Tengo
un recuerdo idílico de la última vez que nos vimos. Fue la noche inaugural del
BarTolo, un espacio que Bladimir Zamora, Omar Mederos y ella crearon en la Casa
del Joven Creador de La Habana.
La
principal excusa era rendirle homenaje a dos de los signos de identidad más
imperecederos de Cuba: el son y el ron. Abría a medianoche, a la misma hora que, según Beny Moré, empiezan la vida y el amor.
Generoso
Jiménez fue el primer invitado. Nos habló del Beny, de la Banda Gigante y de aquella
Cuba que no alcanzamos a conocer. Cuando salimos a la Avenida del Puerto ya era
de día. Seguramente nos dimos un abrazo de rutina, convencidos de que nos
volveríamos a ver pronto.
Pero
la Cuba en la que estábamos parados también se acabó de pronto, como la que nos
había contado Generoso. Un día me dijeron que se había ido a México. Luego me
enteré que no volvería. Gracias a las redes sociales nos saludamos casi a
diario y nos mantenemos al tanto el uno del otro.
Pero
nos debemos demasiados abrazos y rones. Esta entrevista se ha encargado de
recordárnoslo. Con ustedes, Odette Alonso, una de las mejores escritoras de mi
país y uno de los seres humanos más auténticos, honestos y buenos que he
conocido.
Vives en México desde principios de
los noventa. Ni las crisis, ni la violencia, ni los terremotos han logrado que
te muevas a otro lugar. ¿Qué te ha atado a ese país por más de 20 años?
26,
para ser precisos. Creo que a veces no somos tan conscientes de lo que nos
mantiene unidos a determinados sitios. Hace un par de años una médium, en plena
consulta, me preguntó: ¿Alguna vez has pensado en irte de México? Le respondí
que nunca y me dijo: Ni lo harás; tú tienes más que ver con México de lo que tú
misma sabes.
Ésa
es, tal vez, la respuesta más atinada.
Para los que nacimos y crecimos
dentro de una dictadura, aprender a vivir en libertad acaba siendo un largo y
difícil aprendizaje. Siempre he admirado la responsabilidad con la que tú eres
libre. ¿Qué significa para Odette eso?
En
México conocí la libertad, tal vez ésa es una de las razones más poderosas que
me mantienen en este país. De sopetón y poco a poco, fui aprendiendo a tomar
decisiones sin pedir permisos ni consultar ni preocuparme demasiado por lo que
piensen los demás al respecto: si algo se llama libertad, es eso. En la vida
como en la literatura.
Hace más de 20 años que no nos vemos.
Para que no me tome de sorpresa el día que por fin nos reencontremos, ¿podrías
advertirme qué se mantiene intacto de la Odette que conocí y qué ha cambiado
radicalmente en ella?
Intactos,
el humor, la risa, la picardía, el gusto por los buenos tragos y el amor por
los amigos. Lo que ha cambiado es que rara vez hablo de Cuba, no me interesa
amargarme la vida.
Sin embargo, vuelves a Cuba con
cierta regularidad…
Cada
diciembre llego a Cuba y me encierro en casa de mi mamá; a eso voy, a estar con
la familia. En ocasiones coincido con algunos amigos de los que quedan allá y
siempre es bonito reírnos y brindar.
Lo
demás, comer frituras de malanga (que no hay en México), sentarme en el Malecón
y sí, recorrer media Habana buscando las cosas que faltan en la casa o
llevarlos a comer a los lugares que les gustan donde, por lo general, hay que
zumbarse una cola del carajo.
Cuba,
pues.
Aunque te comportas como una mujer
joven y tienes una pareja joven, ¿qué ha significado para ti ver la vida desde
la altura de los 50 años?
Es
bonito llegar a esta edad, a la que antes veíamos ancianos a nuestros
antecesores, y sentir que estamos bien.
Es
como tener 30 a los 50. A mí me encantan los jóvenes, supongo que porque he
logrado mantener ese espíritu, aprendo muchísimo de ellos y creo que vale más
hablar de los goces de la vida que de la postmenopausia.
No me ha ido mal en la vida, la verdad. ¿Y sabes
qué? Ahora mismo soy feliz.
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