25 noviembre 2018

Chapucerías, eufemismos y oprobios del régimen cubano

© Alen Lauzán.
Comercializadora de Servicios Médicos, así se llama la “sociedad anónima cubana que negoció con el gobierno de Brasil el Programa Más Médicos. Tratándose de un régimen tan dado a los eufemismos, llama la atención un nombre tan literal. 
En cables diplomáticos a los que tuvo acceso Diario de Cubaqueda al descubierto la negociación confidencial (para mantener al margen a la comunidad médica de Brasil) y la contratación de los médicos (es falso que viajaran como becarios). 
Los cables publicados también prueban que el gobierno de Brasil siempre estuvo de acuerdo en que el régimen cubano se quedara con más de 70% del salario de esos trabajadores de la salud y que, mediante una cláusula, estuvieran impedidos de ejercer la medicina fuera del acuerdo “bilateral”.
Como intermediaria de esta trama de esclavitud moderna, fungió la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Esto permitió, como apunta Diario de Cuba, “esquivar dificultades políticas y jurídicas tales como el control del Congreso brasileño”.
El régimen de Cuba siempre ha hecho un uso muy eficaz de los eufemismos. A una guerra civil le llamó “Lucha Contra Bandidos”. Al fracaso de un desembarco de opositores que nunca recibieron el apoyo prometido por Estados Unidos, “la primera derrota del imperialismo yanqui en América”. 
Con el mismo desparpajo que se le llamó “Periodo Especial” a la peor crisis económica en la historia del país, a los médicos rehenes (se les impide ejercer fuera del Programa y reunirse con sus familias si lo abandonan) y esclavos, se le llama “internacionalistas” y “solidarios”. 
Solo la chapucería los delata. La Comercializadora de Servicios Médicos deja claro cuáles eran las verdaderas intenciones, lo que en verdad significan los hechos cuando se le despoja de la falsedad y se les devuelve el oprobioso fin por el que fueron concebidos.

21 noviembre 2018

Recordando a Pasolini en Facebook

Pier Paolo Pasolini decía que no hay nada que no sea político. No puedo abstenerme de expresar mis ideas y cuando lo hago, jamás etiqueto a nadie. Digo lo que pienso por mi cuenta y riesgo. Los me "me gusta", "me entristece" o "me enoja" son absolutamente voluntarios y una decisión de cada quien. 
Ayer, un joven periodista de la Cuba provincial me etiquetó en un post donde alababa a Mariela Castro Espín, la hija del dictador cubano. Como éramos amigos en Facebook, sospecho que sabía muy bien cómo pienso. Ya no es mi amigo virtual (nunca lo fue en la vida real). 
Tengo muchos amigos que piensan diferente a mí, algunos incluso de una manera radicalmente opuesta. Como siempre tenemos cuidado de no pisarnos la raya, mantenemos intactas las razones por la que algunas vez nos acercamos y merecimos abrazos mutuos. Cada quien, desde el lado que ha elegido estar, mantiene el respeto por el otro.
Las contadas bajas se deben a intromisiones inaceptables. No impongo nada a nadie. Por lo tanto, no tolero imposiciones de nadie. Creo que eso es clave para que sigamos llevando esta fiesta en paz.

20 noviembre 2018

El café ya estaba servido

Empezaste a decir algo 
sobre la angustia
que ha sido
para ti
tener que vivir
sin tu país.
Pero la frase
se cortó por mitad
y te quedaste
mirando a lo lejos.
Afuera no se movía
ni una hoja.
Todos seguimos
esperando un largo rato
tus próximas palabras.
Ya el café estaba servido,
quizás eso fue 
lo que nos salvó
de permanecer
en silencio
por mucho más tiempo.
“Tener que vivir
sin tu país”, repetiste,
antes de que pasáramos
a otro tema
y las hojas del monte
volvieran a moverse.

