30 abril 2021

Gracias, compay

Alex Fleites mi invitó a recordar, "alrededor del fuego de la amistad", a Bladimir Zamora Céspedes. Esta es mi contribución al dossier que él coordinó para On Cuba.

El reencuentro con Bladimir y Sigfredo Ariel, después de 10 años sin vernos.
No sabíamos que era la última vez que nos abrazaríamos.
La Habana, septiembre de 2011.

El día que cumplí 23 años, Bladimir Zamora me envió un telegrama a la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones. “Cami: Arsenio dice que hay fuego en el 23, no dejes que se apague. ¡Felicidades!”. No olvido la cara de desconcierto de Ramona, la encargada del correo, al entregármelo.
La Gaveta no era una casa, no tenía las condiciones mínimas para serlo, era un refugio donde muchos de mi generación le solíamos pedir asilo al Bladi. Allí escapábamos de la Cuba real y conocíamos una Cuba que ya solo existía en la memoria colectiva y en muchos libros y discos que él atesoraba allí.
Entre aquellas paredes en peligro de derrumbe oí por primera vez a Celia, Portabales, Machito, Graciela, Cachao, La Lupe, Machín y un sinnúmero de sonidos esenciales que habían permanecido en silencio por décadas. Allí también aprendí a oír de verdad a Beny, Matamoros, Arsenio, María Teresa, la Aragón…
La última vez que fui a La Habana, Diana y yo llevamos a Bladimir hasta el pie de la escalera de La Gaveta. Apagué el carro y salí. Cuando Bladi se perdió en la oscuridad, miré al balcón y me despedí también de aquel espacio vital para mí. Sabía que no volvería a ver a ninguno de los dos.
Gracias a iTunes, he podido recuperar los discos que conocí junto a Bladimir, mientras compartíamos lo que hubiera (desde rones de la peor calaña hasta buenos whisky, que también conocí allí). Los oigo a menudo. Antes, siempre me aseguro de servirle un trago al Bladi que suele caer sobre la bruma del Cibao. 
“Gracias, compay”, le digo mientras levanto mi vaso. A mis 53, el fuego no se apaga.

29 abril 2021

El artista eres tú


Luis Manuel Otero Alcántara mantiene su huelga de hambre y sed en La Habana. Ya muy débil, sostiene que no va a deponerla. La dictadura le llama mercenario. Abel Prieto, con su ya habitual cara de odio, trató de restarle importancia asegurando que solo se trata de un marginal.
Los esbirros que lo retuvieron y secuestraron sus obras (como antes secuestraron los manuscritos de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, por solo citar a dos de los más importantes escritores cubanos del siglo XX), violaron sus más elementales derechos y, de paso, a la ripiosa constitución cubana.
Los que llaman mercenario a Luis Manuel, se equivocan. En verdad es un joven con una incontenible necesidad de crear en un país en el que hay que pedir permiso hasta para tener imaginación. Quien le llama marginal, sin embargo, puede que tenga razón. Al final, todo el que no aplauda a la dictadura lo es.
Por eso me parece tan indignante el silencio, la complicidad, la cobardía o todas esas cosas a la vez de los escritores y artistas cubanos que aún no se han pronunciado a favor de la vida de Luis Manuel. Hasta para ellos es importante que viva, pero nadie lo necesita más que el futuro de Cuba.
Esa caricatura de país, esa finca privada y esa sociedad muerta solo volverá a ser una nación el día que un cimarrón como Luis Manuel pueda andar por su isla como un hombre libre. Es admirable que, ya al borde de la muerte, todavía le quede esperanza dentro del cuerpo. 
El artista es él. Y eso es lo que más impotencia les da.

28 abril 2021

Un fósil que vivirá con nosotros a partir de hoy


Ayer bajé al pueblo a resolver varias cosas en la ferretería. Siempre voy por el camino más largo, que es el más lindo. Va paralelo al Yaque del Norte y solo se separa de él para darle espacio a pequeños potreros con cercas de bienvestido que me recuerdan demasiado a las carreteras de mi provincia y al Paradero de Camarones.
Así fue que dí con un anciano que llevaba una carreta llena de guáyigas. Logré convencerlo de que me vendiera algunas. Pero al final se negó a ponerles precio. Me dijo que cogiera las que quisiera y le diera "algo". Eso es república Dominicana son 100 ó 200 pesos. Tomé 20 y le di 500 pesos. Los dos nos fuimos felices con la transacción. 
La guáyiga (Zamia Pubila) es un fósil viviente y una de las primeras plantas que habitó en las islas de Cuba y La Española. Son tan antiguas, que ya solo sobreviven dos insectos capaces de polinizarlas (Rhopalotria slossoni y Pharaxonotha zamiae). Todos los demás se extinguieron.
Los taínos la usaban para hacer almidón. Como en todos los colmados a nuestro alrededor hay Maicena, nuestras guáyigas solo vivirán para que aparezcan esos dos bichitos a polinizarlas y para darle alegría a nuestros corazones.

