11 febrero 2018

CAMILO VENEGAS: “Siempre acabo refugiándome en la soledad de las palabras”

Cuando El Fogonero cumplió 10 años, en 2016, comencé una serie de pequeñas entrevistas a creadores cubanos que han sido importantes para mí por alguna razón. La intención sobrepasó los límites de aquella fiesta. Aún sigo enviando interrogantes y recibiendo respuestas.
El día que Marianela Boán recibió sus preguntas, me amenazó con hacerme una entrevista. Poco después, ella y Alejandro me hicieron llegar un interrogatorio. Este diálogo no es más que una transcripción resumida de las conversaciones que tenemos, casi a diario, nosotros tres junto a Diana Sarlabous.


Por Marianela Boán y Alejandro Aguilar

Marianela lo conoció en los años 80, cuando estudiaba teatro en Cubanacán y formaba parte de un grupo que rechazaba cualquier tradición y trataba de imponer la extrema vanguardia. Desapareció de La Habana para hacer su tesis de graduación en las minas de Moa, en el extremo oriente de Cuba, con actores aficionados.
Yo lo conocí en los 90 del hambre y la profunda creatividad. Cuando volvió a La Habana y ganó un importante premio de poesía.  Desde su partida de Cuba, en el 2000 (y la nuestra tres años más tarde), no volvimos a verlo hasta un tiempo después, en varias de nuestras visitas a República Dominicana.
Entonces ya hacía periodismo y producía contenidos para campañas de publicidad y estrategias de comunicación. Luego nosotros también nos asentamos aquí y la amistad se fue haciendo más fuerte hasta que nos hermanamos.
Camilo es un creador de fábulas y crónicas, un comunicador extraordinario y un estudioso obsesivo de todo lo que le interesa, desde los ferrocarriles, hasta la naturaleza o la música (sobre todo la de Andrés Calamaro). Pero es, sobre todo, un inconforme, un guajiro del Paradero de Camarones que vive enamorado de la tierra, de la vida simple y de las almas sencillas.
Casi siempre coincidimos. A veces, cuando no nos ponemos de acuerdo, discutimos muchísimo y hasta nos peleamos ("flor amarilla, flor colorá…"). Aunque siempre el cariño y la hermandad puede más que nosotros y terminamos compartiendo una gran historia, un nuevo problema o un buen Brugal.
Hoy nos metemos en su espacio, El Fogonero, en un juego de provocar al provocador, para compartir con todos sus respuestas a nuestras preguntas.

¿Cómo conviven el teatrista, el periodista y el escritor en tu obra?
El teatrista y el periodista apenas se conocieron, interactuaron muy poco. Cuando llegué a República Dominicana y tuve que ejercer de periodista, hacía más de 10 años que había abandonado el teatro, un oficio para el que no estoy hecho. Soy demasiado individualista, siempre acabo refugiándome en la soledad de las palabras.
En honor a la verdad, nunca me he sentido periodista, como tampoco me creo lo de consultor en estrategias de comunicación. El único oficio que hubiera desempeñado cabalmente es el de ferroviario. Pero desde niño siempre me gustó recrear el mundo que me rodeaba y con los trenes reales no es posible jugar.
Cuando estaba entre teatristas, me sentía escritor. Cuando estaba entre periodistas, me veía como un hombre de teatro. La mayoría de los escritores me parecen muy aburridos y siempre que puedo evito ser como ellos. Me gusta provocar y provocarme, creo que eso es mucho más útil y productivo que tratar de estar de acuerdo siempre.
Ralph Waldo Emerson decía que la confianza en sí mismo está necesariamente asociada al inconformismo. Esa debe ser la razón por la que nunca me conformo. De todos los Camilo que he sido, en el que más pueden creer es ese que los viernes en la tarde sube hasta una montaña con la mujer que ama para sembrar, escribir y esperar la llegada de la neblina.

¿En qué medida prefieres ficcionar la realidad que vives a la que escribes?
Me crié con mis abuelos en una estación de trenes que estaba en medio de un campo. Todos los hechos que ocurrían a nuestro alrededor seguían de largo, rara vez llegaban para quedarse. Soy hijo único, apenas compartía con mis primos durante los recesos escolares.
Eso me convirtió en un ser muy solitario, que se veía forzado a reinventar el mundo que lo rodeaba y a solo tomar de la realidad lo que mejor le sirviera para gestionar su aislamiento. Cuando un tren llegaba, mi abuelo, que era el jefe de estación, veía ferroviarios y pasajeros; yo, en cambio, veía historias, personajes, me inventaba el pasado y el futuro de aquella gente.
Ese mismo recurso después me permitió escribir reportajes, poemas, cuentos… pero básicamente sigo siendo el niño que no se conformaba con lo que le ofrecía la realidad y trataba de trastocarla, primero en su cabeza y después en una hoja de papel en blanco.

