28 julio 2022

El café La Llave explica por qué el socialismo es un fracaso

José Gaviña en el lomerío del Escambray

Fue José Manuel Fernández Pequeño quien corrió la voz en su muro de Facebook. El régimen cubano, admitiendo su incapacidad para abastecerse, ha empezado a comercializar café La Llave en su cadena de tiendas Caracol (donde le vende productos muy caros y en dólares a un país que mal gana en pesos). 
150 años después de que el vasco José Gaviña plantara un cafetal en el Escambray, su café vuelve a la isla donde sembró todos sus sueños. La historia del café La Llave, una de las marcas más queridas por el exilio cubano y los latinos en Estados Unidos, es tan fascinante como los aromas de sus tostados.
Desde mediados del siglo XIX y hasta 1959, los Gaviña trabajaron sin descanso en su negocio familiar. En Google Map aún son visibles las ruinas de la propiedad donde vivía y cosechaba la familia de José. Aparecen señaladas con su apellido. La imagen del satélite permite apreciar el nivel de destrucción de todo.
Apenas unos meses después de llegar al poder, el gobierno de Fidel Castro les intervino los cafetales, los secaderos, la despulpadora y la torrefactora. Frustrados, los Gaviña se marcharon al exilio y empezaron de cero en Los Ángeles. 60 años después, su café es otra vez una marca próspera y admirada.
En 1959, con una población de 6 millones de habitantes, Cuba producía 60 mil toneladas de café. Hasta en los hogares más pobres se colaba a diario un café puro y de gran calidad. En 2019, con una población de 11 millones, la isla a duras penas logró producir 10 mil toneladas. El régimen anunció la cifra como un gran logro.
Gracias al legado de José Gaviña y a la persistencia de sus descendientes, Cuba hoy puede volver a tomar café de verdad. Puro y fuerte, como se anuncia en cada paquete de La Llave. Pero ha logrado algo más importante aún: explicar, a través del esfuerzo y la pasión de los suyos, por qué el socialismo es un rotundo fracaso.

26 julio 2022

Feliz aniversario, Cucha


El 25 de julio de 2011, entré en Casa de Teatro como un toro sale a una plaza, enfurecido y cegado. Atravesaba por uno de los peores momentos de mi vida. Entonces di con unos ojos azules que me miraban detrás de un ceño fruncido. Me sentí tan intimidado, que lo único que se me ocurrió fue darle un beso.
Ese acto tan temerario pudo costarme la vida. Pero, como a los toros que muestran una excepcional bravura, acabé siendo indultado. Eso sí, esa misma noche me puso incontables banderillas y sin necesidad de capote logró que la siguiera hasta hoy. 
¡Feliz aniversario de novios, Cucha!

21 julio 2022

De los años rampantes


A Dania Andrés siempre le gustaron las sorpresas y hoy logró darme una con esta foto. Además de nosotros dos, en ella aparecen los hermanos Miguel y Lázaro Pérez y Alexis Díaz de Villegas, nuestro querido Majá. 
No recuerdo dónde se hizo ni la fecha, pero puedo adivinar que es el bosque del antiguo Country Club de la Habana a medios de los años 80, cuando los cinco estudiábamos teatro en Cubanacán. 
Como Cósimo, el rampante personaje de Ítalo Calvino, desde entonces yo prefería la vida en los árboles y me la pasaba refugiado en sus enormes sombras. Al parecer, ese día acabé trepando el que tenemos a nuestras espaldas.
Según me cuenta Dania, la historia de la foto se debe a un accidente. Ella tenía que ir a la Biblioteca Nacional y yo interrumpí sus planes. Ahí se nos unieron el Majá y los chinos (Miguel y Lázaro), justo en el momento en que un profesor (que ella cree que fue Juan Andrés) nos apuntó con la cámara.
Por aquella misma época, gracias también a Dania, recibí una de las sorpresas más hermosas de mi vida. El que en ese momento era esposo de su hermana Cira (la poeta), le llevó comida a la escuela y me senté con ellos a comer. 
Solo nos saludamos y compartimos aquel rato. Ni los nombres nos preguntamos. tres o cuatro años después aquel tipo se convertiría en uno de mis seres más queridos. Era Sigfredo Ariel.

