No recuerdo la fecha exacta de este día, pero puedo asegurarles que es uno de los más inolvidables de mi vida. Esa noche, de hace unos 10 años, conversé largamente con el comandante Huber Matos.
Delante de todos le pedí disculpas a nombre de mi generación, porque crecimos tratándolo como un traidor. "Es la primera vez que abrazo a un héroe", le dije. Él se emocionó tanto como yo.
Cuando vi que se estaba secando los ojos, no pude evitar un chiste: "Me acabo de enterar que los héroes también saben llorar", le dije. Soltó una carcajada y me dio una palmada en la espalda.
Ya era un hombre frágil, pero su manotazo sonó duro, como el que le dio al tablero de la revolución cuando advirtió que Fidel acabaría dejando a Cuba sin libertades.
Cuando vi que se estaba secando los ojos, no pude evitar un chiste: "Me acabo de enterar que los héroes también saben llorar", le dije. Soltó una carcajada y me dio una palmada en la espalda.
Ya era un hombre frágil, pero su manotazo sonó duro, como el que le dio al tablero de la revolución cuando advirtió que Fidel acabaría dejando a Cuba sin libertades.
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