El domingo pasado me hicieron el único elogio que me he creído. Se lo debo a Julio Vidal, nuestro vecino en Quintas del Bosque, donde tenemos la Loma de Thoreau. Julio es un sibarita que vende montacargas y pone a Gato Barbieri cuando la tarde empieza a caer sobre el Cibao.
Mi problema hasta ahora con los elogios es que acabo reconociendo que son inmerecidos. Cuando me alaban como poeta, admito que no puedo ser el mejor ni en mi municipio. El Paradero de Camarones pertenece a Cruces y allí nació José Ángel Buesa.
Hasta donde sé, soy el único habitante de mi pueblo que ha publicado un libro. Pero en el bar de Roberto Yero se reunía todas las tardes un grupo de canarios anónimos a improvisar décimas. Jamás conseguiré una metáfora como aquellas, dichas después de un apurado trago de ron y antes de un escupitajo.
Cuando me ensalzan como hijo, padre o esposo, pienso en todas las cosas que he hecho mal, muy mal y hasta terriblemente mal con Lérida, Ana Rosario, María o Diana. La suma de errores supera con creces la de aciertos. Aunque ellas siempre están dispuestas a perdonarme, no puedo engañarme a mí mismo.
Ningún trabajo me ha apasionado tanto como el tiempo libre, de manera que no puedo decir que me he destacado lo suficiente en ninguno de los tantos que he tenido. Miento si les digo que en verdad me sentí director teatral, editor, periodista o consultor en estrategias de comunicación.
Tampoco he sido un ciudadano ejemplar, ni como cubano ni como exiliado. Las solapas de mis escasos libros me describen mucho mejor de lo que en verdad soy. En todas hay alguna exageración. El elogio de Julio, sin embargo, me pareció merecido. Llegó con unos amigos y los llevé a caminar por la Loma.
Les enseñé todo lo que hemos sembrado: pinos, caobas, cedros, robles, pendas, maras, carolinas, nísperos, naranjos, mameyes, plátanos, malangas, maíz… “Camilo es un sembrador”, dijo Julio de pronto y, por primera vez, sentí que me hacían un reconocimiento sobre el que no tengo la más mínima objeción.
Sí, soy un sembrador, un gran sembrador. Que me recuerden por esos árboles me parece, además de justo, más que suficiente.
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