20 julio 2022

Historia de un caballo


"El caballo levantó la cabeza, queriendo demostrar con ello 
que estaba pronto a obedecer, y esperó". 
León Tolstoi

De niño tuve un caballo. Era blanco, tenía un siete en la montura y decía Made in URSS justo debajo de la crin. Sentado en un sillín con dos ruedas, pedaleaba para que el caballo moviera las patas delanteras y avanzara por el andén. Logré alcanzar una gran velocidad en aquel triciclo, incluso en las curvas.
Cuando se acercaba un tren, Aurelio me hacía señales para que alejara a mi caballo de la línea. Permanecíamos quietos, pegados a la pared de la estación, hasta que el tren acababa de pasar. Se manejaba con unas riendas, que estaban atadas a un eje que atravesaba su cuello y sostenía la rueda delantera.
Con ese caballo me aprendí cada palmo del andén. Las rayas eran caminos que conducían a lugares tan lejanos como el bosque de Sherwood. Las grietas, ríos. Uno era el Arimao de mi padre, otro el Sena de Jean Valjean. El borde del andén, el más peligroso desfiladero. A veces no quería que viniera nadie a jugar, porque interrumpían las aventuras que estaba disfrutando junto a mi caballo. 
Con él también aprendí a disfrutar la soledad. Tenía dos largos andenes para cabalgar. Un día, tratando de doblar a toda velocidad, estuvimos a punto de volcarnos. Una de las ruedas traseras quedó casi a la altura de mi cabeza. Aquellos segundos fueron de los más emocionantes que he vivido.
Llegó un momento en que ya casi no cabía en el sillín. Las rodillas me empezaron a chocar con las patas traseras del animal. Como al piano, lo mandaron para Cumanayagua. Pero esta vez Popi sí fue a recoger el despacho. En una carta que Lucy le escribió a Atlántida, le contó que mi primo Harold estaba feliz con el caballo.
Luego aprendí a montar los viejos patines de mi tío Aldo. Con unas llaves los apretaba bien a mis botas ortopédicas y, después de perder varias veces la piel de las rodillas, los codos y las palmas de las manos, logré una gran destreza. Pasaba las curvas casi acostado.
Ahora las ruedas las tenía yo, pero eso no me impidió seguir cabalgando. Cuando se acercaba un tren, Aurelio me hacía señales para que me alejara de la línea. Las rayas seguían siendo caminos. Las grietas, ríos. El borde del andén, el más peligroso desfiladero. El caballo seguía estando conmigo, pero solo yo era capaz de verlo.

11 julio 2022

Llegará el día en que tengamos calles y escuelas que se llamen 11 de Julio


A propósito del primer aniversario del mayor estallido social de la historia de Cuba, Yoani Sánchez 
me hizo llegar dos preguntas para un dossier de 14yMedio. Estas fueron mis respuestas. 

¿Qué fue el 11J para usted?
Si al régimen instaurado por Fidel Castro le quedaba un ápice de legitimidad, renunció a ella el 11J, después que Miguel Díaz-Canel compareció en la televisión para ordenarle a una minoría de cubanos que combatieran y reprimieran a una mayoría de cubanos.
En Chile (un país que también sufrió una dictadura, aunque no tan larga como la nuestra) miles de jóvenes se lanzaron a la calle igual que los nuestros. Hoy los jóvenes chilenos que protestaron están en el poder. Los cubanos, en cambio, están en la cárcel.
Llegará el día en que tengamos calles y escuelas que se llamen 11 de Julio. Es probable que esa fecha llegue a ser también una fiesta nacional, porque es sin duda el mayor estallido social de nuestra historia. 
No sé si los jóvenes que hoy están presos lleguen al poder, pero inspirarán muchísimo a los que sí lo logren. El 11J para mí es esa esperanza.

¿Cómo vivió el 11J desde la distancia, dónde estaba, se sorprendió, cómo se informó y cree que viene pronto otro estallido social?
Pasé en bicicleta por el 5 de agosto de 1994. Iba por el Malecón y alcancé a ver el principio de la manifestación. Pedaleé duro hasta mi casa para abrazar a mi hija. Celebré antes de tiempo. Todos sabemos cómo acabó aquel día, con camiones del Blas Roca reeditando la escena final de “Memorias del subdesarrollo”.
El 11 de julio de 2021 también llegué a creer que lo lograríamos. Recuerdo que no me moví de la pantalla en todo el día. Nunca mi país me había esperanzado tanto. Luego sobrevinieron el apagón digital, la salvaje represión y, finalmente, la persecución casa por casa de los manifestantes.
Un país que renuncia a sus jóvenes por tal de mantener en el poder a cuatro ancianos, es insostenible. Nadie puede decir cuándo se producirá el próximo estallido o cómo acabarán cayendo los que nos tienen en el oprobio sumidos. Pero ni siquiera ellos dudan que es eso lo que acabará ocurriendo.

