El sábado en la mañana tuvimos que ir al Family Fun Day del colegio de María. Siempre me abrumaron las celebraciones colectivas, pero de viejo he llegado a detestarlas. Por eso busco la mesa más apartada, el rincón más inaccesible, el punto más alejado de los entusiastas.
Pues hasta allá fue una señora de la Fundación no sé qué, defensora de los perros en particular y de los animales en general. Trató de entregarnos unos flyers y de ofrecernos cursos, adiestramientos y hasta campamentos para nuestras mascotas.
Rara manera esa de sensibilizarse con el reino animal tratando de humanizarlo. Fui a responderle con un disparate, pero Diana no me dejó. Como suele hacer en esos casos, me clavó las uñas en el brazo y no me soltó hasta que la señora estuvo lejos del alcance de mi voz.
Me gusta que mis perros sean perros, no ridículos peluches amaestrados. Hemos cercado la Loma de Thoreau para que Laika, Jack y Buck sean libres de hacer lo que quieran por el monte. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de ellos. Cada vez se esfuerzan más para que yo deje de ser humano y me integre a su manada.
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