28 junio 2018

Aquí te esperamos, Ariel

Ariel Ruiz Urquiola es un biólogo cubano que se encerró en la Sierra del Infierno a cuidar de su entorno y hacer producir la tierra de una manera sostenible. Solo esas dos acciones bastarían para que una dictadura depredadora e improductiva lo considera un individuo subversivo.
Pero Ariel llegó aún más lejos y eso sí que no se lo perdonaron. Encima de lograr que su pequeña finca produjera lo que al régimen se le hace imposible en el resto del país, se atrevió a disentir y a desear el futuro de libertad y prosperidad que él, su familia y el resto de sus compatriotas se merecen.
En 14 y Medio o en DDC pueden encontrar su historia. Dos guardias rurales disfrazados de guardabosques se aparecieron en su finca y lo acusaron de desacato. Poco después, en la representación teatral de un juicio, fue sentenciado a un año de privación de libertad.
Inmediatamente, ocuparon su pequeña parcela, destruyeron sus sembradíos y le pusieron fin a su proyecto ecológico. Ingresado en la sala de penados del Clínico Quirúrgico Abel Santamaría Cuadrado, de Pinar del Río, mantiene una huelga de hambre y sed. 
La última noticia que se tiene de él es que solicitó asistencia religiosa y la dictadura se la negó. La inmensa mayoría de los cubanos no se atreven a abrir la boca o son indiferente a los crímenes de la dictadura que los oprime. Incluso muchos que viven fuera del país, mantienen un displicente silencio. Eso convierte a Ariel es un individuo excepcional. 
Hizo todo lo que pudo para defender sus sueños dentro de un régimen que exige obediencia hasta en las pesadillas. Declarado prisionero de conciencia por Amnistía Internacional, está privado de su libertad desde el 3 de mayo. La huelga de hambre y sed fue su último recurso frente al avasallante poder totalitario. 
Cada día, en cuanto nos levantamos, Diana Sarlabous y yo buscamos noticias sobre él. Nos encantaría poder llevarlo a conocer la Loma de Thoreau. Nos llenaría de orgullo compartir con él la libertad del Cibao y la Cordillera Central dominicana.
Aquí te esperamos, Ariel, en un lugar que lleva el nombre de un hombre que fue como tú. Ojalá que podamos darnos un abrazo pronto.

26 junio 2018

El único elogio que me merezco

El domingo pasado me hicieron el único elogio que me he creído. Se lo debo a Julio Vidal, nuestro vecino en Quintas del Bosque, donde tenemos la Loma de Thoreau. Julio es un sibarita que vende montacargas y pone a Gato Barbieri cuando la tarde empieza a caer sobre el Cibao.
Mi problema hasta ahora con los elogios es que acabo reconociendo que son inmerecidos. Cuando me alaban como poeta, admito que no puedo ser el mejor ni en mi municipio. El Paradero de Camarones pertenece a Cruces y allí nació José Ángel Buesa.
Hasta donde sé, soy el único habitante de mi pueblo que ha publicado un libro. Pero en el bar de Roberto Yero se reunía todas las tardes un grupo de canarios anónimos a improvisar décimas. Jamás conseguiré una metáfora como aquellas, dichas después de un apurado trago de ron y antes de un escupitajo.
Cuando me ensalzan como hijo, padre o esposo, pienso en todas las cosas que he hecho mal, muy mal y hasta terriblemente mal con Lérida, Ana Rosario, María o Diana. La suma de errores supera con creces la de aciertos. Aunque ellas siempre están dispuestas a perdonarme, no puedo engañarme a mí mismo.
Ningún trabajo me ha apasionado tanto como el tiempo libre, de manera que no puedo decir que me he destacado lo suficiente en ninguno de los tantos que he tenido. Miento si les digo que en verdad me sentí director teatral, editor, periodista o consultor en estrategias de comunicación. 
Tampoco he sido un ciudadano ejemplar, ni como cubano ni como exiliado. Las solapas de mis escasos libros me describen mucho mejor de lo que en verdad soy. En todas hay alguna exageración. El elogio de Julio, sin embargo, me pareció merecido. Llegó con unos amigos y los llevé a caminar por la Loma.
Les enseñé todo lo que hemos sembrado: pinos, caobas, cedros, robles, pendas, maras, carolinas, nísperos, naranjos, mameyes, plátanos, malangas, maíz… “Camilo es un sembrador”, dijo Julio de pronto y, por primera vez, sentí que me hacían un reconocimiento sobre el que no tengo la más mínima objeción. 
Sí, soy un sembrador, un gran sembrador. Que me recuerden por esos árboles me parece, además de justo, más que suficiente.

