La
semana pasada andábamos por las rutas americanas. A Diana y a mí nos encanta
aterrizar en Miami y reencontrarnos con los sabores que perdimos en Cuba. Por
eso siempre pasamos por Pinocho Bakery, un lugar donde aparece todo lo que hacían
en la dulcería de Manicaragua (¡la mejor de mi infancia!).
Otra
cosa que siempre hacemos es atravesar los campos de palmeras de Homestead. Un
desayuno en Cracker Barrel es la mejor manera de empezar el largo camino de los
cayos. En esos recorridos junto a mis tíos Aramís y Miriam, siempre me viene a
la cabeza esa Cuba imposible que ya no alcanzaré a conocer.
Volvimos
a Santo Domingo en el último vuelo. Le pasamos por encima a las luces de Puerto
Plata, Santiago y los interminables alrededores del Distrito Nacional. En Punta
Caucedo el olor del Caribe nos dio la bienvenida. Cuando abrimos la puerta de
la terraza, Diana extendió los brazos. “¡De vuelta a casa!”, dijo.
Alejandro Aguilar y Marianela Boán acaban de volver de Portugal, donde se presentó Defilló, la obra más reciente de la
Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Llegaron maravillados del viaje. Aunque acababan de bajarse del avión, estuvimos hablando hasta pasadas las doce.
Nos
contaron todo lo que hicieron y probaron, nos dieron un recorrido por las
noches de Lisboa y nos llevaron hasta un bar increíble donde solo ofrecían los
mejores vinos y destilados muy selectos. “Fue muy emocionante encontrarnos allí
con una botella de Brugal Extra Viejo”, aseguró Alejandro.
Cuando
ya nos íbamos a despedir, Marianela fue hasta la terraza, extendió los brazos y
recorrió la noche de Santo Domingo con la vista. Hicimos un último brindis con
el del estribo. Los acompañamos hasta la puerta, cerramos todo y apagamos la
luz. Ya los cuatro estamos de vuelta en casa.
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