03 julio 2022

Quico Monzoña en una portada de Led Zeppelin


Una vez le comenté a Tom, el novio de mi hija Ana Rosario, que el disco “Led Zeppelin IV” (en realidad no tiene título) era uno de los que más había oído en mi juventud. Eso le sorprendió tanto que hace unos días, cuando llegamos a su casa en Harlow, me tenía de regalo la edición original en vinilo.
Le prometí que lo pondría en un cuadro en mi estudio. Además de lo que significa el álbum que atesora la mítica “Stairway To Heaven” (las “Escaleras al cielo” de todo aspirante a pepillo en mi generación), siempre asocié su portada con uno de los personajes más entrañables de mi pueblo.
Quico Monzoña pasaba dos veces al día por el potrero de mi abuelo con un cargamento de leña sobre su espalda. Lo llevaba envuelto en un saco al que yo le tenía terror. No era culpa mía sino de mi abuela. Cada vez que yo me rehusaba a comer algo, Atlántida me amenazaba con llamar a Quico para que me llevara.
Aunque el anciano y mis abuelos siempre se prodigaban saludos muy amistosos, yo siempre me parapetaba detrás de ellos. Hasta un día en que, por un descuido mío, nos encontramos cara a cara. Fue una tarde de frío en que acompañé a Aurelio a buscar cañas para las vacas al tren del central Mal Tiempo.
Eran cerca de las 6 y estaban a punto de empezar "Los muñequitos" (un programa de dibujos animados que no me perdía), por eso le pedí a mi abuelo que me dejara regresar solo a la casa. Como él podía seguirme con la vista durante todo el trayecto, accedió. Ya estaba oscureciendo, por eso no lo vi venir. 
Justo en la mitad de potrero, me encontré con Quico Monzoña. Aunque era un hombre pequeño, el cargamento de leña sobre su espalda lo hacía inmenso. Me quedé paralizado hasta que él, después de decirme “Camilitooooo” (los personajes de mi pueblo hablan con eco), siguió de largo.
“Quicooooo”, le respondí, tembloroso, a punto de que se me doblaran las piernas. Logré escuchar las carcajadas de mi abuelo. Luego, en la mesa, Atlántida y Aurelio no podían parar de reírse. Años después conseguí un cassette original de “Led Zeppelin IV” y recuperé a Quico.
Ahora lo tendré en mi estudio, junto a “Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band”, Beny Moré y “Cargar la suerte” de Andrés Calamaro. A diferencia de los otros discos, que también me han inspirado mucho, el de Led Zeppelin me devuelve a Quico Monzoña.
Con su cargamento de leña sobre la espalda, dirá mi nombre con eco y yo, feliz de no temerle, siempre le devolveré el saludo.

02 julio 2022

Enterrador no lo llores


"¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?",
CALDERÓN DE LA BARCA

La dictadura de Cuba siempre se las ingenia para sorprendernos, para mal o para peor. Ayer, sin embargo, recibimos de ella una buena noticia. El general Alberto López-Calleja, el hombre que más mandaba en la isla, había decidido alegrarle el viernes a millones de cubanos.
La prensa oficial del régimen, de la que uno sospecha por defecto, asegura que murió de un ataque cardiorespiratorio. Meses atrás, Juan Juan Almeida había puesto a rodar la bola de que padecía de cáncer. No pocos, en las redes sociales, se han preguntado si se trata de un asesinato.
Todo es posible en un país que se divorció de la verdad hace más de 60 años. Lo único cierto es que la continuidad se ha visto interrumpida de pronto por una sucesión de puntos suspensivos y signos de interrogación. ¿Quién heredará el trono en esa estructura mafiosa que (des)gobierna en Cuba?
¿A manos de quién irá a parar el capital que manejaba (y acumulaba) López-Calleja a su antojo y sin tener que darle explicaciones a nadie? ¿Es esta una oportunidad única para que los cubanos se liberen de la familia que los tienen en el oprobio sumidos? 
Cada vez me cuesta más trabajo asimilar algún tipo de esperanza cuando de Cuba se trata. Por eso ayer me limité a servirme un doble del mejor ron y a pedirle a María Teresa Vera que me ayudara a cantar: “no lo llores, no lo llores, que fue el gran bandolero, enterrador no lo llores”.