Mi padre me enseñó las lomas de Manicaragua en un viejo Jeep Willys. A esos viajes a Guanayara, Pico Blanco, Jibacoa o La Lima le debo mi gran pasión por las montañas. Por eso, cuando andamos en nuestro Jeep por la Cordillera Central dominicana, me imagino subiéndolo a un barco y llevándolo a conocer el Escambray de mi infancia.
Como un ensayo de esa aventura, que solo podría ocurrir en una Cuba libre, lo llevamos en las bodegas del ferry Kydon a conocer las rutas puertorriqueñas. Fue una experiencia inolvidable. Ahora solo deseo ver, en lugar de los carteles de Carolina, Bayamón o Aibonito, los de Hanabanilla, El Nicho o Topes de Collantes.
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