21 junio 2018

El silencio de la dictadura ante la muerte de Rafael Alcides

El periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista, ha dejado pasar 48 horas sin dar la noticia de que ha muerto Rafael Alcides, uno de los más grandes escritores de Cuba. He vuelto a su página de Cultura una y otra vez en busca de esa nota que los cubanos, aún más que el poeta, merecen.
Reviso los titulares. Solo farándula, cursilería, panfletos: “Laura Pausini cantará junto a Gente de Zona”, “Marta Terry: libros, raíces y flores”, “Mayonesa casera”, “La ilusión de Fidel y el Che en un niño de 12 años”, “La alegría del circo se apodera de Cuba”… 
El presidente de la Asociación de Chihuahuas , Miguel Barnet, quien también encabeza la Unión de Escritores y Artistas (UNEAC), tampoco se ha pronunciado. Tan familiarizado parece estar ya con los instintos de los perros, que pasa por alto los de su propia especie. 
El silencio de la dictadura ante la muerte de Rafael Alcides no es censura, porque en el mundo actual ese tipo de silencio es imposible. No ofrecer el más mínimo gesto de pesar por la pérdida de un cubano como los que Cuba merece, es mezquindad y cobardía. 
Ya no hay manera de administrar el olvido, como tampoco de hacer creer lo increíble. Eso ya deberían saberlo ellos, que tanto tiempo pierden en averiguarlo todo. Como también deberían estar conscientes de la indiferencia y la repugnancia de los cubanos ante los símbolos que les restriegan a diario. 
En las últimas 48 horas, durante el mismo periodo de tiempo que ha durado la omisión de Granma, he leído incontables muestras de dolor, admiración y gratitud por Rafael Alcides. Incluso algunos que laboran en instituciones del régimen, han expresado con honestidad y valentía lo que sienten. 
Eso es suficiente. La Cuba que soñó Rafael Alcides, ese país que nos merecemos y por el que él dio y perdió todo, llegará más temprano que tarde. Agradecido como un perro, el poeta celebrará ese día feliz junto a cada cubano libre.

20 junio 2018

Cuando nadie muere

Encuentro en El Bohío. De izquierda a derecha: Alfonso Quiñones,
Rafael Alcides, Miguel Coyula, Camilo Venegas, Marianela Boán
y Alejandro Aguilar.
La última vez que nos vimos fue en El Bohío, el apartamento donde Diana Sarlabous y yo vivimos en Santo Domingo. Nos lo trajo Alfonso Quiñones, quien había logrado que lo invitaran a un festival de cine donde se exhibió Nadie, el documental de Miguel Coyula que él protagoniza.
Cuando abrí la puerta me encontré a un hombre muy envejecido, pero parado con una firmeza escalofriante. Su vozarrón confirmó que era él. Me quedé paralizado, tratando de reconocer en aquel cuerpo frágil al tipo corpulento que había dejado en La Habana 20 años atrás.
—¿No me vas a dar un abrazo y un beso? — Como muchos campesinos cubanos, era besucón, cariñoso y de una ternura que jamás pudo esconder, ni siquiera en sus versos más agrios. Todo el tiempo que estuvimos abrazados se mantuvo dándome enormes manotazos en la espalda.
Lo conocí a principios de los años 80, el día que hallé La pata de palo (1967) en la librería San Carlos de Cienfuegos. Aquel manojo de poemas cambió mi manera de buscar y de encontrar la belleza en las palabras. Recuerdo que lloró cuando le dije eso (también era llorón, como todo guajiro que se respete).
Hizo lo que muy pocos tienen el valor de hacer. Renunció a todo para poder recuperar su libertad, desde el Premio Nacional de Literatura hasta la jabita con arroz, aceite y jabón que el régimen dispensa a los ilustres. Nunca más consiguió publicar una palabra en su país.
Aunque muchas de sus obras se perdieron sin que pudieran llegar a la imprenta, deja algunos de los más importantes libros de la poesía cubana. Su estoicismo frente a la opresión totalitaria, es un ejemplo de dignidad para los escritores y artistas cubanos.
Ya estaba dentro del ascensor, pero salió y abrió los brazos. “Un último abrazo, poeta”, me dijo. Además, me dio otro beso y otra larga tanda de manotazos en la espalda. De todos los que estábamos presentes aquella noche, era el más optimista y el que más hablaba del futuro.
La dictadura de Cuba ignoró tanto a Rafael Alcides, que lo convirtió en nadie. Y cuando nadie muere, morimos todos.