23 abril 2021

Orlando González Yero


El recuerdo más viejo que tengo de él fue una noche de frío. Tocaron a la puerta tarde en la noche. Aurelio y yo veíamos la televisión con Atlántida rendida en un sillón entre nosotros. Seguramente mi abuelo empezó a quitarse la manta con la que se abrigaba en esos meses y preguntó quién era.

—Soy yo, Orlando —oímos que dijo alguien desde el andén.

—¡Lando! —gritó Aurelio mientras mi abuela se despertaba de un salto.

El hijo mayor de Ía (hermana de mi abuelo) y Polín entonces trabajaba en el Minaz (Ministerio del Azúcar) y aprovechó un recorrido por los centrales de la zona para saludar a su hermano Leopoldo y a su querido tío. No recuerdo nada más de aquella visita, pero seguro que fue como todas las otras. 

Después de los abrazos y los besos, hablaron de la zafra, del ferrocarril, de la familia y de “la cosa” (que en Cuba quiere decir la situación del país). Luego lo recuerdo en el hospital Cardiovascular de La Habana, esperando junto a todos nosotros un milagro que salvara a mi tía Titita.

Era alto y usaba una boina, con seguridad más de una vez alguien lo confundió con el poeta Roberto Fernández Retamar. Un día, ya en los 90, mi tía Cary llegó perpleja a la casa. “Orlando se fue”, dijo. Cuando mi madre ya vivía conmigo en Santo Domingo, él solía llamarla casi todas las semanas.

—¡Muchachita! —le oía decir.

—¡Lando! —Respondía mi madre.

Estudió en la Escuela de Comercio de Cienfuegos y llegó a ocupar importantes puestos en los ministerios del Azúcar y la Pesca. Cuando Cuba perdió cada salida al futuro, se marchó al exilio. “Todos nos equivocamos y todos desperdiciamos nuestras vidas”, me dijo un día en casa de su hermano Aramís, en Miami.

Los Yero éramos una familia muy unida. Incluso Orlando, que vivió en La Habana desde muy joven, siempre encontraba la manera de volver al Paradero de Camarones para estar con los suyos. La última vez que nos vimos, me dijo que quería escribir la historia de su vida.

—Ya la memoria me falla —me dijo con tristeza.

Siempre se las ingeniaba para encontrar la palabra exacta y se expresaba con una elegancia que también se fue de Cuba. Murió en Jacksonville, junto a su esposa y sus hijos. Cada vez que nos encontrábamos me hacía muchísimas historias de la familia y del Paradero de Camarones. Verlo era, de alguna manera, volver.

—Mis nietos están creciendo como hombres y mujeres libres, eso lo compensa todo —solía decir cuando se ponía demasiado nostálgico.

Murió con esa alegría por encima de todas sus tristezas.


Mi último encuentro con Orlando. De izquierda a derecha, Aramís
y su esposa Miriam, yo, Orlando y su esposa Orlaida.

Hace 10 años que dejé de escapar


Hace 10 años que me rendí a su belleza y su autoridad. Desde entonces no me puedo separar ni de su olor. Todas las madrugadas a las cinco, cuando suenan su teléfono y el mío, nuestros pies se buscan y se dan los buenos días. Poco después lo hacemos nosotros. A partir de ahí, lo compartimos todo.
Solo hay una cosa que disfruto más que despertar junto a ella: cada sueño que hemos compartido, tanto dormidos como despiertos. Nunca había vivido con tanta intensidad cada día, semana, mes, año… Incluso disfruto cuando peleamos, porque no hay nada más rico para mí que reconciliarme con Diana Sarlabous.
Alejandro Aguilar, quien es el máximo responsable de que nos conociéramos, compartió hace poco una frase de Naguib Mahfuz: “Tu hogar no es donde naciste; el hogar es donde todos tus intentos de escapar, cesan”. 
Aunque la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones ya esté en ruinas, me gustaba decir que ese era todavía mi hogar. Ahora también puedo asegurar que soy del lugar donde viva junto a Diana Sarlabous.

20 abril 2021

Manos de sembrador


Las manos de mi padre eran grandes y callosas. Su pasión por la pesca y el campo le dieron tanta fuerza en los dedos y las muñecas, que solía prescindir de herramientas para hacer sus avíos y de guantes para sacar interminables palangres de la costa sur de Las Villas.
 
