (pieza con la que logré una destreza danzaria increíble, sobre todo con las manos). 
Una vez le oí decir al maestro Gonzalo Rubalcaba que una de las mayores diferencias entre el son y el merengue la marcaban los bailadores. "Los cubanos ponen el pie en el silencio, los dominicanos en el sonido", resumió. Yo, indiscriminadamente. Le agradezco a Diana Sarlabous, apasionada bailadora de merengue, todo el esfuerzo que hizo para disimular mi incompetencia. Si no hicieron un coro a mi alrededor para burlarse y "cortarme leva", fue gracias a ella.