19 junio 2018

Una foto que acabo de encontrar en un muro

No recuerdo la fecha exacta de este día, pero puedo asegurarles que es uno de los más inolvidables de mi vida. Esa noche, de hace unos 10 años, conversé largamente con el comandante Huber Matos. 
Delante de todos le pedí disculpas a nombre de mi generación, porque crecimos tratándolo como un traidor. "Es la primera vez que abrazo a un héroe", le dije. Él se emocionó tanto como yo. 
Cuando vi que se estaba secando los ojos, no pude evitar un chiste: "Me acabo de enterar que los héroes también saben llorar", le dije. Soltó una carcajada y me dio una palmada en la espalda. 
Ya era un hombre frágil, pero su manotazo sonó duro, como el que le dio al tablero de la revolución cuando advirtió que Fidel acabaría dejando a Cuba sin libertades.

18 junio 2018

Diana Sarlabous cumple 53 años

Diana Sarlabous en la cocina de Máximo y Manana, en Montecristi.
Contigo en la noche antigua de Santo Domingo,
besándonos por primera vez 
entre viejos rones y árboles dormidos.
Contigo en La Habana mortecina y silente,
en el andén de una estación 
de la que ya no podrá salir nadie.
Contigo por el mapa de mi provincia,
tratando de señalarte 
todo lo que se ha borrado,
cada palabra de ese paisaje 
lleno de familias ausentes 
y pueblos extintos.
Contigo en el lugar 
en que te separaste de tu infancia,
allí,
donde el olor a creosota 
de la línea del tren
es el único recuerdo que te queda.

Contigo de regreso del mar,
mientras cruzamos un puente 
que llegó a parecernos interminable.
Contigo en el amanecer del Cibao,
tendiendo nuestros dolores
al sol 
que va de mayo a junio.
Contigo atando razones en una manta,
esperando a que se escuche,
entre los árboles, la música de Dios.

No me imagino nada si no es contigo.
Cada cosa que haces, 
con tus manos pequeñas y torpes,
es todo lo que sé del amor. 
Contigo, Diana Sarlabous,
es que por fin 
pude llamarme como me llamo.

¡Felicidades, Camilo Venegas!

Hoy es el cumpleaños de Diana Sarlabous Sosa, mi lugar en el mundo. Desde que la encontré soy un Camilo Venegas muy diferente del que era, por eso puedo asegurar que soy completamente suyo desde mi primer día. 
Ella es el amor de mi vida, mi casa, mi pueblo, mi municipio, mi provincia, mi país, mi continente, mi planeta... No recuerdo mi vida sin ella, como tampoco puedo dar un paso sin la luz de sus ojos azules ni vivir sin sus regaños, su olor y sus besos. 
Detesto los ramos de flores, no sé hacer regalos bonitos, me pongo torpe cuando tengo que decir las cosas más importantes. Aun así, tengo que admitirlo: Felicidades, Camilo Venegas, por ser tú el que le celebra los cumpleaños a Diana Sarlabous! 

