Hace unos días, en YouTube, hice una búsqueda de camiones Berliet. Di con uno que avanzaba a través de un pueblo de los Pirineos. Aunque frío paisaje no tenía nada que ver con la abrasadora llanura villareña, el ruido de aquella máquina me bastó. Aparté la vista de la imagen para quedarme sólo con el sonido.
En mi infancia casi todo era en blanco y negro: los periódicos, la televisión y la mayoría de las películas que pasaban en el cine Justo. Sospecho que por eso nos llamaban tanto la atención los vehículos que llegaban de los países capitalistas. Sus colores brillaban y sus formas rompían la monotonía del paisaje.
La construcción de una represa y un canal en las cercanías del Paradero de Camarones, hizo que un enjambre de Berliet irrumpiera en nuestra cotidianidad. Me gustaba verlos pasar por el crucero de San Fernando. En las horas que no había transmisiones televisivas, los trenes y aquellos camiones, que iban y volvían con la insistencia de las hormigas, eran mi entretenimiento.
Cuando terminaron el canal (que se extiende desde Paso Bonito, en Cumanayagua, hasta las inmediaciones de Ciego Montero), los Berliet dejaron de pasar. En una ciudad ese hecho pasaría inadvertido, pero en un pueblo tan pequeño como el mío se tradujo en un silencio insondable.
Por eso quise recuperar su sonido y volver a través de esa represa que son los años en Cuba. Casi todo era en blanco y negro, menos sus brillantes colores. La marca francesa, de la que también llegaron a la isla unos autobuses que circularon en Santa Clara, desapareció en 1981. La sociedad donde nací y me crié, unos doce años después.
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