(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)
Cuando uno acaba de leer “La civilización del espectáculo”, le da
la impresión de que Mario Vargas Llosa está asustado. Durante las 226 páginas
del libro, publicado por Alfaguara hace apenas unos meses, el escritor peruano
trata de explicarse un mundo que no ha tenido tiempo de entender: el de la web
2.0.
El punto de partida del Premio Nobel de Literatura es un ensayo de
T. S. Eliot que él leyó de joven y que mantuvo su vigencia por mucho tiempo.
Luego, pasa a otro de George Steiner y de ahí da unos pocos saltos hasta caer
en “Cultura Mainstream”, un libro Frédéric Martel editado en 2010.
Se queja Vargas Llosa de que Martel no hable de libros, ni de
pintura, escultura, música o danza clásica en su fascinante y aterradora (sic)
descripción de la “cultura del entretenimiento”. Una y otra vez el autor de “La
verdad de las mentiras” recuerda con nostalgia los tiempos en que no había
dudas sobre qué era cultura y qué no lo era.
“La diferencia esencial entre aquella cultura del pasado y el
entretenimiento de hoy es que los productos de aquélla pretendían trascender en
el tiempo presente, durar, seguir vivos en las generaciones futuras, en tanto
que los productos de éste son fabricados para ser consumidos al instante y
desaparecer”, asegura.
Hay una diferencia aún más importante: la participación. La
cultura antes era definida, producida y promovida por una élite. Por eso
Joaquín Balaguer hizo amurallar la plaza donde estarían los museos, la
biblioteca y el teatro de la nación.
Necesitaba delimitar y santificar, que el acervo de los dominicanos se
percibiera como un templo cerrado y no como algo vivo y libre.
Nada de eso es posible en 2012. No se necesita de una cinemateca
para atesorar videos, con YouTube es suficiente. Es imposible almacenar un
tweet en un estante de la Biblioteca Nacional. Un grafiti, pintado en la
baranda de un puente, no puede ser trasladado a una sala del Museo de Arte
Moderno.
El Centro León y el Instituto de Estudios Caribeños (INEC) han
convocado al V Congreso de Música Identidad y Cultura en el Caribe (MIC), el
cual estará dedicado al folclore musical y danzario de la región. Las ediciones
anteriores abordaron el merengue, el son, el bolero y el jazz.
La música que oyen los caribeños actuales sigue ausente de esos
eventos. Recuerdo que en el primero, cuando se elegía el tema del segundo,
alguien propuso el reguetón. Un reconocido comunicador dominicano protestó airado
y aseguró que eso no era música.
Esa misma persona, poco antes, había compartido una pregunta con
todos los participantes: “¿Por qué los dominicanos están dejando de bailar
merengue?”. Nadie pudo responderla. Quizás si la hubiera hecho al revés habría
tenido más éxito: ¿Por qué el merengue está dejando de hacer bailar a los
dominicanos?
Mientras uno lee “La civilización del espectáculo”, tiene la
impresión de que Vargas Llosa mira todo el tiempo por un espejo retrovisor. Y
ese es quizás el mayor valor del libro, porque escenifica el enfrentamiento de
uno de nuestros más grandes intelectuales con las nuevas formas en que se
produce la cultura.
Ojalá que en uno de sus próximos libros, don Mario reconozca que
un mínimo tweet puede llegar a tener tanto impacto como una gran novela; que un
reguetón, dicho por alguien que tiene muy poca idea de lo que es la música,
llega a despertar en su audiencia algo parecido a lo que lograba Mozart con una
sinfonía.
Ese día, se le pasará el susto.
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