19 noviembre 2018

Oí ladrar los perros

Oí ladrar los perros. Primero no le di importancia. He visto a Jack atacar, feroz e inútilmente, a una nube de luciérnagas. Aunque Buck es menos impetuoso, también suele reaccionar cuando algún sonido desentona en la sinfonía de la noche.
A diferencia de los dos labradores, Laika es más silenciosa. Bóxer al fin, solo se aleja de los alrededores de la casa si entiende que la amenaza es real y debe actuar. Desde la cama les pedí que se callaran y lo hicieron por un rato. Pero, cuando me estaba volviendo a quedar dormido, comenzaron a ladrar otra vez.
Primero miré el reloj. Las 3:15 de la madrugada. Luego busqué, aún con la vista nublada, la columna de mercurio del termómetro. 13 grados Celsius. Una temperatura muy fría para un caribeño desvelado. Por último, miré por la ventana en dirección a las luces del pueblo. La neblina lo cubría todo.
Me abrigué y salí al portal. Laika no estaba junto a la baranda. Es lo que siempre hace cuando oye que me he levantado. Eso me preocupó. Algo, más allá de una nube de luciérnagas o un sonido discordante, debía estar ocurriendo. Me puse las botas, encendí una lámpara y me hundí en la neblina.
Laika fue la primera en llegar. Después apareció Buck y por último Jack. La bóxer me pidió que la acariciara, los labradores me invitaron al combate. Los seguí. Laika y Buck se mantuvieron junto a mí. A Jack lo oí corriendo sobre el puente de madera antes de ponerse a ladrar otra vez.
Del otro lado de la cerca, entre la neblina, distinguí dos caballos. Sentí que Jack se molestó conmigo porque no me incomodé tanto como él con los moradores. Cuando volvía a la casa recordé el cuento de Rulfo: “Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte”.
Ya sin sueño, me senté en la terraza a esperar por el café. En el monte que hay junto al palo amarillo, pude distinguir a las aves durmiendo. La luna venía saliendo de la neblina cuando me puse a releer algunos párrafos de El llano en llamas. Todavía no eran las cuatro. 
Oí ladrar los perros y me desvelé.

18 noviembre 2018

ROLANDO DÍAZ: “Me falta Cuba, no me voy a esconder para decirlo”

Hace más de 20 años que vive fuera de Cuba, pero camina habla y gesticula como si nunca hubiera salido de La Habana. Aunque es un gran conversador y puede estar horas y horas hablando de béisbol (solo el difunto Armandito el Tintorero podría superar su pasión por Industriales) o música popular, su gran pasión es el cine y todo lo acaba asociando con él.
Rolando Díaz comenzó a dirigir cine en el Noticiero ICAIC. Luego, dirigió dos de las películas más taquilleras de la historia de Cuba: Los pájaros tirándole a la escopeta (1984) y En tres y dos (1985). Aunque su obra es muy diversa, tanto en forma como en temas, siempre tiene su sello inconfundible.
El escritor Emilio Comas Paret, en una conversación entre gente cercana y rones, lo describió de la manera más concisa: “Rolando es un asere con mucha sensibilidad”. Durante sus años en Santo Domingo, nos hicimos amigos y solíamos reunirnos a menudo. Esta entrevista, puede leerse como una versión taquigráfica de aquellos encuentros. 

