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Alejandro Aguilar, Marianela Boán y Pina Aguilar Boán en Santo Domingo. |
Su vida ha sido intensa y ha estado
llena de giros inesperados. Lo más destacable de todo eso, es que cada día ha
sido enfrentado desde una honestidad y una creatividad absolutas. El fruto de
eso son los libros que ha publicado y los que siguen esperando la oportunidad
de llegar a la imprenta y ser compartidos.
En el año 2000, unas semanas antes de
que yo viniera a vivir a República Dominicana, Alejandro Aguilar y yo
aparecemos juntos en una fotografía. Tenemos al malecón de La Habana de fondo.
Si no recuerdo mal, esa fue la única vez que coincidimos en Cuba.
Nos encontramos allá por Freddy
Ginebra, que era amigo de ambos, y nos reencontramos aquí también por él. Fue
así que pasamos de ser dos desconocidos que posaban juntos, a dos hermanos que
ya cuesta trabajo encontrarlos por separado en las fotografías.
Desde hace años, cada vez que nos
reunimos para compartir rones, problemas, soluciones, ideas o sueños, Alejandro
y yo acabamos teniendo largos diálogos sobre las sociedades donde nos ha tocado
vivir y sobre los libros que hemos podido leer o escribir.
Esta entrevista pudo estar tomada de esos intercambios, aunque es bueno aclarar que yo me tomé el trabajo de elegir las preguntas y él de redactar las respuestas. Es muy probable que, en nuestras conversaciones las cosas se digan de otra manera. Palabras más, palabras menos, esto es lo que se repite una y otra vez.
Esta entrevista pudo estar tomada de esos intercambios, aunque es bueno aclarar que yo me tomé el trabajo de elegir las preguntas y él de redactar las respuestas. Es muy probable que, en nuestras conversaciones las cosas se digan de otra manera. Palabras más, palabras menos, esto es lo que se repite una y otra vez.
Cuando volviste a Cuba, después de
dejar tu empleo como representante en la Federación Mundial de Juventudes
Democráticas (FMJD), en Budapest, conociste a Marianela Boán. ¿Qué significó
para ti que ella te presentara al país del que habías estado ausente por años,
cómo eso cambió tu vida?
Había
pasado casi una década entendiendo al mundo a través del prisma de la política
internacional y de la ideología en los tiempos álgidos de la Guerra Fría. La
pulsión del aprendiz de artista que había sido durante mi adolescencia y la
vida universitaria había quedado enterrada por incontables capas de sustancia
política. Y me había ausentado de Cuba durante los años de la eclosión del arte
bajo la influencia de los aires de cambio que estremecían Europa en los ochenta.
Para
inicios de 1992, yo era un ser derrotado, confuso, hundido en una crisis
existencial que abarcaba mi sistema de valores y mi racionalidad, mi vida
sentimental, mi familia y por supuesto, mi difícil relación con la Cuba a la
que hacía unos meses había regresado.
Marianela
llegó para salvarme del estado anímico que me aplastaba. Ella significó la
recuperación del amor y de una razón de ser; una conexión con Cuba desde un
ángulo distinto, esencial. A través de su mirada aprendí y acaso aprehendí todo
esa zona convulsa y germinal a un tiempo, los 80 de Cuba y más allá, hasta
llegar a las fuentes de la cultura nacional.
Marianela
me devolvió todo eso y sobre todo, me ayudó a recuperar mi centro; mi vocación
artística y a superar el ostracismo al que me habían condenado mis antiguos
colegas. De no ser por ella, no creo que hubiera sobrevivido civil y
humanamente en el ambiente no amigable que se me impuso. Nuestra relación
recuperó a mi verdadero yo, me ayudó a crecer como escritor, a rehacerme como
persona. A pesar de lo terrible de esos años 90’s, pude sentir felicidad y
libertad.
En Casa de cambio cuentas la desilusión desde el punto de vista de
Antonio, un ingeniero cubano que llega a Budapest en el momento en que se
derrumba el socialismo en Europa del este. Aunque todos tus libros son una
biografía velada, ¿qué le faltó decir por ti a tu personaje, qué no dijo él en
aquel entonces que tú hubieras dicho ahora?
Más
que “desilusión” yo le llamo descreer, un largo y doloroso proceso… Casa de cambio es una ficción
fuertemente afincada en el testimonio de lo que estaba sucediendo en el Este en
los años 80. Quería que pudiera leerla la gente en Cuba. Necesitaba compartir
mis experiencias como testigo de primera fila del derrumbe de los regímenes de
Europa oriental y todo lo que eso me permitió conocer de las verdaderas
esencias del sistema.
