Diana,
que se fue de Cuba con 5 años y se ha pasado toda su vida armando los pedazos
rotos de su propia familia, quiere a Aramís y a Miriam tanto o más que yo. Por
eso nos ponemos tan felices cuando estamos con ellos y compartimos los olores,
los sabores y el calor de su casa en la calle 5 del North West.
Esta
vez, Diana tuvo que viajar a Centroamérica por razones de trabajo. Seguí sus
vuelos por FlightAware. Desde que la dejé en al aeropuerto, abrí la aplicación
y me mantuve pendiente de ella, paso a paso. En el viaje de ida, el avión bordeó
el cabo San Antonio y se internó en el continente por la península de Yucatán.
En
el viaje de vuelta, en cambio, atravesó el espacio aéreo de Cuba. Entró por
Batabanó y salió justo sobre La Habana. “Ya solo me quedan 30 minutos de vuelo”,
me escribió en ese momento por WhatsApp. “Estás pasando sobre Cuba”, le
advertí. “Aaaahhh”, me respondió.
Viajamos
a Miami para pasarnos unos días con Miriam y Aramís, es decir, para volver a lo
que más extrañamos del país donde nacimos. Diana, además, lo sobrevoló. Lo esencial
lo servimos a la mesa, en forma de rabo encendido, o nos lo bebimos, a las rocas
y hasta puro (en el caso de Aramís).
Lo más efímero de Cuba quedó abajo, como un mapa, como algo inasible, dado por perdido, definitivamente ajeno.
Lo más efímero de Cuba quedó abajo, como un mapa, como algo inasible, dado por perdido, definitivamente ajeno.
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