El hecho de que el ICAIC consiguiera producir dos obras maestras (Memorias del subdesarrollo Lucía) a los pocos años de fundado, generó una tendencia en el cine cubano hacia lo pretencioso. Con tu primera película, Los pájaros…, en cambio, prefieres buscar las claves de lo popular. ¿Cómo fue recibida tu propuesta de hacer reír al espectador y, encima, ponerle música de Van Van a la banda sonora?
Recientemente he vuelto a ver Memorias… y Lucía (buscando elementos que quería rememorar de la música de Leo Brower) y, efectivamente, son dos obras maestras que trascienden el cine cubano. Aunque creo también, más allá del talento indudable de los autores y sin restarle el mérito inmenso que poseen, las impulsó el interés por la naciente revolución cubana. 
Cuando mi generación tuvo la oportunidad de hacer cine, ya la revolución (llamémosla de esta manera para hacer más fácil la comprensión de las ideas) tenía cierto desgaste. Incluso creo que, si no hubiera sido por el excesivo control temático, nuestras primeras películas hubieran sido otras. 
En el caso específico de Daniel Díaz Torres (gran amigo) y mío, que proveníamos del Noticiero ICAIC, donde nos envolvimos en una mirada crítica frontal con lo que considerábamos mal hecho, te puedo asegurar que hubiéramos contado otras historias. Algunos de nuestros noticieros enfrentaron problemas de censura por los temas abordados. 
Cuando Daniel y yo salimos del Noticiero, nos propusimos rodar un largo crítico a dos manos cuyo título sería Noticias. Aquel proyecto se frustró y, curiosamente, los dos nos viramos hacia intereses más personales y menos conflictivos. En mi caso, Los pájaros…; en el de Daniel, Jíbaro.
No obstante, no me arrepiento para nada de haber escrito y dirigido aquella comedia que todavía hoy continúa dándome muchas alegrías. En Los pájaros… me lancé a seguir el camino de cierta comedia italiana que me apasiona. Soy un admirador fiel del cine post-neorrealista (también soy un admirador del neorrealismo). 
Ello me impulsó a ir hacia mi barrio, mis vivencias, mi música (soy un vanvanero rotundo) y me animé a contar una historia en la que estaban presentes un grupo de personajes que me eran muy cercanos. El extraordinario reparto que logré reunir y un equipo técnico que me comprendió desde el primer contacto que tuvimos, hizo el resto. 
Siempre he considerado a Los pájaros…una comedia ligera, pero reconozco que no ha dejado de darme sorpresas y sigue dando la lata. La risa de Los pájaros… parte de sus propias acciones. Hay en la película una vaciladera importante a nuestra forma de ser, al “cliché” del macho cubano. Y esa autocrítica burlona conectó muy bien con el público en general. Y debo decir que no sólo con el cubano, hasta los daneses se rieron con Los pájaros…
Respecto al uso de la música, algunos intelectuales me comentaron que cómo me había atrevido a realizar la música de una película con una orquesta popular. A mí me pareció siempre lo más normal del mundo, seguro pesó mucho en mi decisión el hecho de que nací frente a la casa de Regino Frontela Fraga, director de Melodías del Cuarenta. 
Era una orquesta que conmovió el panorama guarachero de aquellos años. Por ello nunca entendí a quienes cuestionaron aquella decisión. Llevo ese tipo de música en la sangre. El tiempo me ha dado la razón, sin los Van Van la película hubiera sido otra.   

El béisbol es uno de los más claros signos de identidad de la nación cubana. Sin embargo, apenas había merecido la atención de nuestros cineastas hasta que realizaste En tres y dos. ¿Por qué crees que nuestro cine ha ignorado tanto a la pelota? ¿Cuáles son las principales satisfacciones que te dio esa película?
Sinceramente, creo que tiene que ver, en parte, con una impronta, para mí totalmente equivocada, de que el mundo del béisbol no da espacio para hacer reflexiones artísticas. En fin, que existe cierto prejuicio temático. Aunque debo reconocer que en el caso de En tres y dossí fui muy apoyado por el ICAIC, que cuando aquello lo dirigía Julio García Espinosa, un intelectual con fuertes lazos con la cultura popular y sus valores.
Es curioso, porque tenemos que recordar que En tres y dos surge de un guión de Eliseo Alberto, uno de los novelistas más grandes que ha dado nuestro país. Lichi se involucró a trabajar conmigo e hicimos lo que pudimos hacer. 
Sabemos que En tres y dos no fue Los Pájaros…, pero superó el millón y medio de espectadores en Cuba y se vio en muchas partes, ¡hasta Japón compró la película! A día de hoy hay muchas personas que no entienden por qué se divulga tan poco por televisión cubana. 
En rigor estoy mucho más contento con el resultado de Los pájaros… que con el de En tres y dos, pero es una película que para mí funciona bien, con defectos y virtudes. Recuerdo con orgullo cuando Titón me dijo que las escenas de béisbol eran de gran calidad y estaban llenas de verdad. 
“Ni el cine americano las ha logrado”, me dijo en su momento. Pero, para ser honesto también, me hizo algunas críticas que tenían que ver con el desarrollo dramático de la historia. No obstante, En tres y dos continúo una línea y un estilo de hacer con el que me siento cómodo, defectos asumidos.  