14 junio 2018

Lilo Vilaplana: “Sigo siendo censurado en Cuba”

Hace unas semanas Miguel Grillo me invitó a su casa en Miramar (en la Florida, territorio libre de Cuba). Cuando fui a abrir Uber, me di cuenta de que el iPhone acababa de actualizar el sistema operativo y muchas aplicaciones se habían desconfigurado. Llamé a Lilo Vilaplana para preguntarle qué podía hacer.
Él iba en dirección opuesta, pero aun así no lo pensó dos veces: “Ve preparándote, guajiro, que ya me devolví —me dijo—. Según Waze, en 20 minutos estoy en la puerta de la casa de tu tío”. Ese es Lilo, alguien que piensa con el corazón y con las tripas, por eso es capaz de ser tan sensible y como visceral.
Hoy es un reconocido director que ha realizado series en Colombia, México y Estados Unidos. En Cuba, antes de marcharse al exilio, alcanzó a trabajar con los grandes maestros de la televisión y recibió de ellos las más valiosas lecciones. Agradecido, siempre los llama por sus nombres y reconoce todo lo que les debe.
Es un artista valiente y honesto, eso le ha permitido asumir proyectos que otros eludirían por autocensura o miedo. Es sabido que muchos artistas y escritores cubanos jamás logran zafarse de sus calculados matices y sus penosos temores. 
Cuando vi uno de los capítulos de Leyendas del exilio, quise escribir sobre ese acto de justicia que es reconocer a los que nunca creyeron en Fidel Castro y se enfrentaron a su régimen desde el principio. Al final preferí hacer esta entrevista. Debía empezar por Lilo, quien ya es una leyenda de nuestra televisión.

¿Cómo fue tu formación como director en la Televisión Cubana, quiénes fueron tus maestros y cuáles fueron las lecciones más importantes que te dieron?
Empecé en el teatro en el año 1983, en Nuevitas, Camagüey. Al igual que tú, soy de esos guajiritos que nadie sabe por qué nos dio por el arte. Mi padre quería que fuera veterinario, pero yo me puse a escribir cuentos y obras de teatro. 
Luego me vinculé como actor y director al grupo de teatro del pueblo. En 1988, me fui a La Habana en busca de otras oportunidades artísticas. Para lograr mis sueños tuve que hacer grandes sacrificios, llegué a dormir en la calle. Pero todo valió la pena.
Me inicio en la televisión cubana trabajando como asistente de dirección de una serie juvenil que dirigían Roberto Villar y Raulito Guerra. Luego fui director asistente de Eduardo Macía.
Ellos me dieron consejos a los que le sigo haciendo caso hoy. Me enseñaron sobre la ética, el respeto, la puntualidad, la necesidad de estudiar siempre y de ser recursivo. Había que cumplir el plan de rodaje y la palabra “suspender” un llamado estaba prohibida. Había que buscar soluciones.
Con ellos aprendí que dirigir es contar una historia interesante, con buenas actuaciones, atmosferas y un arte adecuado y que la técnica siempre esté en función de la historia. Que hay que hacer una buena preproducción y rodearse de un buen equipo técnico y de producción. 
Rodar pensando en la edición, para no tener sorpresas desagradables en post producción… En 1991 empecé como director de un programa en vivo, donde me mantuve durante seis años. Luego, en 1997, marché a Colombia.

