30 abril 2022

El toque de las piedras


A la salida del pueblo de Jarabacoa, cerca del río Yaque del Norte, están desarrollando un proyecto inmobiliario. Para poder trazar los solares y las calles, han tenido que remover enormes rocas. Gracias a eso, hemos podido hacer un jardín de piedras cibaeñas en la Loma de Thoreau. 

Nino, un amigo tractorista de Pinar Quemado (Diana sigue sin entender por qué soy tan poco sociable en la ciudad y hago tantas amistades en el campo), me las ha ido subiendo una a una. Cada vez que la Loma de Thoreau le hace camino, me avisa: “¡Voy loma arriba con un peñasco!”. 

Ayer, para aprovechar un viaje con la retroexcavadora, cargó con dos enormes rocas. Al llegar a la última pendiente, la piedra que iba en la pala delantera se le fue y rodó loma abajo. Como ya había visto tantas veces esa escena en Indiana Jones, me produjo un ataque de risa.

El tractorista permaneció con las manos en la cabeza hasta que la roca por fin se detuvo. Todavía estaba pálido cuando logró recuperarla. “Don Camilo —me dijo cuando por fin pudo hablar—, esta locura no la podemos volvei a hacei”. Celebramos con un Brugal Extra Viejo una vez que las dejamos en su lugar.

Ya había oscurecido y me quedé un largo rato disfrutando del nuevo paisaje que acabábamos de crear Nino, Alito y yo. Ahora la Loma de Thoreau me recuerda cada vez más a El Nicho, el lugar del Escambray donde me convertí a la religión de las montañas.

Cuando ya se iba, Nino me preguntó por qué me gustaban tanto esas rocas enormes. “Son mis piedras de toque”, le dije. “Ombe —dijo mientras se tragaba el último Brugal y ponía en marcha la retroexcavadora—, e’ veidá que al jaidín le viene bien el toque de las piedras”.


El momento en que Nino recuperaba la piedra que rodó
loma abajo, como en Indiana Jones.

19 abril 2022

El Tosco


En 1995, una amiga mexicana me llevó a conocer el Zócalo. Desde que salimos de su casa, junto al Parque Hundido, en su carro sonaba NG la Banda. Justo al entrar en la gigantesca plaza, empezó “Murakami Mambo”. Desconcertada, porque yo le prestaba más atención a la música que al monumento, mi amiga apagó el radio.
Dos discos de José Luis Cortés y esa increíble constelación que fue NG la Banda, Échale limón (1992) y La bruja (1994), no me soltaron del brazo durante mi difícil y precaria travesía por los años 90, esa década en la que Cuba tocó fondo para derivar en el país inviable que es hoy. 
Por aquellos años, Bladimir Zamora no se cansaba de repetir una experiencia que le había tocado vivir en una confronta. La Habana ya se había acostado a dormir y en aquella soñolienta 132 solo iban el Bladi y un borracho. Abracado a uno de los tubos de la Ikarus, el hombre solo levantaba la cabeza para repetir un estribillo.
—¡Échale limón! —decía antes de volver a hundirse. 
Luego sobrevenía un largo vacío que ocupaba el ruidoso motor del autobús. Pero en la cabeza del borracho y de Bladi, los metales del terror sonaban con furia hasta que llegaba el momento de repetir el estribillo. Entonces el hombre emergía del nudo en el que se había convertido y acompañaba a Tony Calá en los coros.
Según Juan Formell, José Luis Cortés fue el que aglutinó, amarró y concretó el boom de la salsa cubana. “Nosotros sembramos la base: Irakere y Van Van —aseguró—; pero El Tosco fue el genio que se encargó de inventar el motor sonoro que hizo a nuestra música bailable, internacional”.
Las pruebas de esa afirmación también se pueden encontrar en la huella que El Tosco dejó en esas dos agrupaciones cuando fue parte de ellas. No olvidemos que suyo es el mítico “Rucu rucu a Santa Clara”, una de las piezas que le permitió a Irakere entenderse de la manera más clara con los pies de los bailadores.
Todavía hoy acudo a esos dos discos de NG La Banda cuando la nostalgia me arrincona contra una esquina o me tumba. La flauta de El Tosco, la paila de Calixto Oviedo, las trompetas de Chapottin y El Greco, el bajo de Feliciano Arango, los saxos de Germán Velasco y Pérez Pérez, el teclado de Miguelito Pan con Salsa y el piano de Peruchin saben qué tocar para levantarme.
Hoy solo me queda echarle limón a la vida y darle las gracias por El Tosco, ese cubano que siempre me llena de alegría cada vez que me doy cuenta de que nací en el mismo lugar que él.
¡Ataca, Chicho!

12 abril 2022

Mi primera vez


Siempre quise volver a General Carrillo, pero nunca lo logré (moverse en la última Cuba que viví, incluso entre municipios, era poco menos que un delito). Así que me dediqué a preguntarle a mi madre cómo era el pueblo donde nació mi padre y al que fui por última vez cuando tenía tres años.

