Si
Alexander Solzhenitsyn no hubiera escrito Archipiélago
Gulag (1973), la izquierda mundial no se hubiera dado por enterada de los
crímenes de Iósif Stalin. Fue ese libro, como advirtió hace poco Jordan B.
Peterson, el que los dejó sin excusas y los obligó a replantearse su discurso.
“Después
de Solzhenitsyn ni los más dogmáticos, ¡ni los intelectuales franceses!,
pudieron seguir justificando el comunismo. ¿Qué hicieron entonces Derrida y los
posmodernos? Una maniobra tramposa y brillante. Sustituyeron el foco del
debate: de la lucha de clases a la lucha de identidades”, dice Peterson.
La
semana pasada me compré un libro que reúne Ego
y En el filo, los primeros dos
relatos que publicó Solzhenitsyn después de su regreso a Rusia, en 1994. En el
primero, aborda la Rebelión de Tambov, el mayor levantamiento campesino contra
los bolcheviques.
En
el segundo, relata la vida de Gueorgui Zhúkov, el genial estratega del Ejército
Rojo que, antes de ganarle grandes batallas al ejército alemán en la Segunda
Guerra Mundial, llegó a usar armas químicas para aplastar a los cooperativistas
insurgentes de Tambov.
Terminé
de leer el libro de Solzhenitsyn el mismo día que se conmemoraba el 45 aniversario
del asesinato de Francisco Caamaño. En 1973, después de recibir entrenamiento en
Cuba, la guerrilla de Caamaño desembarcó en República Dominicana. 13 días
después fue derrotada, solo 3 hombres sobrevivieron.
Para
referirse a la participación del coronel Caamaño en la masacre de Palma Sola, los
comentaristas de un popular programa de radio citaron a Fidel Castro. Las
palabras del dictador cubano sobre el militar dominicano les sirvieron para
lavar sus culpas en la aniquilación de un movimiento mesiánico y popular.
Stalin,
Zhúkov, Caamaño y Fidel. El azar quiso juntarlos delante de mí a través de un
libro y de un largo trayecto escuchando la radio. Entonces volví a pensar en Solzhenitsyn
y en la importancia de que existan obras como Archipiélago Gulap, Ego y En el filo, para documentan crímenes y
desnudar dictadores.
Llegará
el día en que las verdades de Solzhenitsyn lleguen a La Habana. Sus libros serán
muy útiles para que las calles en Cuba dejen de ser, como reza en un cartel de
la dictadura, exclusivamente de los “revolucionarios”. Es decir, de la represión,
las excusas y las mentiras.
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