La Televisión Cubana sufrió, tradicionalmente, un gran control y una férrea censura del régimen. ¿Te censuraron alguna vez, cómo era tu relación con los funcionarios y los censores?
En Cuba fui censurado en muchas ocasiones. Varias veces me llevaron al cuartico que tenía la Seguridad del Estado en el ICRT. En una ocasión, la más ridícula de todas, porque un personaje del programa infantil que dirigía exclamó: “¡Qué rico, papas fritas!”.  Me dijeron que esa frase creaba ansiedad en la población. 
En otra oportunidad fue porque un personaje romano gritaba: “Por donde pasa el Huno no crece ni la hierba… ¡El Huno es un asesino!”. Hablábamos de Atila, rey de los Hunos, pero ellos interpretaban que nos referíamos al UNO de Cuba. Alegaban que la h se lee, pero no se escucha. 
Otra vez me mandaron para el infame cuartico para interrogarme por unos carteles contra la dictadura que habían aparecido en uno de los baños. Luego, escribí con Amadito del Pino la serie El bandolero (que nunca se llegó a producir) y me pidieron que le cambiara el nombre. 
Según ellos, los cubanos eran muy ingeniosos y podían empezar a llamar a Castro con ese nombre. “No podemos permitir que el pueblo haga un chiste con eso”, alegaron. El bandolero una suerte de Robín Hood o Zorro a la cubana. Un campesino que, como Polo Vélez, Arroyito o Manuel García, combatían a su manera la injusticia.  
Nos la pagaron, pero nunca la realizaron. Sus amarillentos papeles deben estar todavía en algún archivo de 23 y M. Me negué a cambiarle el título y el castigo fue engavetarla. 
Sigo siendo censurado en Cuba. En Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana se negó a proyectar mis cortometrajes La muerte del gato La casa vacía. Son obras que han sido premiadas en Europa y han participado en importantes festivales. 
Curiosamente, también fueron censurados en el Festival de Cine de Miami. Para nadie es un secreto que la mayoría de los festivales en el mundo están en manos de una izquierda servil y cómplice de la dictadura castrista.

Muchos profesionales cubanos que toman el camino del exilio nunca más pueden ejercer su profesión. Tú, en cambio, lograste un gran éxito en la televisión colombiana haciendo lo mismo que hacías en la Televisión Cubana: dirigir. ¿De qué te sirvió lo que aprendiste en tu país, qué tuviste que aprender de inmediato? ¿En qué si diferencia el Lilo de Colombia al de Cuba?
Aprendí a ser recursivo por las increíbles precariedades con las que trabajábamos en Cuba. Eso, debo admitirlo, me ha sido muy útil para mi trabajo. En Colombia aprendí cómo llegar a otro público y a realizar una televisión atractiva y competitiva.  
Es difícil imponerse en un mercado como la televisión y más aun siendo extranjero.  Pero Colombia me abrió los brazos y mis obras fueron televisadas en el resto del mundo. Aunque actualmente resido en Miami, trabajo en varios sitios, lo mismo en Estados Unidos, que México o Colombia. 
Donde me ofrezcan un proyecto que me interese y lleguemos a un acuerdo beneficioso para ambas partes, ahí voy. En Colombia realicé varios proyectos que merecieron importantes premios. 
Fui el director de las tres temporadas de la serie El capo, también dirigí La mariposa y Arrepentidos. Fui parte del equipo de dirección de series como Lynch, Mentes en shock, Sin retorno Tiempo final 3, entre otras.
Dirigí también telenovelas como La dama de Troya, La traicionera, Un sueño llamado salsa, El pasado no perdona… y unitarios como Siguiendo el rastro, Expedientes Unidad Investigativa. En Estados Unidos, Telemundo me contrató para dirigir la serie Dueños del Paraíso.

Con La muerte del gato inicias una nueva etapa de tu carrera. Después de tener un gran éxito como director de telenovelas y series, decides realizar un corto sobre el drama cubano y, con tus propios recursos, construyes un escenario habanero en el corazón de Bogotá. ¿Qué te hizo volver a uno de los peores momentos de tu vida, la gran depresión cubana (llamada Periodo Especial por la dictadura) de los años 90?
Acababa de publicar un libro con nueve cuentos sobre Cuba, Un cubano cuenta,y mi esposa me había regalado una cámara. Tenía un dinero ahorrado y muchas ganas de filmar mis cuentos. También necesitaba contar a Cuba desde un punto de vista diferente al de la dictadura.
El único documento fílmico que yo conozco sobre el periodo especial es La muerte del gato. Es el primer cuento de mi libro, inspirado en historias reales de una etapa de mi vida en un solar de La Habana Vieja. 
El reto era que el público se involucrara con los personajes, que fuera creíble y que se conociera, a través de la ficción, esa devastadora crisis que ha padecido el pueblo cubano por culpa de un sistema inviable y opresor.
Me rodee de un gran equipo y logramos una obra que, por el aporte de todos, creo importante.