Eres uno de los pocos cineastas salidos del ICAIC que han logrado continuar su obra desde el exilio. Algunas de tus películas, incluso, ni siquiera abordan temas cubanos; como es el caso de Los caminos de Aissa (2014) y el documental que concluyes en estos momentos en República Dominicana. ¿Cómo has logrado seguir dirigiendo películas desde “afuera”?
No puedo vivir sin pensar en cine. Creo que eso, unido a mí personalidad, me ha impulsado a seguir adelante. Tampoco quiero ser injusto conmigo, algo tienen que haber visto en mi obra los que han decidido seguir apoyando mi cine.
Desde El largo viaje de Rústico (1993), nominada a los premios Goya, hasta Melodrama (1995), censurada en Cuba, pero seleccionada por la Berlinale, o Si me comprendieras (1998), que como película española también llegó al Festival de Berlín y al de Toronto, he continuado realizando un cine que, sin alardes, ha tenido cierto reconocimiento. 
Los caminos de Aissa (2013), también tuvo un buen eco en cierta crítica española y se estrenó con éxito en un cine tan exigente como el Tower de Miami, considerado uno de los diez mejores cines por su programación en Estados Unidos. Después se exhibió en el Festival DownTown Los Angeles y ganó el premio al mejor documental en el Festival Internacional de Belize. 
La película, aún sin título, que ya rodé y edito actualmente en República Dominicana, parte de una idea y una investigación extraordinaria del poeta, periodista y productor Alfonso Quiñones. Sólo te puedo decir que respiro que va por buen camino. 
Me molesta hablar bien de mí, pero no tengo abuela ni un país que me represente. Si no valoro estos datos objetivos, ¿quién lo haría por mí? He hecho cine, como tú reconoces, en varios países: en Estados Unidos (creo que Miami sigue siendo parte de esa nación), España y ahora República Dominicana, que ha sido un país excesivamente amable conmigo, hecho que agradeceré siempre.
Pero me falta Cuba, no me voy a esconder para decirlo. Es duro para un cineasta independiente no representar a la cinematografía del país donde nació.

El cine cubano se encuentra en un momento muy parecido al que vivió en 1959. El ICAIC ya no responde a las necesidades de los cineastas ni de la Cuba actual. Las mismas razones por las que fue fundado parecen condenarlo ahora a su desaparición. ¿Cuál crees que sea el futuro de nuestro cine y cómo te ves tú dentro de él?
Creo que nuestro cine va a continuar insistiendo en sobrevivir. Hay una corriente independiente que toma cada vez más fuerza en la Isla. Jóvenes cineastas que tienen impulso y talento. Y el ICAIC, en algo que es muy difícil y complejo explicar en pocas líneas, continúa apoyando películas, de alguna manera, incómodas.
En mi caso particular, estimo que formo parte del cine cubano y que mi cine, donde quiera que lo haga, es parte de ese movimiento, aunque oficialmente sea negado o no reconocido por las autoridades de mi país. Tengo grandes amigos que sí luchan por ver mi obra como la de un cineasta cubano. 
Dos personas de gran importancia dentro del cine nacional, el director Fernando Pérez y el crítico e historiador Juan Antonio García Borrero (apoyado por una parte de la crítica cubana) han animado sendas muestras de mi cine con las que se me ha homenajeado en la isla. En ellas se ha exhibido todo lo que he hecho. Incluso mis películas prohibidas. 