Muchas veces escondí mis manos en su presencia. Me apenaba no tener ni siquiera un rasguño delante de un hombre que asía la aleta dorsal de enormes peces a mano limpia. Hoy, después de pasarme el día entero sembrando, me serví un vino y me senté a disfrutar de mi obra. Entonces di con mis manos sucias.
Miguel Grillo pasó por República Dominicana y, aunque no pudimos vernos, me dejó un regalo esencial: dos posturas de caoba, dos posturas de cedro y un Brugal Siglo de Oro, la edición limitada de un ron que ya no se produce. Junto a las plantas de Miguel, sembré 20 caobas hondureñas y 20 robles australianos.
“¡Qué maravilla! —Me escribió cuando vio una foto de sus posturas ya echando raíces en la Loma de Thoreau— Que el tronco de esos árboles crezca como la satisfacción que me produce saberlos plantados. Recuerde, los hombres que comparten ideales se semejan a los bosques con grandes árboles, chocan sus copas y entrelazan sus raíces, se unen en lo más alto y en lo más profundo. Un abrazo grande de guajiro”.
Tengo tierra en las uñas, el cuerpo molido y esa extraña felicidad que me produce sembrar. Lástima que no pueda enseñarle mis manos a Serafín, me digo mientras acabo el vino. La noche, que se alista para pasarle por encima a la Cordillera, se acababa de parar delante de mí.

17 abril 2021

Zonas congeladas


E
n Cuba, los más altos dirigentes de la dictadura viven en “zonas congeladas”. Eso quiere decir que sus vecinos son sometidos a vigilancias y controles aún más estrictos que el resto de los ciudadanos del país. Nadie puede entrar o salir de esas calles protegidas por soldados fuertemente armados.

Ninguno vive en barrios obreros. Desde Fidel Castro hasta Miguel Díaz-Canel, se apropiaron de las casas de la antigua burguesía cubana en las más exclusivas urbanizaciones y las convirtieron en castillos medievales, protegidos por un alto muro del empobrecido feudo.

El comunista Pablo Iglesias, ya conocido como el Marqués de Galapagar, ha convertido a su vecindario en una zona congelada. En su discurso, sin embargo, ha reducido a Madrid a dos puntos cardinales: sur y norte. Como candidato, le pide al sur que lo apoye a desvalijar el norte.

Iglesias vivió en el sur hasta que empezó a vivir de la política. Desde entonces, se ha mantenido fiel a su discurso contra los ricos, la casta y las cloacas del estado. Pero no pudo ser consecuente. Al final él y su mujer, Irene Montero, otra radical comunista, no resistieron la tentación de mudarse al norte.

Viven en un chalet con piscina, niñeras y hasta cuidadores de perros. Sus vecinos ahora han sido sometidos a constantes vigilancias y controles. Desde una garita, los guardias que cuidan a Iglesias les piden documentos y explicaciones sobre sus movimientos y visitas.

Así empiezan todos, congelando la zona donde viven. Luego, cuando logran el poder absoluto, congelan al resto de país. Lo convierten en un páramo atrapado en el tiempo, que llama la atención de turistas que padecen de una extraña necrofilia: visitar sociedades muertas con ciudades detenidas en el tiempo.

Eso será Madrid si un día, como La Habana, llega a creerse el cuento de que solo hay dos puntos cardinales. “Con el sur todo, contra el sur nada”, acabarán escuchando cuando ya se les haga demasiado tarde. Mientras tanto, en Galapagar, un alto muro protegerá a los marqueses de su empobrecido feudo.

13 abril 2021

Husos Horarios


(Fragmento de la novela Atlántida)