Hace unas semanas, cuando nos encontramos en Miami, me dijiste que para poder hacer la serie “Leyendas del Exilio” tuviste que rechazar proyecto mucho mejor remunerados. ¿Por qué elegiste contar la historia de esos ancianos? ¿Qué significa para ti, como realizador, hablar de una Cuba que ha estado silenciada por más de medio siglo?
Qué buen encuentro el que tuvimos en casa de otro gran guajiro, Miguel Grillo Morales, a la sombra de unos buenos whisky y tu inseparable Brugal. Grillo, por cierto, ha sido un importante colaborador. Gracias a sus aportes pudimos realizar el cortometraje Los ponedores, con Gilbertico Reyes y Alberto Pujol.
En uno de esos cubanísimos encuentros empezó todo. Estaba dirigiendo la serie Perseguidos,en México, y fui a Miami de visita. En una reunión en casa de Diego Suarez, donde el objetivo era conocer a José Daniel Ferrer García, el líder de la UNPACU, y hablar de la situación de Cuba. 
Pero como las grandes obras necesitan de grandes aliados, en esa reunión estaba el abogado Marcell Felipe. Él sabía de mi obra y acordamos que a mi regreso definitivo a Miami debíamos desarrollar algún proyecto con el canal.  Me presentó a Carlos Vasallo, dueño de America TeVe. 
Carlos me dijo que a él le gustaría rescatar las historias de lucha de los héroes del exilio histórico, me apasionó la idea. Armé el proyecto, se lo entregué y ahí empezó todo. Ya tenemos dos temporadas terminadas (26 capítulos) y en unos días vamos a arrancar a rodar la tercera. 
Durante este año me han llamado de varias productoras, pero este compromiso que adquirí no lo voy a dejar a medias. Leyendas del exilio no es una serie más, es un pedazo olvidado y tergiversado (por el castrismo) de la historia de Cuba. 
Con este proyecto se atan muchos cabos sueltos y demasiadas lagunas de la historia reciente de nuestro país y, lo más importante, los testimonios son contados por sus protagonistas.
Sin la intervención de la maquinaria controladora de la dictadura, que se ha encargado de manipularlo todo, los invitados de cada episodio revelan hechos que pocos conocen. Los comentarios del periodista Juan Manuel Cao van colocando en contexto histórico uno a uno los hechos. 
Con Leyendas del exilio queremos contribuir a salvar la memoria de la patria y a honrar a muchos hombres y mujeres que los arriesgaron todo para ver una Cuba libre, héroes que el tiempo ha puesto en el lado correcto de la historia.