En la inmensa mayoría de nuestras conversaciones acabamos mencionando a tu hermano Jesús de una manera o de otra. Siempre te repito lo mismo, es una verdadera lástima que no lo tengamos pensando la Cuba de hoy y, sobre todo, la por venir. ¿Qué significó para ti tener semejante hermano mayor? ¿Cuáles son las lecciones que más te han servido de un hombre tan aleccionador?
Jesús fue un grande. Un intelectual en el sentido más profundo del término. Siento un gran amor por él, siempre lo tengo presente. Su gran pasión fue la literatura, siempre consideró su paso por el cine como algo coyuntural. Nunca he visto a nadie que tuviera su capacidad de memoria, podía hablar de poesía, diciendo poemas completos de diferentes culturas, durante más de cuatro horas.
Y qué decirte de las novelas, su cultura era enciclopédica, podía recordar capítulos completos de Rayuela. Esto por no hablarte de sus conocimientos filosóficos o musicales.  Además, fuimos excelentes hermanos, podíamos pegarnos dos horas cada dos o tres días hablando por teléfono sobre lo humano y lo divino. 
Sentí un profundo hueco en el alma cuando falleció. Es una verdadera pena que no tengamos a Jesús para pensar Cuba.

13 noviembre 2018

Andrés Calamaro nunca me ha traicionado

Copié y pegué este párrafo de “Andrés Calamaro: ‘Propongo no tomarse demasiado en serio las discusiones’”, una entrevista que Luis Ventoso le hizo al autor de “Media Verónica” para el diario español ABC. Es parte de una de la respuesta a una pregunta: “¿Le satura la corrección política?”: 
“Lo que antes llamábamos «corrección política» ahora es el escenario de disparates y reivindicaciones, algunas de la cuales no son ni siquiera necesarias. La rabia de los defensores de los «derechos humanos de los animales», los insultos y el ridículo asco que aseguran «sentir»; la ideología como mueca, casi como burla de la tradición de una ideología intelectual… La revancha permanente y buscar culpables”, respondió Calamaro.
Unos párrafos más abajo, Ventoso le pregunta al Salmón sobre el rechazo fundamentalista de la «izquierda caviar» a las corridas de toros. Esta fue su respuesta:
“Estas intervenciones morales son francamente desagradables; la inteligencia es amoral. Puedo admitir cuestiones estadísticas o jurídicas, pero oponer una moralidad supuestamente superior, o más sólida, es un delirio. Si la izquierda es verdadero caviar, entonces van a bajar un poco el tono delirante de las hordas justicieras que celebran las heridas de un torero y luego exigen mayor empatía”.
Coincido con los que dicen que ha escrito las mejores letras del rock en español, junto a Joaquín Sabina. También estoy de acuerdo en que, primero con Los Rodríguez y después en solitario, ha logrado que por fin el rock en español suene a rock de verdad. Pero lo que más disfruto, además de su obra, claro, es coincidir con su actitud y sus posturas. 
A diferencia de otros que tuve que dejar sentados en una silla, en el borde del camino, Andrés Calamaro nunca me ha traicionado.

12 noviembre 2018

El síndrome del domingo

Padezco del Síndrome del Domingo. Es un trauma que traje de Cuba. Desde los 11 años hasta que me gradué en la Escuela de Arte, pasé la mayor parte de mi vida fuera de casa. Nos llamaban becados. Pero en verdad estábamos internos en un lugar donde, además, debíamos trabajar en el campo cuatro horas al día.
Todos los domingos, a las 5 de la tarde, un ómnibus escolar nos llevaba hasta lo más remoto de la provincia, lejos de nuestras familias. Cada vez que pasábamos por un pueblo, el sonido de Palmas y cañas (un programa que la televisión le dedicada a los campesinos) entraba por las ventanillas.
Aunque aquellas tonadas eran alegres, en mis oídos retumbaban como si fueran un réquiem, desesperantemente melancólicas. También nos llegaba el olor de las comidas y las voces de los que tenían el privilegio de quedarse en sus casas, de saber lo que era el amanecer de un lunes entre los suyos.
No sé por qué asocio el tener que dejar la Loma y volver a Santo Domingo con aquellos deprimentes viajes. Es por eso que estoy tan feliz. Hoy no nos vamos. Lástima que aquí no pueda sintonizar Palmas y cañas. Mañana sabré cómo se amanece un lunes aquí arriba.

