—¡Santa
Clara! ¡Santa Clara! ¡Santa Clara! —dijo alguien al teléfono.
—Sí,
dígame —respondió mi primo Alahím Yero, que esa mañana era el despachador de la
Mesa 2.
—Le
hablo desde la estación de Cumbre —dijo el que había llamado, aún más nervioso—
¿Qué pasó en Placetas que siento una pitería de trenes del carajo?
Alahím
ni siquiera le preguntó el nombre. Colgó y le dio un timbrazo por el control a
Placetas. El operador no respondió. Eso le pareció muy raro, porque Ricardo
Rodríguez siempre estaba atento, pegado al radio. Era un ferroviario de la
vieja escuela.
—Yero,
llámame por vía 500 —dijo por fin, después del tercer timbrazo—. ¡Aquí se acabó
el mundo!
El
tren 5701, que circulaba con dos locomotoras M62, la 61602 y la 61607, y
tanques de combustible entre Cienfuegos y la refinería de Cabaiguán, debía
cruzarse en Placetas con el 3402, un tren de cereal que volvía con silos vacíos
de Camagüey. Justo a las 06:15 se produjo la colisión.
El
tiempo se detuvo para Alahím en ese momento y los segundos le duraban como si
fueran horas. Todavía tenía las manos en la cabeza cuando Diosdado De la Paz, el jefe de
Despachadores, abrió la puerta de su cabina: “Dame el libro y levántate de la
mesa”, —le dijo siguiendo el protocolo establecido.
Pronto
se supo la razón del accidente. Los tripulantes del 5701 se habían quedado
dormidos. La locomotora del 3402, la 52621 (una TE 114), quedó totalmente destruida; para
reconstruir la 61602, insignia de los Ferrocarriles de Cuba, se usaron pedazos
de las dos máquinas del 5701. Por eso algunos afirman que la que se exhibe en
el Museo del Cristina no es la que "condujo" Fidel Castro.
A
uno de los tripulantes hubo que hacerle una amputarle un pie para poder sacarlo
del amasijo de hierros. Siempre que esos trenes se cruzaban en la Línea
Central, ambas tripulaciones sacaban el cuerpo para saludarse. Todos eran
cienfuegueros.
—Dan ganas de llorar, Camilito, dan ganas de llorar —dice Alahím mientras trata de que evitar que le vengan más recuerdos de aquella absurda mañana.
—Dan ganas de llorar, Camilito, dan ganas de llorar —dice Alahím mientras trata de que evitar que le vengan más recuerdos de aquella absurda mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario