27 marzo 2018

Vacío por dentro

© Ilustración de Alen Lauzán.
Cuando Fidel Castro empujó a un grupo de jóvenes a asaltar el cuartel Moncada, en 1953, sabía que las posibilidades de una victoria eran remotas. Quizás esa fue la razón por la que su vehículo acabó extraviándose en Santiago de Cuba, una ciudad que él conocía como la palma de su mano.
El día que lo atraparon huyendo, negó tener la máxima responsabilidad en la acción y —sobre todo— en la derrota. José Martí es el autor intelectual, dijo. A pesar de todas las muertes que provocó en ambos bandos aquel incidente, fue beneficiado con una amnistía pocos meses después.
Gracias a ese gesto humanitario de Fulgencio Batista, pudo marcharse al exilio y regresar por mar para atrincherarse en la Sierra Maestra. No volvió a bajar de las montañas hasta que Batista abandonó el país. La entrega (o la venta, para ser más precisos) de un tren militar a los rebeldes fue decisiva en el desenlace.
El 1 de enero de 1959, en su discurso triunfal en Santiago de Cuba, no mencionó a Martí. Tampoco lo hizo el 4 en Camagüey (hasta donde se conserva la grabación) ni el 6 en Santa Clara. Durante todas esas alocuciones se celebra y se canta a sí mismo. El 8 de enero, en Columbia, Martí también pasa por alto.
El 15 de enero, en el Club Rotario, lo menciona junto a Gómez y Maceo. Pero no es hasta el 23 de enero, en la Universidad Central de Caracas, Venezuela, que lo cita por primera vez: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”, dijo antes de seguir hablando de sus propias hazañas.
La derrota fue de Martí, la victoria suya. En los 59 años siguientes, las cosas seguirían siendo de esa manera. El Apóstol estaría ahí para justificar lo injustificable y para defender lo indefendible. Representado en yeso de la cabeza a los hombros, fue llevado a todos los rincones del país para que la dictadura tergiversara cada palabra suya en su provecho.
El Instituto de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) acaba de censurar Quiero hacer una película (Yimit Ramírez, 2018) en su nombre: “Como parte de nuestra política cultural y de nuestro compromiso con la sociedad, el ICAIC rechaza cualquier expresión de irrespeto a los símbolos patrios y a las principales figuras de nuestra historia”.
Dedicó su vida a una Cuba con todos y para el bien de todos, pero acabó convirtiéndose en el autor intelectual de una dictadura que abolió los derechos fundamentales de sus compatriotas y arruinó a la nación. Representado en yeso de la cabeza a los hombros, vacío por dentro, Martí sigue cargando con la responsabilidad de cada oprobio.

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