11 noviembre 2018

La manada de la Loma de Thoreau

El sábado en la mañana tuvimos que ir al Family Fun Day del colegio de María. Siempre me abrumaron las celebraciones colectivas, pero de viejo he llegado a detestarlas. Por eso busco la mesa más apartada, el rincón más inaccesible, el punto más alejado de los entusiastas. 
Pues hasta allá fue una señora de la Fundación no sé qué, defensora de los perros en particular y de los animales en general. Trató de entregarnos unos flyers y de ofrecernos cursos, adiestramientos y hasta campamentos para nuestras mascotas. 
Rara manera esa de sensibilizarse con el reino animal tratando de humanizarlo. Fui a responderle con un disparate, pero Diana no me dejó. Como suele hacer en esos casos, me clavó las uñas en el brazo y no me soltó hasta que la señora estuvo lejos del alcance de mi voz. 
Me gusta que mis perros sean perros, no ridículos peluches amaestrados. Hemos cercado la Loma de Thoreau para que Laika, Jack y Buck sean libres de hacer lo que quieran por el monte. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de ellos. Cada vez se esfuerzan más para que yo deje de ser humano y me integre a su manada.

El bosque de Diana


Lo que más nos gustó de la Loma de Thoreau el día que la conocimos, fue su vegetación. Aunque en algunas partes es un bosque tupido, una de sus esquinas estaba totalmente deforestada. Para colmo de males, los dos únicos pinos que habían sobrevivido se enfermaron y tuvimos que cortarlos.
Primero sembramos una hilera de caobas. Luego algunos ocujes y en la cerca, como en el resto de los linderos, carolinas y mar pacífico. Siempre que veníamos, Diana se iba a caminar sola por aquella tierra pelada. “Tenemos que seguir sembrando, tenemos que seguir sembrando”, repetía una y otra vez.
Un fin de semana, descubrió que habían nacido posturas de pinos por todas partes. Eufórica, prohibió el paso por el lugar y le pidió a Alito, nuestro jardinero, que no tocara nada allí. “Deja que crezca la hierba —le ordenó—. Lo importante es que sobreviva la mayor cantidad de esas posturas”.
Entre junio y septiembre hubo una larga sequía y muchas de aquellas pequeñas plantas murieron. Cada vez que subíamos quedaban menos. Aun así, cuando volvieron las lluvias, habían sobrevivido suficientes. Un 35%, según concluyó Diana después de hacer un exhaustivo inventario. 
El conjunto forma un hermoso caos, el elegido por la naturaleza. No moveremos ni uno solo de esos pinos del lugar donde nació. Tampoco entresacaremos los que están demasiado cerca. Que sean ellos mismos quienes compitan por su espacio y su supervivencia.
Mientras tanto, Diana trata de entender su lenguaje y de aprender de su noción del tiempo, tan distinta a la nuestra. Es su bosque, son sus árboles, es su manera de darle las gracias a esta montaña por toda la felicidad que nos ha permitido sembrar en ella.

09 noviembre 2018

El largo tren de árido

Haremos paredes,
levantaremos muros,
escribiremos 
en el cemento fresco
nuestros nombres
y las palabras
que nunca
quisiéramos olvidar.

Construiremos un mundo 
perfecto,
mucho mejor
del que nos prometieron
y del que soñamos
alguna vez.
Todo eso será posible
en algún momento
de nuestras vidas,
o la de nuestros hijos,
o la de nuestros nietos,
o, con demasiada
mala suerte,
la de nuestros biznietos.

Solo debemos tener
paciencia, 
mucha,
muchísima paciencia.
Recuerda, 
primero 
debe 
acabar de pasar 
el largo tren de árido.