11 junio 2018

Jack, mi homenaje a London

En las últimas semanas he compartido varias fotos de Jack London, nuestro cachorro de labrador. Mi pariente Roberto González (algo tenemos que ser; está casado con Maite, la hermanita de Wichy García Fuentes, quien es sangre de mi sangre), me hizo una pregunta. 
¿Colmillo Blanco o el Llamado de la selva, a cuál de las dos historias estás honrando con el nombre del gran escritor? —Me puso en un comentario–. Disculpa, es solo una curiosidad.
A todo London, le respondí. Jack fue uno de mis escritores preferidos en la niñez, junto a Verne (por La isla misteriosa Veinte mil leguas de viaje submarino), Salgari (por Sandokán y el Corsario Negro) y Quiroga (por un libro que cambió mi manera de mirar al monte: Cartas desde la selva).
En esa época no leí a ningún otro escritor como a ellos. Recuerdo que el día que acabé El llamado de la selva(la edición cubana tenía el título mal traducido, lo correcto es El llamado de lo salvaje), lo volví a empezar. Permanecí varias semanas junto a Buck, en el helado norte.
Cuando por fin pasaron Colmillo Blanco en el Paradero de Camaronesllegué a mi casa con las uñas deshechas, me las fui comiendo una a una. Aunque el cine Justo no tenía aire acondicionado y el ventilador de Chena no daba abasto, llegué a sentir el frío de Alaska. 
Era el momento más asfixiante de la Cuba de los 70 y aquella película fue un aire frío, sirvió hasta para bautizar a unos autobuses. Las Hino que cubrían las rutas interprovinciales tenían un aire acondicionado tan potente, que alguien les puso Colmillo Blanco.
Jack, nuestro cachorro de labrador, es mi homenaje a London. Dentro de 15 días se quedará a vivir a la Loma de Thoreau. Espero que disfrute esa montaña tanto como Buck disfrutaba el enorme patio del juez Miller, en el soleado Valle de Santa Clara.
Nació el 14 de febrero. Todavía es muy pequeño. Es por eso que a veces, cuando anda conmigo por el monte y ya no puede más, me pide que lo cargue. Le he repetido tanto su nombre, que ya responde por él. Digo Jack London y, sin miedo ni indecisión, se hunde en las hierbas de la cañada.
Parece que entrara en lo salvaje. 

06 junio 2018

La primera mentira

Las dictaduras tienen que inventarse muchas mentiras para poder contar su verdad. La de Cuba no es la excepción. El relato oficial describe que, en medio de una heroica batalla, Ernesto Guevara descarriló y venció a un tren blindado lleno de soldados.
En verdad el tren, donde solo viajaban ingenieros (enviados a reconstruir los puentes destruidos por los rebeldes) y armas, llevaba días en el patio de la estación de Santa Clara. Juan Carlos Portales, hijo y sobrino de ferroviarios, recuerda los testimonios de testigos presenciales.
—Mi tío Heriberto Portales y mi papá vieron al tren en Rubilene, un acceso comercial que estaba donde se encuentra la Planta de Gas —detalla Juan Carlos—. Hoy por ahí pasa el trazado de la Línea Central, es justo al final de la pendiente del Capiro. El 29 de diciembre de 1958, lo retrocedieron para escenificar el descarrilamiento.
La primera oferta del tren blindado se la hicieron a Eloy Gutiérrez Menoyo, líder del Segundo Frente del Escambray. Un enviado del teniente coronel Florentino Rosell subió hasta la zona de Veguitas, en Manicaragua, para reunirse con el guerrillero.
Esa noche Menoyo perdió el sueño, solo pensaba en la estrategia a seguir cuando se apoderara de las armas. En su desvelo nunca apareció Antonio Núñez Jiménez, quien estaba en el campamento y fue donde Guevara con la noticia. Finalmente, el argentino se le adelantó al español y pagó los 350 mil pesos que exigían por el convoy.
El 28 de noviembre de 1971, en Chile, Fidel Castro reconstruyó los hechos en un discurso: “Avanzó sobre la ciudad de Santa Clara con 300 combatientes, se enfrentó a un tren blindado (…), descarrilaron el tren, coparon el tren, lo rindieron y le ocuparon todas las armas”.
Así fue cómo una traición se convirtió en una proeza y una puesta en escena en una batalla. Durante los años 60, la zona de Veguitas fue el escenario de otra gran mentira. Entonces, una guerra civil fue suplantada por el eufemismo de “lucha contra bandidos”.
—En mi casa hay una foto tomada por un aficionado que no ha sido publicada —me cuenta Juan Carlos Portales—. Mi tío y mi papá la conservaron. Se aprecia claramente el número del coche motor que debía servir de exploradora: el 809. Cuando vaya a Cuba la voy a compartir contigo.
Algunos vagones del tren blindado permanecen no lejos de Rubilene. Fueron convertidos en las salas de un museo. Todavía escenifican el descarrilamiento. Decenas de turistas se fotografían a diario entre esos hierros. Allí, en el lugar donde se convirtió en verdad la primera mentira.