¿Cual será tu primera novela?
Padezco del trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad. Eso me hace capaz de plantearme muchísimos proyectos, siempre interesantísimos y muy ambiciosos. Pero me preocupo excesivamente por los detalles, las reglas, las listas, el orden y la organización.
Ese perfeccionismo extremo al final interfiere con mi actividad práctica y los resultados. Por eso soy incapaz de concluir la inmensa mayoría de las cosas que me propongo. Aun así, tengo la esperanza de terminar Atlántida, una novela sobre mi infancia en la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones.
La he empezado a escribir incontables veces desde 1987, el año en que murió mi abuelo Aurelio y Atlántida, mi abuela, enloqueció. Ahora mismo trabajo en una nueva versión que, en honor a la verdad, es la que más me gusta de todas. Ojalá llegue a ponerle el punto final, me encantaría hacerle ese regalo a Diana Sarlabous.

¿En cuál Cuba aceptarías ser el alcalde del Paradero de Camarones?
Cada vez que digo que el único cargo público que yo aceptaría es el de alcalde de mi pueblo, muchos lo toman a broma. Las veces que lo he puesto en Facebook, por ejemplo, le dan like con la carita de “me divierte”. Sin embargo, siempre lo he dicho en serio, muy en serio.
Me encantaría contribuir a que el Paradero de Camarones real se parezca lo más posible al que tengo clavado en mi nostalgia, al que me imagino cuando lo escribo o reescribo. Procuraría que, además de un bar y una cervecera (sus únicos espacios públicos en la actualidad), tenga una biblioteca, un anfiteatro, un parque, un jardín botánico…
De niño, acompañé varias veces a mi abuelo a las asambleas del pueblo y la gente lo primero que pedía era un cementerio. Como yo solo prometería y haría cosas para los vivos, es muy probable que pierda las elecciones. Aun así, en una Cuba libre y democrática, con todos y para el bien de todos, lo intentaría.
Si alcanzo a ver esa Cuba, por muy viejo que esté, prometo que lo intentaría.

¿Qué te evocan estas palabras: Jeep, Brugal, Thoreau y Diana?
La pasión por los Jeep se la debo a mi padre, que me contaba cómo anduvo en un Willy’s, junto a Camilo Cienfuegos, por el Frente Norte de Las Villas. En un Jeep, también, él me llevó a conocer las alturas y los precipicios del Escambray, la neblina de Topes de Collantes, el torrente del Hanabanilla… Esa es la razón por la que nuestro Grand Cherokee lleva su nombre. Siempre que andamos por las rutas dominicanas, siento que Serafín me acompaña.
El día que llegué a Santo Domingo, Freddy Ginebra me regaló dos botellas de ron Brugal. De una manera inexplicable, el bolso se desfondó y ambas se rompieron. Aunque lo lamenté muchísimo, asumí aquello (según la tradición supersticiosa cubana) como una señal de buena suerte.
Desde hace 10 años colaboro con el equipo de Comunicaciones y Asuntos Públicos de Casa Brugal. Esa asesoría (que es, de hecho, el empleo en el que más he durado en toda mi vida) me ha permitido ser parte de una marca país que representa la identidad de su gente y producir contenidos para uno de los mejores destilados del mundo.
El placer que me produce esa experiencia solo es comparable con el de compartir un Extra Viejo a las rocas en la Loma de Thoreau. Allá arriba, en el corazón de la Cordillera Central dominicana, Diana Sarlabous y yo estamos sembrando un sueño que podemos disfrutar despiertos.
Desde que mi padre me llevó a conocer el Escambray, siempre soñé con subir una loma en mi propio Jeep y dormir en mi propia casa, entre la neblina y las nubes. Junto a Diana logré que eso se hiciera realidad. Con Diana también he logrado ser feliz de la manera más simple, que es queriendo lo que se tiene y teniendo a quien se quiere.
Diana Sarlabous es lo mejor que me ha pasado en mi vida, además de haber tenido hijos, escrito algunos libros y sembrado muchísimos árboles. Por eso cada vez que pronuncio las palabras Jeep, Brugal, Thoreau y Diana, recuerdo que soy un hombre feliz y, lo mejor de todo, lo hago sin tener que pedirle perdón a nadie por esa felicidad.

2 comentarios:

salva33125 dijo...

He disfrutado mucho esta entrevista. Ese acercamiento al amigo. Un abrazo.

ANDREA dijo...

TU SENCILLEZ ES APLASTANTE... DICES LAS COSAS MAS COMPLEJAS CON LAS PALABRAS MAS COTIDIANAS... FOGONERO TE ADMIRO TANTO!!!