NELSON RODRÍGUEZ: He tenido una vida hermosa

Foto: © Diana Montero.
Una tarde de principios de los años 80, alguien subió al albergue de la Escuela Nacional de Arte, en Cubanacán, con la noticia de que una guagua nos estaba esperando para llevarnos a una proyección de Memorias del subdesarrollo. Cuando llegamos a la pequeña salita del ICAIC, nos esperaba Nelson Rodríguez.
Le hicimos muchísimas preguntas y él las respondió todas con una sencillez avasallante. Para mí, que en ese momento creía que iba a ser director de teatro, fue una gran lección ver cómo aquel individuo, que era considerado uno de los más grandes editores de cine en Latinoamérica, daba uso de lo simple, de lo directo.
En un momento del diálogo, contó cómo había resuelto la secuencia final de la película. Gutiérrez Alea no estaba conforme con lo que tenía filmado y ya estaba decidido a repetirlo. Nelson le pidió que lo dejara editar el material, como hacía Godard, en diferentes planos y con cambios de eje.
En una entrevista reciente, volvió a contar ese momento clave: “Al día siguiente lo vimos y Titón se entusiasmó: ‘Oye, está bueno esto, y mira, si le integramos planos de la crisis en las calles, los tanques de guerra, los militares en las trincheras, redondeamos la idea’. Y así fue y así se quedó la secuencia y no tuvo que filmar nada”, recordó.
Muchas veces, cuando no he encontrado un final convincente para un poema, un cuento o un reportaje, recuerdo a Nelson. “Usa diferentes planos y cambios de eje”, me digo. Nunca nos presentaron. Después de aquel día, jamás lo volví a ver en persona. Fue Facebook quien nos puso en contacto.
Una noche me dio un toque. Al respondérselo, le propuse esta conversación. “Sí, claro —me respondió—. Pero ahora no. Son las 7 de la noche. Voy a cenar y después veré películas”. Aun así, tres minutos después (Messenger no me dejaría mentir) le envié las preguntas.
“Me tomaré algún tiempo en contestarte —me respondió a la mañana siguiente—. El día 14 cumplo 80 años. Debes tener paciencia”. Esa misma tarde empecé a recibir las respuestas. 

Eres el editor de las dos obras cumbres del cine cubano, Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968) y Lucía (Humberto Solás, 1968). Se asegura que tus aportes en ambas fueron decisivos. Vistas desde hoy, ¿qué le debes a esas películas?
Vistas ahora, me han dado muchas satisfacciones. Ambas cintas, en copias restauradas, fueron exhibidas en recientemente en el Festival de Cannes. Con Memorias… fui invitado, junto a Daisy Granados, a Los Ángeles para el estreno de la copia restaurada en el Teatro de la Fundación Getty. 
Luego, en la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, nos entrevistaron a ambos para la memoria histórica y oral de la institución. Eso fue en marzo del 2017. Hace un par de meses presenté la copia restaurada de Lucía en el Coral Gables Art Cinema de Miami. En verdad fue un hermoso acto.
Ambas películas se filmaron y se editaron una detrás de la otra. A propósito de eso, Humberto resumió una vez lo que, según él, significó mi labor en ellas: “Nelson tuvo la sangre fría para editar Memorias… y la sangre caliente para editar Lucía”.

Tu labor en el cine cubano abarca cinco décadas. Teniendo en cuenta tanto conocimiento de causa, ¿cuáles son para ti el mejor y el peor momento de nuestra creación cinematográfica?
Los mejores años fueron los 60, por aquel impulso inicial, tan novedoso, que se produjo en nuestro país. Creo que hubo dos momentos fatales para la creación cinematográfica. Primero, el comienzo de los años 70. 
La famosa parametración que empezó por el teatro, luego pasó a la televisión, después a la universidad y finalmente a donde quiera que hubiera un artista. En el ICAIC no fue tan grave por una actitud muy inteligente de su director Alfredo Guevara.
El segundo fue los 90, por el llamado Periodo Especial. Prácticamente se paralizó la producción de películas por falta de recursos económicos. Para mí, en lo personal, el “caso Amada” significó un gran disgusto. Pero me olvidé del asunto y unos años después prácticamente abandoné el ICAIC. 
Me fui de profesor para la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, donde descubrí que la docencia me encantaba. 

Has dicho que el cine es cortar. ¿Cómo se corta lo cubano en el cine?
Esa frase me la escribió el chileno Miguel Littin en el cristal de la ventana de mi cuarto de edición. Me encantaba cortar lo que consideraba que sobraba en una secuencia. Lo que quedaba, si la película era cubana, ¡eso era lo cubano en el cine!