El día que el maestro Gustavo nos enseño los husos horarios, extendió un mapa sobre la pizarra y nos pidió a El Chiqui y a mí que cerráramos las persianas del aula. Entonces apagó la luz y encendió su linterna. Así fue que conocimos al Meridiano de Greenwich y el tiempo universal coordinado.
—Ahora el sol está sobre Cuba —nos dijo, mientras alumbraba a nuestra isla—. Si se fijan, Hanoi está totalmente a oscuras y en Berlín se está haciendo de noche.
Cuando mencionó a Berlín algunos soltaron una risita y eso molestó tanto al maestro que encendió la luz del aula. Marita, que siempre está pendiente de todo, le hizo notar que no había apagado la linterna y le estaba dando en la cara a la primera fila.
—¡Me encandilé! —Dijo Tito Migollo— ¡No veo nada!
—¡Ponte frente a la pared para que veas menos! —Le ordenó el maestro Gustavo, que solía usar ese castigo con los varones que nos portábamos mal.
—Maestro, ¿entonces cuando aquí era de día, Basilia estaba oscura—Preguntó Venancio.
Hubo otra vez risitas y Gustavo le señaló la pared a Venancio. Tito y él se pasaron el resto de la clase con las manos en la espalda y la cara pegada a otro mapa del mundo, el físico, que es mi preferido, porque aparecen las más altas montañas, las más profundas fosas marinas y los más grandes ríos.
En la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones, a diferencia del resto de Cuba, hay dos zonas horarias. No tienen que ver con los meridianos ni con el Sol o la rotación de la Tierra, sino con Atlántida y Aurelio. Por es imposible señalarlos en un mapa.
Cuando Atlántida sale al andén y me dice que deje de jugar pelota y que me vaya lavando las manos porque solo faltan cinco minutos para que esté la comida, puede estar hablando de diez o quince minutos y hasta de media hora. Los cinco minutos de Aurelio, en cambio, son exactos.
Si mi abuela me dice que le haga un mandado en un ratico, puede tomarme toda la mañana y parte de la tarde en hacerlo. Los “en un ratico” de Aurelio pasan volando, son tan breves que prácticamente quieren decir “ahora mismo”. Por eso, si uno no quiere recibir un regaño, tiene que salir corriendo.
La Unión Soviética y Estados Unidos tienen once husos horarios. Pero si a Francia se le suman sus territorios en todo el mundo, llega a tener doce. En China, a pesar de tener más de cinco mil kilómetros de este a oeste, hay un solo huso horario. Por eso en algunas regiones a las diez de la mañana es de noche todavía.
Al maestro Gustavo le encantan esas curiosidades. A veces, en las clases de geografía, botánica o zoología, parece que ha viajado por el mundo entero. Habla de los animales como si fuera Félix Rodríguez de la Fuente, el español de El hombre y la tierra. De los mares parece saber tanto como Jacques Cousteau.
—Si se alejan del meridiano de Greenwich hacia el este, hay que sumar horas —explicaba el maestro—. Si lo hacen hacia el oeste, hay que restar. Pero en cualquiera de las dos direcciones se llega a un punto del océano Pacífico en que se juntan dos zonas horarias que tienen entre sí 24 horas de diferencia…
—¡Se hizo de noche! —Dijo Tito Migollo cuando vio a Basilia asomándose en la puerta del aula.
Enfurecido, Gustavo le tiró el borrador. Por suerte dio en la pared y no contra la cabeza de Tito, que empezó a toser dentro de una nube de polvo de tiza. Al llegar a la casa, Atlántida me dijo que estuviera atento, porque en cinco minutos iba a pasar un tren de La Habana que habían desviado por un accidente en la Línea Central.
—En verdad va a pasar dentro de 15 minutos —dijo Aurelio después de consultar su reloj de bolsillo.
A pesar de tener 10 minutos de diferencia, los dos se estaban refiriendo a la misma hora. Eso pasa cuando se vive en una casa que está en dos zonas horarias. El maestro Gustavo no lo sabe, pero en la estación de Ferrocarril del Paradero de Camarones también puede figurar en su lista de curiosidades.

10 abril 2021

Veloz, Marcio, siempre me sentaré a tu lado


Tengo la enorme fortuna de haber compartido comedores obreros con grandes intelectuales. En Cuba, arrimé mi bandeja de aluminio a las de escritores que siempre voy a querer y admirar. Mis empleos en el
 Caimán Barbudo, La Gaceta de Cuba y Casa de las América me lo permitieron.

Durante los años que laboré en el Centro León, comí muchas veces junto a Marcio Veloz Maggiolo. Al mediodía, después que los tabaqueros de La Aurora oían La Tremenda Corte en la radio, Juan Miguel Pérez, Pedro José Vega y yo solíamos sentarnos junto a ellos a comer. Muchas veces don Marcio nos acompañaba.

La comida era deliciosa, pero la sobremesa mucho mejor. En ellas fue que supe de la amistad de Marcio con Carpentier y Onelio Jorge Cardoso. Conocí una Cuba que no dejaba de sorprenderme y, sobre todo, fui descubriendo esencias de la cultura popular dominicana que aún desconocía.

Al principio me pareció un tipo pesado. Después descubrí que reservaba su bondad, su sencillez y su mordaz sentido del humor para los que lo merecían. Aunque sabía que era, probablemente, el más importante escritor dominicano vivo, se comportaba como cualquier mortal.

