La estación de ferrocarril del Paradero de Camarones, mi lugar en el mundo, la casa donde viví toda mi infancia. Mi hija Ana Rosario corre en una tarde de lluvia de los años 90, mientras su abuela Lérida la vigila.
La estación de ferrocarril del Paradero de Camarones vista del lado de la vivienda familiar. El patio de mi casa con su enorme algarrobo y sus matas de aguacates, mamoncillos, anones y mangos. Todas sembradas por mi abuelo Aurelio Yero.
Mi abuela, Atlántida Mosteiro Góngora (1914-1995), en la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones. Sigfredo Ariel se basó en esta imagen para la ilustración de la cubierta de Los trenes no vuelven (1994).
¡Los míos! De izquierda a derecha: Lérida Yero (mi madre), Atlántida Mosteiro (mi abuela), Caridad Yero (tía), Aldo Yero (tío) y Rao Yero (tío abuelo).
Mis abuelos, Atlántida Mosteiro Góngora (1914-1993) y Aurelio Yero Alonso (1908-1987).
Estación de ferrocarril del Paradero de Camarones (mi casa) en 1930. El gas car para Cumanayagua está a punto de salir. Delante de la defensa del coche motor, con el sombrero en la mano, Juan Francisco Rodríguez, el mítico Chena. Gracias a él mi pueblo tuvo cine desde 1953. A su lado, todavía en pantalones cortos, José María Rodríguez, quien de adulto fue uno de los grandes conductores de los Ferrocarriles de Cuba. En el andén, con uniforme de jefe de estación, Pajerto Rodríguez, padre de José María y de José Luis, quien también fue jefe de estación de Camarones en los años 80 del siglo pasado.
La estación de ferrocarril del Paradero de Camarones, mi casa, en 1930.
Ana Rosario disfruta la época de cosecha. En el fondo, su tío abuelo Aldo Yero riega el arroz en el andén para que el sol del mediodía lo deje listo para descascarar.
Quino, el incansable vigía de la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones.
Años ochenta. Un tren de carga permanece enchuchado para que el célebre viajero de las 2 (de Cienfuegos a Santa Clara) haga andén en el Paradero de Camarones.
Años ochenta. Un tren de carga permanece enchuchado para que el célebre viajero de las 2 (de Cienfuegos a Santa Clara) haga andén en el Paradero de Camarones.
Una máscara de atrezzo dhecha durante un trabajo de clases en la Escuela Nacional de Arte, en Cubanacán, La Habana.
Ana Rosario Venegas a bordo del 94122, el sempiterno motor de la brigada de reparación de Cruces.
Junto a mi madre, Lérida Yero. Corrían los años más duros del "periodo especial", pero en el Paradero de Camarones siempre había lugar para unas vacaciones felices.
Junto a mi madre, Lérida Yero. Corrían los años más duros del "periodo especial", pero en el Paradero de Camarones siempre había lugar para unas vacaciones felices.
Mi familia a punto de tomar el tren en la estación de San Fernando de Camarones, donde vivió a finales de la década del 50. De izquierda a derecha: mi tía Titita, mi madre, mi prima Lucy, Tito (el hijo de tía Nellina), tía Nellina y mi tío Aldo.
Mi padre, Serafín Venegas Nodal, junto a Camilo Cienfuegos, el 31 de diciembre de 1958, pocos minutos después de que izaran juntos la bandera cubana en el territorio libre de Yaguajay.
El tío Aramís González Yero (a la derecha) en las montañas del Escambray. Pocos meses después del triunfo revolucionario, regresó a la insurrección y luego se marchó al exilio.
El patio de la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones, invadido por la soledad y el cundeamor.
Mi bisabuelo Claudio, el partiarca de los Yero. En diciembre de 1895, le brindó guarapo a la tropa de Antonio Maceo y Máximo Gómez. En diciembre de 1977, se fue de este mundo cagándose en la madre de Fidel Castro por haber arruinado a Cuba.
La escuela Conrado Benítez del Paradero de Camarones, donde Yuyo Serralvo construyó un océano artificial con agua de pozo y azul de metileno para poder echarle flores a Camilo.
El portal del Liceo y la antigua tienda de Luis Bada, el epicentro de "la esquina", el downtown del Paradero de Camarones.
Las ruinas del potrero de Aurelio Yero, que estaba dentro del antiguo triángulo del ramal Cumanayagua. En otro tiempo ahí pastaban sus vacas holstein, mientras crecía el arroz en el cauce de la cañada.
El callejón de La Flora, donde el polvo de la zafra flotaba sin cesar entre octubre y marzo. Luego, en los meses de agua, se convertía en un pantano intransitable.
El garaje de Luzbel Cabrera, uno de los puntos cardinales del pueblo, donde Chola remendaba las cámaras de las bicicletas que volvían deshechas de los callejones.
El patio de la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones, invadido por la soledad y el cundeamor.
La escuela Conrado Benítez del Paradero de Camarones, donde Yuyo Serralvo construyó un océano artificial con agua de pozo y azul de metileno para poder echarle flores a Camilo.
Foto de Camilo Venegas hecha en 1975 para el carnet de la Unión de Pioneros de Cuba (UPC).
El portal del Liceo y la antigua tienda de Luis Bada, el epicentro de "la esquina", el downtown del Paradero de Camarones.
Las ruinas del potrero de Aurelio Yero, que estaba dentro del antiguo triángulo del ramal Cumanayagua. En otro tiempo ahí pastaban sus vacas holstein, mientras crecía el arroz en el cauce de la cañada.
El callejón de La Flora, donde el polvo de la zafra flotaba sin cesar entre octubre y marzo. Luego, en los meses de agua, se convertía en un pantano intransitable.
El garaje de Luzbel Cabrera, uno de los puntos cardinales del pueblo, donde Chola remendaba las cámaras de las bicicletas que volvían deshechas de los callejones.
El andén banda Cumanayagua, la ventana de la cocina de Atlántida (por donde escapaba el olor de sus sofritos) y la mata de mangos filipinos de Aurelio.
El crucero donde empieza y se acaba el Paradero de Camarones. Al fondo, a la derecha, se divisa el techo de zinc de la estación.
Diana Sarlabous en el Cruzamiento de la Vía Estrecha, una estación abandonada que está en las afueras del Paradero de Camarones. Ese día la mujer que amo conoció mi lugar en el mundo.
Los recuerdos y los colores se han ido borrando. Ese es el estado actual de la estación de Ferrocarril del Paradero de Camarones. Fue inaugurada 1914, cien años después se niega a darse por vencida.