Sentimos
un pequeño golpe en los cristales más altos de la cabaña. Eso sucede muy raras
veces, pero ya sabemos lo que significa. Nos asomamos a la terraza y empezamos
a buscar entre los helechos. Diana por fin lo encontró. Era un pegapalo. Estaba
vivo, pero muy aturdido.
Bajé
corriendo para que Laika no le hiciera daño. No hizo nada para escapar. Era tan
pequeño que me cabía en los cuencos de las manos. El Mniotilta varia es un visitante no reproductor de la Loma de
Thoreau. Vienen desde Ontario, Montana, Texas, Alabama o las Carolinas.
Puede
que esté aquí desde finales de agosto y es capaz de quedarse hasta principios
de mayo, aunque la inmensa mayoría llega en octubre y regresa al norte en
marzo. Hurga en los troncos en busca de arañas y pequeños insectos. Su nombre
dominicano se lo debe a esa manía suya de andar pegado a las ramas.
Lo
pusimos en la terraza, en un sitio donde pudiera levantar el vuelo sin
dificultad. “¿Crees que se salve?”, le pregunté a Mario Dávalos por WhatsApp.
De todas las personas que conozco, él es el único que podría responder esa
pregunta con fundamento. “Sí, déjalo descansar —me respondió—. Dale agua”.
Fui
a la cocina a buscar algo donde darle de beber. Cuando volví al sitio donde lo
dejé, ya no estaba. Es muy probable que pase la noche no lejos de nosotros, en
un matorral que está justo al lado de la cabaña. Ahí suelo observarlos al
amanecer. En ellos me entretengo mientras el Bustelo sube.
“Es
increíble que algo tan ‘frágil’ cruce un continente para pasar el invierno”, me
escribió Mario al final de la conversación. Pronto volverá a Ontario, Montana,
Texas, Alabama o las Carolinas. Lo único que me quedará de él son los segundos
que lo tuve entre mis manos. Me cabía en los cuencos.
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