Antonio
es un ser que ve minadas sus convicciones por los hechos y al verse envuelto en
circunstancias oscuras, tiene que huir hacia Occidente; pero sus acciones dejan
en claro que es un hombre con valores éticos y morales, no un delincuente.
Quería que el personaje se mantuviera limpio moralmente, a pesar de que se veía
empujado a huir al derrumbarse a su alrededor su proyecto de vida, sus
convicciones. No quería que el lector lo viera como “traidor”.
Antonio
se liberaba, actuaba según sus convicciones, pero yo como autor tampoco
necesitaba que el personaje lo proclamara entonces como una decisión política.
Hoy tampoco lo reescribiría de otro modo. Sus acciones lo definen. Su aparente
cobardía al huir implicaba un acto de valentía y una toma de posición.
Como
era de esperar, en Cuba silenciaron la novela y por supuesto, no se publicó
sino años más tarde en New Hampshire, Estados Unidos, cuando ya me había
residenciado en Filadelfia. Personaje y autor corrimos suertes similares.
Viviste en Cuba toda la década de los
90, es decir, esa terrible crisis que fue disfrazada por el eufemismo de
Periodo Especial. Durante todos esos años tuviste una intensa producción
literaria. ¿Tienen razón los que dicen que la felicidad es estéril y el
desasosiego inspirador?
Por
raro que parezca, agradezco haber vivido los noventa en Cuba. Esos años que
llamo ‘terribles y heroicos’, acabaron de descubrirme las esencias del sistema
en Cuba y, en consecuencias, de definirme. Antes de regresar de Hungría
quedaban reductos en mi conciencia que decían “eso pasa en Europa, pero Cuba es
diferente”.
Los
90 me demostraron lo equivocado que estaba. Ya liberado de esos residuos
tóxicos, en una situación en la que no había nada más que sobrevivir a fuerza
de alcoholes groseros para olvidar el hambre, y de café, para mantenerme
despierto; escribir era una necesidad insoslayable y un modo de salvarme. Pero
no veo como un absoluto la correspondencia biunívoca que mencionas.
Cada
contexto tiene su carga de desasosiego y sus momentos de felicidad. Así fue mi
experiencia incluso en la Cuba de los 90’s, en Estados Unidos luego, y así es
hoy en Dominicana, cada uno con sus bemoles. La escritura no ha faltado nunca,
unas veces fruto de momentos duros, difíciles; otras, cosechada en medio del
goce y el placer de vivir.
Has vivido en Cuba, Hungría, Estados
Unidos y República Dominicana. ¿Como escritor, qué le debes a cada uno de esos
lugares?
Soy
un producto de la cultura cubana, nacido en ese territorio al que le debo toda
esa herencia de la que bebo sin remedio, y que me debe, por el impacto que ha
tenido su proceso político en muchos ámbitos de mi existencia.
Budapest,
además de hermosa y entrañable, fue la base desde la cual conocí el mundo, entré
en contacto con más de 50 países de todos los continentes y sus realidades
socioculturales; acopié enorme material existencial que luego fue la fuente
nutriente de mi obra creativa. Fue una enorme escuela de formación como lo es
Estados Unidos; otra etapa de aprendizaje, de liberarme de prejuicios y mitos
con los que había crecido, de sentir la frustración de escribir en español en
un país de habla inglesa aunque soy bilingüe, pero no al extremo de crear en
inglés.
República
Dominicana ha sido una estación de llegada que me ha recibido con más bondad y
hospitalidad que la que nunca recibí. De todos estos hogares he aprendido y en
todos sigo aprendiendo; ellos me definen en un buen grado.
A propósito de vidas y de lugares,
¿podrías volver a vivir en Cuba?
No
puedo predecir el futuro; pero sospecho que me sería muy difícil. La visito con
frecuencia por razones disímiles y cada vez más siento que no tenemos mucho que
decirnos, que no nos comprendemos.
Pesan
más entre nosotros los recuerdos que cualquier añoranza hacia adelante. Pero
nunca digas no a las posibilidades que encierra el futuro. No soy capaz de
predecir lo que pasará en mi vida ni en el plazo de una semana. Cada vez más
mañana es hoy y se va pronto, por la velocidad con la que vivimos
¿Cómo
voy a poder saber qué será de mí, de Cuba, del mundo en, digamos, cinco años
más? ¿Cómo será Cuba? ¿Aun andaré por aquí? ¿Existirá el mundo como lo
conocemos hoy? Escribir es la única respuesta a cualquier interrogante, para
seguir llenándose de preguntas.
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