Eso le permitía compartir secretos invaluables como el de La Miniatura, el lugar donde venden el mejor queso de hoja de Bonao, o el de esas butifarras cibaeñas que ya solo se pueden encontrar en una intrincada calle de Santiago. “¡Ah, qué maravilla!”, decía con los dedos llenos de grasa.

Un día me llevó un texto que acababa de escribir para una exposición. “No tuve tiempo de revisarlo —me dijo—, hazle todos los cambios que creas”. En verdad era una página impoluta, solo adapté alguna que otra idea al propósito de la muestra. Lo llamé para decirle. “Imprímelo”, fue su respuesta.

Más que confianza en mí, era humildad. Un día llegué tarde al comedor y, desde la fila, vi que Marcio me guardaba un puesto. Veloz, me senté a su lado. Hoy República Dominicana ha perdido uno de sus más importantes escritores y yo, además, a un inolvidable compañero de sobremesas.

09 abril 2021

El olor de Siberia

Una vez al año, un tren dejaba en uno de los andenes de mi casa un vagón lleno de travesaños. Acababan de llegar de Siberia y tenían un fuerte olor a creosota. Las brigadas de Cruces, San Fernando y Cumanayagua se los iban llevando poco a poco para reparar la línea principal y el ramal. 
A diferencia de los travesaños de maderas cubanas, que duraban hasta 50 años, los de pinos siberianos no resistían el clima tropical. Apenas unos meses después de haber sido colocados, empezaban a podrirse. Eso obligaba a los trenes a circular con precauciones y muchos de ellos acababan descarrilados. 
La última vez que llegaron travesaños de la Unión Soviética fue a principios de los años 90. Empezaba la gran depresión económica que Fidel Castro bautizó con el eufemismo de “Periodo Especial” y, con ella, la profunda crisis social que socavó cada valor de la sociedad.
El trabajo empezó a ser algo simbólico, porque lo que se ganaba no alcanzaba para comprar lo básico. Eso convirtió a cada cubano en un sobreviviente. Los mismos que ponían los travesaños por el día, volvían en la noche para robárselos. Aunque es innegable que se trataba de un robo, no eran ladrones.
Eran hombres que ya no podían ganarse la vida honradamente a pesar de que trabajaban ocho duras horas al sol. En esa época un travesaño nuevo valía 80 pesos y el salario mensual de un reparador era de 148 pesos. En la madrugada se oían pasar los motores de vía a toda velocidad. 
Llevaban las luces apagadas. No pedían autorización para circular. Pegaban las orejas al “control” (la línea telefónica de los despachadores de trenes) y aprovechaban la más mínima oportunidad en que la vía estuviera libre para llegar de un pueblo al otro.
Bajo el mediodía, aquel fuerte olor inundaba la casa, el salón de espera, los andenes y se expandía por todo el Paradero de Camarones. Todavía, cuando oigo o leo la palabra Siberia, las cosas me empiezan a oler a creosota.

02 abril 2021

No se puede tapar el sol con una bandera


El castrismo está en su fase terminal, casi nadie tiene dudas de ello. Eso no quiere decir que pueda acabar hoy, mañana o la semana que viene. Pudiera tardar años en caer. Su maquinaria represiva, la única institución que aún le funciona, está ahí para garantizarlo. Se trata de un Estado que solo es capaz de proveer terror.

Por eso le dan más importancia a los símbolos que a la gente. Ni al más despiadado tirano se le hubiera ocurrido aplicar medidas de choque en medio de una situación tan desesperante como la pandemia. El régimen cubano, en cambio, se siente tan seguro de su capacidad de reprimir, que se lanzó a “ordenar el ordenamiento”.

Las elecciones en Estados Unidos eran su luz al final del túnel. Confiaban en que una victoria de Joe Biden devolvería las cosas al punto donde Obama las había dejado. Pero la nueva administración de Washington no parece dispuesta a ceder ni a cometer los mismos errores.

Esa puede ser la explicación de que el castrismo se decidieran a reaccionar y levantar una horrorosa bandera de concreto en el Malecón, frente a la embajada de Estados Unidos. En esa misma avenida, un ícono de la ciudad, se suceden los edificios en ruinas. Todo el cemento derrochado ahí hubiera significado un gran alivio para muchas familias que están a punto de perder su techo.

Pero advertimos que al régimen le importan más los símbolos que la gente. Aunque es incapaz de gestionar nada con éxito, todavía conserva intacto su talento para erigir los más horrorosos monumentos y para mancillar la belleza de La Habana. ¿Alguien pudiera explicarles que no se puede tapar el sol con una bandera?