Con esa muchacha tan pixelada que ustedes ven ahí, tuve una terrible discusión la semana pasada. Fue por una bobería, pero llegó un momento en que nos dijimos cosas que somos incapaces de decir. Los que se aman de verdad discuten por lo más inverosímil y, lo peor, se lo toman muy en serio.
Cuando se fue a New York sentí un inexplicable alivio. Creía que tantas millas de por medio nos haría un bien que por ningún mal podría venir. Pero la misma noche de su viaje empecé a tener serios problemas. No tuve que llenar el vaso de agua que va en su mesa de noche, nadie me destapó cuando empecé a sentir frío.
Traté de resistir, como si estuviera al frente de un batallón de invencibles ucranianos, pero la valentía nunca ha sido una de mis virtudes. Apenas me llamó y encendió la cámara, dije las cosas que siempre digo al verla lejos de mí. Ella, en honor a la verdad, correspondió cada una de mis debilidades.
Regresa el domingo. La esperaré con el vaso lleno de agua en su mesa de noche. Mi felicidad será indescriptible cuando sienta mucho frío y me destape.
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