Hablemos ahora de La Habana, la ciudad donde transcurrió la mayor parte de la película de tu vida. ¿Cómo es tu relación actual con ella? 
Aunque la recuerdo con mucha nostalgia, hoy tengo una relación muy lejana con ella. Estuve en el Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de 2014, invitado como presidente del Jurado de Ficción. 
Realmente lo disfruté mucho y sentí un gran orgullo de que el Premio a la Mejor Película lo mereciera Conducta, de Ernesto Daranas, y el Premio al Mejor Actor, Armando Valdés Freire, el niño que la protagoniza.

¿Qué te sigue fascinando y que te hastía? ¿Qué le agradeces y qué le reprochas? Sigo hablando de La Habana, claro.
¿Hastío? ¿Fascinación? ¿Reproches? Nada de eso. Tengo una vida diferente ahora. La disfruto y no pierdo mi tiempo recordando cosas que me entristecen. Soy un nombre feliz, Camilo. 
He recibido grandes satisfacciones en el plano profesional, por mi labor en el cine como técnico profesional, y encima dicen que soy excelente docente. He tenido una vida hermosa, plagada de mucho amor y cariño. Se terminó, ¿verdad? ¡Fin!

07 noviembre 2018

Capas amarillas

Bajamos por el temporal
con las capas amarillas.
Bordeamos los límites 
de la tarde y seguimos 
el camino
que han abierto
la lluvia
y las reses ajenas.
No recuerdo
si todavía era sábado
o si ya habíamos 
cruzado el puente 
del martes.
Tus manos pequeñas
y asustadas 
se asían 
al hierro de la puerta.
Sé que dijiste algo,
pero no pude oír bien.
En mi memoria solo 
ha quedado
el ruido del motor
y las capas amarillas,
mediando
entre nosotros
y la saña de la tormenta.

04 noviembre 2018

Cargar la suerte

En noviembre del 2000 hubo un gran silencio a mi alrededor. Las canciones que me acompañaban a diario en La Habana, no lograban explicarme la ciudad donde fijaría mi residencia en el exilio. Fue entonces que cayeron en mis manos Alta suciedad (1997) y Honestidad brutal (1999).
Con el tiempo, esos dos discos de Andrés Calamaro se convirtieron en los ejes de la carreta en la que me movía por la distancia, el desarraigo y la melancolía. Cada palabra lograba ponerme en mi sitio. Era lógico. Yo, que soy de “la quinta que vio el Mundial ‘78”, también “quemé mi pasaporte con rabia”. 
Luego, con El Salmón (2000)el disco con el que Calamaro se lanzó sin paracaídas en un mar de 103 canciones, pude conducir semanalmente entre Santo Domingo y Santiago de los Caballeros. Nunca fui solo, me acompañaban aquellos cinco CDs y mi propia soledad.
Desde entonces, cada etapa de mi vida tiene un disco de Calamaro de fondo: El cantante (2004), El regreso (2005), El palacio de las flores (2006), La lengua popular (2007), Dos son multitud (2008), On the Rock (2010), Bohemio (2013), Jamón del medio (2014), Romaphonic Sessions Volumen 11 (2016).
En 2018 soy un Camilo muy diferente al Camilo que era en 2000. Creo que, si nos pusieran delante, ni seríamos capaces de reconocernos. Para explicar qué nos pasó, qué me pasó, creo que bastaría con poner todos esos discos de corrido y pedir que me vayan buscando dentro de ellos.
Desde el viernes en la madrugada, en que por fin estuvo disponible en iTunes, oigo sin parar el nuevo disco de Calamaro. Una vez más sus canciones me ayudan a volver a cambiar, a seguir renegando y disintiendo, a cargar la suerte frente a este medioevo de corrección política, dialectos igualitarios y estupidez animalista.
“Hay que poder, hay que saber. Hay que querer conseguir por qué vivir”, dice El Salmón en los últimos versos del disco. “Porque me fui puedo creer. Si no me voy no sé volver. Y conocer el mundo me va a servir, supongo, para entender lo que es volver, lo que es vivir”, sigo tarareando yo, loma arriba.