José Gaviña en el lomerío del Escambray |
Fue José Manuel Fernández Pequeño quien corrió la voz en su muro de Facebook. El régimen cubano, admitiendo su incapacidad para abastecerse, ha empezado a comercializar café La Llave en su cadena de tiendas Caracol (donde le vende productos muy caros y en dólares a un país que mal gana en pesos).
150 años después de que el vasco José Gaviña plantara un cafetal en el Escambray, su café vuelve a la isla donde sembró todos sus sueños. La historia del café La Llave, una de las marcas más queridas por el exilio cubano y los latinos en Estados Unidos, es tan fascinante como los aromas de sus tostados.
Desde mediados del siglo XIX y hasta 1959, los Gaviña trabajaron sin descanso en su negocio familiar. En Google Map aún son visibles las ruinas de la propiedad donde vivía y cosechaba la familia de José. Aparecen señaladas con su apellido. La imagen del satélite permite apreciar el nivel de destrucción de todo.
Apenas unos meses después de llegar al poder, el gobierno de Fidel Castro les intervino los cafetales, los secaderos, la despulpadora y la torrefactora. Frustrados, los Gaviña se marcharon al exilio y empezaron de cero en Los Ángeles. 60 años después, su café es otra vez una marca próspera y admirada.
En 1959, con una población de 6 millones de habitantes, Cuba producía 60 mil toneladas de café. Hasta en los hogares más pobres se colaba a diario un café puro y de gran calidad. En 2019, con una población de 11 millones, la isla a duras penas logró producir 10 mil toneladas. El régimen anunció la cifra como un gran logro.
Gracias al legado de José Gaviña y a la persistencia de sus descendientes, Cuba hoy puede volver a tomar café de verdad. Puro y fuerte, como se anuncia en cada paquete de La Llave. Pero ha logrado algo más importante aún: explicar, a través del esfuerzo y la pasión de los suyos, por qué el socialismo es un rotundo fracaso.
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