02 junio 2018

Mi enfermedad

“Soy el remedio sin receta y tu amor mi enfermedad”.
Andrés Calamaro

He descubierto que estoy gravemente enfermo. Diana Sarlabous también lo está. Aunque ya éramos portadores del virus cuando nos conocimos, lo desarrollamos juntos. La noche que llegamos juntos a lo alto de esta montaña oscura y nos reconocimos a la luz de un Jeep, supimos que no tendríamos cura.
A casi mil metros sobre el nivel del mar, entre pinos, pendas y guamas, admitimos que seríamos incapaces de recuperarnos. Por los días en que conocí a Diana, ella leía de manera compulsiva a Erich Fromm, el psicoterapeuta y filósofo judío alemán.
Fue justamente Fromm quien le puso nombre a nuestra patología. Luego, el entomólogo y biólogo norteamericano Edward Osborne Wilson, la describió con lujo de detalles. Poco a poco, fuimos detectando cada síntoma. Empezamos por sentarnos a escuchar la música que toca el viento en las ramas más altas.
Luego nos dio por vagar en cualquier dirección, bajo los pinos, bordeando las cañadas, descubriendo los senderos que hacen las reses cuando cruzan de una loma a la otra, esperando a que desaparezca la última luz del día frente al cañón que trazó el Yaque del Norte. 
Se ha demostrado que un día en el bosque reduce considerablemente el cortisol y adrenalina, las hormonas del estrés. Eso explica por qué podemos sentarnos a mirar la cima del Mogote durante horas. Tenemos dos panales y el año que viene cosecharemos 800 matas de café.
Aunque a veces todo lo que hacemos es no hacer nada, disfruto mucho salir con mi alicante de cercados a revisar los alambres y poner las grampas que faltan. Mi enfermedad, según he leído, se llama biofilia. Estoy feliz de que no tenga cura y de que Diana esté tan contagiada como yo.
Gravemente enfermos, bajo el bosque, en lo alto de la montaña que en cuestión de minutos estará totalmente oscura.

Manteca

Gaby, uno de nuestros hijos, y su novia Ana vinieron a pasarse el fin de semana con nosotros en la Loma. Los dos estudian en la Escuela de Diseño de Altos de Chavón, allí se conocieron. Cuando estamos con ellos tratamos de compartirlo todo: la música, las películas, las caminatas por el bosque, las comidas… 
Ayer, cuando empezamos a preparar el almuerzo, miraron extrañados el jarro donde guardo la manteca de cerdo. “¿Qué es eso?”, preguntó Gaby. “¡Parece leche condesada!”, exclamó Ana. Les expliqué que la sacábamos del bacon y que para nosotros era algo muy valioso. La reservábamos, sobre todo, para algunos sofritos y el congrí. 
En mi mesa de noche tengo un libro donde Henry David Thoreau lamenta que se estuvieran perdiendo tantos saberes y culpa al progreso por ello. Eso ocurrió a mediados del siglo XIX, cuando aún no existían los automóviles, la radio, los aviones, la televisión... Internet era impensable hasta para Julio Verne.
Mi abuela Atlántida, como Inés, la bisabuela de Gaby, guardaba la manteca de cerdo en latas de aceite carbón. De niño, me encantaba pescar chicharrones con una espumadera para que me los calentaran. La lata de manteca era, junto a la sal y el comino, el punto de partida de toda reunión familiar.
Hoy en la mañana hicimos huevos revueltos con tomate, cebolla y manteca. Les encantó, se lo comieron todo. Diana y yo estamos felices por eso. De alguna manera, llevamos a Gaby y a Ana hasta las cocinas de Atlántida e Inés. Al menos hoy, sábado 2 de junio de 2018, en la Loma que lleva su nombre, Thoreau no tiene nada que lamentar.