Para
Joseph Brodsky el sabor del Spam era muy parecido al de la poesía. Esas latas,
lanzadas sobre Leningrado, le salvaron la vida a él y a su familia. “En el
principio fue la carne enlatada. Para ser más precisos, en el principio fue la
guerra”, así comienza uno de sus ensayos, en el que narra el asedio a su ciudad
natal.
Mi
abuelo tenía una colección de viejas National Geographic. Me las prestaba con
la condición de que las cuidara tanto como él. Yo no las quería para leerlas,
sino para ver los anuncios de trenes. Páginas y páginas a todo color con los
grandes trenes de viajeros que atravesaban Estados Unidos en la era dorada del
ferrocarril.
Algo
más llamaba mi atención en aquellas revistas: los anuncios de Spam. Me imaginé
tantas veces aquellos sabores que todavía aprovecho los fines de semana para
complacer al niño que fui. A veces, cuando estamos en la Loma, hago huevos
fritos y Spam en el desayuno.
“Si
alguien sacó provecho de la guerra fuimos nosotros: sus niños”, dice Brodsky después
de contar todos los juegos que se inventaba con las latas de Spam vacías. En el
Paradero de Camarones de los años 70 no estábamos en guerra, pero las escaseces
nos mantenían sitiados.
Por
eso puedo entender lo que significaban para el poeta aquellas latas que lanzaban
sobre Leningrado. El próximo sábado, a la hora del desayuno, el niño que fui se
parará a mi lado. Tendrá la vista fija en el sartén, estará recordando los
sabores que se imaginaba frente a una colección de viejas National Geographic.
No hay comentarios:
Publicar un comentario