Empezó, como era natural entre los Yero, por la estación de ferrocarril. De madera (como la casa de los Venegas) y con un salón de espera totalmente abierto. Por un costado se veían cruzar trenes de vía estrecha. Por la Norte Cuba, la línea que unía a Santa Clara con Morón y Puerto Tarafa, llegaban o se iban los viajeros.

Nuestro último viaje a General Carrillo como familia coincidió con las Zafra de los 10 Millones, me contó mi madre. Los pocos trenes que llevaban personas en lugar de caña o azúcar pasaban atestados. Desde Sagua, mi tío Aldo, que ya era despachador, le pidió a la tripulación que nos llevaran como fuera.

El único sitio que encontraron para nosotros fue en la locomotora. Serafín se quedó en el pasillo, pero a Lérida la invitaron a entrar en la cabina. Afuera, hacía frío. Dentro, un calor abrasador. Mi madre nunca se olvidó de mi cara, dice que lo miraba todo con mucho asombro. Feliz, pero impresionado, me mantuve despierto durante todo el trayecto.

Me gustaría pensar que el maquinista era el mítico Juanito Portales (su hijo Juan Carlos y yo nos merecemos esa coincidencia). El fogonero, apenado con aquella mujer con un niño en bazos, le cedió su asiento. Mi madre siempre recordaba con orgullo aquel gesto. “Eran ferroviarios de antes”, insistía.

No recuerdo absolutamente nada de aquel viaje. Todo lo que sé se lo debo a la memoria de mi madre (antes de que la perdiera) o a suposiciones. La locomotora, por ejemplo, con toda seguridad era una de las 70 húngaras que habían llegado a Cuba un año antes y que movían todos los trenes de esa región.

Al llegar a Santa Clara, me negué a bajarme de la locomotora. Mi padre, enfurecido (le molestaba mucho que siempre prefiriera los trenes a su Dodge), se lanzó al andén conmigo. A mi madre se la aguaban los ojos cada vez que me recordaba con los brazos extendidos, queriendo volver a la ruidosa máquina amarilla.

He pensado tanto en ese día, que más de una vez lo he soñado. Fue mi primera vez como fogonero.

11 abril 2022

El más conmovedor rezo


No soy religioso. Me crió la persona que más he admirado en mi vida, mi abuelo Aurelio Yero Alonso, quien era ateo y solo practicó con fundamentalismo una religión: el amor por Atlántida Mosteiro Góngora.
Sin embargo, a los 43 años conocí a una chica que necesita ir a misa de vez en cuando. En las primeras semanas de nuestro romance, solía acompañarla al monasterio de los dominicos en el Santo Domingo colonial.
Luego, cuando llegamos a la Loma de Thoreau, nos convertimos en vecinos de un monasterio cisterciense. Desde entonces, solemos disfrutar de los cantos y las oraciones de los monjes.
Este fin de semana fuimos a la misa del Domingo de Ramos. Al salir, escuchamos al viento mientras bajaba de la montaña y eso fue, para nosotros, el más conmovedor rezo.
Dice Rubén Blades que Dios conectando a uno, conecta a diez. Tenemos ocho plazas vacantes.

04 abril 2022

Un mundo sin zorros


Alain Delón quiere dejar de vivir. El hombre más lindo que conocieron las muchachas de mi pueblo tiene 86 años, dice que la vejez apesta y ha pedido que lo maten. Cuando leí la noticia no lo sentí tanto por él como por los que nunca nos cansábamos de ver sus películas.
Los que éramos niños cuando el Zorro entraba a todo galope en la estricta pantalla del cine Justo (era tan estrecha que no cabían las películas en cinemascope), ya tenemos más años que el enmascarado que nos enseñó (sin tener que adoctrinarnos) a impartir justicia.
Cada vez que volvía la película al o la pasaban por televisión, acabábamos batiéndonos con espadas de guásima y máscaras de sofocante nylon negro. Al otro día el Paradero de Camarones amanecía lleno de zetas. Las escribíamos con piedras o tizones en las paredes, los tanques de basura y la espalda de algún entretenido.
El héroe más admirado por los niños cubanos de mi generación, se acaba de quitar la última máscara y solo desea irse de este mundo. Con él se llevará algunos de nuestros mejores recuerdos y, sobre todo, un mundo mucho mejor que el que tenemos hoy.
Solo hacía falta que él chiflara para que apareciera su caballo Tornado y el mal no tuviera dónde meterse. Hoy saldría con una Z en el pecho, pero hasta de la poesía de esa letra nos han privado los invasores rusos. 
Alain Delón descansará en paz, mientras nosotros tendremos que seguir viviendo esta pesadilla que es un mundo sin zorros.